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Todos tenemos talento, absolutamente todos. Lo que pasa es que hay talentos más visibles que otros, que te permiten mostrarte ante los demás y llevarte una ovación. Y luego hay talentos ocultos, de esos que sólo se exponen ante el mundo en momentos complicados o que requieren unas circunstancias poco habituales para mostrar su esplendor… 

Nadie aplaude al que mantiene la calma cuando todos se ponen nerviosos, al que toma las decisiones difíciles, al que sabe escuchar a otros, al que aplica una necesaria disciplina… Y sin embargo, su trabajo es vital. Hay personas que son un bálsamo para los que les rodean, que lo impregnan todo de una sensación de paz y te hacen sentir tranquilo. Otras, sin embargo, saben encontrar palabras para animarte y motivarte cuando te falla la esperanza. Esos son talentos que no reciben méritos pero que ayudan a otras personas a cambiar sus vidas y sentirse capaces. Está el médico que abre tu pecho y remienda tu corazón para que siga funcionando y el que es capaz de decirte que dejes las pastillas y te vayas de viaje para encontrarte a ti mismo… El amigo que te recomienda libros y al autor que escribe versos. Hay quién tiene talento para cantar y con su voz te sacude el alma y quién te tararea una canción al oído con una voz no demasiado maravillosa, porque su don no es el de la música, sino el de paciencia infinita y la capacidad de amar… Hay quién construye palacios y quién teje la bufanda que te abriga cuando hace frío. Quién pilota un avión y quién lo sabe todo de las mariposas y conseguirá que no se extingan… 

A veces, salva más vidas la sonrisa de la recepcionista que el cirujano e imparte más justicia el mendigo que la jueza.

Todos tenemos un papel en esta función grandiosa y ninguno es pequeño, ninguno es baladí. Nada es azar, nada es en balde ni se pierde si sabemos escuchar a nuestra intuición. Lo que pasa es que a veces sepultamos nuestros dones bajo una cara amarga, una sensación de injusticia o un miedo atroz a mostrarnos tal y como somos…

Hay millones de formas de vivir y todas aportan, todas cuentan, todas son necesarias para que esto siga girando… No sabe más el que más aparenta sino el que más siente y se deja tocar por esa magia…

Hay tantas formas de brillar como personas con ganas de compartir y sentir… Lo que pasa es que buscamos la gloria que se nos olvida la vida, que dejamos de lado cómo vibramos cuando somos lo que realmente somos. Salimos al mundo buscando que nos reconozca, que nos haga protagonistas de algo grande porque nuestra vida se nos queda corta y necesitamos encontrar ahí afuera el amor que no nos damos… Y nunca llega. Y lo que llega, nos araña. Necesitamos gritar ante todos que valemos la pena o escondernos tras un muro para que no sepan todo lo que guardamos… Porque a veces, nos asusta más brillar que apagarnos, nos da más miedo ganar que perder… Tal vez porque perdemos bien, lo hemos hecho siempre, sin darnos cuenta de que la victoria es estar y ser, nada más.

Buscamos aplauso cuando en realidad queremos abrazo…

Buscamos ovación, cuando suplicamos beso.  

Buscamos éxito y fama porque es lo que más se parece ser dignos de amor. 

Nos subimos a la cima y no vemos la vista porque no queremos mirar, porque en realidad huimos del valle del que venimos… Porque ni el lugar más alejado del mundo nos separa de nosotros mismos… Porque cuánto más reniegas de lo que eres, más te ves reflejado en todas partes.

Queremos destacar pero no creemos, no confiamos en nosotros mismos, no nos sentimos merecedores de nuestros sueños y cada paso que damos nos alejamos más de ellos.

Queremos ser envidiables, adorados, admirables y nos sentimos diminutos cuando queremos imitar a otros y no conseguimos brillar. Mientras, pasamos por alto todo nuestro valor, toda nuestra esencia, todo lo que nos hace distintos… No encontramos nuestro talento porque no nos conocemos y esperamos ser otros.

No recordamos que hay algo más importante que encontrar nuestro talento, encontrar algo que te haga sentir bien, que te permita apasionarte y sentirte vivo… Curiosamente, muchas veces coincide con eso que desde simepre has pensado que haces bien, para lo que tienes una habilidad natural y lo que sin duda has decicado miles de horas. Dicen que hacen falta unas diez mil para conseguir hacer algo con destreza. Sin duda, una cantidad de tiempo que sólo invertimos en algo que nos maravilla, que nos fascina, que no hacen sentir vivos…

Y la verdad, creo que poco importa si somos el o la mejor haciéndolo, porque el mundo necesita tanto números dos como números uno porque nadie es mejor que nadie… A veces, el que domina la técnica no pone el alma y el que pone el alma, no afina.

Hay muchas formas de aportar al mundo y algunas son poco convencionales. Al final, el genio es alguien que decidió apostar por si mismo cuando el resto apostaba por mirar la televisión o esperar a que otros le sacaran del apuro. Es el loco que dijo sí, cuando todos dijeron no y que se puso el traje cuando otros se reían…

Todos tenemos talento pero no todos los talentos llenan estadios, algunos los dibujan, otros los imaginan y los construyen. Hay quién baila y quién después de ver bailar es capaz de perdonar al mundo y gracias a ese perdón arregla un reloj que dará la hora para despertar al que sonreirá y preparará un delicioso café a un hombre que hoy conducirá más feliz y parará a tiempo y salvará la vida de un niño que en unos años descubrirá un remedio para una enfermedad terrible o que escribirá un libro que inspirará a muchas personas a hacer grandes cosas como construir escuelas donde no hay escuelas, firmar tratados de paz, poner parches en los calcetines de sus nietos o dos jóvenes a tocar Hallelujah a dos violines en una estación del metro de una gran ciudad… Yo  les oí tocarla una tarde de invierno y me sentí capaz de todo… Mil gracias al gran Leonard Cohen esté donde esté y los que me trajeron su música de forma improvisada para que yo me sintiera volar.

Podemos hacer tanta magia casi sin darnos cuenta… La hemos hecho siempre, pero no lo vemos porque esperamos el aplauso para valorar nuestro trabajo y sentirnos valorados, aceptados, respetados por los demás y paliar así nuestra falta de amor por nosotros mismos… Aunque en realidad los grandes milagros se hacen en silencio… Olvidamos lo afortunados que somos y los muchos obstáculos que sin darnos cuenta hemos superado para estar aquí… Desde el primer momento, en nuestra concepción… Lo conseguimos nosotros entre millones y fue por algo… No éramos lo más fuertes, tal vez fuimos los que tenían más ganas de vivir, los que más confiaron en llegar a la meta, los que ese día brillaron más… Los que tenían una misión por llevar a cabo y un gran don que compartir…

Todos tenemos talento, tú también.  Lo que pasa es que si no lo usamos y lo ponemos al servicio de otros, se consume, se destiñe, se vuelve opaco y pierde intensidad… Es como una luz que mantener encendida a base de darle oxígeno, como un indicador de tu actitud y tu forma de enfrentar la vida… Si no honras y cuidas tu luz se siempre se apaga. Y se queda ahí, esperando a que vuelvas a prenderla y la lleves contigo…