Llevamos etiquetas. Nos las ponen en la escuela, en casa, en el parque… lo hacen nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres… nos las pegan en la espalda de muy niños. Algunas las llevamos escritas a zarpazos aunque hayan cicatrizado, otras son marcas hechas a fuego lento… muchas se escriben con tinta invisible y solo se pueden leer en lo más oculto de nuestras cabezas. Sin embargo, están ahí y llegan siempre con intención de quedarse. Los que nos las ponen, que también tienen las suyas, lo hacen bien… Nos las clavan hondo el día que nos sonrojamos por primera vez o bajamos la cabeza. El día que reímos demasiado, en el que damos una respuesta poco agradable, en el que no se nos ocurren frases elocuentes o no nos atrevemos a bailar. Pasamos a ser el tímido, el aburrido, el charlatán, el torpe, el empollón, el borde, la estirada… una larga lista de adjetivos que llegamos a interiorizar tanto que conseguimos que nos simplifiquen, que nos paralicen, que se nos peguen encima como una rémora imposible de eliminar. Y acabamos siendo nuestras etiquetas, porque respondemos a ese estímulo, porque es fácil asumir ser algo para el resto, para no decepcionar las expectativas, para no batallar en balde… para aferrarnos a algo aunque no nos guste. Obedecemos.
Y repetimos ese esquema cada día. Nos miramos a la cara, en ese espejo mental que todos tenemos y que nos deforma hasta parecer garabatos, y nos repetimos el calificativo que llevamos escrito en la etiqueta, como si fuéramos el abrigo… y nos cerramos a otros adjetivos, a ser algo más… convertimos la consecuencia en causa.
Y la etiqueta genera en nosotros jurisprudencia interior, nos acaba dibujando como personas, nos guía, nos esculpe la vida y nos lleva por dónde le conviene para no caer en falso y permitir que la etiqueta se borre. Hay etiquetas que duran cien años. Hay quien incluso lleva asida la etiqueta de sus padres y abuelos, como una herencia perenne con la que cargar…
¿Cómo contradecir esa marca incrustada dentro desde niños aunque el cuerpo nos pida a gritos cambiarla? ¿cómo volver a ser de nuevo nosotros y decidir no llevar nada pegado que nos limite o condicione?
Seguramente, decepcionándolas, contradiciéndolas hasta lo más íntimo de nuestro ser… averiguando si nos definen… y sólo aceptando ser lo que escogemos. Cortando ataduras, dando puerta a nuestros temores y dejándonos llevar.
El gran reto será descubrir aquellas etiquetas que existían y ni tan siquiera sabíamos que llevábamos adheridas. Las que habíamos asumido, las que nos herían y nos aniquilaban como ser humano… para purgar sus secuelas.
Distinguir entre las que nos pusieron y las que nos fuimos añadiendo nosotros a lo largo de la vida.
Para que nadie nos diga quiénes somos. Para que nadie nos imponga una forma de vida que no queremos, ni siquiera nosotros mismos.
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Desafortunadamente todo el planeta vive con etiquetas. Yo soy enemiga de etiquetar, porque vivimos en un mundo de apariencias y nada es lo que parece. Por ejemplo: si yo traigo un coche de lujo último modelo me etiquetarían de «millonaria», y si ando en el autobús urbano de «pobretona» o «proletaria»
Etiquetas, traumas, frustaciones, dececiones, complejos… Se te han olvidado las otras etiquetas. Las alegrías, metas, satisfacciones, respetos, admiraciones, piropos, felicitaciones, besos, abrazos… Somos una especie de disco duro donde almacenamos lo más significativo de nuestra vida, tanto positivo como negativo. Quizás deberíamos tener una sola carpeta de forma q todo este revuelto siendo imposible medir o contar solo lo negativo, así aislado sin un solo halo de calor q lo mitigue y humanice en nuestras virtudes. En esas otras etiquetas.
Esas etiquetas magníficas que nos enaltecen y rellenan de dignidad, amor, valores y fe en lo nuestro y en nuestro futuro. Revolverlas y que cohabiten y que nada sea tan fácil ni tan dificil. Ni tan dulce ni tan amargo. Que permita asimilar toda nuestra carga de forma serena y receptiva. Nuestro valor, espíritu, alma, carácter… será la suma algebraica resultante. Te aseguro q esas otras etiquetas ganarán por goleada a las que más nos pesan. No olvides que tú siempre estarás contigo.
No se quien pero alguien dijo que no hay mayor defecto que pretender ser perfecto. O algo así. ¿Compartirías tu vida con un don perfecto? ¡¡¡Horreurrrrr!!!
Un abrazo.
Hola, Mercé
Gracias por tu entrada, y por tu Blog.
Soy Psicóloga clínica e investigadora, especializada en los efectos de las etiquetas diagnósticas. Mi tesis doctoral versa en concreto sobre la etiqueta «esquizofrénico/a». Me gustaría aportar mi granito de arena sobre este tema, esperando que te guste:
Parece que cada vez las personas van adquiriendo mayor consciencia sobre lo estúpido y engañoso de creer en la funcionalidad de las etiquetas personales. Nos limitan, nos circunscriben, nos esclavizan… Si aceptamos que lo somos todo (y que no somos nada al mismo tiempo), si nos percibimos como seres que se autocrean constante y dinámicamente, extremadamente flexibles y versátiles, nos acercaremos más y más a la libertad. Todo esto pasa por conocer que cada actitud o rol que hemos adoptado en un determinado momento (o durante un periodo de tiempo) se debe a cantidad de factores, la inmensa mayoría de tipo ambiental, que poco tienen que ver con nuestra personalidad. De hecho, no creo en la personalidad como se suele entender, en todo caso, la concebiría más como una serie de patrones más relacionados con nuestra esencia o alma (por explicarlo de algún modo), no tanto como una serie de patrones reduccionistamente cognitivos-emocionales-conductuales (pero esto dista mucho de la visión científica actual). Como decía, cada comportamiento, cada hábito, cada rasgo que supuestamente «nos define» tiene múltiples causas, y la mayoría no son resultado de lo que realmente somos, sino fruto del entorno (entendido ampliamente como el conjunto de circunstancias en que nos encontramos inmersos). Son consecuencia de la adaptación, de la heurística, son parte de nuestros métodos de «supervivencia psicológica». Y (desde mi punto de vista) no existe la cronicidad de lo que no se alimenta, por lo que si construimos nuestra identidad de una manera más consciente y, sobre todo, mucho más abierta y amplia, nos acercaremos más a la verdad. Creo que no debemos identificarnos con casi nada, ni siquiera con nuestros pensamientos. Los humanos deberíamos trascender mucho más de lo que solemos para hallar algo esencial que verdaderamente nos defina, quizá nuestro ser.
Espero contribuir a que la ciencia que estudia la mente humana deje de incidir en el sufrimiento de las personas colocándoles etiquetas y casi imponiéndoles limitaciones.
Un placer leerte y conocer a alguien como tú.
No dejemos de hacernos preguntas, pues cuanto más conocemos, mucho más vislumbramos por conocer.
Abrazos
Clara Morgades
Hola Clara, gracias por tu explicación. Tú sin duda, sabes mucho del tema por tu formación. Yo sólo soy una amante de las palabras, creo que curan, aunque cuando las usamos mal, como para etiquetarnos y etiquetar a otros, hacen daño. Justo ayer hablaba con una persona de un artículo que leí hace tiempo sobre etiquetas. Siempre digo que las palabras que usamos nos determinan, tengo un post sobre el tema, se titula «Escoge bien tus palabras». Siempre he pensado que el hábito hace al monje y lo que decimos de nosotros se convierte en nuestra realidad, así como lo que decimos de otros que nos escuchan y empiezan a verse según nuestras palabras. El caso es que el otro día hablaba de un artículo que leí sobre adolescencia y etiquetas. Cambian tanto las cosas si en lugar de poner una ponemos otra etiqueta (nombre, sustantivo) en positivo, viendo la parte buena de cada persona que podemos cambiar su futuro, sobre todo en los niños. En el artículo decía que si cambiamos esa etiqueta por otra que represente lo positivo que tiene ese comportamiento si se trata y modula, cambia todo. Así, el egocéntrico y desafiante puede llegar a ser un líder y el que tiene déficit de atención puede convertirse en artista o creativo… Cambia tanto, las palabras que usamos, cambian el mundo que conocemos… No podemos ser esclavos de una mala versión de algo que otros creen que nos caracteriza… Gracias, Clara. Un abrazo de vuelta 🙂