Todos decepcionamos alguna vez y nos decepcionan. Hay momentos en los que aquellas personas en las que más te has sujetado para no caer, te sueltan al vacío. Y te rompes. Tus pedazos se dispersan y no sabes cómo recomponerte. No voy a analizar sus razones, ellos sabrán… Supervivencia, falta de empatía, hartazgo, miedo, vergüenza… Hay un amasijo de factores que nos ponen a prueba y no siempre la superamos, porque no siempre somos nuestra mejor versión. No estamos a la altura de lo que deseamos ser y los demás merecen.

También puede que nosotros les hayamos decepcionado tanto como ellos nos han dejado helados con sus ausencias y respuestas. Tal vez hayan sido incapaces de decirnos a tiempo lo que no les gusta o les duele de nosotros o sencillamente es posible que hayan cambiado de opinión e incluso de vida y nuestra forma de ser les estorbe o no entre en sus nuevas circunstancias. En tal caso, puesto que todos somos libres, de lo único que podemos pedirles explicaciones es de hacerlo de forma abrupta, de ser incapaces de mirarte a los ojos y expresarlo, de no tener valor de sincerarse y de haberte tratado como a un mueble viejo. No es pedir demasiado ¿verdad? Alguien que ha compartido contigo momentos duros y que ha pedido tu hombro para llorar y también lo ha puesto para que llores tú tendría que honrar esos momentos compartidos con un adiós y un por qué. Enfrentarse a tus pupilas y decir lo que toca decir, aunque sea vergonzoso y duela, aunque a veces no haya más explicación que un “me sobras, me limitas, no quiero perder más el tiempo contigo porque no me aporta nada o ya no me reconozco en ti”. Incluso podría servir con un “he cambiado y ya no tengo tanto en común contigo”. Aunque sea sólo por los momentos hermosos o difíciles compartidos, las personas podrían ser más leales al cariño recibido, al dolor compartido, a los sueños esbozados en voz alta y no pisotear el recuerdo. A veces, te despiertas un día y descubres que llevabas dormido una década y que en ese tiempo has relegado tus fantasías y te has convertido en otra persona para poder sobrevivir. Miras a los lados y las personas que te acompañan no te quieren a ti sino a ese ser en letargo que ha narcotizado sus sueños para poder seguir… ¿cómo se explica eso?… ¿No eres tú, soy yo?

A menudo, este tipo de desaires no llegan solos. Las decepciones van por puñados, por manojos, como si se compraran en un mercado. Tal vez porque pasas un momento complicado y a muchos no les gusta la gente que vive en el ojo del huracán o quiere que los demás sólo les sonrían o solucionen sus problemas y no al revés. Es lógico, todos tenemos nuestras propias miserias y cuando uno termina un duro día, contestar al teléfono y oír las penas de otros no es agradable. Algunos ni siquiera contestan, por si la voz del otro lado no trae buenas nuevas. A menudo, pedimos a los demás que salten muros que nosotros nunca saltamos.

Tal vez seamos nosotros que debemos hacer un esfuerzo por entender y tragarnos ese dolor. Callar y buscar hoy entre nuestros pliegues una palabra de consuelo para otro, incluso cuando somos nosotros quién más la necesita. Es un buen ejercicio de cariño que nos ayudará a darnos cuenta de que no somos los únicos que sufrimos. Y esperar que mañana se invierta el camino y nos llegue la caricia y el consuelo y que nuestro dolor esté ya agotado.

La gran decepción llega cuando esas personas que son tu centro, tu apoyo, tu estabilidad, te dan la espalda. Cuando cortan el hilo que os une o sueltan la cuerda y te sientes solo. No porque te falte alguien con quién compartir, si no porque con ello crees que te demuestran que no hay nada infalible, nada que aguante mil años,  que no hay fidelidad posible ni lealtad que dure. Te dan un golpe seco que te hace despertar por unos instantes en un mundo donde nada es sagrado. Si alguien con quién compartes alegrías y tristezas durante años es capaz de traicionarte, venderte, soltarte, dejarte sin dar la cara, ocultar vuestra amistad porque no le convienes… ¿Qué podemos esperar de otras personas? ¿qué nos espera de alguien a quién conocimos hace un año y está ocupando una posición importante en nuestra vida?

¿Por qué ha sucedido?¿era falso todo? ¿qué parte de responsabilidad tengo yo en ello? ¿Soy yo capaz de algo así? ¿nada es sólido? ¿nada puede ser eterno? quiero creer que sí, pero el mundo no lo pone fácil…

El desconcierto es aún mayor si la persona que te da el empujón al vacío es una persona intachable, alguien que nunca hubieras pensado que lo haría, que sería capaz de no tener en cuenta tus sentimientos. Alguien que no te esperabas que fuera maleable ante otras opiniones contrarias a ti, alguien que tenía criterio y te quería, que no te ha avisado de lo que no le gusta cuando haces algo que no le gusta, que ni tan solo te pide explicaciones…

Si los que te quieren actúan así ¿qué esperar de los que no te quieren? ¿Qué esperar de este marasmo de caras que van y vienen? ¿no hay nada que aguante tu peso y tu integridad?

Una gran persona me dijo el otro día que cuando te sientes totalmente solo ante el abismo, cuando tienes que tomar decisiones y no sabes si aciertas o no, tienes que aferrarte a tus valores. Me recordó aquello que yo siempre tengo presente de “actuar a conciencia”. Si actúas así, aunque no aciertes y pierdas, sabes que no te has traicionado a ti mismo y que todo tenía un sentido. No puedes reprocharte nada porque no podías actuar de otra forma distinta a como lo has hecho, que tú eres “eso” y si por ello los demás te dan la espalda o no te aceptan, tampoco tendría sentido cambiar para que te abrieran los brazos de nuevo. “Eso”no serías tú, sería un sucedáneo de ti.

Y toda esta reflexión, nos preguntamos al final ¿de qué nos sirve ante la soledad más absoluta? Cuando todo nuestro mundo se tambalea, los pilares a los que no sujetábamos caen, nuestras raíces salen de la tierra y nuestras ramas se retuercen buscando un sol que no brilla… Cuando llegas a tu refugio esperando estar a salvo en plena tormenta y está lleno de goteras, la puerta no cierra y las ventanas son de harapos hechos trizas… ¿Qué te queda?

La respuesta me la dijo anoche otra persona que lleva a sus espaldas muchos desengaños… Tú. Lo que eres, lo que buscas, lo que sueñas, lo que has dado y lo que mereces recibir y lo que no. Tus principios, lo que nunca perderías, lo que nunca venderías, lo que no cabe en tu alma y lo que más amas. Aquellas personas a las que nunca traicionarás aunque ellas te cuestionen, aquellas ideas de cómo tiene que ser tu vida que no están en juicio. Esa sensación de no poder ser feliz si no compartes la felicidad. La imagen que tenías de lo que ibas a ser de mayor cuando eras niño y la que esperas sea tu legado. Lo que te viene a la cabeza cuando piensas en ti y no querrías borrar.

Y mientras te sujetas a ti mismo con un vértigo atroz y una cara de espanto que a ráfagas dibuja una sonrisa de superación, descubres que “para siempre” a veces son cinco minutos, a veces diez años y otras una vida entera. Que mientras bostezas cae un imperio y mientras duermes se construye otro y se seca un río. Que a veces abonas la tierra, la cuidas y la siembras y no nace nada. Otras sale una buena cosecha que se malogra por una plaga o una tormenta de granizo. Y en unos días descubres que es un campo de flores de todos los colores nacidas del desastre. A veces no siembras nada y el viento caprichoso ha traido semillas y te sorprende con algo inesperado…

Hay personas que comparten el camino de tu vida durante un largo trecho y luego se apean. Las hay que van entrando y saliendo de él. Algunas entran y lo revolucionan, le dan la vuelta y cambian tu camino y tu forma de andar por él. Otras te obligan constantemente a superar obstáculos. Muchas te tienden la mano cuando está oscuro y estás cansado o el tambaleo te hace caer… Sólo hay alguien que está siempre, eres tú y tu capacidad de amar y meter en el camino a quién amas. La capacidad de saber perder y afrontar, saber decir adiós y soltar a los que ya no desean estar en tu camino. La capacidad de ver que hay otros que también están solos y te necesitan. La capacidad de reírte de esta broma pesada y maravillosa y seguir. Quizás no se trata de preguntarnos a quién tenemos sino quién nos tiene o necesita… Puede que no se trata de buscar sino de encontrar.

Y continuar. Adaptarte sin dejar de ser tú. Seguir y agarrarte a veces solo a ti mismo y tus convicciones a falta de cariño o barandilla. Y de repente, mientras te lames las heridas y recompones tus vísceras, en un recodo del camino, te llevas una sorpresa y alguien te espera y te escucha. Si será un momento o un siglo, nadie lo sabe. Tal vez siquiera él. Dure lo que dure, será mejor aprovecharlo. Quiero creer en esto. Quiero confiar…