Escribo cada semana, en ocasiones varias veces… Y no conozco vuestras caras, ni vuestras vidas. A veces, intuyo algunos de vuestros sueños y quebraderos de cabeza, comparto vuestras angustias y os transmito muchas de las mías a través de mis palabras. A veces, las palabras son lo único que me queda para sacar de dentro lo que arde y corroe. Como si fuera arrancando pequeñas espinas clavadas y suturando heridas.

A menudo, siento que tengo que soltar ese lastre que quema dentro, dejarlo marchar para que se aleje un poco de mí y mi pecho quede quieto un rato para encontrar un poco de silencio y oírme la voz y saber que existo más allá de la desidia de mis penas, que a veces todo lo inundan… Aún siendo medio ficticias y creadas por un corazón asustadizo y agotado de librar batallas consigo mismo. Y durante un rato, me siento en calma. Me noto el cuerpo, me reconcilio con mi esencia, me ilusiono… Hasta que mi cabeza, siempre revuelta y acelerada, vuelve a meterme dentro cada una de esas palabras y vuelvo a rebosar de ansia, de necesidad de compartir mis ideas locas, mis pensamientos confusos, mis deseos, mis pequeñas manías absurdas… Nuestros pensamientos a menudo obran en nuestra contra, son nuestros más crueles enemigos, ejercen la más cruda de las tiranías contra su propia naturaleza… Nos invaden de quejas y nos niegan sosiego.

Os cuento mis reflexiones. Compongo una realidad paralela con pedazos de vida, algunos míos, otros prestados, pero todos ciertos, vividos, intensos. Os explico lo que busco, lo que siento, casi casi desnudo mi alma… Nunca del todo, quizás… Nunca hasta quedar tan expuesta que las miradas pudieran arañarme… Aunque bajando mucho la guardia, mostrando más las cicatrices que las heridas, los sueños que los desengaños, las miradas que las pupilas… Enseñando más a la mujer que a la niña, a la loca que a la cuerda… A la que esconde, que busca, la que sobrevive de emociones y es capaz de dar la vuelta a cualquier situación.

A veces os busco y estoy cansada, descompuesta, desencajada, revuelta. A veces estoy tan desdibujada que solo me noto a medida que escribo y veo como el dolor se escapa por la ventana. A veces, no mentiré, siquiera os escribo a vosotros, me escribo a mi misma. Tengo tantas verdades que decirme a la cara, tantas cosas de las que no me doy cuenta hasta que les pongo nombre, hasta que las digo en voz alta…

Otras veces, le escribo a aquellos que no me escuchan, entes sin cara o con cara difusa, personas sin oídos a las que tomaría de la mano y les mostraría las paredes desnudas de mi conciencia, de mi casa, de mi pecho y les pediría que entraran en mi historia para que por fin oyeran mis súplicas. Y les diría que la indiferencia es el peor de los venenos…

No las he visto, pero puedo imaginar vuestras miradas y vuestras muecas y quiero que lo que cuento sea compartido… Que alguna de mis palabras os sirva para liberar también vuestras angustias, para solapar vuestras risas con mis risas y vaciar desaires y lágrimas contenidas. Ser la puerta que se abre de un dique lleno que necesita soltar materia… Liberar miseria…

Y le escribo al mundo, también. Tal vez, sólo a mi mundo, para que no se rompa. Para que se puedan pegar sus trozos esparcidos vayan a parar a donde vayan a parar una vez estalle…

Espero que mis palabras sean el pegamento. Que sean como esas migas que todos dejamos para no perdernos, que sirvan para sujetarnos y saber que una vez han salido de nuestras cabezas, el miedo afloja y amanece.

Gracias