Hay tantas cosas por descubrir…

Hay tantas cosas por descubrir…

poderes

A lo mejor tienes poderes y no lo sabes. No conoces sus límites porque no los has ejercitado, ni siquiera eres consciente de que existen y no sabes qué significan para ti. Alguna vez, después de pensar mucho en alguien y notar la distancia, te ha sorprendido recibir una llamada de teléfono y escuchar su voz al otro lado o encontrarle en el mercado olisqueando una manzana. Has cruzado una mirada y has pensado ¿es posible? Pero tu cabeza ha desechado la idea… El azar que es caprichoso y tal vez vuestros horarios comunes, vidas comunes, lugares comunes, gustos comunes…

Y más de una vez te has encontrado en un lugar que no esperabas, un rincón al que nunca hubieras ido a perderte. Intentas recordar cómo has llegado y te das cuenta de que han sido un cúmulo de despropósitos entrelazados que te han traído a un escenario nuevo, con caras nuevas. Y allí has topado con alguien. Por su forma de mirar sabes que debías encontrarle, que tal vez forma parte de tu vida un minuto o un siglo, pero que viene a modelarte, a perturbar tu cosmos controlado, a cambiar tu tango por un chachachá, a desatar una parte de ti que está dormida… Tal vez sólo llegue a ti para decir una frase, recomendarte un libro, mostrarte lo que quieres o de lo que debes huir. Tal vez viene a traerte a la cabeza a alguien del pasado o a mostrarte un camino que solo nunca ibas a atreverte a transitar.

Cada paso que das te lleva a otro, te cambia de casilla, abre un camino nuevo con otros posibles desenlaces. A veces dices sí cuando normalmente dirías no y todo gira, tu pequeño mundo planificado da la vuelta. Acabas metido en el lío más grande, en una casa desconocida, tras la barra de un bar en el que nunca habrías entrado, en un empleo que no buscabas, en una relación que nunca habías esperado, en un pedazo de mundo que ni siquiera soñabas con pisar. La suerte es esférica, te muerde la cola, está imantada a ti, sólo tienes que agarrarla aunque sea con las puntas de los dedos y no soltarla. Darle cuerda, dejarle espacio… Es como uno esos días que el mar está bravo y la ola que creías controlada acaba aspirándote y revolcándote hasta escupirte a la arena.

No lo entiendes pero te has dado cuenta de que atraes lo que buscas, a veces es por partes, por estapas, por momentos. Y no puedes ver hacia donde te lleva el camino hasta que no estás en los últimos pasos y miras atrás para ver el serpenteo de tu recorrido. No ves el dibujo que se forma en la tierra hasta que no subes a lo alto y miras desde el aire y lees el mensaje… No siempre puedes verlo o asumirlo. Hay tantas cosas que aún no sabes… Tantas cosas por aprender y probar, tantas por descubrir…

A veces se te acerca lo que no quieres para que lo identifiques. Otras se te pega lo que deseas para poder dejar de desearlo. Ay, a menudo se te filtra en el alma, sin poderlo evitar lo que no quieres querer y acabas teniendo que aceptar que la razón no siempre dicta tu mundo, que no puedes vivir a golpe de teorías y estrategias, que muy a menudo, no sólo se escoge con la cabeza y son tus entrañas las que dictan. Que no se puede vivir calculando éxitos y fracasos ni mirando el reloj, que no se vive sólo de lo que se toca. Que hay que cambiar de ruta, a veces, y volver a empezar.

Tienes poderes. Una brújula interior que te conduce a lo que necesitas, aunque no sepas qué es, aunque aún no lo hayas descubierto. Eres capaz de cazar sueños y convertirlos en realidades. Algunos te caben en la mano y otras te acaban convirtiendo en una pequeña figura de un gran escenario. Si te concentras en ellos, si los vives, si los sientes tanto que la opción de que nunca se cumplan se hace insoportable… Si cada vez que los imaginas brillan más y parecen más cercanos… Si cada vez que los retienes en la memoria te salpican y se hacen enormes… Entonces, pasan.

No siempre son como imaginabas. Algunos son mejores, otros pierden brillo a medida que los tocas y manoseas. Los hay que cuando abres la caja, notas un olor característico a sueño rancio, que ha tardado demasiado en llegar y ya no te toca por dentro como antes. Los hay que al abrirles la puerta te golpean la cara y ves que llevaban disfraz… Muchos sólo tienen como función que huyas de ellos,algunos llevarte a cambiarlos por otros si están en garantía para descubrir algo mejor… Hay sueños imperfectos que está bien que así sean.

Hay quién en la cola esperando a recibir su sueño se enamora y lo deja todo. Quién descubre que en la cola de al lado van más rápido y hay más garantías. Quién llega al final y consigue su preciado premio y todo le parace maravilloso, pero descubre conlleva una gran responsabilidad.

Todas las opciones son válidas, no hay vidas «a la carta» ni destinos correctos e incorrectos. Hay vidas intensas y vidas vacías. Cada uno tiene la responsabilidad de llenar sus huecos y llegar a completarse como ser humano. Tal vez nuestros poderes nos llevaron hasta allí para que hiciéramos precisamente lo que hemos hecho, aunque no era lo que habías pensado o imaginado.

Hay quién va huyendo siempre porque no quiere escoger un solo sueño de una vez, no quiere la responsabilidad de arrastrarlo cuando lo posea, porque tiene miedo a tocarlo, amarlo intensamente y perderlo… Tal vez sin saberlo atraiga su desesperación y se quede siempre con las manos vacías. 

Ser feliz no es fácil. La felicidad es un estado mental que da vértigo. Es como sujetar algo preciado y no querer que te caiga de las manos… Como sentirse en un continuo malabarismo. Eso es pasajero. La verdadera felicidad es aprovechar este momento y al mismo tiempo saborear la paz de sentirse en el camino deseado aunque sea sólo por hoy, siendo la persona que crees que debes ser. Sin deudas contigo mismo, sin más causa pendiente que la de seguir buscando con ilusión y hacer equilibrios. La felicidad es por momentos el espasmo y después el equilibrio. La cosquilla, la carcajada y esa flojera que te llega luego y que te llena de satisfacción. Es todo lo que hace que cuando respiras profundamente al llegar el aire al pecho no sientas esa punzada.

Tienes poderes. Busques lo que busques, vas a encontrarlo si crees en ello, si pones tu empeño. Eso también asusta a veces, soñar es un ejercicio de valientes, de intrépidos, de todos aquellos que a de vez en cuando dejan la prudencia en casa y salen a la calle con la cara de entusiasmo puesta. A ver qué pasa… Si hay suerte, lloran de alegría. Si no pasa nada, sonríen y planifican a dónde ir a buscar mañana.

Tal vez luego el sueño te venga grande o te quede pequeño. Tal vez te parezca tosco o demasiado sofisticado. Tal vez esté hecho para ti como nada más en el mundo…

No desistas. El dolor a menudo es un aviso y el miedo una barrera a saltar. A veces, tienes que caer hasta el fondo para tomar impulso o perderte mucho para tomar conciencia de que tienes que volver al camino. A veces, no hay camino y tienes que dibujarlo tú mismo. Ese es tu poder… ¡Úsalo!

Más palabras para la conciencia

Más palabras para la conciencia

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Siempre he confiado mucho en las palabras. Los que me conocen y sondean, lo saben. Confío en ellas sin fisuras. En su valor, en su capacidad de movilizar conciencias, en su elasticidad… En su poder para remover lo intacto y estático y crear algo nuevo, engendrar vida, darle la vuelta a las situaciones. Siempre he buscado locamente las adecuadas. Como si fueran únicas, como si fueran pócimas maravillosas que obran cambios imposibles. Lo he hecho a veces de forma metódica y obsesiva. Con placer, con un deleite máximo al conocerlas y usarlas, como si utilizara un material tan precioso que pudiera desvanecerse o evaporarse, un material escaso, algo que pudiera romperse o desaparecer. Porque es cierto, se evaporan, se funden si no les das importancia, se mueren si no las escuchas y les concedes un minuto para llegar a ti y salpicar tus entrañas. La palabras perecen.

Siempre he pensado que si era capaz de encontrar la palabra que podía llegar al corazón de cada persona sería capaz de tocar su alma. Hacerle entender lo que necesito explicar, hacer que me escuchara… Hacer que el resto de mis palabras llegaran al umbral de sus necesidades y su voluntad. A menudo, rozando la impertinencia. Aunque tal vez me tocó la presunción, las ganas, las ansias de poder cambiar cosas sólo con palabras, algo tan efímero que se borra, se omite, se encadena al viento y se fuga de nuestros oídos y cabezas. Algo que yo creo sólido pero que no tiene densidad ni peso…

Tal vez, he llegado a pensar… Les di demasiado poder porque precisamente siempre tuve presente el poder que tienen las palabras sobre mí. Porque las vivo, las escucho, las leo, las saboreo, las incorporo a mis pasos… Para mí escribir es vivir y dar una palabra, la palabra justa, es dar una parte de la conciencia, un pedazo de algo intocable pero altamente valioso, un contrato de honestidad, de sinceridad, de belleza incluso… La belleza que tiene lo imaginado, lo soñado… Un lugar donde discutir, charlar… Donde reflexionar e intentar ser mejor cada día.

No todos le dan el mismo valor a las palabras y no tienen por qué. No todo el mundo cuando dice “te quiero” ama con la misma intensidad, no todos están dispuestos a dar lo mismo, a recibir lo mismo, a responder de la misma forma y vivir en consecuencia. Hay muchas clases de amigos, de compañeros, muchas clases de vidas y de personas que se cruzan en la tuya.

Palabras como amistad, confianza, lealtad, fidelidad, valor, miedo, cariño, compromiso, promesa, deseo, sueño, felicidad, perdón… Y millones de palabras más no implican a las personas del mismo modo, no las comprometen igual, no las conmueven igual. Al final, nos damos cuenta de que a pesar de compartir complicidades cada día, interactuar y mezclar nuestras vidas con los demás, nos comunicamos usando códigos distintos. Usamos el mismo material para decirnos lo que queremos, buscamos, sentimos, pensamos, necesitamos… Las palabras… Aunque no todos les damos el mismo valor. Y a veces es muy difícil entrar en cabeza ajena y saber qué pasa por ella, interpretar un mal gesto, una mala respuesta, una mirada extraña… El descubrir si alguien te chilla porque no te respeta o es su forma particular de llamar la atención porque cree que tú no le haces caso… Saber si tus escasos “te quiero” son el resultado de una merma en ese sentimiento o tu necesidad de decirlo poco para que el otro sepa que cuando lo dices es verdadero. ¿Verdadero o falso? Se convierten en dos términos relativos depende de que boca salen, qué puño los escribe. ¡Las palabras son tan poderosas y a al vez tan relativas!

Para ir bien por la vida, lo ideal sería encontrar a aquellos que tienen el mismo grado de apego a las palabras que nosotros. Que las viven igual. Que se comprometen con ellas en el mismo grado. Sentarse a compartir un rato con alguien que te dice “me importas mucho” y saber que le importas como tú necesitas importar, que valora tu vida y que su cariño no sólo dura lo que dura el café… O tener claro que a pesar de que no lo dice mucho, cuando lo dice es de veras…

Sería tan fácil colgarse el grado de apego y valor que le damos a las palabras a la solapa como quien se prende un broche para ir a una cita… Codificarse por números o colores… A más color, más intensidad en cada palabra, más compromiso, más valor… Entrar en un lugar y mirar la solapa y la persona y comprobar que estamos hablando con un individuo con el código correcto. Ir con el color rojo reventón o azul eléctrico en la solapa y esquivar a alguien con un gris marengo o un azul celeste… Ahorrarse el dolor, el choque frontal contra la pared del desánimo, la frustración, la decepción, la cara de idiota cuando descubres que un “te necesito” es sólo un “los martes y los jueves si no me sale nada mejor”…  y un «pero a mí no me pidas lo mismo».

Aunque claro, eso nos ahorraría punzadas en el pecho, pero nos arrebataría la fantasía, la ilusión, el fuego interior… Haría que la búsqueda fuera anodina, rutinaria, falta de magia… Y no nos permitiría aprender, perder, caer, vacilar, descubrir, conocer… Y quién sabe, tal vez vamos por el mundo con un código equivocado, uno que creemos que nos representa porque no hemos conocido otros o es el que nos enseñaron y no tenemos el nuestro propio. Igual necesitamos volver a calibrar las palabras y cambiar el código que llevamos prendido . O tal vez alguien necesita sin saberlo aprender de nosotros a valorar el mundo con otros ojos y tomar prestado nuestro código…

He pensado en ello y lo único que se me ocurre para solucionarlo son más palabras. No doy para más. Me resisto a darme por vencida y perder la confianza en ellas. En ellas y en nuestra capacidad para hacer que todo cambie, cambiar nosotros para modificar lo que hay a nuestro alrededor, hacer que todo sea más fácil al comunicarse… La palabras me mueven, me fascinan y me aturden… Para mí son la medicina contra el desamor, contra la amistad más perversa y egoista y la pena de sentirse vacío, menospreciado, usado hasta las arterias, enroscado en un situación que te deja seco, agotado, asustado… Más palabras, otras palabras… Tal vez menos palabras pero más valientes, más arriesgadas. Las que se nos quedan siempre en la punta de la lengua, las que imaginamos que decimos pero nunca suenan. Las que nos gritan dentro y nos queman suplicando salir. Las que diríamos si fuéramos quién queremos ser si no tuviéramos miedo… Todas ellas juntas… Y más atreverse a mirar a la cara y decir lo que sentimos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que nos preocupa y asusta. Y también preguntar qué hay al otro lado, por si resulta que los desapegados en algún momento somos nosotros… Por si en nuestro afán por mirar las solapas correctas, hemos descuidado la conciencia.

Todo es posible

Cada momento de nuestra vida está repleto de oportunidades. Algunas están escondidas y tenemos que rebuscar para encontrarlas entre la maleza y las miserias… Entre las caras de agrias de aburrimiento y las de cansancio. Otras están ante nuestros ojos y llevan tiempo ahí, pero no las vemos. Unas están vestidas de rutina y otras de novedad. Los lunes, a menudo, las oportunidades llevan traje gris o tacones de aguja y no se distinguen. No las podemos separar del fondo del escritorio en nuestra retina porque tenemos la ilusión baja y los ojos acostumbrados a la oscuridad de algunos pensamientos que nos rondan. Es necesario estar siempre de guardia, al acecho, con los ojos de lechuza y el ánimo oxigenado para no perderse detalle de lo que pasa y cazarlas al vuelo. El hambre agudiza los sentidos y agiliza la creatividad, trae respuestas y genera nuevas preguntas.

Algunas oportunidades nos llegan previo golpe seco en toda la conciencia. Nos sacuden, nos zarandean. Llevan puesta la apariencia de decepción, de traición, de frustración… Aunque en realidad, si sabemos darles la vuelta como a los calcetines, son perlas ocultas. Llevan detrás una lección agridulce que tenemos que conocer…

Algunas oportunidades son lobos ocultos en cándidas caperucitas, dragones vestidos de caballero… Nos miran directamente a los ojos y nos ofrecen un cielo, una paraíso… Cuando en realidad nos muestran, sin nosotros percatarnos, un vertedero… Las percepciones de la vista son caprichosas… A veces, tenemos tantas ganas de subirnos a un tren para escapar de todo que no nos importa a dónde nos lleve. Incluso entonces, cuando estamos montados en él y a medio trayecto sabemos que nunca debimos subir… Podemos estar seguros de que nos traerá una moraleja, una enseñanza… Y que de esa oportunidad fallida surgirá otra. A menudo, hace falta bajar al vertedero para distinguir de donde viene el aire limpio y donde se pone el sol.

Sólo vemos las oportunidades cuando estamos receptivos, cuando tenemos tantas ganas de seguir y encontrarlas que nos las inventamos, las dibujamos en los cristales con el vaho de la tarde… Las imaginamos llegando en cada coche que pasa por la calle… Las descubrimos en las ideas propias y las ajenas. Siempre están ahí, pero hay que tener hambre para encontrarlas. Y cuando el hambre de salir de la opacidad, la rutina, el tedio, lo visto, lo oído, lo que ya me hemos intentado y no sirve es muy intenso… Las oportunidades salen del escondite, como los camaleones. Son como esas ilusiones ópticas de algunos cuadros, que sólo se ven cuando estás en el punto exacto, con la luz exacta y el ánimo alto. Como esa luna inmensa y rotunda que aparece cuando hay luna nueva o llena, pero que siempre está prendida en el cielo … ¿Alguien ignora que cada noche hay luna? sin embargo, en ocasiones, no se ve y otras veces se puede atisbar incluso ya es de día…

Y cuando no las vemos, hay que crearlas. Para no parar la inercia, ni el engranaje de las ganas, para que no cese la actividad de nuestras neuronas generadoras de deseos. Como cuando éramos niños y nos disfrazábamos de bombero, princesa, médico o payaso… Lo éramos, un rato, con toda la fantasía e intensidad que nos cabía en un cuerpo pequeño y entusiasmado… Y todo era posible, entonces.

Todo es posible ahora. Abramos los ojos… Sigamos hambrientos para que suceda.

Que el futuro nos pille siendo niños

Que el futuro nos pille siendo niños

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Cuando era niña las horas eran eternas. Sesenta minutos sentada ojeando un libro, fijándome en las comisuras de sus páginas, pasando los ojos por sus dibujos, siguiendo con las pupilas las letras… eludiendo pensamientos… eran una vida. Mis ojos lo escrutaban todo. Las formas caprichosas de las baldosas en el patio, la incandescencia de las bombillas, el reverso de las hojas de los árboles, los dibujos que formaban las nubes… todos los tenues quejidos que de noche se oían en casa. Lo pequeño era grande, enorme… digno de ser analizado hasta saciar la curiosidad. Y lo mejor, siempre parecía nuevo, sorprendente.

Cuando era niña notaba el calor del abrigo y el frío del helado. Los percibía intensamente con toda mi escasa materia, me calaban por dentro, me reseguían las esquinas… cada pequeña sensación era un tesoro, una experiencia capaz de transformar mi esencia, de mutarme, de hacerme más alta, más lista… más curiosa. Y siempre tenía espacio en mi dermis para una sensación más, un pedazo de vida nuevo… un camino distinto. Todo era gigante pero cabía en una caja diminuta.

Cuando era niña me bastaba con levantar la vista y buscar a mi madre y saber que era mi casa. Un par de besos eran una escuela, un palacio, un planeta. Mi cabeza sobrevolaba montañas y desiertos desde un sofá, mi pensamiento era de chicle, mis manos tenían magia para cambiar el mundo. Cuando era niña era de goma y de sueño, de pedazo de selva y de barco en el mar. Vivía en un castillo y era capaz de zamparme cualquier cosa que pudiera imaginar… y lo imaginaba todo y todo me cabía entre las manos.

Cuando eres niño todo es nuevo, eterno, intenso. Todo supone un pequeño reto, todo es asumible… todo se puede recortar y pegar. Y los esfuerzos tienen grandes recompensas…

Y maduramos o eso creemos. Aunque a veces, lo que hacemos es crecer por fuera; ponernos corbata o tacón alto, dejar el castillo, seguir un camino predeterminado. Nos ponemos rígidos como un palo y forzamos la sonrisa… porque no entendemos nada. El ejercicio de ser adultos debería suponer poder guardar esa capacidad de verlo todo cada día como si tu mirada fuera virgen… pero almacenar una conciencia sabia. Descubrir que no somos el ombligo del mundo y volver a mirar el reverso de las hojas…recuperar el juego.

Saber que no todo va ser como deseamos… pero que quizá pueda ser mejor. Recordar que no todo se ve y se toca, que no todo se alcanza con la mano pero que está a tiro de pensamiento. Y que cuando toca lluvia, hay que mojarse.

Que el próximo minuto nos encuentre un poco vírgenes… que el futuro no pille siendo niños.