Algunos días pienso que el periodismo agoniza. Al menos tal y como lo entendía yo cuando puse mis intenciones en esta profesión tan denostada. La prisa se traga los titulares uno a uno, sin tiempo para que se ajusten, sin lugar a interpretaciones… quizás si a interpretaciones apresuradas y, por tanto, faltas de rigor. Rigor… esa palabra que sonaba tanto en la facultad y que todos llevamos tatuada pero que requiere un esfuerzo a veces demasiado constante.
En pocos segundos las redes sociales, ahora nuestras grandes amigas, trasladan la información, a borbotones, sin mesura, sin límite, sin digestión. El impacto de un par de palabras, tal vez una, es inconmensurable… no conoce lindes ni barreras. Sin embargo sí que nos lleva un periodismo menos elaborado, más sujeto a contrastes, un periodismo de consumición rápida y enormes efectos colaterales. En un espacio así, el rigor enmudece. La realidad palidece y se convierte en rumor. Sí, ya lo sé, las redes sociales se han convertido en un gran instrumento de comunicación y debate, pero hay que saber distinguir entre el grano y la paja. Hay que escoger… poder elegir es una enorme conquista.
Mientras, los periodistas hemos ido con el tiempo bajando el listón. No todos, claro. Hay grandes plumas por encima del bien y del mal, mentes pensantes que nos guían y aportan grandes reflexiones. El resto, sobrevivimos como podemos aceptando no hacer preguntas cuando alguien dice “no hay preguntas” y dando por buenas algunas versiones que suenan descafeinadas.
Abrir un periódico por la mañana es abrir un mundo, abrir una ventana a un paisaje cargado de historias tristes, historias que provocan náusea pero que conviene conocer… historias aburridas y también pequeñas historias que acaban bien si no se hurga más allá de las tres columnas… Así es el periodismo, busca lo extraño, lo inusual, lo bárbaro, lo escandaloso… lo que imagina debemos conocer.
Para colmo, los periodistas cada vez somos menos. La crisis nos recuerda, como a muchos otros sectores, que no somos de primera necesidad. Somos… accesorios. Aunque continuamos siendo útiles porque en este marasmo de múltiples ideas, hay que seguir informando y hacerlo con ganas, con dedicación y, por favor, con rigor.
Tal vez esta agonía sea parte de la solución. Una prueba dura para pedirnos que seamos más cuidadosos con las palabras, nuestra materia prima. Para que seamos más íntegros con las personas, porque son lo único que importa… para que hagamos más preguntas a los que dirigen nuestro destino, porque ellos tienen las respuestas. Para que la próxima vez que alguien nos diga con sorna “¿periodista, eh?” para reírse de esta profesión de trapecios y cuerdas flojas… le respondamos con ganas “sí, periodista, ahora y siempre”.
Quizá, ahora más que nunca es cuando hangan falta los Periodistas. No los de columna semanal a cuenta de honores pasados. Eso es otro periodismo.
Ahora hace falta un periodista más de trinchera, diría yo. Una persona, un profesional que sepa discernir el grano de la paja a velocidades nunca vistas antes. Ahora más que nunca el periodismo necesita de personas con mucho criterio para no dejarse arrastrar por el maremagnum de información que a diario pasa por nuestras pantallas.
Pero para ello, también es necesario que aparezcan nuevos Periódicos. Independientes. Qué alienten la pregunta en lugar de acallarla.
Gracias.
Una vegada mes Mercè d’acord amb l’esencia dl teu article. No puc opinar com a professional dl periodisme. Però com a àvida seguidora d la vostra producció si q aquest Rigor i seriositat es fa molt necessari. M’ha passat mes vegades d ls desitjables deixar d llegir articles x semblar «panfletos» .
Mes important q qui firma hauria d ser q hi diu… /escriu.
Molta sort!
I fins aviat
Teresa sc
Con tu permiso, Merce, reproduzco una cita de la periodista Leila Guerriero, sobre este oficio nuestro: «Para ser periodista hay que ser invisible, tener curiosidad, tener impulsos, tener la fe del pescador -y su paciencia-, y el ascetismo de quien se olvida de sí -de su hambre, de su sed, de sus preocupaciones- para ponerse al servicio de la historia de otro. Vivir en promiscuidad con la inocencia y la sospecha, en pie de guerra con la conmiseración y la piedad. Ser preciso sin ser inflexible y mirar como si se estuviera aprendiendo a ver el mundo. Escribir con la concentración de un monje y la humildad de un aprendiz. Atravesar un campo de correcciones infinitas, buscar palabras donde parece que ya no las hubiera. Llegar, después de días, a un texto vivo, sin ripios, sin tics, sin autoplagios, que dude, que diga lo que tiene que decir -que cuente el cuento-, que sea inolvidable. Un texto que deje, en quien lo lea, el rastro que dejan, también, el miedo o el amor, una enfermedad o una catástrofe.
Atrévanse: llamen a eso un oficio menor.
Atrévanse.»
Muchas gracias. Estoy totalmente de acuerdo. Ser periodista es estar siempre ávido de todo, con ganas, espectante y con una gran necesidad de superarse cada día para no caer en la rutina. Al final, la rutina lo devora todo. Un placer.
Mercè