La extraña belleza de los girasoles

La extraña belleza de los girasoles

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Hace tiempo que intento dejar de sufrir. Y la verdad es que, a veces, siento aún más ese dolor que quiero alejar. La intensidad de mis emociones, dulces o amargas, siempre ha llegado a las nubes. Soy intensa, lo sé, para lo bueno y para lo malo.

Me dijeron los que saben de emociones que para arrastrar ese dolor y arrancármelo es necesario sentirlo, interiorizarlo y entenderlo… Saber de dónde viene y por qué… Hablar con él y escucharle para que te susurre al oído cuáles son sus intenciones. Para luego, amablemente, decirle que no va a poder quedarse, que ya has entendido su mensaje…

Cuando has conocido el dolor, queda algo de él en ti… Durante un tiempo, el mero hecho de existir sin retorcerte física o anímicamente, es un triunfo. Andas a un palmo del suelo y todo parece que no pueda afectarte… Cuando has conocido el dolor, ha dejado en ti una muesca. La respuesta madura y equilibrada es conseguir que sea una muesca que nos recuerde cómo lo superamos y no cómo fue él quién nos dejó atrás con el cuerpo encogido. Conseguir que ese sufrimiento no se dilate en el tiempo ni sea gratuito, que no sea en balde… Que sea un punto de partida, una catapulta con la que lanzarse y tomar impulso… Cuando tomamos las piedras del camino y construimos con ellas nuestras fortalezas… Cuando le sacamos partido al golpe, al arañazo, al sinsentido, al fracaso y nos hacemos con él un impermeable para cuando arrecia el tiempo y caen chuzos… Y debe ser un impermeable que podemos quitarnos, que no traspase lo que quema por dentro pero que deje entrar lo que consuela, lo que hace sonreír… Un impermeable al que le resbalen las envidias, las malas caras, la intolerancia… Y que se funda ante la risa y la caricia.

El caso es que intentando no sufrir, siento aún más. Como si queriendo enterrar un recuerdo, removiera tanto el pasado al cavar el agujero que acabara sumida en él. Sí, lo sé, me dijeron los expertos que ese dolor es un paso necesario para sacar esas emociones negativas de dentro, para aceptarlas y reconocerlas… Para poder dejarlas salir y fluir…

Tal vez siento más porque soy más consciente y eso significa que me conozco mejor a mi misma.  Porque estoy en el camino de saber por qué duele tanto y aprender a no sufrir sin sentido.

Dicen que el sufrimiento es una opción, una actitud… Aunque, cuando aprieta es difícil escapar de sus garras ¿verdad? Esa quemazón en el estómago, esa punzada en el pecho, el corazón desbocado… Sacarse de encima esa sensación es como retirar una losa pensada y densa. Una acción que sólo se consigue con una fuerza interior a prueba de asaltos de pánico inesperados y ataques de desesperanza.

Al final, resulta que voy por el camino, pero cada paso que doy para dejar de sufrir, implica sentir más. Será el precio a pagar por ir por la vida sin ser una acelga y no permitir que nada te rebote.

Cuánto más veo, más me estremezco. Cuánto más pegunto, más me queda por descubrir y más intención tengo de no detenerme… Cuánto más conozco, más ganas tengo de saber. Cuánto más camino avanzo, más camino me queda.

Cuánto más amo, más necesidad tengo de amar…

Como si cada vez que intentara desenmarañar mi vida pasara a la siguiente fase donde el juego es más complicado y la niebla más densa.

Saber, conocer, comprender, sentir… Cada vez con más intensidad. Una intensidad con un reverso delicioso que arrastra más emoción. El don de ser capaz de sentir que conlleva la responsabilidad de llevar las riendas de esas emociones… Una realidad mágica pero dura. Un lugar donde las caricias son más dulces y los arañazos más sangrantes… Donde todo te zarandea y remueve por dentro, sin poder esperar a tomar aliento.

Todo es tan intenso cuando decides mirar hacia dentro, cuando empiezas ese viaje hacia ti mismo… Es como si te quitaras una venda de los ojos y de repente descubrieras que no habías visto nada… Como si te sacaras los guantes que llevabas para ir por la vida. Un día te levantas y descubres que llevas años buscando cosas en el mundo que te rodea que en realidad ya estaban en ti. Que lo que ocurre más allá de tu perímetro sólo te cambia si permites que te cambie, sólo te afecta, si abres la puerta… Que cuando hurgas en ti y abres esa puerta, todo adquiere un sentido distinto. Un día te levantas y descubres que tal vez no importe tanto lo que pasa porque eres tú quien decide si se deja arrastrar o no…

Abrir los ojos al mundo y que el mundo te ciegue. Ver la belleza y la miseria. La luz y la oscuridad más absoluta. El amor más puro y el odio más candente. El placer y el dolor que caminan juntos …

Quién corre lucha contra el cansancio.

Quién salta se arriesga a caer.

Quién ama se arriesga a que no le amen.

Quién abre sus puertas permite que otros fondeen en sus miedos…

Si sientes, te arriesgas a dejar de sentir y asumir que te queda un vacío por llenar.

Y mientras yo, buscando consuelo, encuentro inquietud. Buscando luz, encuentro niebla. Buscando baile, encuentro pelea. Buscando amor, me salpico de indiferencia y acabo rota como un cristal demasiado transparente…

Hace tiempo que intento dejar de sufrir, pero no puedo. Porque no puedo dejar de hacerme preguntas, porque no puedo evitar esa curiosidad insaciable… Porque no puedo dejar de inventar historias y llenar mi vida de ideas locas. Porque quiero controlar todo lo que entra y sale de mi alma…

Un día te levantas y descubres que encontrar el equilibrio es dejarse llevar un poco por lo que pasa más allá de tus paredes interiores, mientras seas tú quién controle la brújula de tus emociones… Que soltarse y dejarse inundar por el mundo es bueno, mientras seas tú quién decide cada paso.

Hace tiempo que intento dejar de sufrir, pero mis pasiones no me dejan abrir y cerrar la puerta… Mi propia intensidad me lleva por el camino de las emociones más desbocadas… Estoy en tierra de nadie, intentando dejar atrás ese sufrimiento absurdo pero sin conseguir pasar a la siguiente fase de este juego agotador.  Como los girasoles que se retuercen buscando la luz, con esa extraña belleza en sus pétalos amarillos y sus caras sin gesto ni emoción aparente, pero con una lucha soterrada que les impulsa a nunca parar de girar.

Aún no he conseguido dejar de sufrir… Para lo bueno y para lo malo, siempre siento.

Después de la fecha de caducidad

Después de la fecha de caducidad

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No quiero cumbres, quiero caminos.

Quiero versos sin rima y abrazos si pausa.

Perderme sin perder… Definirme sin calcular.

No quiero rezos, quiero besos largos y miradas intensas.

Que no se me olvide que olvido, si quiero… Que no se me hagan viejas las ganas.

No quiero fama, quiero valor.

No quiero lisonjas ni alhajas… Prefiero que se me termine todo apurando hasta la última gota a que se me evapore sin haber probado nada.

Quiero afecto sincero y mano tendida.

Quiero cobijo y manta. Que no se me escarchen las pupilas mirando fantasmas.

No quiero caricias sin alma, ni almas sin cuerpo.

No quiero puertas que se cierran, ni mentes que se atascan…

No quiero razones sin emoción… No quiero emociones atadas a mi espalda rota.

Quiero puentes, no quiero muros. Huyo de las casas sin ventanas…

No quiero retales de vida, ni cariño a pedazos por grandes que sean.

No quiero llanto contenido.

Quiero historias felices sin dueño para tomarlas prestadas…

Quiero tardes perdidas buscando pecas, mientras el sol se filtra por la ventana más pequeña del mundo y nos araña las sábanas…

No quiero imaginar que pasa, quiero que pase y que no pare.

Que se me acabe antes la tarde que la sonrisa, la conversación que la mirada. Que el primero que se canse, se marche. Que el otro le alcance con la vista y con el ansia…

Quiero que termine la cuenta atrás de la desesperanza.

No busco fuego, busco brasa.

No busco candado, busco la llave que me libere la risa…

Busco un poco de sombra en esta tierra anegada de sol.

Un poco de sol para cuando la lluvia me inunde las entrañas…

Que no duela, si no lleva moraleja… Que si duele, sea breve y apacigüe mi alma deshojada.

Busco el sendero que lleva a mis temores absurdos y mis muecas más retorcidas.

No quiero recuerdos impertinentes llamando a las puertas de mi cabeza cansada.

No quiero corderos disfrazados de lobo que finjan que me marcan y poseen. No quiero que me posean, quiero que me sueñen y alcancen con palabras…

No quiero ideas retorcidas, ni bocas abiertas que no digan nada.

No quiero medias verdades, prefiero puras mentiras de esas que se cazan a la legua y estallan.

No quiero palabras sin gestos.

Quiero cuentos que no terminen y palabras imprudentes que pronunciar en voz alta.

Quiero calor. Quiero ronroneo.

Quiero olas que se me lleven las lágrimas… Que la marea insistente nos arrastre, que se nos borre la cara amarga.

No quiero remordimientos.

No quiero roces sin sueños, no quiero sueños sin sal.

No quiero medios amigos, ni medias alegrías.

Quiero mar que lave mis penas y despierte mis agallas.

No quiero nombres, quiero verbos.

No quiero batallas, quiero alianzas.

No quiero riñas, ni súplicas.

No busco atajos, ni fábulas.

No quiero perderme la noche pensando en la mañana.

No quiero perder la mañana por ninguna culpa impuesta o inventada.

Que se me terminen las tonterías y las ideas que borran sueños…

Vivir sin más agenda que el deseo y el respeto.

Superar todas mis estupideces transitorias y mi fecha de caducidad calculada.

Sólo tenerle miedo al miedo…  Sólo tenerle rabia a la rabia…

Quiero volver al principio y cometer los mismos errores, esta vez con más ganas…

 

Cosas que aprendí en la cuerda floja

Cosas que aprendí en la cuerda floja

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Que prestamos poca atención a nuestras emociones
Cuando, en realidad, somos un amasijo de ellas. Lo que sentimos nos guía y remueve. Nos dice si vamos bien o mal, nos dibuja el camino como si fuéramos niños y nos desplazáramos por la vida a base de “frío, frío, caliente, caliente”. Nuestras emociones son la brújula para saber si lo que hacemos nos hace grandes o nos hace pequeños. Si nos lleva la pasión y el entusiasmo o nos vendemos a la rutina y el hastío… Si somos extraordinarios o decidimos ser corrientes y vivir con poco riesgo y mucho control sobre nuestra vida. Si nos soltamos o nos amarramos, si amamos o buscamos sucedáneos…
Que no hay fórmulas magistrales ni pócimas mágicas
A menudo necesitamos aferrarnos a indicaciones que nos dan otras personas. Frases que nos motiven, palabras que despiertan en ellos un subidón de adrenalina que les ayuda a subir sus montañas particulares y que esperamos que nos lleven a la cima a nosotros sin pasar por todos la peldaños de la escalera que ellos ya han subido. Preguntamos a otros para saber qué debemos hacer para poder salir del callejón oscuro en que nos encontramos, pero sólo pueden ayudarnos a hacernos más preguntas porque cada uno tiene sus respuestas. Los mantras que nos repetimos para poder seguir son individuales e intransferibles. Están diseñados con el ADN de lo que soñamos y deseamos, con nuestros miedos y nuestros triunfos… Como la canción que nos hacía dormir cuando éramos niños o la caja de secretos que teníamos escondida bajo la cama.
Que ya tenemos las respuestas que buscamos
Las llevamos dentro. Las sabemos siempre de antemano, pero a veces no queremos verlas o no podemos porque nos falta perspectiva. Porque ponemos el foco en el lado equivocado y hay una parte que nos queda oscura y no visualizamos. A menudo, incluso somos conscientes de que no lo vemos todo, pero no sabemos cómo cambiar esa perspectiva. Damos vueltas en un rincón, en una esquina reducida de una gran extensión de terreno que está ante nosotros y casi no nos atrevemos a explorar. Como si nos pasáramos la vida subiendo y bajando el mismo escalón y quisiéramos llegar al cielo o nuestra vida se limitara al metro cuadrado que nos rodea.
Que a veces nos hace falta que alguien nos ayude a ver lo que pasa desde fuera
Que alguien nos ayude a saber qué evitamos y nos dibuje con ojos realistas pero amables. Que nos haga una composición del paisaje que tenemos ante nosotros y nos diga esas obviedades que no queremos o no podemos oír y que son tan necesarias… Porque a veces estamos ante el mar y sólo vemos la arena y cada vez que miramos al cielo encontramos una nube que nos tapa la luz que necesitamos… Aunque ahí está, siempre.
Que lo importante no son las respuestas, sino las preguntas
A veces creemos que sabemos mucho porque hemos madurado. Porque a base de tanto tropezar, hemos encontrado muchos trucos para sobrevivir y levantarnos. Porque cada día nos conocemos más a nosotros mismos y eso nos permite gestionar mejor nuestras emociones y no traicionarnos… Aunque a menudo, no nos damos cuenta de que no nos hacemos las preguntas adecuadas para pasar al siguiente nivel evolutivo de nuestra vida. Que las eludimos o las pasamos por alto, que debemos replanteárnoslo todo desde el principio porque tal vez nuestros credos están equivocados o ya no nos sirven porque hemos cambiado y no nos representan. A veces, pensamos que estamos en la casilla de salida y en realidad llevamos tiempo en la cárcel y debemos empezar a jugar y apostar por nosotros. ¿Cuál es la ruta? tus valores, tu forma de existir, tus lineas rojas, aquello que quieres ser y lo que no… Lo que nunca dejarías de lado y lo que no te importa perder. La imagen de ti que tienes cuando das rienda suelta a tus pensamientos e imaginas un futuro mejor…
Que el miedo nos cierra los ojos y nos fabrica excusas.
Nos maneja y achica, nos hace pequeños y nos paraliza como estatuas donde las palomas hacen algo más que anidar… Todo lo dicho antes no sirve de nada si no estamos dispuestos a pasar frío y saltar. Porque a veces lo que nos conviene es incómodo y nuestro sueño está al final de una pasarela que se tambalea y se agita con el viento, que tiene cien años y al sujetarse en ella, te araña las manos… Que por el camino hay muchas dificultades pero que son nuestras, escogidas por nosotros y conllevan la esperanza de llegar a la meta… Y que lo que buscamos está fuera de nuestro circuito habitual, pasando por la cuerda floja.
Que al llegar a la meta, todo vuelve a empezar…
Dar las gracias a dos grandes personas que hoy conversaron conmigo Leocadio Martín  y Maite Finch Vuestras maravillosas palabras me han animado a seguir… 
 

En primera fila

En primera fila

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Porque dije tantas veces que no queriendo decir que sí… Ahora me apunto siempre… Porque dije tantas veces que sí, sin desearlo, ahora no me callo nada.

Porque he pensado tanto en todo sin parar, ahora escojo sentir… Escojo notar y dejar de calcular.

Porque estuve tan cansada, ahora huyo de las sillas y los recodos del camino… Y si me fallan las fuerzas, miro atrás y veo lo que he dejado a mi paso y sé que puedo.

Porque fui tan pequeña, ahora quiero ser enorme.

Aunque sin dejar mi menuda presencia que se cuela en los rincones y llega a pisar el perímetro de alguna conciencia… Al final, fueron una suerte mi pequeña estatura y mis palabras imprudentes… La primera me hizo soñar con llegar a la luna… Las segundas bajaron la luna para que me la guardara. Así nunca me quedo corta…

Porque fui un libro en blanco, ahora soy un libro gastado por mil ojos hambrientos. Tengo todas la palabras del mundo en mis páginas rotas.

Porque estuve tan sola, ahora me tengo a mi misma…

Porque ya tuve miedo de todo y aún lo conservo a veces, decido sacarme el antifaz de niña temblorosa y dejar que mis muecas más alegres y más tristes choquen con el mundo.

Porque quise tanto, continuo queriendo aún más… Más por necesidad que por costumbre, más por pasión que por norma.

Porque ya fui una oruga diminuta que buscaba unas alas… Porque una vez fui una alcachofa que veía la vida pasar sin dejar de apretar sus hojas… Ahora soy un girasol que se retuerce buscando la vida. Hasta quedarse seco y extenuado, hasta desgastar hasta la última migaja de vida soñando sol…

Porque me equivoqué mucho, ahora reboto en las envidias y las malas caras. Cerré los ojos para soportarlo durante un tiempo, pero ahora me conozco cada una de las miserias que me habitan y sé cómo sobrellevarlas.

Porque muchas veces fui el destino, ahora quiero ser el camino… Llenarme de ideas, llenarme de pasos…

Porque ya hubo un tiempo en que cerré tanto los brazos para protegerme que me quedé sin abrazos, ahora me suelto. Ahora nunca dejo que nadie pase de largo.

Porque tengo tantas preguntas y hay tantos sabios ocultos tras unos ojos cansados.

Porque no tuve valor para pedir lo que quería y lo perdí sin apenas tocarlo, ahora me lanzo y devoro momentos.

Porque ya me escondí en el fin del mundo, ahora me pongo en primera fila. Para que si llueve, pueda mojarme… Para que me lleguen las caricias y me aturdan las críticas. Para notar que vivo sin más paliativo que la pura sensación de existir y respirar… Sin más lastre que mis pensamientos locos.

Porque conocí el escozor que provocan  los arañazos, nunca buscaré venganza…

Y si el rayo me parte, me romperé en mil pedazos, repartiré mis ganas por el mundo… Sabré que valió la pena dar la cara…

Porque me dijeron tanto que no, ahora no me conformo. No voy a resignarme con la vida de otros ni voy a surcar sueños ajenos…

Porque yo decido.

Siempre en primera fila…

Excusas para no atreverse a ser feliz

Excusas para no atreverse a ser feliz

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No te atreves a ser feliz porque tienes miedo de descubrir que esa felicidad depende de ti. Que hasta ahora no lo has sido porque, en el fondo, no querías asumir esa gran responsabilidad.

Porque ser feliz requiere un esfuerzo para mantener una actitud positiva para encontrar todo lo bueno de cada momento y experiencia, porque te gusta estar como estás y tener algo de lo que quejarte… Porque siempre has vivido sumido en el lamento y es tu forma de existir. Porque aunque no eres feliz, estás cómodo así, en este limbo vital y eres demasiado perezoso como para aguantar la disciplina que supone estar predispuesto a seguir batallando siempre… Hasta conseguirlo, hasta caer y volver a levantarte… Porque eso requiere un control de tus emociones y pensamientos, un aprendizaje que te cansa sólo con imaginarlo. No te atreves a ser feliz porque te da pereza.

No te atreves a intentarlo porque la verdad es que tu postura actual te compensa. Porque en realidad, ya eres lo suficientemente feliz como para no arriesgarte.

A veces, no te atreves a ser feliz porque ya tienes una agenda muy apretada y las sorpresas desbordan tus esquemas. Llevas mil años asfixiado por una rutina que no te permite soltarte y ya no recuerdas que era respirar, como si al quitarte las cadenas tuvieras que permanecer amarrado a ellas porque no sabes usar tu libertad. Porque en tu semana no hay hueco para la fantasía y valoras la seguridad  por encima de todo. Te has montado un esquema de vida que no vas a cambiar ni deseas dejar margen para la improvisación. Estás esperando a encontrar el lugar apropiado, el momento apropiado, el compañero o compañera apropiado… Incluso esperas a estar de buen humor.

No te atreves a ser feliz por si dura poco y te acostumbras a serlo y luego no puedes pasar sin esa sensación. Estás convencido de que la felicidad es adictiva, que engancha. Y no quieres depender de nada ni de nadie, ni siquiera de ti mismo.

Porque consideras que la felicidad nunca se eterniza.  No confías en tu capacidad para sobrellevar las situaciones adversas y sabes que algo se torcerá, siempre se tuerce. Prefieres no ilusionarte y luego caer en un pozo sin fondo y no ser capaz de levantarte. Prefieres monotonía a emoción, rutina a aventura,  porque no te fías de tus posibilidades de superación, ni de tu madurez, de tu ingenio. Porque ser feliz es esa paz de saber que pase lo que pase serás capaz de sobrellevarlo y tú prefieres siempre buscar culpables.

Ser feliz te da pánico. Amar te da pánico, por si pierdes ese amor y luego te pierdes a mí mismo recordándolo y entrando en un bucle sin principio ni fin. Por si luego no lo superas, por si no vuelves a encontrarte las fuerzas mientras estás ahogado en tus lágrimas. Por si no vuelves  a sentir nunca más… Prefieres la mediocridad de tus días insulsos a tocar la felicidad con las manos y ver que se escurre entre ellas. No podrías soportar la pérdida, por tanto, prefieres no probar la dicha…

No te atreves a ser feliz porque has aprendido a soñar pequeño y controlado, a poner límites a tus ilusiones y contener las ganas. Porque no quieres dejarte llevar por la pasión y prefieres vivir en una jaula a la inquietud de agitar las alas sin saber a dónde te llevará el vuelo cada día. Volar da vértigo, ilusionarte casi te provoca terror.

A veces, no te atreves a ser feliz por si en plena celebración de  tu nuevo estado de dicha, cae sobre ti una maldición ante tanta ostentación de alegría. Porque crees que no se puede tener todo y en algún lugar hay un duendecillo cruel que siempre compensa la balanza cuando recibes algo bueno y te arranca algo a cambio.

No te atreves a ser feliz porque no sabes qué te hace feliz y casi prefieres no planteártelo, por si no lo consigues nunca, por si es algo demasiado grande o, tal vez, demasiado básico y acabas avergonzándote.

No te atreves a ser feliz porque consideras que no ha llegado el momento oportuno ni adecuado. Porque crees que la felicidad es sólo la meta y no disfrutas del camino porque siempre andas pensando en el momento siguiente. Porque un día todo será maravilloso y perfecto y entonces te sentirás con fuerzas para afrontarlo y sentirte  bien contigo mismo. Aunque ese día nunca llega, nunca. Lo sabes porque hace diez años pensaba lo mismo y todavía no has puesto fecha en el calendario. Porque cuando llega la noche y todo está callado, por más que lo intentas ya no te notas el cuerpo y sabes que hace tiempo te desconectaste de él.

A veces, no te atreves a ser feliz por cansancio… Porque requiere una valentía que no tienes y una resistencia que nunca conseguirás. Porque llegas a casa cansado y quieres desconectar del mundo y de ti. Porque estás cansado de estar cansado y no puedes salir de esa jaula de modorra y ansiedad.

No te atreves a ser feliz porque crees que no te lo mereces. Por si no estás a la altura. Porque crees que la felicidad es para ti un coto vedado. Porque no eres de ese tipo de personas a las que llamas felices… Porque tus genes son los genes de una persona triste que te predestinan a una vida aciaga y lúgubre. Porque tienes  muchos defectos y no vas a cambiar. Porque no saldrá bien si lo intentas y algunos se reirán un rato pensando que te creíste con el derecho a entrar en su club.

No te atreves a ser feliz por si es un espejismo, porque antes que probar lo que es real y asumir mantenerlo, prefieres quedarte con el placebo y seguir quejándote.

No te atreves a ser feliz porque no te quieres lo suficiente a ti mismo, porque no te tratas como mereces y ni siquiera lo sabes…

S no te atreves, déjalo, no hay prisa, limítate a esperar  ese momento propicio y quemar los días y las horas… Haz como los peces muertos que flotan y siguen la corriente…