Aún no lo sabía

Durante mucho tiempo fue una oruga. Era una oruga que se arrastraba por el suelo, como todas las orugas, pero que no dejaba de imaginarse a si misma con alas. Estaba convencida de que si conseguía mirar al mundo desde el aire podría darse cuenta de muchas cosas que ahora le pasaban desapercibidas. Y sabía que no sólo era cuestión de perspectiva física, sino también mental. Por alguna razón, imaginaba-era una oruga que adoraba imaginar-que tener alas no sólo significaba abandonar el suelo, que era como quitarse la venda de los ojos y darse cuenta del tamaño real de las cosas, de su valor y de todo lo que implicaban. Que significaba poder apreciar mucha de la belleza que ahora le pasaba desapercibida, arrastrándose siempre con la cabeza gacha y la vista puesta en el centímetro de tierra que estaba por llegar. Percibía que desde el aire se podían apreciar los colores de las cosas y sus volúmenes. Estaría más cerca de la luz del sol, que a veces le quedaba vetada al pasar por largos trechos cubiertos de altas hojas verdes y maleza espesa… Podría ver la parte brillante de las hojas sin conformarse sólo con el reverso… Las copas de los árboles y sus ramas, las corolas de las flores, las azoteas de las casas, los tejados, el curso de los ríos hasta eso que llaman mar y saber a dónde lleva esa carretera que pocos se atreven a cruzar y que atraviesa su bosque siempre oscuro y eterno. Podría saber qué es lo que ve un pájaro antes de comerse a una oruga como ella y tocar las nubes para descubrir por qué son capaces de almacenar tanta agua y provocar la lluvia. Quería ser hermosa, brillar, deslumbrar a su paso… Que todos pudieran admirarla y seguirla con los ojos hasta ver como desaparecía en el infinito. ¿Infinito? ¿qué es el infinito? ¿dónde acaba el mundo?

Tenía tantas preguntas, tantas ganas de llegar con su rugoso cuerpo a dónde sí llegaba su imaginación. Estaba convencida de que había mucho más de lo que soñaba y deseaba. Se torturaba pensando que no lo podría ver jamás y que su imaginación de oruga no podría ni siquiera acercarse a una versión semejante a todo lo que se perdía por no volar, por no levantar un miserable palmo del suelo y ser capaz de alzar la vista, dejar de arrastrar su presencia vulgar… Eso le dolía aún más, no sólo no poder verlo sino ni tan siquiera poder soñarlo y que su sueño se ajustara a la realidad. Le dolía más la ignorancia que la cegaba que su absoluta vulgaridad.

Algunos días pensaba que tal vez si consiguiera volar, lo que vería podría decepcionarla, desconcertarla… Algunas orugas creen que cuando consigues volar, sólo con alzar el vuelo, eres engullida por algún pájaro o una rana o aplastada por la pezuña de algún mamífero que juega durante la siesta a degustar pequeños bocados…

Aunque eso no le importaba. Prefería mil veces ser arrollada por la realidad más cruel que ignorarla eternamente. Levantar el vuelo y descubrir que no había nada más allá de las hojas de hiedra, los zarzales y malas hierbas que la acompañaban cada día en el camino. Contemplar con sus ojos en perspectiva aérea que los las copas de los árboles son tal vez como sus raíces, que el río no se acaba nunca o que la carretera no lleva ningún lugar… Prefería la decepción a la inopia. El dolor a la ausencia de imágenes con que alimentar sus sueños. El riesgo al desconocimiento.

Prefería mil veces agitar sus alas una única vez y perecer a seguir arrastrándose eternamente y sin ver más allá del pedazo de tierra que circundaba su cuerpo menudo.

Durante un tiempo fue una oruga soñadora que buscaba resquicios de luz entre las sombras del sotobosque y la hojarasca para poder contemplar pequeños retales de un mundo que creía tener vetado. Le pareció eterno aquel lapso de tiempo, esa época entre las sombras fue la más complicada y dolorosa de su existencia…

A veces, cuando lo recuerda, no puede evitar sonreír y recordar con cariño su ignorancia y su deseo enorme de volver a nacer. Todos esos días sufriendo por no poder volar, todos esos días anhelando ser bella sin saber que ya era lo que deseaba ser, que dentro de sí había un ser preparado para conocer el mundo y brillar… Que sólo debía seguir su camino y madurar. Todos esos días acumulando dolor y lágrimas en vano por no tener alas, cuando desde el primer día de su vida estaba destinada a ser una mariposa.

No sabía aún que somos lo que soñamos que somos, que nuestros pensamientos nos cambian y nuestros sueños nos transforman.

Extenso inventario de posibilidades

 

No soy el sueño y soy la vigilia. La eterna oruga que metamorfosea y está a punto siempre de ser mariposa. El candado abierto de tu armario secreto. La espiga que colocan en los ramos de flores y que nadie ve. El botón de la camisa que dejas sin abrochar, el mechón de cabello que cae sobre la frente y la baldosa que salta cuando pisas firme.

Soy la tortuga, nunca la liebre. La pared maestra que todo lo sujeta, no el tejado. La ladera por la que se sube a la montaña, no la cima.

Soy el camino que lleva a casa, el aire que agita las ramas de los árboles, el meandro de un río largo, la concha del cangrejo ermitaño. Soy la tarde que se acaba esperando una llamada que no llega.

Soy cada uno de los troncos que arden en la lumbre y el cúmulo de hojas secas que se acumulan ante tu puerta en otoño. Soy su picaporte cansado y la silla que espera a que te sientes. Soy el grillo que canta, el viento que golpea las ventanas, el amarillo del sol y el gris plata de un cielo que está a punto de caer sobre tu cabeza y dejar que la lluvia nos aclare las ideas.

Soy el mar más bravo y la roca más quieta. El olvido más deseado y el recuerdo más vivo e insistente. Soy la esquina y la plaza desierta con cinco palomas que miran con sus ojos inquietos a dos ancianos que repasan sus vidas. Soy el letrero de “Se busca” y un par de zapatos rojos esperando que te los pongas para ir de caza. Soy el olor a canela en la cocina y el beso inesperado en el parque.

Una de esas flores malvas que nadie sabe como se llaman y que acaban invadiendo a las margaritas en los márgenes de los caminos. Una de esas hierbas silvestres que cubren la tierra de verde y dan color al paisaje.

Todas las motas de polvo y partículas en suspensión de tu aire. Todos los sueños viejos que sacas a paseo cuando te sientes acorralado y haces inventario de quejas y lamentos. Todas las horas tontas de cansancio cuando no suportas habitar tu vida y el miedo te sacude las entrañas. Las sacudidas y los golpes que moran en tus sienes. Las caricias acumuladas en el deseo que nunca materializas…

Soy el paso lento y el trote. Soy más el pañuelo que el llanto, la risa que la anécdota, el rocío que la lluvia… Soy el bálsamo que aturde y calma un rato, el lecho cóncavo donde refugiarse de las miradas extrañas. El abrazo conocido y cálido, la brecha en la que colocar el amarre para no caer al vacío cuando te das cuenta de que te has quedado solo…

Soy el canto de río y el campo de heno. El día perdido buscando una excusa, la palabra que no encuentras pero que casi pronuncias… Ese pensamiento que necesitas, esa decisión que quieres tomar y no te atreves. Todas la veces que pensabas que serías capaz pero que al final se quedaron en intenciones.

Soy los cimientos que sujetan la torre más alta, la raíces que sueñan ser ramas, la noche que anhela ser madrugada, la boca que desea ser beso y busca a tientas otra boca…

Soy cada una de esas infinitas posibilidades de tu vida…

Soy la hormiga, no la cigarra. Aunque envidie su mente despreocupada y su descanso inconsciente. Soy la cáscara y no el huevo, la tela y no la araña. La cebra que busca al león y el río que busca al mar. El agujero en el muro por el que se filtran secretos y mensajes, la calle que lleva al bar donde todos comparten mesa. El espejo en el que al mirar puedes contemplarte el alma y la conciencia, el sombrero que agiliza las ideas y el paraguas que atrae la lluvia.

Soy la tortuga que siempre sigue en la carrera a pesar de que la liebre parece que gana. La oruga que mantiene la esperanza y cada día se busca las alas. Soy las alas…

 

 

 

 

 

Cuatro cosas que intento recordar siempre…

Cuatro cosas que intento recordar siempre…

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Nunca digas que no, si quieres decir que sí.

No te pierdas la fiesta ni la oportunidad. Un “no” mal colocado hace caer el castillo de arena… Y los castillos de arena son el pan de los sueños, el material básico donde edificar las alegrías venideras… Si dices no y sueñas un sí, te cortas las alas… Y los deseos se cohíben, se comprimen, se desvanecen. Si los niegas, si los asfixias al llegar a tu boca, si les restringes la entrada a tu mente… Se dan por aludidos y huyen… Buscan otra cabeza donde morar y te dejan sin ganas, sin fuerzas, sin sueños. Si todo eso te abandona, serás una muñeca simple, vacía, de sonrisa estática y mirada floja. Tendrás sueños de plástico, amigos de plástico, pasiones de plástico… Tu vida plastificada se hará eterna.

Tampoco digas que sí, si deseas decir que no. No vivas la vida de otros, no confundas sus sueños con los tuyos, no seas títere ajeno ni propio. No confundas lo que quieren otros con lo que quieres tú. No inventes un tú que guste, que satisfaga sólo a los demás. No eres de goma, ni de espuma, ni de material volátil ni inflamable… No te escondas en un cajón por desuso, ni te guardes en una arca ni te expongas en un escaparate por ser distinta… Eres distinta y eso te hace grande. No puedes cambiar de facciones cada día ni esperar a que sople en viento para saber hacia adonde caminar. Hay gente así, es cierto, es de plastilina. Toma la forma que le piden a cada momento, pero su forma es inestable.

Nunca te sentirás bien si esperas que te aplaudan todos. A veces, basta que brilles un poco para que algunos intenten cazarte como a una mariposa. Es lo que hacen los gusanos, sueñan con cazar mariposas porque ellos no se deciden a hacer su metamorfosis… Muchos querrán que no vueles y te dirán que no puedes y se reirán de tus alas. Son los que se ponen a mirar a los que corren durante la carrera y en lugar de animarles para que lleguen a la meta, critican sus muecas de esfuerzo y cansancio. Para muchos es más fácil intentar pisar los sueños de otros que tenerlos propios… Intentar apagar el brillo ajeno que levantarse e intentar brillar por si mismos cada día. El miedo a veces te hace huir o te paraliza y otra veces te convierte en estúpido. No hagas caso. No les escuches, al contrario… Brilla más, vuela más, ríe más… Sé más tú que nunca, diferénciate más, siéntete más orgullosa de ese brillo y harás que sea más intenso. Y compártelo con los que se acerquen a ti con cariño, eso te hará inmensa, imparable. Contagia tus ganas de mejorar…

Y no olvides que nunca serás perfecta, pero puedes ser maravillosa. La perfección es terrible, coarta las fantasías y es poco estimulante. Quien te quiere siempre sabrá que estás buscando una meta y te tenderá la mano. Quien no te quiere, te pondrá piedras en el camino, ignorando que con ello no hace más que darte aún más fuerza y más ganas de llegar.

Mover montañas

Estaba cansada. Había movido una montaña para dejar paso a una mariposa y ésta había salido volando… Mientras, ella permanecía exhausta a un lado del camino desconcertada, agotada y rota porque nadie le había dado las gracias… ¿Qué esperaba? ¿Acaso la mariposa le había pedido algo?… Ella siempre esperaba más, demasiado, se hinchaba de ilusión por todo, hasta el delirio, hasta la más absurda fantasía… Se le oxigenaban todas las células del cuerpo de tanta emoción… Se emborrachaba de ganas deseando ver el desenlace de todo. Imaginando, dándole vueltas a las ideas más insignificantes hasta convertirlas en necesidades y perder de vista su tamaño real.

Esperaba mucho de muchos… Y de algunos pocos, aún más. Lo esperaba todo. La impaciencia la descarnaba. Le hacía jirones el alma. Cada minuto era una angustia… Tanta ilusión la desesperaba. Y el consuelo era seguir, devorar más impaciencia, esperar algo más de alguien más, tragar camino para hacer que el mundo girara, que la tierra que la circundaba se convirtiera en respirable. Sólo quería un gesto, una migaja de atención después de mover una montaña. ¿Pedía tanto ella que tanto daba?

Esperaba, pero no aceptaba. Se había vuelto caprichosa en la espera, exigente con todo y con todos. Daba mucho, quería más, tal vez demasiado. Y lo esperaba mirando el horizonte, pero no miraba en su interior. No valoraba su esfuerzo en sí mismo, su valor, su tenacidad, su energía… No veía su extraordinario poder para mover montañas, sólo echaba en falta el susurro amigo o del aleteo amable de la mariposa. No sabía que la ilusión se alimenta sola después del primer estímulo si no dejas de caminar. Y ella era capaz de eso y de más, era imparable si se lo proponía. Podía agitar un océano y luego tender una mano, sin mediar instante, sin apenas coger impulso. Lo imaginaba, lo deseaba, lo hacía. Y luego era incapaz de detenerse y esperar. No podía soportar que el mundo girara de un modo tan lento y que ella fuera tan rápido, tomando inercia, sin parar, sin respetar el tiempo que conlleva existir.

Olvidaba que cuando amas tienes que aceptar. Y que cuando das, lo haces por el necesario acto de dar, tan necesario para ti como para los demás. Y que siempre recibes. Tal vez no de la mariposa remolona e incapaz de mirar atrás. Porque si es incapaz de hacer el gesto y dar las gracias, poco te puede a aportar en el sentido que tú deseas. Lo que iba a darte, ya te lo ha concedido, la satisfacción de ayudarla, el momento de mover la montaña y ver su cara al dejarla pasar… No puedes encerrarla para capturar su estima, ni cogerla para tenerla cerca… La mariposa es libre, escoge y sigue su camino.

Y mientras obras maravillas, no te das cuenta, tal vez alguien te mira y piensa que eres grande porque mueves montañas y te levantas cada día con ganas de más. Con la ilusión puesta, de serie, alimentada de desaires a veces y otras de buenos momentos…

Ahora lo veía. Podía cambiar y dibujar un mundo distinto a su alrededor, intentar mejorarlo… Mientras, tendría que aceptarlo como era y tragar arena, encajar decepciones… Ser fiel a sus ganas y esperar sin desesperar, desear sin exigir, ilusionarse sin encadenarse a esa ilusión más que para tomar su energía y seguir. Actuar sin necesitar nada a cambio pero sabiendo que todo vuelve… Y dejar volar a las mariposas, si quieren ya volverán. Y así concentrarse en las montañas. Y moverlas cada día. Hay muchas…

Dejar de ser gusano

Dejar de ser gusano

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Cambiar es difícil. Para hacerlo es necesario superar el miedo y cerrar los ojos antes de lanzarse sin red al vacío. Aunque no es algo que hagan solo los valientes, lo hacen también los hartos. Los que tras levantarse mañana tras mañana, se sienten embudos… ven que nada les llena. La cara se les queda mate y la boca les hace mueca. Tal vez tienen una vida de manual pero cuando caminan por la calle sueñan, visualizan otro recorrido y notan en su pecho una chispa de felicidad, aplacada inmediatamente por un choque frontal contra la cotidiano. Una punzada fugaz, diminuta, pero suficiente para recordarles que existe un mundo distinto. Hace falta estar muy cansado de estar cansado para dar un vuelco a la vida y dejarse llevar. Hace falta ser valiente para soltarse de la cuerda que te ata a la rutina cómoda y gris, una especie de cordón umbilical asido a la mediocridad y el miedo. A veces no damos el salto porque nos gusta más el puro ejercicio de soñar que lo soñado, nos gusta el riesgo calculado, el peligro mínimo para que luego todo vuelva a su cauce… pero los límites cada vez se alejan… y nuestras ansias cada vez son más omnívoras. A veces la ansiedad de soñar sin tocar su sueño se hace insoportable…

Pasar por el camino de siempre es fácil, no mutar es la opción más llevadera. No supone sobresalto, no conlleva riesgo ni sonrojo. Para cambiar es necesario un esfuerzo titánico, un continuo devenir de emociones y pequeños pánicos… levantarse del sofá y abrir la puerta a la vida. Y lo que hay tras la puerta asusta… aunque revitaliza, rejuvenece… ilusiona. Sólo cabe decidir si esa ilusión inmensa compensa el riesgo de salir del nuestro mundo habitual, cómodo y clorofórmico, para dar el paso.

No todos los que soñamos con cambiar lo hacemos. Algunos se conforman con el sueño, se excitan con él y luego vuelven a su vida calculada. Algunos cruzan la línea para dejar de ser gusanos y convertirse en mariposas. El proceso es duro. Es una gestación larga, que requiere esfuerzo, intensidad… arrojo. El gusano mutante a menudo se mira en el espejo y se pregunta despavorido cómo ha sido capaz de estar en el proceso, siendo gusano… cómo osa pensar que podrá ser mariposa. Siente que quizás un enorme castigo caerá sobre sus espaldas por la soberbia de aspirar a brillar, lucirse… soltarse en el cielo y mostrar las alas. Y si no lo consigue, cómo va a contar a los demás gusanos que jamás sueñan que el intento salió mal. Le llamaran gusano loco, le mirarán con recelo… y peor aún… se mirará a si mismo con amargura.

Sin embargo, el gusano mira en el fondo de sus ojos y ve una chispa, un fogonazo brillante que le recuerda que por encima de todo, aunque al final no pueda… quiere… y que esa pasión es tan intensa que no puede resistir dejarse llevar. No puede cerrar la puerta y pasar el resto de su vida pensando que no será mariposa con cara de gusano asqueado y triste. Sentado en un rincón, pensando que se consume sin haber nacido.

Vuelve a la tarea y continua mutando. Al cabo de unos días entre el amasijo de capas que cubre su cuerpo, se dibujan unas alas. Son extremadamente finas, aún sin color, sin fuerza… pero le confirman que, ahora ya lo sabe, dentro de sí hay una mariposa.

Entonces se da cuenta de que lo que sería realmente una locura es no haberlo intentado. Sin importar que nunca le salieran las alas…

Dedicado a Gabriel Aúz @Gabriel_Auz , un hombre que sueña, abre puertas y salta sin red,  que con su último post ha inspirado el mío. http://paseandoencompania.blogspot.com.es/2012/09/el-miedo-al-cambio.html