Ya nunca volverás a estar solo

Ya nunca volverás a estar solo

chica-libre-y-felizUna de las grandes asignaturas de la vida es conocerse a uno mismo y aceptarse. La más complicada, tal vez. La que más tememos y postergamos. Admitir y responsabilizarse de comportamientos que no toleraríamos en otras personas y que en nosotros somos incapaces de ver. Tener la valentía de reconocer errores y no poner excusas sino buscar soluciones… Los valientes luchan sólo consigo mismos, sin más armas que la madurez y el deseo de crecer, y ganan!. Se dan cuenta de que a su lado puede haber muchas personas, pero que esto es algo que deben afrontar en solitario.

Mirarse al espejo y decirse a uno mismo en voz alta «estás solo» es, durísimo. La ventaja que tiene es que una vez has sido capaz de hacerlo y has tenido el valor necesario como para aguantarte la mirada, todo cambia. Ya no estás solo. Ya sabes que puedes contar contigo. Que te importas lo suficiente como para ser capaz de  hacer un ejercicio de tal envergadura y querer seguir adelante. Es el efecto terapéutico de  las palabras… No se me ocurre nada más difícil y al mismo tiempo necesario que ser honesto con uno mismo. Reconocerse las actitudes bárbaras y los desatinos y hacerlo con ojos realistas pero a la vez constructivos, sin culpas, sin reproches, sin condenas ni cargas que arrastrar. De forma efectiva y práctica.

Conocerse a uno mismo te da alas. Todo lo que te libera de peso extra te las da.  Te ayuda a relativizar las estupideces del día a día e ir a lo suculento de la vida. Lo que precisa de esfuerzo doble, de arrodillarse y empezar a construir apoyos y nuevas relaciones, tejer complicidades nuevas, cambiar de maneras y actitudes… Saber qué hacer cuando en plena madrugada, la desesperación te cabalga en el pecho y te invade la cabeza de pensamientos que sólo conducen a un trote más rápido. Conocerse y saber a qué sujetarse hasta que no haga falta nada a lo que sujetarse que no esté ya en ti mismo. Listar tus retos y poner en fila tus logros, reparar daños para ponerse en forma y tomarse un tiempo para lamer heridas y cicatrizar… Recordar que puedes aunque no lo parezca ahora. Volver al espejo y decir en voz alta «no estoy solo, me siento solo… ¿cómo lo soluciono?» ponerse en marcha, trazar un plan que nos haga saber que sabemos cómo salir a flote… Amigos, familia y sueños dejados a medias por interrupciones permitidas y perezas consentidas… Pensar que mañana todo cambia, aunque llegue mañana y no cambie nada. Aprender a esperar cuando no se tiene lo que se desea. Buscar entre los resquicios de las puertas cerradas pequeñas grietas por donde escapar de uno mismo y descubrir que aunque escapes, todo seguirá igual porque antes de salir debes curar por dentro. Debes poder mirar al espejo y decir en voz alta «me tengo a mi mismo» y a partir de ahí construirlo todo de nuevo.  Ser tu más fiel aliado en este batalla. Ilusionarte con los detalles más mínimos. Recrearse en las formas y los olores, recuperar el paladar y encontrarse mirando un haz de luz que entra por la ventana como si fuera un prodigio. Y saber que estás en el camino de volver a ser tú pero sin arrastrar tus lágrimas.

Atreverse a no ver los problemas como algo que está fuera de nosotros sino que tiene las raíces dentro, que generamos muchas veces nosotros. Algo que se gesta entre nuestras paredes cada vez que hacemos algo que nos vacía, nos contradice, algo que va en contra de nuestra forma de ver la vida y topa con nuestros valores… O sencillamente algo que no queremos hacer. Saber que todo pasa y cambia si lo miras de frente y te escuchas. Si cuando llega el caballo que galopa en tu pecho, le percibes y te das cuenta de qué viene a decirte y por qué. Si eres consciente de tus emociones y le encuentras razones a esa ansiedad te pone su enorme mano en el corazón .

A veces todo pasa y cambia sólo con ser capaz de decirlo en voz alta, de pronunciar las palabras y admitir. Saber que una vez dichas, el escenario es otro y nosotros también. Somos otros pero somos nosotros mismos. Más libres. Más capaces. Más de vuelta de todo y con el equipaje más vacío de estupideces y penas… Sin desvelos no hay lecciones, sin conflicto no hay moraleja…

Cuando le pones un nombre a tu dolor, se disipa. Cuando encuentras las palabras para definir lo que sientes, sabes quién eres… Si somos capaces de llamar a nuestras penas por su nombre, las alejamos de nosotros… Llevamos las riendas y sólo las usamos para reconocerlas y comprenderlas, aceptarlas como una parte de nuestra vida y empezar a cambiar… Borrarlas y expulsarlas de nuestras vidas.

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Mirarse al espejo y saber que no estás solo, que no lo vas a estar ya nunca más, porque te quieres, porque te importas, porque valoras lo que has conseguido y lo que sueñas, porque eres una buena compañía para ti mismo. Porque tienes una ruta a seguir y una meta y un camino hasta llegar repleto de sorpresas, algunas buenas y otras no tanto, pero todas necesarias para ir creciendo por dentro y tomando conciencia de cómo eres… Para superar tus límites, para salirte del mapa que trazaste cuando no sabías quién eras y te quedabas corto en expectativas. Para salir de esa habitación con los deberes hechos y unas ganas locas de continuar… Sin quejas ni lamentos, con palabras que crean realidades nuevas.

Mirarte al espejo  y saber que no estás solo porque sabes quién eres... La soledad sólo anida en aquellos que no se conocen. Tú ya nunca volverás a estar solo.

Buscando silencio

Me voy a quedar callada. No diré nada. Me coseré el alma a los zapatos para que me siga adónde vaya, para no tener que arrastrarla ahora que está cansada y marchita. Que busca lecho cómodo y está dolida. Ahora que necesita mano suave y caricia. Seguiré andando, a veces por inercia y otras porque estoy convencida de que todo tiene sentido y de que mis intuiciones no fallan, que la final de este sendero abrupto hay una luz enorme y un mar salado donde podré flotar sin casi ganas. Donde volveré a sentir plenamente lo que hoy detengo, lo que escondo en un reducto de mi pequeño espacio vital para que duerma. Amaré el silencio, me cubriré con él y será mi consuelo.
Voy a ser buena, casi. Voy a domar la fiera, a dejarla dormida, que no muerta, para que pueda callar esa parte en mí que siempre busca por qués y guerrea sueños. Para poder soportar permanecer en estado de suspenso, de espera… Para apaciguar mi son guerrero y poder escuchar lo que me rodea, sin perder detalle de olores y colores, sin dejar de contemplar pupilas y olisquear palabras. Absorta pero atenta.
Mi corazón quedará en suspenso, a latido vago, mínimo… Quedará aislado, para poder darle descanso. Para que se quiera solo, que se busque abrigo… Que se escuche el lamento y acompase cada movimiento con el resto del mundo. Para que note que se quiere y se ría. Para que el dolor que siente se diluya poco a poco. Para curar y expiar veneno, ira y llanto. 
Voy a dejar mi deseo en barbecho para que mitigue desesperaciones y ansias. Para que frene pequeñas codicias y celosos miedos… Para que sosiegue y calme, para que se escarche hasta que pueda volver con la fiebre necesaria y el aliento desbocado. Hasta que sea cuerpo y arda de nuevo.
Y tendré la mente serena. Cesará la noria de mi cabeza loca y abocada al doble pensamiento, víctima voluntaria de ilusiones imparables y obsesiones persistentes. Hecha al sueño fácil, a la incertidumbre sostenida… Parará el devenir de historias y lágrimas, sobrarán las risas y se sumirá en un letargo plácido, en ausencia de vientos cálidos y besos sabrosos.
Y seguiré el camino. Con los ojos despiertos, anotando sueños y almacenando preguntas. Dejando pendiente lo superfluo para buscar lo básico, ahorrando energía, sacando temores al sol para secar… En calma, con el pecho borrado de punzadas y grietas. Depurando límites y complejos absurdos. Para que vuelva a estar virgen y escriba de nuevo historias alegres, con moralejas que suelten la carcajada. Para que mire atrás sólo para sentirse satisfecho del recorrido, de las lecciones, de haber sanado huesos y cerrado heridas. Para dejar que suceda lo que deba suceder. Sin impedir. Con el alma abierta y sin muros… Para poder oír esa voz que me incline a dónde sé que debo desplazarme… Para cambiar el trayecto y variar meta, para alterar el orden de los factores y modificar el destino. Buscaré palabras de sosiego, pero no las diré en voz alta. Voy a guardármelas, me servirán para contener angustia y harán de presa a mis desvelos.
Me lo debo. Porque nada cambiará si no me oigo, si no me busco. Nada cambiará si yo no cambio.
Y el silencio será un bálsamo.

Las palabras curan

A nuestro mundo le hace falta una cura de palabras. Es urgente. Tenemos que buscar entre todos palabras sabias para tapar heridas y sustituir palos, machetes, puños y uñas. Corre prisa. Vivimos un momento de histeria colectiva, de susceptibilidad máxima. Incluso los mansos y los cautos han empezado a lanzar saliva contra los que siempre buscan brega… ajenos al zarpazo que les espera. Lo hacen porque no lo soportan más. Asco por asco, piensan, mejor vivir en el desahogo de haberle plantado cara al chulo del lugar. Cada día hay más chulo, aunque tal vez sea yo, que presa de un alto nivel de desconcierto social, me creo que son chulos cuando lo único que hacen es defenderse o auto-reafirmarse.

Cada día hay más malentendidos y roces y quejas. Quejarse de forma constructiva es bueno, pero hace falta actuar para cambiar porque si no la queja se vuelve hábito y pasa a formar parte del carácter.

Se nota al cruzar la calle. Algunos ponen cara perruna, asustan. Otros tienen las facciones mutadas por el miedo, se les ve paralizados por la angustia, tienen escrita en el rostro una noche haciendo cuentas para pagar recibos.

Los recibos crecen, los sueldos encogen. Escasea en algunos lugares y momentos el “buenos días”, el “hasta pronto”, el “suerte mañana”, el “gracias por todo”… el “estoy contigo pase lo que pase”.

Estamos siempre alerta para clavar colmillo hasta la encía, pensando en negro, repitiendo en un mantra la palabra crisis hasta que se esculpe a fuego en el día a día y nos invade.

Tal vez parezca frívolo en un momento en el que pasamos escasez y muchos pierden su hogar y sus sueños… pero las formas importan. Importan porque se dirigen a personas. Importan porque evitan trifulcas y peleas y generan diálogos.

 

Y sobre todo, importan las palabras porque con ellas se construyen puentes, generan empatías. Importan porque convierten a la víctima en el dueño de su destino, porque generan oportunidades.

Necesitamos palabras, muchas. Todas las que encontremos van a ser pocas porque tenemos que cambiar esta inercia de malhumor y caras agrias, porque nos merecemos otro presente y otro futuro.

Cuando la intención las acompaña, las palabras curan.