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Recogió sus miradas perdidas, sus risas flojas y sus zapatos rojos … Se apartó de ese lado del camino dónde es fácil caer y se acumulan instantes de desesperación máxima. No quería más lamentos, ni quejas, ni excusas, ni historias inventadas. No llevaba nada encima, tal vez ganas de locura, de sorpresa, de perder el aliento y despertar en otro mundo. Ganas de sentirse tan viva que sintiera como si el mundo se hubiera detenido. De gritar para que la oigan los de la última fila que siempre critican, incluso cuando no sale a escena. De salir del escondite y conseguir un imposible. 

Sabía que el camino era largo y que albergaba recodos oscuros, pero estaba segura de haber vaciado lo inútil de su equipaje y haberse quedado sólo lo imprescindible. Lo mágico, lo único… lo bueno. Algunas anécdotas facilonas, dos cuentos tristes, algunos recuerdos de esos que duelen pero emocionan y muchos rostros afables que le daban aliento y serenidad. En el fondo de esa maleta, no podía obviarlo, había quedado alguna migaja de miedo… pero había vaciado el asco y la rabia.

Ahora ya no era de plástico, lo notaba. Era de un material poroso y flexible, capaz de adquirir cualquier forma, altamente maleable, altamente resistente… altamente sensible. Se mecía con el viento y todas las realidades que encontraba en su camino se instalaban en ella, la invadían… pero era una invasión amable. Mientras era de plástico esto no le sucedía, el plástico es impermeable. Nada te agrede ni atraviesa si eres de plástico… nada te llena, nada te impregna ni perturba. El plástico era cómodo pero falto de todo lo que a ella le importaba. Era profiláctico pero frío. No admitía arañazos ni heridas, pero tampoco roces de cariño. No se manchaba, pero tampoco no se reía. No lloraba ni de pena ni de alegría. No podía ahogarse porque flotaba, pero tampoco aprendía nada de lo que era luchar para salir a la superficie. Al final, la carne ganó al plástico y la emoción ganó a la carne… y el miedo se fundió en ganas y deseo y los pies se le escaparon solos por el camino.

No sabía a dónde iba, no sabía del todo qué buscaba pero sí lo que no quería encontrar. No iba prevenida para nada. No se cubriría de la lluvia, ni del viento. Iba a notar el frío y el calor sofocante. Iba a dejarse engañar por confiar. Iba a dejarse querer y odiar. Iba a sentir dolor y placer. Estaba decidida a vivir y a asumir los riesgos que este apasionante ejercicio conlleva. Tal vez volvería a casa sucia, rota, con el corazón desgajado y cubierta de arañazos… como uno de esos gatos que deambulan por los tejados de noche buscando brega… buscando vida.

Lo que le esperaba ahora era incógnita, era sueño, era fiebre, era fuego… un bocado demasiado irresistible como para esperar sentada en el escalón de siempre a que pase el tiempo. Mejor andar, sin parar, encontrarse la vida de cara y darle un buen mordisco. Mejor dejarse llevar por las ganas y los sueños, sujeta al asfalto por sus convicciones y unos zapatos rojos.