Manifiesto

Manifiesto

Agua by Samuel Scrimsha

Foto : Agua by Samuel Scrimsha

Prometo llevar la contraria siempre que sea necesario.

Prometo decir no, cuando crea que no puedo quedarme quieta ante una injusticia o asumir una conducta que no me define. Prometo decir sí, cuando nadie lo diga…

Prometo un poco de selva verde en un pedazo de asfalto gris y un universo entero contenido en una mirada.

Prometo presentar batalla con mis palabras y la humildad de mis gestos. No achicarme ante las sombras ni esconderme entre mis pliegues ante los problemas cotidianos.

Prometo no contenerme. Vaciarme, expandirme, inundar lo que amo y envolverme de cielo…

Prometo mar y olas y arena tibia bajo los pies en mil tardes de verano… Prometo lumbre para el invierno y castillos ocres de hojas secas en los otoños más melancólicos. Prometo fuego en el inviero más  largo y severo.

Prometo dejarme llevar por la música y amansar a la fiera que me habita. Prometo sacar a la bestia apasionada que duerme en mí para comerme la vida… Prometo intensidad y efervescencia.

Prometo risa y buena locura controlada. Prometo irreverencia  para decir lo que tengo que decir y llegar hasta donde me dicte la conciencia. Prometo pasarme y no quedarme corta.

Prometo dudas e inquietudes…

Prometo silencio y prometo palabras.

Prometo quedar agotada intentando conseguir mis metas. Quedar exhausta y tan solo parar para tomar aliento y no perderme los rostros de las personas que están a mi lado y que me acompañan.

Prometo cariño aunque está cansada. Prometo aguantar noches en vela dando la mano y tardes de conversación sin tregua.

Prometo esfuerzo y voluntad de hierro, de ese hierro candente que también se doblega y adapta.

Prometo abrigo cuando se cuele el invierno en el alma y viento fresco cuando el aire se corrompa y el agua esté estancada.

Prometo trabajar mi carácter irascible y mi mente agitada. Buscar la calma que apacigüe mi impaciencia y sosegar mi conducta impertinente. Prometo abandonar al centinela que llevo dentro y que controla que no me desborde ni me suelte…

Prometo sentirme libre cuando me aten.

Prometo no atarme a nada más que mi cordura y mi conciencia.

Prometo dejar de tender al sol mis reproches y lamentos,  dejar de doblarme cuando según qué ojos me miran y de agachar la conciencia si me soslayan por las esquinas para ignorar mis pupilas deseosas.

Prometo no esquivar…

Prometo paciencia, aunque se me haga una montaña abrupta. Prometo seguir ilusionándome, aunque tenga que aprender a no esperar nada.

Prometo toda la imprudencia y osadía necesarias para fabricar mundos y desdeñar existencias sin substancia.

Prometo ser un incordio, si hace falta hasta el último día, ante aquellos que le buscan atajos a la decencia o le ponen riendas a la libertad.

Prometo volver locos a los que sólo critican, ignorando sus miradas de asco y prestar atención a los que miran con ojos bondadosos… Prometo contar historias con protagonistas asequibles y cuentos con finales sin perdices.

Prometo llegar al último día dispuesta y con cara de guasa.

Prometo mucha ironía fina y sinceridad descontrolada… Seguiré sin poner puertas a mi campo de flores rojas y sin quitar las espinas de mi lengua avispada e irreverente.

Prometo humildad y firmeza.

Prometo alegría y esperanza.

Prometo abrazos y algún corte de mangas… Sábanas limpias, ventanas abiertas y versos sin rimas forzadas.

Prometo valor y perseverancia. Prometo no olvidar quién soy, ni vender mis principios en los mercados o dejar caer mis valores en las charcas.

Prometo quedarme prendida en un rama antes de caer al vacío y ser la roca que deja que las olas la esculpan con la marea más brava.

Prometo ser también la marea y la rama.

Cuando la intención se queda corta

Cuando la intención se queda corta

Ser la noche que te espera tras la puerta de una tarde casi rota, despedazada por un momento turbio, una mirada esquiva, una respuesta lacerante.

Ser la sal y la cuerda que te ate al presente. Sin más amarre que tus ganas. Sin más imposición que la de tus pupilas saltando en mis pecas diminutas. Sin más empuje que el deseo…

Y nunca soltarte.

Buscar el verso y el rincón. Repetir el rezo hasta que parezca una canción monótona, un mantra necesario, una risa apagada. Pedir por ti, porque sepas llegar hasta mi noche sin perderte, sin asustarte al ver que mi cabeza torpe da vueltas a todo y busca sentido donde sólo hay laguna y encuentra arena donde había agua. Para que dejes de temer meterte en mi mundo de porqués y te sumerjas en mi silueta retorcida.

Ser la percha donde colgar tus miedos y desvelos. La escalera por la que subas a mi cielo templado, mi mar salado, mi alma agitada y las cortinas de mis ojos cansados que piden sol pero que lloran al encontrarlo.

Y nunca dejar de soñarte.

Ser el fuego con que quemar lentamente tus pensamientos agrios, las sacudidas de conciencia que te pega este camino que nunca será recto. Ser el zarandeo que te recuerda que estás vivo, el golpe que te hace darte cuenta de que el dolor te sobra siempre… El vaivén que mece tu sueño.

Ser la rotonda en la que gires siempre buscando la señal y el beso que te llegue antes de que abras la boca sin saber qué palabra pronunciar.

Y nunca, nunca dejar de buscarte.

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Enloquecer sabiendo que la sábana no llega a cubrirnos la cabeza para poder mirarnos a los ojos y contar secretos, desnudar mentiras y encontrar adjetivos nuevos para describir nuestras caras… Después de cada baile, después de cada salto, de sortear cada piedra del camino y recibir cada bofetada.

Ser la esquina de la cama que habitas, el pomo de puerta traviesa que muestra tu hombro desnudo, el espejo donde retener tu cara mojada y tu mirada tosca.

Ser la calle que se achica a tu paso lento y el aire espeso que cruza tu rostro recién lavado. Ser todas las luces y las sirenas que brillan y suenan. Todas las gotas de lluvia que caben en una tormenta que llega a ti sin avisar, las ráfagas de viento que arrastran esta noche que hemos dibujado lenta pero que pasa a ritmo de suspiro.

Nunca dejar de tocarte.

Andar por tu conciencia y quedarme en tu memoria. Esculpir mi sombra en tu recuerdo. Y que me busques hasta más no poder pensando que debiste sondearme más y revolverme menos. Que persigas mi sombra después de despreciarla y te des cuenta de que estoy tan metida en tu esencia que es imposible borrarme sin vaciar una parte de la tuya.

Ser el cielo que te mira sin parar y te ve pequeño, humano, que te podría tomar entre sus manos y mecerte, acariciarte…

Nunca perderte…

Ser el canto rodado de tu lecho de guijarros. La espina necesaria que te recuerde que muerdes y arañas… Ser la risa y la monotonía de un silencio que buscas y esquivas. Tenerte cerca, tocarte, masticar tu esencia… Enloquecer por notar tu presencia y asimilar tus latidos porque con la intención ya no basta y el sueño se queda corto.

Nunca dejar de bucearte… ¡Nunca!

La máquina de fabricar excusas

Funciona a pleno rendimiento. De día y de noche. Fabrica excusas para todo. Sólo hay que concentrarse un poco y no dejar nunca la mente en blanco, pensar precipitadamente y desear con todas tus fuerzas sacarte un problema de encima. Repetir incansablemente la palabra problema, sin parar, hasta que no haya nada más que supere su rotundidad y existencia, siquiera la tuya. Sentir como se te estrecha la garganta y pensar más en el conflicto que se abre ante ti que en una posible solución. No asumirlo, sentir un miedo atroz y no querer remediarlo para sentarse en una esquina de cualquier habitación, a poder ser poco ventilada, a ver como crece. Como se hace grande, enorme, como el problema se desborda y como invade tu espacio vital y ocupa tus pensamientos. Sopesar empezar a correr, pero preferir quedarse sentado, mirar a otro lado, sentirse agredido, ser parte acusadora. Entonces, la máquina de fabricar excusas se pone en marcha. Es rápida, en esos momentos no se le pide calidad sino cantidad. Y la máquina empieza a soltar. Fabrica excusas para no querer, para no ayudar, para no dar ni darse, para no dejar de sufrir, para no bailar. Excusas para no poder y para no saludar. Excusas para no parar de comer, para no parar de caminar, para vivir sin vivir. Excusas para no decepcionar y para que parezca que algo te importa aunque no te importe. Para no quedarse corto, para no pasarse. Excusas para inventar nuevas formas de decir no, sin decirlo y de que parezca que dices sí, pero sin comprometerse.

La máquina, de hecho, es experta en crear promesas sin compromiso. Fabrica sin cesar y cuando termina, se reinicia y vuelve a empezar. Para adquirir esta máquina es necesario previamente asumir que estamos cediendo un alto porcentaje de nuestra libertad de elección. Para ponerla en marcha no hace falta estar en grave conflicto, de hecho, todos la hacemos funcionar en algunas ocasiones en la vida, dependiendo del grado de necesidad y madurez. Cuando funciona a pleno rendimiento es cuando empezamos a considerarnos una víctima. La asunción de este papel, a veces con razones de peso o otras no, es difícil y ardua, pero una vez asimilado, todo es más fácil. Es un combustible para ella, hace que funcione más ajustada, que no pare ni en invierno ni en verano, que se le saque todo el partido posible.

Si no se desea asumir este papel es más recomendable optar por algunas otras máquinas del mercado, más eficaces y rentables. La máquina de fabricar oportunidades, la de fabricar frases de ánimo y aliento en situaciones adversas, la de fabricar ganas para levantarse pronto cada mañana o la de sacar tiempo de donde no hay. Hay modelos antiguos que aún están en la brecha como la máquina de subir cuestas con equipajes pesados, la de sobreponerse a decepciones y entrevistas de trabajo o la de empezar diálogos positivos en lugares incómodos. En el stock acumulado de máquinas hay algunas otras no suficientemente valoradas como la de estimular el ingenio, la máquina de achicar complejos absurdos y estupideces, la de fabricar momentos para pasar en familia cuando el trabajo no lo permite o la máquina de potenciar talentos ocultos para tirar del carro de la vida. Ésta tuvo gran éxito y mucha demanda hace unos meses, los tiempos son duros y muchos lo pasan mal y quieren salir del agujero. Y no quiero dejar de citar una nueva en el catálogo, la máquina de fabricar soluciones. Es un modelo compacto, no hace falta tener mucho espacio ni hacerla trabajar muchas horas cada día para sacarle rendimiento. Para adquirirla y sacarle provecho es imprescindible una actitud abierta y a poder ser haber tenido en casa antes la máquina de fabricar pensamientos positivos.

Ese ejercicio llamado política

Hacer política es difícil. Llevo todo el día reflexionándolo. Sobre “la más alta”, la que dirige un estado, y “la más baja”, la que se hace a pie por un pequeño pueblo mirando directamente a la cara de sus conciudadanos.

Me lo pregunto porque quiero entender a quien nos dirige y manda, quien lleva nuestro destino a un puerto u otro y decide cómo van a ser nuestras vidas.

Eso de mandar debe de ser complicado. Tomar una decisión pensando que beneficias a una mayoría sabiendo que en ocasiones vas a poner contra las cuerdas a una minoría… que sueña, sufre, necesita sobrevivir… y que al final, vota. Los votos siempre preocupan.

Intentar ejecutar un guión ratificado por unas urnas y luego salirse de él, equivocarse y rectificar o no… y oír las críticas perpetuas de todos. Pasar por el tamiz de la oposición y la opinión pública… como es de recibo, vivir con una llamada pendiente, salir de una criba y meterse en otra, acatar consignas … para ello hace falta ser un líder. Alguien capaz de modificar su paso sin perder el camino, alguien siempre con ganas de seguir y con estómago para tragar y encajar críticas… algunas severas y otras estúpidas… pero aseguradas a diario.

Alguien que da la cara y cuenta historias desagradables y que es capaz de mirar a la cámara y decir a su país que va a tomar decisiones bárbaras, injustas y que asume el riesgo y sus consecuencias, porqué muchos olvidan esto último, como si no existiera. Alguien que piense en tomar la decisión correcta y no la que le perpetúe en el poder.

Hacer política debe ser difícil. No lo dudo. La tentación es grande y la silla cómoda. A nadie le gusta admitir errores y tragarse palabras. A nadie se le hace llevadero responder preguntas incómodas.

Sin embargo, ese es el pacto. La prenda que hay que pagar por el honor de decidir, por pasar a la historia, por saber que con una palabra se puede mejorar la vida de millones de personas.

Debería de ser una renuncia constante de lo propio por lo ajeno, un espacio donde la satisfacción personal se base en la colectiva… donde se van a recibir golpes… a cambio de cierta notoriedad. Donde encajar las críticas y seguir y, un día, saber abandonar cuando ya se tiene la ilusión exprimida para dejar paso a otros… y llevarse a casa el vapuleo y contar hasta diez, cien o mil…

Hacer política debería ser un privilegio, un bien preciado que usar con cuentagotas como un elixir caro de vida eterna.

Y equivocarse forma parte de este ejercicio casi sagrado (si lo sagrado existe). Errar una y otra vez hasta dar con la propuesta acertada… pero sin perpetuarse en esa fórmula más que para evolucionar.

Hacer política, visto así, no parece una bicoca… sin embargo esa es la idea que tenemos todos en muchas ocasiones de ese deber que por desgracia está tan desprestigiado.

Busquemos el norte. Seamos cada día más exigentes con nosotros mismos como ciudadanos y con los que nos dirigen. Subamos el listón colectivo, no nos conformemos con los primeros de la lista…

Al final, resultará que la “alta política” se hace en pueblos y ciudades… donde los representantes públicos conviven en la calle con sus votantes y tienen que enfrentarse cara a cara… cada día. Y explicarse con la voz y las pupilas… y la más baja está arriba.