Casi feliz

 
Era cada una de las veces que no había bailado. Todos los rayos de sol que no habían acariciado su cara porque se había mantenido oculta, sin querer salir, sin querer mostrar al mundo la desnudez de sus errores y sus pequeñas faltas. Era su madre, arrastrándola hacia la arena de la playa, mostrándole un mar inmenso que nunca se terminaría. Era los ojos de una amiga invitándola a jugar… y su no rotundo a las bicicletas.
Era su vértigo en las alturas y su miedo a la oscuridad. Su querencia al silencio y a la vez su necesidad imperiosa de sumergirse en el ruido y esconderse como un animal herido. Era todos los caminos que no tomó y las pócimas milagrosas que nunca había probado.
Y aquello le dolía en las entrañas. Era un dolor punzante que le recordaba que era lo que no había sido, una imagen borrosa, un campo arrasado, un girasol seco. Su novela no escrita, su declaración de amor pendiente, su perdón por pedir y conceder… aquella mirada insinuante que no llego a esbozar.
No podía soportar notar como los minutos y segundos se le escapaban en aquel reloj que un día tocaría sus horas finales y tendría que hacer balance… y sabría que todo aquello le quedaba pendiente. Besos, riñas, caricias, gritos, arrullos, lágrimas, risas… una lista interminable de deberes vitales que se le agolpaban en la espalda y eran una carga.
No había vivido por temor a vivir. No era feliz por temor a dejar de serlo. No volaba por si un día dejaba de volar. Y así no era nada, era humo, la sombra de lo que podía llegar a ser si engendraba movimiento.
Y dio un paso con su pie desnudo para salir de su escondite. Hacía frío. Notó como un dolor sordo le crujía la pierna de abajo a arriba… la falta de movimiento, de aliento… la costumbre de no imaginar y arriesgarse. Miró a su alrededor y todo era nuevo, estridente, brillante… ensordecedor. Una nube de pensamientos trágicos se posó en su cabeza cansada de imaginar finales lacerantes y oscuros… pero dijo NO. Más por hartazgo que por ganas, más por cambiar que por estímulo… más por no volver que por seguir y caminó hacia adelante, sin pensar.
Cuando llevaba un rato se dio cuenta. Lo había conseguido. Ahora, ya era aquellos pasos, aquella inquietud, esa fuerza que la impulsaba a no abandonar. Su saldo en la vida era positivo. No estaba dominado por el miedo. Era una camino nuevo, suyo… tenía su propia historia. Ahora era ella quién mandaba, quién dirigía, quién guiaba. Pasó de títere a titiritero… y todo empezó a girar.
Era un poco feliz, casi… y a pesar del terror inmenso que esa súbita y aún tímida felicidad le hacía sentir, notó que el riesgo valía la pena. Un momento de felicidad compensa siempre el mayor de los esfuerzos, el mayor de los temores.
 
 
 
 

Liberémonos de etiquetas

Liberémonos de etiquetas

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Llevamos etiquetas. Nos las ponen en la escuela, en casa, en el parque… lo hacen nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres… nos las pegan en la espalda de muy niños. Algunas las llevamos escritas a zarpazos aunque hayan cicatrizado, otras son marcas hechas a fuego lento… muchas se escriben con tinta invisible y solo se pueden leer en lo más oculto de nuestras cabezas. Sin embargo, están ahí y llegan siempre con intención de quedarse. Los que nos las ponen, que también tienen las suyas, lo hacen bien… Nos las clavan hondo el día que nos sonrojamos por primera vez o bajamos la cabeza. El día que reímos demasiado, en el que damos una respuesta poco agradable, en el que no se nos ocurren frases elocuentes o no nos atrevemos a bailar. Pasamos a ser el tímido, el aburrido, el charlatán, el torpe, el empollón, el borde, la estirada… una larga lista de adjetivos que llegamos a interiorizar tanto que conseguimos que nos simplifiquen, que nos paralicen, que se nos peguen encima como una rémora imposible de eliminar. Y acabamos siendo nuestras etiquetas, porque respondemos a ese estímulo, porque es fácil asumir ser algo para el resto, para no decepcionar las expectativas, para no batallar en balde… para aferrarnos a algo aunque no nos guste. Obedecemos.

Y repetimos ese esquema cada día. Nos miramos a la cara, en ese espejo mental que todos tenemos y que nos deforma hasta parecer garabatos, y nos repetimos el calificativo que llevamos escrito en la etiqueta, como si fuéramos el abrigo… y nos cerramos a otros adjetivos, a ser algo más… convertimos la consecuencia en causa.

Y la etiqueta genera en nosotros jurisprudencia interior, nos acaba dibujando como personas, nos guía, nos esculpe la vida y nos lleva por dónde le conviene para no caer en falso y permitir que la etiqueta se borre. Hay etiquetas que duran cien años. Hay quien incluso lleva asida la etiqueta de sus padres y abuelos, como una herencia perenne con la que cargar…

¿Cómo contradecir esa marca incrustada dentro desde niños aunque el cuerpo nos pida a gritos cambiarla? ¿cómo volver a ser de nuevo nosotros y decidir no llevar nada pegado que nos limite o condicione?

Seguramente, decepcionándolas, contradiciéndolas hasta lo más íntimo de nuestro ser… averiguando si nos definen… y sólo aceptando ser lo que escogemos. Cortando ataduras, dando puerta a nuestros temores y dejándonos llevar.

El gran reto será descubrir aquellas etiquetas que existían y ni tan siquiera sabíamos que llevábamos adheridas. Las que habíamos asumido, las que nos herían y nos aniquilaban como ser humano… para purgar sus secuelas.

Distinguir entre las que nos pusieron y las que nos fuimos añadiendo nosotros a lo largo de la vida.

Para que nadie nos diga quiénes somos. Para que nadie nos imponga una forma de vida que no queremos, ni siquiera nosotros mismos. 

Comprar humo

Leía hoy que un multimillonario chino vende aire fresco enlatado a 50 céntimos la unidad. Lo vende porque estamos faltos de aire limpio y quiere concienciarnos contra la polución. Así de simple, toma aire limpio (no he podido averiguar de dónde lo saca, dónde está su alijo de aire puro y libre y cómo lo captura) y lo mete en latas (100.000 unidades, nada menos) para ponerlo al alcance de todos.

Es un gesto simbólico, claro. Ahora se llevan los actos simbólicos. Estamos sin líderes, nos faltan proclamas claras y nítidas… estandartes. El primero que habla alto y claro (es de agradecer porque escasea) se lleva la conga entera y alza la bandera. Se convierte en adalid por nuestro hambre de héroes, nuestra búsqueda de modelos. Aunque el héroe haga locuras, aunque transpire incoherencias… a veces hace falta estar un poco loco para soltarse y alcanzar la meta. Aunque corremos el riesgo de emborracharnos con nuestras insensateces y acabar viviendo una realidad distorsionada donde todo se permite, cargada de buenas intenciones, eso sí. Y claro está, somos pasto de un discurso fácil y pueril, de acción-reacción, de encendido y apagado.

Y necesitamos mentes privilegiadas y transparentes. Necesitamos guías o eso creemos. Necesitamos pronunciar en voz alta los nombres de nuestros miedos, que son muy intensos, para seguir este camino. El mundo que hemos conocido se resquebraja, se está deteriorando por segundos y las normas que nos enseñaron (algunas perversas, admitámoslo) ya no sirven en el nuevo escenario. Es más, a menudo, hay que aplicarlas al revés. Hemos pasado de lo uniforme a lo singular. De ansiar consumir a pasarse el día contando para no llegar a números rojos. De la opulencia al esfuerzo, a vender talento… a buscar lo distinto, lo creativo… estamos mutando. Tanto, que cuando termine el proceso, que siempre es evolutivo, no nos reconoceremos.

Buscar guías es sensato, deseable… nuestra sociedad está ávida de líderes irreprochables, éticos. Personas que sepan convencernos con discursos que no estén vacíos… pero nuestra ansiedad por seguirlos no nos debe hacer perder el espíritu crítico. No podemos ser hamsters que al encenderse un interruptor dan vueltas y vueltas a la noria, sin parar, sin deternerse un momento para decidir si su vida es este continuo movimiento.

Comprar aire en lata. Aire puro. Y seguro que muchos lo compran (aprecio el gesto) pero no nos quedemos en la superficie… no nos pensemos que con la lata en casa tenemos nuestra cuota cubierta. Nos dejamos deslumbrar por campañas de marketing, por propagandas… cuando tendríamos que buscar la esencia. Arriesguemos. Decidamos lo que queremos y hagamos gestos cada día, pronunciemos nuestros nombres en voz alta y seamos los líderes de nuestras vidas … para que luego no nos vendan esperanzas vacías, latas vacías aunque sea a precio de saldo.

Necesitamos sabios honestos como el aire que respiramos, aunque sea en lata, aunque esté corrupto. Si no, vendrá un tipo con corbata y dientes blancos y nos venderá humo. Y compraremos sin pensar.

Se busca líder

El líder es alguien que escucha. No le asustan las ideas nuevas, es más, está dispuesto a abrir su mente a nuevos enfoques para encontrar otras soluciones que le puedan pasar por alto. El líder es alguien que sabe que si las cosas se hacen cada día de la misma forma es imposible ser creativo y alcanzar retos. El líder no grita porque no le hace falta. No causa temor, infunde respeto.

El líder se rodea de personas más inteligentes que él porque sabe que eso suma esfuerzo y talento. Sabe que debe adaptarse como un camaleón. Que hay momentos para integrarse en el paisaje y momentos para sobresalir. Es alguien con ideas claras y métodos claros pero dispuesto a hacer concesiones. Sabe sus límites pero está dispuesto a superarlos.

El líder es cauto y racionaliza pero al mismo tiempo valora las emociones y cómo sus actos afectan a las personas.

El líder sabe cuando hablar y cuando callar y siempre da la cara, aunque sea para recibir incomprensión o quejas.

El líder es sencillo, pero brilla.

El líder está dispuesto a tomar decisiones arriesgadas que no gusten… si las cree justas, incluso a riesgo de perder votos o prebendas. Sabe que quizá su liderazgo será valorado por la historia, no por sus contemporáneos.

El líder también tiene miedo, a veces mucho, pero se lo traga. Sabe cómo canalizarlo, como transformarlo en trabajo, en esfuerzo. Su miedo no es el de un cordero que espera manso su turno en el matadero, es el de una madre cinco minutos antes de dar a luz, cuando la ilusión y las ganas vencen al dolor y la incertidumbre.

Un líder usa las palabras, nunca se las come. No se cree mejor que nadie pero se respeta a sí mismo.

Se equivoca y lo admite. Fracasa y se levanta. Sabe que puede, piensa que puede. El líder no es ni duro ni blando, es resistente pero flexible.

El líder tranquiliza, actúa de bálsamo, hace de guía.

Se busca líder.

Razón : un pueblo demócrata y desesperado.

Abstenerse aspirantes con ánimo de lucro.