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Estamos acostumbrados a sufrir por encargo o, como siempre pienso, a llorar por adelantado.
Llevamos siglos haciendo esa gimnasia macabra de anticiparnos al drama y vivir en nuestros pensamientos miles de calamidades que nunca llegan a existir.
Y mientras esperamos que el abismo se nos lleve la vida y el entusiasmo, nos dedicamos a existir sin sentir.
Me atrevo a imaginar qué sería de la vida si en lugar de morir poco a poco esperando la gran muerte, nos dedicáramos a vivir . Si en lugar de esperar el dolor e ir haciéndole un hueco en el pecho para que se acurruque y quiera quedarse un rato, le cerráramos las puertas, imaginando que nos espera lo mejor. Lo sé, a veces, es muy difícil porque la vida nos gasta bromas pesadísimas y nos pone a prueba hasta el límite…
Ser felices por adelantado. Notar que la buena suerte nos ronda… Que la lluvia es un festival de sensaciones y entretenerse a degustar cada temblor, cada gesto, incluso los malos tragos, como si fueran dulces.
Caminar esperando que al final del trayecto haya algo grande y al mismo tiempo mirar cada detalle porque estás tranquilo… Porque sabes que vas hacia lo bueno y la ilusión te recorre las venas y te hace más capaz de apreciar lo pequeño…
Levantarse y pensar que hoy es el día. Que arrasas. Que vas a encandilar con tu forma de ser y que vas a toparte con personas extraordinarias que te encandilarán a ti por cómo son y cómo viven.
Emocionarse pensando cómo será de maravilloso cada momento, cada bocado, cada pequeña conversación, cada risa… Pensar lo genial que será rememorar este día cuando acabe sabiendo que mañana empieza otro mejor… Porque también te espera algo bueno, porque te pilla más sabio y más entrenando en esto de la felicidad.
Mirar la cola eterna que nos aguarda para solicitar un impreso y pensar que así tendremos tiempo a reflexionar.
Pensar que en el próximo tren encontraremos a alguien que nos mostrará la respuesta que buscamos, cuando se nos acaba de escapar el que debíamos coger.
Darse cuenta de que caer es volver a empezar. Que perder es mejorar la perspectiva para ganar. Que retroceder te permite coger carrerilla… Que hay más amores sin dueño aguardando tu amor y si te afliges no los podrás sentir.
Y hacerlo en serio, sin tener la sensación de ser estúpido ni pensar que vives en un mundo de ignorancia. Con entusiasmo infantil pero madurez de adulto.
Anticiparse a sentir y a querer.
Encargar un pastel para celebrar aún no sabes qué.
Soplar ahora las velas de tu centésimo cumpleaños.
Brindar por algo que pasará un día de estos, seguro.
Comprarse unos zapatos rojos para ir recibir un premio que todavía no te han otorgado…Y notar que se acerca el momento.
Peinarse para enamorarle antes de conocerle.
Enamorarte de ti por lo que él será capaz de ver en tus ojos.
Abrazar con preaviso. Acariciar con arrebato y casi delirio.
Ensayar mil besos esperando unos labios.
Construir el palacio antes de tener el reino.
Sacar el paraguas para que la lluvia note que la esperas y venga a llevarse los pensamientos tristes.
Sacarse las vendas para apremiar a las heridas, así se curan…
Bailar antes de llegar al baile.
Decir sí antes de conocer la pregunta.
Desearle antes de verle, antes de imaginarle.
Hacer un hueco en el alma para albergar un amor por si luego te ronda.
Alegrarse antes de saber el motivo. Por tantear, por experimentar, por entrenarse.
Jugar a crear algo sólo con imaginarlo, con creer que es posible, dibujarlo en sueños y esperar a que aparezca… Esperarlo sin prisa, sin desespero… Con esa risa tonta que precede a lo grande, con esa mirada limpia que te deja ver lo hermoso de este momento.
Comprar las semillas y buscar después un campo donde plantarlas… Sentarse a la sombra de un árbol chico que no hace sombra aún para estimularlo a crecer.
Ilusionarse por el puro placer de ilusionarse y más tarde encontrar la razón. Y descubrir que hay muchas razones, cientos,  miles, un millón.
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Dar las gracias por algo que sucederá… Y por todo lo que ya ha pasado y nos ha traído hasta aquí, a este metro cuadrado de vida desde donde esperamos volar.
Y todo esto sin dejar de vivir. Por placer, por amaestrar a la ilusión y hacer que nunca se escape… Sin aferrarse a nada más que saber quién eres y confiar en tus pies que te llevan. Viviendo cada instante como si fuera el último y sabiendo que puede ser el primero de una nueva vida.
Sin dejar de marcar el paso y levantar cada día las ganas.
Una dulce mezcla entre vivir y soñar. Porque esa felicidad de confiar te hace mimar cada detalle y ver lo mejor de cada momento y al mismo tiempo … Esa sensación de vivir cada momento hará que pase lo que pase merezca la pena el camino.
Porque vale la pena creer que pasará. Porque vale la pena apostar por ello y empezar a sentir que pasa, que llega, que está contigo y te envuelve.
El filósofo William James decía “no sonríes porque eres feliz, sino que eres feliz porque sonríes”.  Adoro esta frase porque forma parte de una lógica casi mágica y encierra tanta osadía  y descaro que sólo por eso es capaz de convertirse en realidad… Y no sólo eso, ¡transformarla!
Como una gimnasia maravillosa que te entrena para lo extraordinario y al mismo tiempo te hace ver la belleza de lo sencillo.