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A veces, te sientes tan sola que puedes oír tu ruido interior. Una especie de sirena que reverbera dentro de ti, con un sonido desgarrador en insistente. Un zumbido continuo y perenne que, a menudo, durante largo rato, no consigues escuchar, porque se integra en tus fibras y estructuras. Y cuando llueve y te da por recordar, suena con una insistencia impertinente, como si tu corazón fuera de metal y tu cuerpo una morada vacía. Tus manos buscan manos, tus ojos deambulan por la habitación intentado encontrar unas pupilas amigas donde posarse. Tu voz busca unos oídos amables que la escuchen, para contar sus historias y abrir la puerta de tu mundo. La soledad es tan hueca que grita, te deja tan sordo, mudo y cobarde que temes levantar la voz, levantar la cabeza y pedir. Si no pides, no tienes. Si no das, no recibes. Aunque a veces este mecanismo se te oxida, se desdibuja tras tus lamentos. Entonces te miras y no recuerdas quién eres porque te has convertido en tus quejas, tus dolores, tus angustias, tus ansiedades de madrugada y tus limitaciones imaginarias. Eres lo que lamentas ser. Lo que has pensado que nunca serías pero has imaginado con insistencia que ya eras… Ese retrato temible que has pintado en tu pensamiento y que no consigues ahuyentar…Y además lo sabes y te culpas. Y la culpa teje una telaraña en tu mirada y tu pecho que no te deja brillar ni respirar.  

A veces, tu soledad es tan rotunda que silba…

Enciendes el televisor, buscas la complicidad de la radio, abres la ventana para que el tráfico te recuerde que existe un mundo y que no es para ti. Que cuando cierras los ojos continua y late, sin tu mirada, sin tu risa. Que podrías desaparecer y desvanecerte y no se inmutaría. Que una losa de tiempo pasado te cae encima y no puedes levantarte… El mundo respira sin ti. El mundo existe sin ti. Y no es cierto, no lo es… Sólo lo piensas tú…

Aunque, a veces, lo sé, tu soledad es tan desmedida que ronronea en tu hombro…

Buscas un lugar donde ya no quepa nadie, repleto de voces y pensamientos. Un lugar donde recordar que formas parte de un todo imperfecto pero necesario. Donde puedes ser la pieza de un engranaje enorme. Y allí tu soledad es rotunda, gigante, descomunal… Suena una especie de gong tremendo que te zarandea de arriba abajo y te recuerda que vayas donde vayas, esa sensación te acompañará siempre… Porque la llevas dentro, porque la alimentas, la construyes, la consientes y la mimas hasta convertirla en tirana… Contigo misma.

A veces, tu soledad es gigante y brilla. Y tú gritas para poderlo superar y eco te devuelve los gemidos de una mujer desesperada y perdida que se busca y no se encuentra. 

A veces te sientes tan sola que te golpearías para notar tu perímetro, delimitar tu contorno y no fundirte con el paisaje… A veces te notas tan lejos de todo que crees que no respiras el mismo aire que el resto del mundo.

Has sido tú, que te imaginaste en una burbuja, que te dibujaste sola en un camino sin más compañía que el sol y un par de nubes. Eres tú quien cuando sueña se pone vallas a los sueños, los acota y reduce hasta ser sutiles fantasías y les pone la etiqueta de imposibles.

Eres tú quien ha acumulado la arena que te rodea para estar en tu desierto particular…

A veces te sientes tan sola y tus paredes reverberan tanto… Que no nos oyes llamarte y suplicarte que nos mires. Estamos ahí… No te compadezcas más de tu sombra, quiérete e imprégnate de ese mundo que parece que te aparta. Ama tus pecas, atesora tus derrotas y camina…

Lo sé… A veces, tu soledad es tan grande que te susurra al oído canciones de amor…