Yo también quise ser una niña buena…

Yo también quise ser una niña buena…

ballet-2789418_640

Yo también quise ser una niña buena… Una buena persona. Me educaron para ello y me lo creí. Instalé en mi cabeza todo un programa detallado de creencias de lo que es una buena persona e intenté cumplirlo. Hasta que estallé y empecé a sentirme mal conmigo misma y me dí cuenta de que algo fallaba en el rompecabezas que estaba construyendo.

Por favor, que se me entienda, esto no es un alegato para dejarse llevar por la maldad, la indiferencia, para ser egoísta o pasar del resto del mundo, para nada… Seamos considerados, amables, respetuosos, generosos y reciclemos, por supuesto. Esto es una pequeña reflexión sobre la necesidad de ser desde la consciencia y sin tabús, clichés, manuales y dogmas de cómo se debe ser… Es un esbozo de lo que podemos llegar a conseguir si somos capaces de vivir hacia dentro sin esperar a que lo que está fuera cambie, de empezar a ser nosotros de lo que esperamos encontrar. Es un pensamiento sobre ser sin tener que hacer lo que otros quieren o creen que «debemos» y que eso nos suponga traicionarnos a nosotros mismos y vivir en un desequilibrio constante…

Esto es sólo una invitación a ser libres para expresarnos desde el respeto y actuar según nos dicte nuestra conciencia, sin pisar pero sin para ello pisarnos, sin callarse pero sin gritara otros lo que no nos decimos a nosotros mismos, sin esconderse pero sin tener que demostrar todo el rato que además de ser también lo parecemos.  No es lo que hacemos es desde dónde lo hacemos y qué sentimos por dentro. No es irse ni quedarse, es ser. Es estar con uno mismo en paz y a partir de ahí lo que se haga y cómo se actúe estará impregnado de esa paz y la libertad que conlleva.

Vuelvo a mi necesidad de ser una niña buena. Una niña correcta, excelente, ética, educada, prudente. Una niña ejemplar que acumula méritos y resultados, que siempre sabe qué hacer y qué decir… No, nada de eso está mal ni bien, sencillamente es. Seguramente hay personas que lo cumplen y se sienten libres, pero otras se sienten atadas. Ser buena persona no es hacer lo que se supone que se debe hacer, va más allá. Es existir desde la consciencia, estar conectado a uno mismo y vivir en coherencia. Empezar por amarse y respetarse y hacer sin imposición… No es mejor el que calla y baja la cabeza ante un insulto que el que responde con un insulto igual o más cruel. No estamos aquí para recibir insultos, ni agravios, estamos para levantar la cabeza y saber que nadie nos puede ofender si no nos dejamos, que el que nos insulta no nos define, se define… Y luego decidir si es sólo uno de sus malos momentos o si estar a su lado es más de lo mismo y decidir si vale la pena quedarse o marcharse… Y decidirlo desde la comprensión, pero desde la libertad, sin ataduras emocionales, sin dependencias, sin pensar que si nos vamos nos quedamos solos, sin aferrarse a nada que sea un sucedáneo de lo que realmente deseamos y somos… Nadie es mejor que nadie, todos estamos perdidos por aquí intentado existir y a veces caemos en pozos oscuros y no sabemos salir… La salida del pozo es en soledad siempre. O te sacas de ahí o nadie te saca. Habrá mil manos tendidas a veces,  pero la decisión siempre es propia.

Estar con otros para no estar solo no es ser buena persona, es sentirse nadie, es vivir desde la carencia de autoestima, desde la necesidad… Y somos más grandes que eso, merecemos todo el amor que somos capaces de dar, somos todo el amor que damos y que podemos albergar.

Ser buena persona es a veces solamente la máscara que nos hemos puesto para evitar ser nosotros mismos, para negarnos ese derecho que tenemos a estallar y echarlo todo por la borda, el derecho a estar tristes y notar ese dolor y observarlo a distancia para reconocer que en realidad no es nuestro… Es la excusa que nos hemos puesto para no vivir ese miedo que llevamos postergando y que ya toca afrontar de una vez por todas. A veces, nos tragamos el asco que nos da callar o bajar la cabeza y luego la náusea nos revienta dentro, nos retuerce el alma… Y eso no es ser buena persona, es hacerse daño a uno mismo y vivir dándose la espalda. Es dejarse a medias, es dejarse sin postre, vivir sin vivir, esclavizarse…

Ser buena persona es tenerse en cuenta y respetarse para así respetar a los demás desde la tu coherencia, desde el amor y no desde la necesidad, desde la honestidad, desde la grandeza de haber encontrado lo que te hace estar cómodo contigo.

Lo demás es máscara, es ego disfrazado de prudencia, es una sonrisa de joker dibujada sobre unos labios llenos de amargura y un rostro repleto de lágrimas… Es ese llanto alojado en la garganta que no te deja gritar, ni decir palabra cuando sientes que te venden, que te llevan al matadero de alegrías, es un no expresar lo que sientes y lo que eres… Un no vivir.

Yo también quise ser una niña buena, formal… Una buena estudiante, una bailarina perfecta, una princesa perfecta…

¿Cómo iba a ser buena si no era buena conmigo? ¿Cómo iba a ser buena si ni siquiera me conocía? Si no sabía qué soñaba ni deseaba porque estaba ocupada siendo el sueño de otros, el sueño de lo que se supone que sueñan las niñas buenas y consideradas, las niñas que cumplen con un expediente inmaculado…

Aunque yo siempre fui rebelde y nunca quise ceñirme a nada… Apretaba la mandíbula y rechistaba entre dientes, gritaba por dentro mientras almacenaba rabia en la garganta… Tanta rabia, tanta ira, tanto dolor… Necesitaba golpear al mundo al que detestaba por tanta norma y me golpeé a mí misma… Y no conseguí nada… Y después de probar mil años a ser buena,  un día vomité todo ese dolor y grité como una loca basta… Y se cayó un pedazo de cielo y una ola inmensa me dejó desnuda y cansada… Aunque parezca mentira, ese fue mi primer gran acto de bondad hacia mí misma y el primer gran acto de bondad hacia el mundo…

Nadie da lo que no se da y cuando lo da siempre se le devuelve.

Nadie puede compartir lo que no es ni tragar dolor por ser aceptado o considerado por nadie.

Para amar al mundo hay que aceptarlo tal y como aunque no nos guste primero …

Para amar al mundo hay que aceptarnos y amarnos a nosotros mismos primero tal y como somos aunque a veces no sea fácil.

No hay manual para vivir, somos nuestra propia inspiración, pero para poder escucharnos hay que conectarnos a nosotros y desconectar de todo aquello que nos recorta y manipula.

Yo también quise ser una niña buena y ahora sólo intento ser una persona coherente… Amarme y respetarme siempre. A veces no lo consigo, pero cuando pasa, desde la coherencia es mucho más fácil ser amor, dar amor, compartir amor.  

 
Te invito a conocer «Manual de Autoestima para mujeres guerreras» el libro que escribí para compartir mi experiencia y poder guiar a otras personas en esta maravillosa aventura del amor verdadero, el amor  a uno mismo… Puedes leer aquí un poco y si te animas, te regalas lo que mereces…

Educando en el pasado

Educando en el pasado

nina-hojas
Dice el coach Raimon Samsó que el 65% de los alumnos actuales de Primaria van a estudiar carreras para puestos de trabajo que no existirán.
No lo dice ahora, ya en su libro “El código del dinero” sobre libertad financiera y cambio personal lo dejaba claro hace años afirmando que si el trabajo que haces lo puede hacer una máquina u otra persona por menos estás perdido. En el que libro ya trata sobre de la diferencia entre vender tu tiempo a cambio de un sueldo o aportar tu valor y ser tu propio jefe.
Hace tiempo que entramos en otra era, pero parece que no nos hemos dado cuenta o no queremos porque nos asusta demasiado asumir el poder de llevar las riendas de nuestras vidas. Fingimos que todo es como antes, trabajos seguros, vidas estáticas… Y nada es así ni lo será. Estamos abocados a  trabajos de subsistencia que no te permiten subsistir o a tomar la decisión de apostar por nosotros mismos y por la excelencia, por aportar el talento y dar un plus… Esos trabajos que tienen que ver con la creatividad, con innovar y servir a los demás son la única baza que tenemos para vivir las vidas que merecemos y encontrar nuestro sitio.…
No educamos a nuestros hijos para que ocupen su lugar en el mundo y entiendan que tiene poder sobre su vida. Les educamos para pelear hasta el absurdo, hasta la extenuación, por algo que ni tan solo saben si desean.
Me decía mi hija el otro día que desde hace un tiempo en la escuela “ya no crea nada nuevo” seguramente porque se hace mayor y han dejado de lado la experimentación para pasar a la fase de almacenaje de datos puros y duros. Y eso que en su escuela transmiten mucho más, están abiertos y los profesores son personas que ponen el alma en lo que hacen, pero lo hacen con las herramientas que les dan y ceñidos a un programa establecido… La verdad es que conocer  es importante, pero no como mero acto de almacenar para luego volcar en un examen sino para comprender y crecer a partir de lo que eso te sugiere. Sabemos mucho de historia, pero está claro que no la hemos interiorizado porque nos dedicamos a repetir los mismos errores…  Hay que aprenderlo, no nos va mal  la gimnasia mental y saber  el origen de todo, pero hay que revisarlo porque hay que trascender la teoría y entusiasmar.  Hace falta incentivar a crear, a cuestionar, a buscar otras maneras, a despegar, a despertar la curiosidad…
Y eso no es sólo trabajo de la escuela, es un trabajo de toda la sociedad, empezando por lo que ven y oyen en casa.
No podemos vivir vidas a medias y esperar que nuestros hijos sepan lo que son vidas enteras.
No podemos conformarnos con pensar dentro de un recuadro y esperar que nuestros hijos entiendan que pueden ir más allá y romper moldes.
Estamos ante un nuevo paradigma y de nada sirve esconder la cabeza y esperar que a que pase, porque no pasará. Hay que enseñarles a pensar y decidir, a asumir, a comunicar, a aceptar y encontrar el aprendizaje, a empatizar con otras personas y a liderar sus vidas.
No podemos educarles como a ovejas y esperar que sean pastores.
Debemos enseñarles a entender a las personas y cooperar con ellas… Eso es el futuro. Las personas… Lo que sueñan y lo que necesitan.
Hay algo que pueden hacer nuestros hijos que otras personas necesitan y pagarán por ello. Hay que darles alas para que lo descubran y desplieguen su valor, para que pongan en práctica sus dones y se enamoren de lo que son capaces de hacer, que lo vivan y lo contagien.
Para que descubran cómo dar servicio a las personas. Cómo entretenerlas, cómo hacerlas pensar, cómo conmoverlas, cómo entusiasmarlas, cómo cuidarlas cuando están enfermas, cómo calmarlas cuando están desesperadas, cómo ayudarlas a planificar su futuro, cómo construir casas mejores para ellas, cómo acompañarlas …
cometa
Como dice  Samsó, cualquier cosa que no haga una máquina.
Cualquier cosa que suponga poner tu talento y tu actitud a su servicio. Que te haga útil y te diferencie de lo que ofrecen los demás. Nuestros hijos triunfarán en sus vidas si reconocen sus diferencias y las ponen a trabajar… Sin embargo, es difícil que lo hagan si nos pasamos la vida inculcándoles que es mejor encajar y pasar desapercibido. Si cuando alguien es distinto, le señalamos con el dedo.
Nos tenemos que plantear ya enseñar a nuestros hijos a tener el poder sobre sus vidas, cómo administrarlas, darles cultura financiera, gestión emocional… Nos falta mostrarles cómo cambiar los dogmas y darles la vuelta, cómo despertar y disolver todas sus creencias limitantes. Aunque tal vez para eso, primero debemos aprenderlo nosotros porque nos movemos como autómatas y vivimos con el piloto automático puesto…
La verdad es que hemos delegado nuestra  tarea como padres porque estamos ocupados pensando cómo sobrevivir y trabajando mil horas para un suelo de miseria… Y eso es lo que ven nuestros hijos… Cansancio, negatividad, pensamientos en bucle corrompidos por ideas que ya eran caducas cuando nacieron porque hablaban de una forma de ver la vida con miedo… Ansiedad, desesperanza, queja constante… Nuestros hijos ven como comemos sin notar que comemos, como dormimos sin dormir, como se nos pasa la vida sin vivirla como merecemos.
Y aprenden a creer que no se merecen más. Y cuando crees que no lo mereces, no lo consigues porque ya no no forma parte de tu vida, porque ya no lo imaginas posible.
No les educamos para quererse a ellos mismos… Cuando un ser humano no se quiere a sí mismo, se conforma con migajas y tolera lo intolerable para él y para otros. No les dejamos experimentar, ni caer, ni ensuciarse ni hacer nada al revés, a ver qué pasa…
Estamos educando a nuestros hijos para tener miedo, con miedos prestados, los nuestros, los de siempre, los de nuestros padres y los padres de nuestros padres.  No les enseñamos a imaginar otros mundos, otras posibilidades, a hacerse preguntas impertinentes… No les enseñamos a crear las oportunidades que necesitan, no les hemos dicho que su vida dependerá de cómo ellos sepan crearla. Les educamos para que sean personas tristes y desesperadas con un futuro triste y lleno de desesperación.
Y en la escuela, les enseñan a ser hombres y mujeres del siglo XX.  Les educan para el pasado… Para ser personas limitadas y determinadas, sin saber gestionar ni sus emociones ni su economía,  con una cultura  basada en callar y obedecer.
Nos obsesiona que dominen la técnica, que sepan qué botón apretar. Y no nos damos cuenta de que cuando sean mayores todo el mundo sabrá qué botón apretar (de hecho, ya casi nadie apretará botones) pero no les preparamos para aguantar la presión que supone apretarlo, decidir cuándo, llevar un equipo de personas, gestionar sus emociones, confiar en sus capacidades, vivir con la actitud necesaria para sentirse capaces de lo que sueñan, ser quienes verdaderamente son y no limitarse.
Les educamos para sufrir como nos educaron a nosotros. Como si sufrir fuera la forma de conseguir lo que quieres, como si sufriendo se acumularan puntos y al final de la partida los pudiéramos canjear  por… ¿felicidad? no, nunca, cuando sufres por algo nunca consigues paz… Tal vez una falsa sensación de perdón o de dejar la culpa un rato. La felicidad es vivir en paz cada día y saber que estás de tu parte, que confías en ti y en la vida, que sabes quién eres y actúas de forma coherente a cada momento.
Falla el sistema, que educa para bajar la cabeza y resignarse. Para pasarse la vida luchando por muy poco y quejándose por no llegar a la cima a pesar de esforzarse al máximo… Nos educan para cargar culpas y obedecemos sin rechistar, nos educan para pensar que no conseguiremos nunca nada y no conseguimos nunca nada…
Nos despojan de nuestro poder al nacer y nos obligan a intentar derribar muros macizos en lugar de decirnos que los podremos saltar si nos dejamos llevar por nuestras ganas e imaginación… Y nos golpeamos una y otra vez porque no sabemos que hay alternativas.
Nos educan para que pensemos que el trabajo es un privilegio y que hay que sufrir mucho en él… Y no disfrutamos haciéndolo porque no nos identificamos… No nos hace sentir que valemos, que aportamos…Y no en consecuencia, no llega la magia que se crea cuando amas lo que haces y brillas.
Triunfar requiere trabajo, cierto, pero con amor, con felicidad, con entusiasmo, con emoción… Se trata de un trabajo interior sobre todo. Eso que hace que parezca un suspiro y cuando llega el lunes estés pensando en el montón de cosas maravillosas que tienes por hacer…
El futuro no debe dolernos… Y para ello no nos debe doler el presente. No tenemos porque ser infelices para ganar una miseria… Seamos felices haciendo lo que amamos y que eso sirva para que otras personas sean felices.
Y mi hija me pregunta… ¿Cómo sabré  qué quiero ser yo de mayor, mamá?
Complicado, pero si te escuchas a ti misma, lo sabrás. Porque es algo que te saldrá solo. Algo a lo que dedicarás horas sin darte cuenta y te sentirás satisfecha. Algo que harías sin cobrar,  pero que tiene mucho valor para los demás y merece el dinero que cobrarás y aún más… Algo que será bueno para otras personas y les aportará beneficios. Algo que te hará vibrar y que te dejará tiempo para ser millones de otras cosas en la vida… Algo que te hará feliz a ti y a demás… Algo que te llenará tanto que no te quedará duda alguna que es tu misión, lo que has venido a hacer a este mundo… Lo sabrás porque todo lo que haces, en el fondo, es lo que tú eres.
 

Muchas formas de ser maravilloso…

Muchas formas de ser maravilloso…

Voy caminando con mi hija, venimos de dar un largo paseo. De repente, me mira y me pregunta “mamá voy a tener que hacer dieta, verdad?”. Y me quedo perpleja. Tiene ocho años preciosos y no le sobra ni el falta nada. Come de todo, hace ejercicio y no para nunca. Es una niña saludable, está maravillosa… ¡No puedo creer que nadie piense que tenga que bajar de peso!! ¡Menos ella!! Me quedo alucinada… Aunque hoy mientras paseábamos un par de personas le han dicho que ha crecido mucho y que se la ve fuerte, al decir esa palabra han hecho esa cara de “digo fuerte como eufemismo”. Una de ellas, se ha permitido rodear su brazo con la mano (lo rodeaba de sobras) y hacer algún comentario sobre lo apretada que está… “Claro, porque come sano y hace mucho deporte-he dicho yo con cara muy seria-eso se llama salud”. Espero que la persona que me lo dice haya notado que no me gusta ese gesto, que mi hija no es una res, ni está esperando a que nadie la tase ni la valore…
Nos han acostumbrado tanto a ver niñas cadáver en los anuncios que si no parece que el niño sea transparente nos permitimos pensar que le sobra peso. Nos han dicho que la belleza son las costillas marcadas, las caras hundidas y pegadas a la calavera y las piernas de palillo… Y nos lo hemos tragado sin rechistar.
Y ahora me doy cuenta de que esas palabras la han afectado, que se ha sentido mal por esos comentarios y cree que le sobran kilos. Se mira la barriga y me mira a mí… Y no le sobra nada. Se lo digo. Le digo que su médico es quién debería decidir si le sobra o no y qué hacer. Que no es el caso, porque ella está en su peso y altura y está maravillosa. Que si come menos, se pondrá enferma porque está creciendo y necesita alimento. Que, en todo caso, podemos hacer algo más de deporte, aunque ella ya hace el suficiente. Le digo que no se preocupe por lo que dicen, que la gente critica porque se aburre, porque no se quiere no lo suficiente y necesita criticar, porque siente que tiene que decir algo… Le digo que  ella nunca ha sido menuda, que está preciosa y se la ve radiante tal como es. Porque cada uno es como es y eso lo hace diferente y que es una suerte. Si todo el mundo fuera igual, el mundo sería terriblemente aburrido. Por eso ella tiene amigas que está más delgadas y otras no tanto y que lo que importa es que estén sanas y se quieran como son.
La miro y veo sus ojos vivos que se fijan en los míos… Sé que me quedo corta, mis palabras no pueden llegar a expresar lo que me atraviesa el alma ahora, me gustaría que por un momento ella sintiera lo que yo siento, que se viera con mis ojos y quedara sorprendida de su asombrosa belleza…
Sus miradas inteligentes… Sus ideas para cambiar el mundo… Su preocupación por personas que no conoce pero que necesita que estén bien… Sus dibujos perfectos… Esa nadadora excelente que lleva dentro… Esa científica brillante que hace experimentos en su habitación…
Sus cabellos llenos de reflejos dorados, sus ojos impactantes, su cara preciosa, su cuerpo sano y perfecto…
Aunque no lo ve. Mis palabras le llegan, pero noto que tengo que borrar de su cabeza las palabras de esas dos personas que la han hecho sentir incómoda con su cuerpo.
¡Cuánto daño podemos hacer en un momento con nuestras palabras! ¡Cuánto dolor juzgando y criticando a los demás en lugar de mirarnos a nosotros mismos y ser compasivos!
Al fin y al cabo, cuando encuentras algo que te molesta en el otro es porque eso te molesta en ti o te preocupa. No nos damos cuenta a veces de la repercusión que tienen nuestros actos, sobre todo cuando afectan a criaturas que aún no son capaces del todo de distinguir entre lo que importa o lo que no, que no saben que es lo esencial y no han aprendido a quererse aún como merecen.
Vale la pena que revisemos entre todos un poco hacia dónde van nuestros valores… Si salimos a la calle y podemos hacer daño aunque sea sin querer para sacar de dentro nuestras frustraciones y aliviar nuestros traumas lanzando la basura acumulada que llevamos dentro sobre otros…Hay temas que no deberíamos tratar a la ligera, cuando afectan a personas vulnerables y no hacerlo sin criterio ni conocimiento suficiente.  Ya es complicado educar y lidiar con la intrusión masiva de imágenes y modelos de conducta que destruyen en dos segundos el trabajo hecho durante días explicando a tus hijos que deben respetar y quererse. Como sociedad tenemos muchos retos importantes, uno de ellos es contribuir a dar herramientas a nuestros hijos para que crezcan sanos y con valores sólidos. Quién no esté dispuesto a ayudar a ello, simplemente que no se meta… Si no puedes construir, mejor quedarte al margen…
Y me doy cuenta. Yo también he  fallado. Aunque he intentado cambiar de tema y he dicho que estaba preciosa ante esas personas, debería haber sido más contundente cuando han empezado a hablar de mi hija como si no estuviera…Debería haberles dicho… «Tú opinión no nos interesa. Estamos fantásticas y sanas. Nos da igual que tú creas que nos sobra por aquí o por allí, no queremos tu menosprecio ni tu risita irónica».
«Si tienes ganas de desahogarte por tus traumas, te deseamos mucha suerte, te enviamos mucho cariño y te recomendamos que te mires al espejo y te sinceres… Deja de jugar con las emociones ajenas porque ya eres adulto. Mi hija no es tu sparring, ni el pañuelo donde sonar tus mocos».
Hay gente alta, baja, rubia, morena, musculada, sin muscular, de piel clara, de piel oscura… La belleza no es un estándar. Tiene mil tallas y estaturas, es de mil colores y está por todas partes para quién sabe verla y apreciarla… Es una mezcla entre salud y autoestima… Entre libertad y felicidad. No está en un molde ni proviene de una fórmula matemática… Hay muchas formas de ser maravilloso. Hay muchas clases de belleza…
No tenemos que encajar, tenemos que ser felices.
foto-montaje

Consumiendo muerte

Me quedé ayer estupefacta… En Gran Bretaña han prohibido un anuncio porque una de las modelos que aparece en él está extremadamente delgada. Terriblemente delgada. Cadavérica. Y no hablo de la típica chica a la que todo le queda bien porque no le sobra carne en ningún sitio, hablo de una joven de bonitas facciones que sería agradable contemplar si no fuera porque se intuye demasiado su calavera.
Dicen los responsables del organismo que ha tomado la decisión que la chica tiene expresión demacrada y que su torso y sus brazos son tan delgados que pierden la proporción ante su cabeza. La verdad es que la joven no parece sana, aunque podría estarlo porque todos conocemos a personas que están siempre esqueléticas y su metabolismo les permite comer todo lo que desean.
Aunque ese no es el problema. La moda es apariencia. Las chicas que salen en los anuncios son al final el modelo a seguir para muchas personas, algunas de ellas niñas y adolescentes que identifican la belleza con esa imagen enfermiza. El tema de la extrema delgadez de las modelos hace años que se comenta, siempre sale alguien a decir que todo está cambiando pero en realidad, no cambia nada.
Se acentúa más aún. Porque ahora no hace falta que sea la modelo de turno que cuelga en Instragram sus abdominales imposibles, cualquier niña puede hacerse una foto y dar la vuelta al mundo emulando a sus musas. Y ahí empieza la competición. La semana pasada, las chicas debían tener la cintura más estrecha que un DIN A 4. Ahora una modelo que parece que vaya a caerse, a doblegarse, a salir volando  si sopla el viento… Con los ojos un tanto hundidos y el cráneo marcado, al puro estilo Monster High.
De hecho, no hace mucho, Gigi Hadid, una modelo preciosa de cuerpo maravilloso, sano y de medidas posibles, tenía que salir a defenderse porque en las redes la llamaban “gorda”. Os pido que echéis un vistazo a ese pedazo de mujer, delgada sin ofender y guapa a rabiar, con una cara de salud envidiable y os preguntéis qué estamos haciendo como sociedad si alguien cree que a ella le sobran kilos.
Cada día hay más fotos del antes y del después. Sin que eso signifique que no debamos estar en forma, lo debemos estar, haciendo ejercicio y con hábitos saludables. Aunque no ayuda nada a la hora de educar a nuestros hijos esa insana obsesión por contarlo todo y medirlo todo.
Nos pasamos la vida persiguiéndoles manzana en mano ante mil tentaciones de bollería industrial que les ofrecen en dos minutos un subidón de azúcar que les hace sentir que pueden con todo… Hasta que diez minutos después no pueden con nada y todo parece gris.
Como sociedad, primero les atiborramos de grasa saturada y luego les hacemos sentir culpables por no parecer cadáveres andantes.
Y vamos más allá. ¿Quién ha decidido que eso es belleza? Porque, la verdad, y con todo mi respeto por esa modelo a la que definiría como hermosa con un poco más de vida en sus mejillas y sus ojos, a mí me repugna.
Hemos encumbrado nuevos héroes y heroínas cuyo único superpoder es un físico, en este caso muy discutible desde el punto de vista de la salud, sobre todo, y nos hemos quedado tan tranquilos.
No todo vale. No podemos vender muerte por más glamurosa que sea. No podemos decirle a nuestros hijos que si no tienen aspecto de nuñecos vacíos a punto de desfallecer no son hermosos.
Debemos decirles que estén sanos y que la salud es belleza. Y sobre todo, que la autoestima es belleza. Que deben ser ellos mismos y tratarse bien. Que comer es básico para vivir y que hay que aprender a hacerlo bien. Que cuando se quieran a ellos mismos irradiarán esa belleza. Que todos tenemos diferencias y que son maravillosas.
Porque luego, pasan los años. Y un día eres madre o padre y te pasas el día trabajando, sales y te ocupas de tu familia, haces la compra, respondes mensajes, cuidas de tu casa, llamas a tu madre, lees un libro, sales a correr un rato… Y eso no se consigue sin comer… Eso no lo hacen las chicas de ojos hundidos y costillas marcadas. Lo hacen las mujeres de verdad y los hombres de verdad. No los de las revistas…Lo hacen las personas inteligentes en todos los sentidos.
Alguien debe decirles que los verdaderos héroes son ellos y no los torsos perfectos de Instagram ni los que compiten a ver a quién se le marca más la clavícula.
La belleza real es la sonrisa, el gesto de felicidad, la salud de tratar bien a tu cuerpo y tu alma, la inteligencia que brilla a través de los ojos, el destello que desprenden las personas que creen en sí mismas tengan la talla que tengan…
Y madurar como sociedad y como personas. Transmitir autoestima e inteligencia emocional. Dejar de poner en peligro esos valores y educar para amar las diferencias y darse cuenta de que para vender un bolso o una camisa no hace falta pesar 40 kilos ni parecer un zombie.
Y decidir que no nos gustan los modelos imposibles y la belleza sacada del romanticismo cuyo lema era morir joven y dejar un bonito cadáver… Si dejamos de consumir muerte, dejarán de vendernos muerte…
Depende de nosotros.

Buenos profesionales, grandes personas

Estamos tan preocupados porque nuestros hijos lo sepan todo para hacer que su futuro sea mejor en un mundo competitivo que, a menudo, olvidamos que también deben ser personas.
En la escuela, los profesores dan el máximo, a pesar de que cada vez tienen menos recursos y la dedicación se les presupone. Están sometidos, a menudo, a una vorágine de asignaturas y temarios, sin tiempo para darse cuenta casi de que cada niño o niña es un mundo y que no todos tienen el mismo ritmo, cosa que nos les hace ni mejores ni peores.
No se puede educar a la carta, cierto, pero con más recursos, se podrían detectar problemas y diseñar soluciones. Tener tiempo para planificar nuevas estrategias. Pensar si estamos apostando por todo lo que les hace falta. Dedicar un rato a educar a los pequeños en la autoestima, en la gestión de las emociones, en evitar conflictos…
Y poder transmitirlo a los padres, para que en casa refuercen ese mensaje y eduquen en el mismo sentido. Le pasan tantas cosas a un niño que podrían detectarse con unos minutos más, con más profesionales en los centros, con más horas, con un replanteamiento general de lo que es educar.
Estamos obsesionados con las horas de inglés que hacen nuestros hijos en la escuela, con razón, el nivel con el que salen deja mucho que desear, cierto. Aunque deberíamos darnos cuenta de que como sociedad no podemos educarles para que sean uniformes, debemos despertar su creatividad, su talento, su diferencia. Debemos ayudarles a despertar lo que les mueve, lo que les hace distintos unos a otros, lo que aman y lo que desearán hacer gran parte de su vida. Entusiasmarles para que aprendan a entusiasmarse, para que sean curiosos y busquen respuestas, para que se hagan preguntas sobre la vida y sobre ellos mismos.
Porque el inglés y cualquier tipo de conocimiento académico es importante, pero en un mundo competitivo, lo marcará la diferencia es su empatía. Su capacidad por ponerse en el lugar de otro al trabajar y en la vida, como no. Lo que hará que tengan éxito es que gestionen sus emociones y que aprendan de sus fracasos. Que crezcan a cada golpe… Que se comuniquen con los demás de forma adecuada y con respeto. Que en un momento determinado, a cinco minutos de que pase algo importante, sepan asumir el reto de decidir si o no, blanco o negro, apretar el botón rojo o el azul… Y aguantar esa presión y las consecuencias de sus actos. Trabajar en equipo, liderar, sumar… Que su calidad como ser humano sea aún mejor que su calidad académica, que admitan sus errores y aprendan de ellos. Eso es lo que les dará un futuro…
Debemos ayudarles a enfrentarse a sus miedos. Supongo que muchas personas ya adultas deben pensar que ellos lo hicieron solos y tienen razón. Hay quién pasó una guerra y nunca flaquearon sus valores ni convicciones a pesar de momentos durísimos… Sin embargo, todo está cambiando. Hemos dejado que a nuestros hijos les eduque la Play Station y  Bob Esponja. Les hemos enchufado mil actividades y casi no pueden respirar. Pasamos poco rato con ellos y cuando estamos con ellos, el cansancio nos vence y cedemos. Y a cada cesión les vamos colocando una losa encima que les alejará de la felicidad, del aprendizaje que necesitan a través de la frustración y la superación. Cada vez que buscamos el camino fácil, les complicamos la vida…
Les acabamos premiando por hacer lo básico, por lo mínimo. Aquello por lo que nosotros ni siquiera rechistábamos. Lo que se presupone nadie debería cuestionar. Les educamos para vivir sin esfuerzo ni ánimo de superarse. Sin más metas que no sean materiales, sin enfrentarse a sus miedos por si se asustan demasiado… Nos chantajean y les chantajeamos. Nos gana la culpa ficticia por un trabajo que absorbe, nos gana la falta de horas de sueño, nos ganan sus caritas preciosas suplicando… Nos gana entender el amor como vasallaje… Porque nosotros también necesitamos aprender más sobre gestión de emociones. Nos queda mucho por aprender. Como madre me doy cuenta de que me falta mucho para estar al nivel y me preocupa.
Hoy hablaba con un profesor de primaria. Una persona dedicada a sus alumnos, un hombre inteligente con vocación. En esto, tengo suerte, como madre he topado con buenos y buenas docentes que se preocupan por sus alumnos, personas que ponen empeño en hacerlo lo mejor posible a pesar de que cada año que pasa lo hacen con menos… Él me decía que los niños necesitan la misma dosis de amor que de buenos hábitos y disciplina, porque de nosotros depende cómo serán cuando sean adultos. Y me recordaba algo que olvidamos a menudo, que para ser buen profesional, hay que ser buena persona.  Que la grandeza en el trabajo se corresponde a la grandeza como ser humano… Sin embargo, nos preocupa mucho que aprendan teorías y fechas, que pasen pruebas académicas… Competimos en notas en lugar de fijarnos también en su madurez, en su forma de enfrentarse a los problemas del día a día, en hacer que sean niños pero que se conviertan algún día en adultos sanos y responsables en todos los aspectos.
Hemos olvidado, a veces, los gestos y las palabras. Nos falta charla, mirándonos a los ojos, y nos sobra whatts app. Nos faltan hábitos y nos sobran premios a cambio de que no nos «molesten» un rato cuando el cabeza nos estalla. Nos falta tiempo y nos sobran excusas.
Porque además de decirles a nuestros hijos “estudia” les debemos pedir que traten a los demás como merecen, con respeto, con la dignidad que ellos reclaman… Y sobre todo, dar ejemplo. Ser lo que les pedimos que sean. Vivir cómo les predicamos que deben vivir. Hacer que se sientan orgullosos de nosotros como nosotros nos sentimos orgullosos de ellos… No como algo que exhibir sino como alguien a quién tenemos el honor de educar… Educar para que un día no nos necesiten, pero igualmente nos valoren.
Una tarea apasionante y difícil, en un mundo donde cuando te haces mayor dejas de importar y apenas se te escucha. Donde a los ancianos se le llama viejos como si fueran trastos y, después de trabajar y contribuir toda una vida a la sociedad, se les da una pensión pírrica y se les pide que se callen y no molesten…  Cuando en realidad lo que nos pueden contar es muy valioso y necesario…
En un mundo donde los teléfonos parecen a veces más inteligentes que las personas y han empezado tomar decisiones por ellas. Y que conste que estoy a favor de que los teléfonos sean smart,  porque la tecnología y la ciencia nos ayudan a crear un mundo más fácil… Pero, por favor, sin dejar de lado lo básico, lo humano, lo digno… Sin creer que nuestro teléfono sustituye nuestra capacidad de entender a los demás y nuestra madurez… Porque si no, los teléfonos serán inteligentes y las personas cada vez más mediocres.
En una sociedad diseñada para producir sin parar, para que cada vez más te aísles y pases poco tiempo con los tuyos, para que te sientas culpable y tengas que consumir para saciar ese vacío que te crea no ser como quieres ser, no vivir como la persona en la que sueñas convertirte… Para que pongas excusas para no cambiar todo esto y sigas dando vueltas como un hámster.