Si el reto te asusta, es que merece la pena…

Si el reto te asusta, es que merece la pena…

aventura

Si da miedo, es que el reto es enorme…

Si el reto te asusta, no pares. No te detengas a sentir cómo el miedo te frena y paraliza. Sabes que vas por el buen camino porque cada día que pasa estás más asustada. Porque te descubres inventando mil excusas para abandonar y cada rostro que ves parece que te suplique que pares y diluya tus ganas locas de seguir. Porque tienes miedo de llegar a uno de los recodos de este camino que se dibuja cada día y querer volver y al mismo tiempo querer llegar hasta el final. Porque aún temes que tu yo cansado te amargue el viaje hacia ti misma y encuentre un atajo para encerrarte en el pasado. Cuanto mayor es el sueño, mayor es el miedo… Si vas a darle la vuelta a tu vida, tu miedo será gigante y tu recompensa, también.

Si tu yo de siempre inventa estrategias para que te eches atrás, es que vas por buen camino…

Sabes que esta vez es la definitiva, porque la niña que eras antes cierra ventanas y se cubre por el frío de tus nuevas decisiones. Porque se esconde bajo la cama y te mira de reojo incrédula pensando que te has vuelto loca. Porque deseas continuar hasta el final pero a menudo no sabes cómo y finges no recordar por qué. Aunque lo sabes… Estás en esto porque estabas harta de meterte bajo camas imaginarias y soñar con hacer locuras que a otros les salían bien. Porque en el fondo, sabes que eres de esas que arriesgan, porque sabes que te mereces lo que sueñas y más, porque el tiempo de ocultarse ha terminado… Lo notas porque las dudas te sujetan y tiran de ti hacia atrás, a veces, con tanta fuerza que necesitas parar para tomar aire. Cuanto más se esconde esa niña, más necesario es  que camine esta mujer.

Si ya te notas y te ves cómo realmente eres, es que estás a punto…

Sabes que estás a punto de conseguir dar uno de esos pasos irreversibles en tu vida porque te miras y no te reconoces y, a la vez, te das cuenta de que nunca has sido tanto tú misma como en este preciso momento.

Porque no te importa si es de noche o de día y empiezas a coquetear con esa tú que ves al final del camino y eso te gusta. Porque te gustas. Enfoca lo que quieres y no lo pierdas de vista, sigue tu plan y acaricia los pequeños logros de cada día.

Porque cuando cambias por dentro, los demás lo notan…

Sabes que esta vez vas en serio porque algunos ya te miran distinto, porque y eres lo que quieres ser y se nota en tu forma de andar y moverte. Porque levantas la vista y aguantas la mirada. Porque ya no te tapas las manos con la cara ni escondes tu sonrisa, porque no te sientes boba ni avergonzada de tu cuerpo ni de tu risa… Porque incluso has encontrado un cierto placer al ponerte en evidencia y escandalizar a los que susurran. Porque cada día te importa menos que susurren, porque ya tocas lo que eres en realidad y te sientes más libre…

Cuando ya no buscas que otros te acepten, porque te aceptas…

Porque ya no necesitas que te aprueben para sentir que eres hermosa, que eres capaz de mostrar al exterior esa belleza absoluta que llevas dentro. Y te das cuenta de que ha estado siempre ahí esperando a que te dieras cuenta de que existía y tuvieras el valor de mostrarla. Lo invade todo y forma parte de tu forma de ver la vida y de relacionarte con los demás. Porque ahora te percatas de que tienes mucho por ofrecer y talento por explorar. Porque ahora ves claro que la belleza es una actitud.

En el fondo, ya eres lo que sueñas. Lo has sido siempre, pero no lo veías…

Sabes que vas bien porque no puedes evitar contarlo. Porque ya no te callas, ni te pones en la última fila, porque no esperas que aprueben ni rechacen tu plan para seguir con él y nada perturba tus pasos. Porque ya nada doblega tu voluntad de ser tú misma.

Sabes que vas a conseguir sacar de ti esa persona que de verdad eres porque miras atrás y no reconoces tus tabús ni tus complejos. Porque recuerdas tus escondites favoritos para pasar desapercibida y una sensación de ternura y ganas de olvido te invade el pecho. Porque en ese momento todo el esfuerzo realizado te compensa y sabes que ya no volverás nunca más a pisar esa senda oscura donde no podías casi respirar.

Porque a pesar de que quién cambia eres tú, parece que el resto de mundo ha dado la vuelta…

Cuando tú cambias, todo cambia. Sabes que vas por el camino correcto cuando te das cuenta de que en realidad no importa qué camino tomes, sólo quién eres…

 

Ama tus rarezas

Ama tus rarezas

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Nos pasamos la infancia intentando ser lo más “normales” posible para no llamar la atención, ni ser objeto de las miradas crueles de algunos compañeros. Escondemos nuestras diferencias, nuestras particularidades, todo aquello que nos define y que consideramos que se aparta de la media… En algunos momentos de nuestra niñez, ser distinto es llevar una cruz gigante, caer a un vacío enorme y casi sonoro… Una carga pesada que sobrellevar prendida a una etiqueta que nos asegura que todos sepan que no somos como los demás, que nos merecemos seguir a parte y estar solos. Que osamos pensar de otro modo, que tenemos otras ideas, que vestimos de otra forma o hay algo en nosotros que no pasa su prueba. Porque somos muy bajos o muy altos, porque nos sobra perímetro o nos falta fuerza… Porque nos salimos del patrón que se supone que siguen todos. 

No encajar es doloroso… Te hace vivir dominado y cautivo. Sometido y encongido. Nos ocultamos de los demás, incluso de nosotros. Nos escondemos de los espejos y pasamos rápido ante aquellos que encolerizan cuando nos ven, porque parece que les estorbemos… Y nos acabamos creyendo que estorbamos.

La niñez es un pedazo de vida largo, intenso y bastante crudo, a veces, para aquellos que no siguen la norma. Para los que no gustan de entrada, para los que tienen que esforzarse más para llegar a la meta, para algunos que incluso tienen que luchar para poder estar en la linea de salida, cuando los obstáculos que deben vencer son muy grandes.

Aprendemos a no destacar por si molesta. Suplicamos ser invisibles, mimetizarnos con el paisaje. Soñamos con habitar otras vidas y ser personas lo más comunes posible. Buscamos rincones oscuros y miradas de aprobación. Nos prohibimos imaginar imposibles, inventar mundos paralelos y soñar con cambiar las reglas para que sean más justas y nos concedan un lugar donde permanecer tranquilos. Reprimimos todas aquellas emociones que a ojos de los demás nos convierten en extraños, en bichos raros, en saco de golpes, en blanco de todas la miradas. Si no somos quién domina la situación, es mejor no destacar en nada por si no gusta, por si es objeto de burla, por si alguno de los que tiene que aprobarte se siente ofendido. Ser diferentes nos da miedo, por si eso nos aleja de otras personas y nos quedamos solos.

Y luego, creces como puedes, empiezas a buscar tu espacio en la vida y descubres que las diferencias son necesarias. Que lo que antes era ser un bicho raro ahora a veces es ser un genio, que aquella parte de ti a la que quisiste ahogar para sobrevivir era lo que te hacía grande y extraordinario. Que tus defectos son virtudes cuando aprendes de ellas, que lo que te hace distinto te hace único… Que hay personas que pagarán porque hagas eso que antes a otros les hacía reír.

En el mundo adulto, hay quién quiere continuar escondido y escapando de los espejos. Quién calla cuando otros le hacen callar y nunca opina nada que pueda ser molesto para otros. Hay personas que siguen sin encontrar en su interior aquello que podría dejar huella en los demás… Todos lo tenemos, todos somos maravillosos en algo, aunque el mundo no lo entienda.

Y otros ya han descubierto que no se puede gustar a todos porque eso nos convierte en seres híbridos e insustanciales y que mientras respeten a quiénes comparten con ellos el camino, la opinión más importante es la suya.

En el mundo de los adultos, falto de inocencia  y de entusiasmo en muchas ocasiones, hay quién recupera esa parte de la niñez que le obliga a darle la vuelta a todo. Hay quién guarda  intacto aún al niño que soñaba con volar aunque todos le miraban con ojos perplejos…

En este mundo la rareza se llama talento y la locura se llama reto. El que nunca llegaba a la meta porque corría lento investiga ahora una vacuna que salvará vidas y el que tenía que esforzarse mucho para estar en la linea de salida, de tanto acostumbrarse a tener el listón alto, es un atleta de élite. El que siempre callaba y se sentaba al final con la cabeza baja inventando historias ahora se gana la vida con sus palabras… Y la gente las lee y las escucha.

Hay muchos que siguen luchando para defender sus diferencias, a pesar de la incomprensión de otros, porque ni quieren ni podrían renunciar a lo que les define. Muchos que cultivan sus rarezas y cambian el mundo con su talento sin que casi nadie lo sepa, paso a paso, de forma anónima, sin pausa, en un rincón, sin hacer estruendo… Tal vez no reciban gloria, pero está satisfechos porque aquello que antes ocultaban, hoy les permite vivir y mejorar la vida de otros. Lo que antes les hacía ser raros ahora les permite ser extraordinarios…

Si ser «normal» es someter a otros o aceptar que algunos lo hagan con aquellos que consideran débiles o inferiores, seamos raros, rarísimos…

Hay todavía quién suplica ser «normal» a pesar de que el mundo mejora cada día gracias a nuestras rarezas.

Amemos nuestras diferencias porque son las que nos permitirán crear un mundo en el que todos podamos caber.

Antes de volar

No hace mucho pensaba que si hubiera podido dibujar mi vida desde el principio, seguramente habría perdido menos tiempo intentando quererme. No es que el tiempo dedicado a mi autoestima haya sido un desperdicio, claro que no. Quererse es imprescindible para conseguir ser feliz y hacer felices a otros. Quiero decir que me hubiera gustado llevar la autoestima de serie un poco más alta y no tener que dedicar tantos años a trabajármela. Días y días de soltar llanto reprimido y abrir los ojos a la realidad de que todos somos valiosos y distintos y todos podemos ofrecer algo que vale la pena, seamos cómo seamos. Por tanto, si hubiera sabido que llegar respetarme tal y como soy me llevaría tanto quebranto, hubiera querido nacer con esa lección aprendida porque es básica. Si no te amas, no amas. Si no te sientes bien contigo mismo, todo lo que intentas se pudre.
No hubiera tenido que ser ni más maravillosa, ni más conformista. Sencillamente, podría haberme concentrado en otras metas posteriores que me esperaban, a las que no tuve acceso hasta que mi autoestima llegó a un nivel mínimo. Cuando te quieres a ti mismo, se abren ante ti caminos por explorar que ignorabas que existieran. No somos conscientes de lo mucho que podemos llegar a hacer si nos ponemos a prueba y lo intentamos. Cuando no te quieres, te ocultas siempre y nunca arriesgas nada, nunca sales de tu zona de confort porque sientes pánico a que te miren, a contemplarte a ti mismo con esos ojos inquisidores…
Imagino haber visto esos caminos, esas posibilidades, esas oportunidades ante mí mucho antes y no puedo evitar derramar unas lágrimas… ¡Cuánto podemos llegar a negarnos a nosotros mismos ser felices! ¡cuánto nos vetamos vivir intensamente mientras nos castigamos por no ser, no parecer, no llegar! Y eso, dejando de lado que a veces es falso, porque sí somos y sí llegamos y no importa qué parezcamos… Eso nos cierra los ojos para ver que hay un millón de ventanas abiertas por las que acceder a distintas vidas y realidades esperando que nos asomemos a escoger la que nos apetece.
Todas las veces que podría haber disfrutado del momento que vivía pero estaba demasido compungida pensando en que no era cómo yo soñaba o, peor aún, cómo otros esperaban de mí… Todas las veces que no pude sentirme bien imaginando qué podían pensar los demás de mis errores o mi aspecto… Siempre pendiente de llegar a una perfección aturdidora sabiendo que jamás iba a conseguirlo y culpándome por no tocar una meta absurda. Cómo si hubiera estado siempre mirando al lugar equivocado y habiéndome perdido el maravilloso espectáculo que había a mi alrededor. Siempre buscando que el sol se ponga en el lado erróneo o perdiéndose la luna por mirar su reflejo. Todo pasaba a mi alrededor y yo no lo veía porque mi dolor deformaba el paisaje y lo teñía de una sord¡dez irreal. ¡Qué desperdicio de momentos que pasaron ante mi cara sin que yo los pudiera ver y sentir!
Siempre que recuerdo todos los escalones subidos en esta escalera del amor propio y lo lenta que he ido (aún me quedan muchos, seré sincera) me siento frágil, me siento caduca, me duele el tiempo perdido intentando ser yo mientras el mundo giraba sin esperarme. El mundo no espera nunca. O te montas en él o te quedas parado intentado descubrir que en realidad eres especial. Aunque no sirve de nada culparse por ello, mejor mirar adelante. Culparse sólo serviría para retroceder y bajar algunos de los peldaños de la escalera de autoestima que tanto nos costó subir. Es mejor responsabilizarse de la situación y poner solución. Seguramente, mientras nos buscábamos a nosotros mismos para encontrar cómo amarnos, encontramos también por el camino mucho de lo que hoy nos hace ser mejores.
Ahora me doy cuenta de ello, siempre estaremos subiendo peldaños para querernos, hasta el último de los días…Todo ese tiempo que yo creía perdido era un aprendizaje  que me había servido para afrontar lo que venía después con un poso distinto. Si hubiera tenido una gran autoestima desde el minuto cero, tal vez no hubiera sabido gestionarla y ahora yo no sería yo… El tiempo lo malgasto ahora lamentándome por haber tardado tanto en subir la escalera y no saber dejar atrás lo que no cuenta. Por sentirme caduda y triste pensando en lo que pudo ser… 
Podría haber ido más rápido, sin duda, pero ahora sería una persona distinta. Y algo que ha aprendido de intentar quererme todos estos años es que, a pesar de lo mucho que quiero mejorar y crecer, me gusta cómo soy.
Con cada falta y querencia. Con mis emociones desatadas y mis lágrimas facilonas, a veces. Con mi amor por las palabras y mi necesidad de comunicarme siempre… Con mis prisas y mi impaciencia. Con mi ilusión desbocada y mi cabeza incapaz de dejar de pensar… Nunca sabré dónde estaría si el primer día hubiera podido decir esto que ahora digo y estar convencida de ello. Tal vez en ninguna parte, haciendo nada, incapaz de encontrar ninguna palabra para nadie. Seguramente porque cuando todo está bien, no tenemos necesidad de luchar por cambiarlo. Sin conflicto, sin esfuerzo, no hay vida. El dolor te hace caminar y buscar, te hace salir de la crisálida y explorar. 
Y al final, el tiempo usado intentando quererse es una inversión de madurez que puede ser muy útil a la hora de enfrentarse al abismo. Siempre queda un peldaño más por subir y un poco más de lastre por soltar…
Y una lección aprendida… Nada es en balde, todo lleva su tiempo… Aunque una vez asumido, conviene recordar que el mundo gira y hay que montarse en él. La vida es un gran espectáculo que no nos podemos perder…
Dicen que si ayudas a una mariposa a salir de la crisálida, sin querer, la acabas matando… Sus alas necesitan luchar para salir por el agujero para poder madurar antes de volar…

¿Quién es el líder?

Liderar es escuchar. Es motivar. Es decidir. Es observar de cerca y al mismo tiempo tomar la distancia necesaria para visualizar al equipo. Es formar parte del equipo, pero tener claro que se va delante. Es saber que ir delante no significa ser mejor sino tener más responsabilidad.

Liderar es valorar el esfuerzo y a cada persona del equipo desde su punto de partida. Es saber cuándo hay que ser invisible y cuándo es necesario destacar.

A veces, el líder no está, pero sigue presente… Porque el líder es siempre el que más trabaja.

Liderar es encontrar otra forma de hacer las cosas y lidiar con el día a día para que no te borre las ganas de cambiar y te engulla la creatividad. Liderar es abrir camino y dejar que otros también se abran paso.

El líder estimula. Enseña y aprende. Es exigente con todos, e incluso más consigo mismo, pero de una exigencia razonable. El líder siempre te pide más pero te recuerda que puedes, hace que te des cuenta de que puedes.

El líder huye de la mediocridad y busca la inteligencia. Se rodea de personas grandes, enormes, brillantes. No teme que acaben ocupando su puesto o rivalicen con él, al contrario. El líder busca talento, se rodea siempre de él, lo promueve, lo motiva, lo hace crecer… Porque sabe que siempre se aprende, porque siempre suma. El líder mantiene unido al equipo y se relaciona con él con firmeza pero con humildad. Allá donde haya un grupo de personas extraordinarias que trabajan juntas, es que detrás hay un líder.

Busca la armonía y huye del conflicto y la confrontación. Dialoga, negocia, cede. El líder no sólo valora aptitudes sino también actitudes. No busca excusas.

El líder a veces cambia de opinión si es necesario. Porque aunque tenga las ideas claras y la estrategia para conseguir sus metas bien diseñada, sabe que se equivoca, a veces, como todos y lo admite. No se deja llevar por el orgullo, aunque nunca pierde la dignidad. Tiene la mente abierta y busca retos constantemente. El líder no es fuerte, es resistente, es elástico y se adapta.

El líder inspira, suma, multiplica. Es compresivo y altamente generoso. Da mucho y pide mucho, pero hace que el esfuerzo que reclama no se vea como un sacrificio sino como un logro, como una meta conseguida.

El líder no manda, dirige, camina a tu lado, respeta. No da miedo, infunde respeto. No le molesta mezclarse con su equipo pero sabe cuál es su cometido. Es sencillo pero extraordinario. Busca la excelencia, busca talento, lo incentiva, hace que el talento procree aun a riesgo de perder a los miembros de su equipo si destacan… Prefiere tener a los mejores, formar a los mejores y que se vayan a rodearse de mediocres sin ganas.

A veces, el líder se pone en la última fila y se calla.

El líder no sólo valora resultados, tiene en cuenta la trayectoria, el esfuerzo, el camino, la actitud de las personas que le rodean.

El líder tiene valores y los defiende. Encuentra palabras para cada uno y son las adecuadas para motivarles, para recordarles que pueden y que lo conseguirán. El líder gestiona personas y emociones. Se guía por la razón y tiene en cuenta los sentimientos. Se anticipa a las necesidades. Arriesga, innova. Genera nuevas dinámicas y no se deja arrastrar por la rutina. Hace que todo sea más fácil pero huye de lo cómodo. Aprende cada día de todo y de todos. El líder se pasea cada día fuera de su zona de confort y hace equilibrios.

Porque liderar es también acompañar. Por eso, el líder no quiere llegar a la cima solo.

A veces el líder te deja llevar a cabo tareas con las que no está del todo de acuerdo porque confía en ti y valora tu criterio, porque quiere que le sorprendas y le demuestres que tenías razón.

Liderar es asumir. Es delegar. Es resposabilizarse y repartir resposanbilidad.

El líder acelera, si hace falta, pero es un corredor de fondo. Construye cada día.

El líder a veces también se cansa, pero sigue.

Reconoce errores, los exprime hasta que le sirven de trampolín para corregir y mejorar.

El líder no estorba ni hace de muro, hace de puente.

El líder escoge y mide sus palabras. Administra silencios. Espera, transmite calma y paciencia.

El líder también siente miedo y rabia pero los usa como energía para propulsarse.

El líder le da la vuelta a las situaciones adversas y las convierte en oportunidades.

No se es un buen o un mal líder… Los mediocres no son líderes.

Escoge bien tus palabras

Escoge bien tus palabras

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Somos las palabras que usamos para definirnos. Aún más, las que usaron otros para definirnos cuando éramos niños y necesitábamos que nuestros padres nos dijeran quiénes éramos y hacia dónde teníamos que dirigirnos.

Si bien es cierto que sólo con ser optimista nada se consigue, nuestros pensamientos tienen un papel primordial en nuestra vida. Construimos nuestro día a día de pequeños instantes en los que nuestras palabras tejen nuestras acciones, nuestras emociones, y forman un hilo conductor que nos permite llegar al siguiente paso con un equipaje positivo o negativo.

Somos las palabras que usan las personas que nos rodean. Somos un poco también las personas de las que decidimos rodearnos y aquellas que no podemos evitar que formen parte de nuestra vida y que jamás elegiríamos si de nosotros dependiera. Supongo que, ya que todas nos hacen aprender, algunas están ahí para que aprendamos a sobrellevarlas y tal vez ayudarlas a mejorar y otras, vienen a poner en nuestro ánimo las ganas de ser mejores nosotros…

Somos las palabras que decidimos escuchar y las que leemos. Las que retenemos en la memoría y dejamos que pasados los años nos continuen arañando y las que recordamos con cariño porque nos hicieron emocionar. Las palabras generan emociones. Algunas agradables y otras desgradables. Tampoco se pueden desechar las segundas, tenemos también que aprender a procesar las emociones negativas, extraer lo bueno que suponen para superarnos, y lanzar a la basura lo que hace que nos corroan por dentro. 

Si nuestras palabras nos hacen daño, debemos borrarlas o encontrar la manera de superar ese dolor y seguir. Si nuestras palabras nos motivan, tengámoslas a mano para recordarlas, para activar nuestra voluntad y mantener el esfuerzo cuando sea duro y estemos cansados. Que nos sirvan del mismo modo en que un poco de luz nos ayudaba a disipar los fantasmas de debajo de la cama cuando éramos niños… Expulsemos a los fantasmas con acciones y con palabras.

Pensar que todo irá bien no hace que vaya bien, pero si nos permite poner el foco en todo lo bueno que nos espera. Nos ayuda a controlar el ánimo y gestionar nuestras emociones, hace que nuestra mente se abra a más posibilidades y sea más creativa. Hace que sepamos ver lo bueno en los demás y que reconozcamos sus aptitudes. Hace que encontremos la forma de darle la vuelta a las situaciones adversar y encontremos belleza en todas partes. 

Pensar en positivo y no actuar no sirve. No hace mucho, decía que casi mejor lamentarse un poco para expiar las penas en voz alta mientras se trabaja. Sin embargo, nuestros pensamientos y las palabras que decidimos usar para hacer nuestro catálogo personal de medidas de urgencia para superarnos marcan nuestra vida. Si creo que soy capaz, me predispongo a serlo. No dejo margen para no serlo. Elijo mirar una parte de mis aptitudes que me permiten serlo. Me siento con fuerzas para ponerme en marcha e intentarlo. Y si me pongo manos a la obra, habré sincronizado todo mi cuerpo para que así sea. Y si fallo, repetiré. Hasta que haga falta. Hasta que tenga ganas. Hasta que tal vez me dé cuenta de que a pesar de que mi objetivo era conseguir llegar a la cima de la montaña, la vida me llevaba al recodo anterior para descubrir algo que nunca hubiera visto si no me hubiese puesto a andar.

Si creo que llegaré a la cima tengo más posibilidades de conseguirlo. Si me defino a mi mismo como una persona válida, tengo más posibilidades de llegar a serlo. Si nos amamos con nuestras palabras, nos daremos cuenta de que merecemos ser amados.

Nuestras palabras pueden liberarnos. Pueden quitarnos las etiquetas que llevamos prendidas y que un día nos pusieron otros y nosotros decidimos cargar a cuestas sin rechistar. Nos las creímos y empezamos a actuar para hacerlas posibles, para satisfacer a otros, para ocupar el espacio que había reservado para nosotros…Aunque a menudo, las etiquetas nos las hemos puesto nosotros mismos y nos hemos limitado con ellas. Las tenemos tan interiorizadas que no las vemos.

Debemos conocernos. Debemos apreciar lo que somos y encontrar lo que nos hace únicos, lo que nos define. Y no temer decirlo en voz alta y sentir cada palabra de elogio que nos dedicamos. Eso no implica estar ciegos a nuestros errores, los errores son regalos. No significa pensar que lo podemos todo. Significa que no nos rendiremos sin intentarlo al máximo. Significa que tal vez hay experiencias que pensábamos tener vetadas y en realidad no lo están. Significa replanteárselo todo y no temer explorar posibilidades que pensábamos que no merecíamos. Significa pensar que merecemos lo que queremos. 

Somos también las palabras con las que calificamos a otros. Si le ponemos a otro un apodo humillante, esa persona siempre cumplirá ese propósito ante nosotros aunque no lo sepa, porque nuestra mente sólo verá esa parte negativa en él. Y no podemos olvidar que a menudo somos las faltas que encontramos en otros, lo que más nos molesta de ellos, forma parte de nuestro ADN también. Si damos desprecio, acabaremos recibiéndolo.

Si no esperas nada bueno de mí, seguramente nunca podré darte nada bueno. Primero porque aunque te lo dé no lo verás ni apreciarás. Segundo porque al ver tu gesto, ya no querré nunca esforzarme en dártelo… ¿A cuántas personas perdemos así? ¿cuántas enseñanzas se nos escapan?

No todo el mundo sube a la cima de la montaña, pero todos podemos llegar a la cima de algo. Sencillamente hay que encontrar qué es ese algo que nos hace distintos, esa chispa que brilla en nosotros y que seguramente puede ser muy útil a los demás.

Hay muchas cimas. Algunas están a medio camino de algo y otras al final de un sendero pantanoso. Algunas están a nuestro lado siempre y no las hemos visto porque las desdeñamos pensando que eran poco importantes o que no éramos dignos de ellas. A veces, se hace camino para darse cuenta de que se debe regresar al punto de partida.

Y en todos los caminos, nos acompañan las palabras. Esas palabras engendran pensamientos que nos guían. Que nos calman cuando nos duele el cuerpo por el esfuerzo u otros pensamientos amargos aparecen con la fatiga. Las palabras que nos susurramos cuando estamos cansados y dudamos de seguir y que forman poco a poco una actitud ante la vida. Todos tenemos las nuestras y vale la pena escogerlas bien y tenerlas presentes.

Recuerdo que una vez dos personas me hablaban de un gran deportista que tiene en su haber muchos títulos internacionales. Uno de ellos me decía que, a pesar de su adecuado físico para el deporte que practicaba, en ese aspecto sus competidores no tenían nada que envidiarle. La otra persona dijo que lo que realmente le convertía en líder de la clasificación no era su físico sino su mente. Aquel deportista se dejaba la piel en los entrenamientos, eso le hacía muy bueno, pero además se mentalizaba cada día para dar lo máximo. Ponía su actitud al servicio de su talento y trabajaba sin parar cuerpo y mente. Se concentraba para no rendirse cuando la situación era adversa y, de hecho, había remontado partidos porque no se dejaba abrumar ni vencer por un marcador negativo. No solamente entrenaba su cuerpo sino también su mente. Sus pensamientos y las palabras de aliento que usaba cuando todos ya aplaudían al adversario por tocar la victoria y él sabía que, a pesar de todo, podía ganar.

Los grandes líderes hacen eso en realidad. Encuentran las palabras exactas para motivar a su equipo. Saben buscar las palabras adecuadas que cada uno necesita para activar en ellos ese interruptor que todos tenemos para ponernos en marcha. Hacen que los que dependen de ellos se sientan impotantes en el equipo, se sientan reconocidos en sus méritos, se sientan necesarios y sepan que cada uno aporta algo distinto e indispensable al trabajo común. Los grandes líderes ayudan a gestionar las emociones colectivas y generan un estado de ánimo propicio para el triunfo. Ayudan a crear un «todo» con distintas partes. A partir de ahí, todos los integrantes del equipo tienen el gran trabajo individual de mantener el esfuerzo y el entusiasmo. 

Somos un todo. Somos las palabras que usamos. Escojamos bien porque los pequeños detalles marcan nuestro camino.