No esperes más

No esperes más

NIÑA COLUMPIO CIUDAD
Al final, no atreverse cuesta muy caro. La vida se nos pasa suspirando… Corre sin parar mientras pensamos si podemos, si queremos, si llegaremos al final. A veces lo pienso, me volví fea mientras intentaba darme cuenta de que era hermosa… Me hice vieja, mientras no me atrevía a vivir mi juventud. Mientras me decidía a decirle «te quiero» vino un viento fresco y él se marchó…
Perdemos la vida por buscar una vida perfecta, una vida que no nos avergüence mostrar al mundo y colgar el Internet.
No somos lo que soñamos, somos lo que creemos que deberíamos soñar para quedar bien en las fotos y poder contar a otros lo bien que nos va en nuestras vidas prestadas y sin sabor.
No dejamos que el niño que nos habita crezca porque le asusta no saber cómo, no saber por qué y no ganar la partida… No dejamos que sufra por sobredosis de realidad y frustración,  pero no deja de sufrir porque no siente la vida, porque mira tras el cristal…
Pasa rápido el tiempo cuando no te notas las alas y te escondes de tu grandeza. En cada esquina se te queda una migaja de amor sin dar y una risa tonta por estallar. Y un día, despiertas y las piernas están flojas y pies cansados. Te duele lo que no eres y te rabia por dentro lo que no te has atrevido a hacer.
Odias al mundo porque no se para cuando tú te paras para darte tiempo a reaccionar. Odias a todos los que hacía algo por encontrarse mientras tú te ocultabas para no parecerte a ti.
Pasa rápido el tiempo y te dibuja un mapa de sueños por cumplir y miedos por vencer en el rostro y el pecho. Tus temores y reproches navegan por tus costuras y dejan cicatrices, una por cada reto que no asumes, una por cada beso que no das…
En tu pecho se pierde una batalla y se borra una idea que tuviste y que sabes que nunca llegarás a plasmar.
No hay amores eternos esperando a que te decidas, hay amores gastados que vibran  sin ti. Bocas que encuentran otras bocas que han aprendido a besar mientras tú te mordías los labios y manos que acarician mientras tú te muerdes las uñas esperando para empezar a vivir…
No hay más estrellas fugaces, se acabaron los deseos, ahora toca decidir si te levantas.
Y ahora me digo con esperanza… Eres hermosa, incluso sin saberlo. A veces, sin saberlo, todavía lo eres más…
Deja de contarte cuentos y acumular ganas. Rompe las cortinas y deja que el sol meza tu piel pálida y cansada…
Eres enorme, incluso cuando te sientes pequeña, diminuta, ínfima.
Eres grande sólo por ser, por estar, por respirar… Lo que pasa es que percibes tu vida como algo pequeño y te has adaptado a un mundo que se encoje porque se asusta, que escribe su futuro con pesadillas… Un mundo decepcionado y perdido que acumula hasta que revienta porque no soporta pensar que no tendrá lo que nunca será suyo.
Me he dado cuenta… Tenemos el tamaño que decidimos, el que nos dibujamos… El que nos asignamos a nosotros mismos para poder seguir… Como si construyéramos una puerta y luego nos ajustáramos a ella para pasar, cuando deberíamos hacer lo contrario… Ir por la vida entrando solo a través de las puertas que no nos obliguen a renunciar a lo que somos, que no nos hagan reducir nuestra capacidad de crecer.
Hubo un tiempo en que decidí ser invisible. Porque no soportaba que me miraran. No soportaba decepcionar. Ser poco, ser demasiado. Pasarme de largo, quedarme corta. No gustar, no medir, no parecer, no encajar… Miré al mundo esperando su desprecio y el mundo me lo dio sin vacilar.
El mundo siempre te responde como esperas, siempre recoge el guante que lanzas para que te des cuenta de que te va pequeño y realmente podrías aspirar a más.
Y ahora me digo… Deja de buscar, ya has encontrado. Deja de desear, ya tienes. Deja de compararte, ya eres…
No esperes más, ya has llegado. Esto no es una carrera, es una forma de mirar, una forma de vivir, un cambio de percepción. El tiempo se mide por unidad de paciencia y el espacio por tu capacidad de imaginar. Todo está cerca o está lejos según cuánto lo desees… Y en el fondo da igual porque a veces no está. Lo que queremos está esperando a que lo inventemos y reconozcamos nuestra capacidad para tocarlo.
No necesitas acumular sueños, ni razones, ni excusas, ni culpas, ni miedos, ni refranes viejos que te invitan a decir que no a lo que anhelas… No necesitas.
Me lo repito… No necesitas. Suplicando que esa idea entre en mí y no se largue jamás… Para abrazar la paz de no esperar, no querer, no deber, no mirar hacia delante ni perderme mirando atrás.
Para que sólo exista este ahora, este momento inmediato, este instante en el que sentir que estoy… Esta certeza básica a la que pertenecer sin desesperar.
Y así poder soñar sin controlar, sin buscar un resultado concreto y perderme la oportunidad de vivir lo inesperado… Para poder ser sin esperar, actuar sin topar contra el muro de esperanzas retenidas y sueños hipotecados por no ser perfectos… Para poder asumir mi grandeza sin obedecer a mi pequeñez, para amar mi soledad sin ceder al temor de que sea eterna.
Me digo… Eres grande en tu pequeñez. Eres feliz sin necesitar… Eres hermosa, porque todo lo que existe es hermoso  sin tener que esperar que unos ojos que lo sepan apreciar. 
La niña que te habita ya no quiere sólo jugar, quiere vivir, prefiere caer antes de pasar la vida sin columpiarse…

¿Recuerdas?

Vuelves a ser una niña.

Silvestre, ilusionada, rebelde… Sin más dueño que la risa ni más patria que ese rincón donde te escondes a soñar.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo, una pizca de sal… El aroma contenido en el armario de todas las pastillas de jabón de rosa que impregna la ropa. Olor a tarde húmeda de otoño y a sueño. El calor que cabe en la almohada de una siesta y el sabor robado de un caramelo de café. El mar encerrado en una concha. Las puntillas rotas y deshilachadas de la falda de tanto correr por el campo y pisar la hierba… De recoger flores y caracoles que escapan tras la lluvia, encontrar cantos de río de formas extrañas y soplar dientes de león esperando que tus deseos se hagan realidad.

Los pequeños tesoros en tu casa, escondidos y preciados. La magia de las pequeñas cosas. Lo inesperado, lo brillante… Lo que siempre estaba allí y tenía que perdurar. Lo que nunca hubieras sospechado que iba a desaparecer…

¿Recuerdas? Todo era eterno y parecía inmortal. Todo estaba detenido el tiempo y era asequible y cálido.

Y ahora… Todo se mezcla, todo vuelve… Comprimido en un instante, esperando en una esquina a que decidas ser capaz de mirar al pasado, de encarar el futuro sabiendo quién eres y por qué apuestas, qué arriesgas, qué cedes, qué dejas atrás. La escuela de tus tropiezos queda descubierta, cada arañazo en las rodillas es un peldaño nuevo hacia algo más grade y rotundo. Cada paso es una espina menos clavada en alguna de tus recónditas entrañas… Una pluma más en tus alas nuevas e inexpertas que ansían volar y no saben cómo. Tu piel nueva es a veces más amarga, más áspera… Aunque cuando imagina roce es suave y perfecta, se vuelve tersa y perfumada… Porque busca caricia, quiere acurrucarse y erizarse, añora emoción y sentimiento. Porque ya no se asusta cuando siente.

Ahora es uno de esos momentos en que te detienes y cuentas las migas de pan que has dejado tras de ti, miras si los pájaros ávidos y ajenos a tu rumbo se las han llevado, si fue el viento… Si dejaste poco de ti en casa palmo del camino o arrasaste con todo. Si quedaste a deber abrazos y agradecimientos que ahora ya no puedes dar porque sus destinatarios marcharon para no volver.

¿Has sido el caracol que ha cargado siempre con su casa y su carga? ¿has sido el león que devora? ¿La sirena orgullosa y descastada? ¿Has sido erizo que se asusta? ¿dónde has acumulado tus faltas? ¿dónde han recaído tus iras? ¿dónde han muerto tus sueños? ¿dónde han nacido tus miedos? 

Cada vez que has pisado ¿qué perseguías? Cada vez que has llorado ¿qué deseabas? ¿qué maldecías? Cada vez que caías, ¿por qué te levantabas? Cada vez que huías… ¿qué querías no volver a encontrar?

Ahora que sabes que siempre acabas tropezando de nuevo con cualquier cosa de la que huyas…

Que si no cumples tus sueños, se convierten en pesadillas…

Que cuando no escuchas a tu alma, tu cuerpo enferma y grita para que te detengas…

Que a veces, lo roto por el uso es más hermoso que aquello que nunca llegas a tocar…

Todos los caminos que has tomado te llevan a sentirte insatisfecha porque no has llegado al final… Porque todo lo que callas es lo que necesitas gritar. Todos las miradas que esquivas llevan tu mirada reflejada y una verdad latente que te persigue…

Todos los besos que repeles son los que más necesitas recibir…

Todas las palabras que no deseas escuchar son las que te darán la llave que abre la puerta hacia ti misma, esa que no abres porque te da miedo enfrentar.

Todas las disculpas que no has pedido laten dentro de ti como un tambor que no calma ni cesa…

Lo que te destruye, te recompone. Lo que te seduce, te ata. Lo que buscas es de lo que más huyes.

No te engañes, sin noche no hay día… Sin verdad, aunque sea cruda, no hay evolución.

Aquellos sueños que dejas atrás conducen a ti. Todos tus miedos han compuesto a pedazos tu esencia, tu fotografía actual… Tus facciones rotas y tus ojos escarchados por el tiempo y la falta de ironía… Tu dolor ha sido tu escuela. Tu tristeza alimentó tu felicidad. 

Lo que te hace llorar… Al final, te conducirá a la risa.

Lo que te asusta, te hará brillar. Sólo tienes que acercarte, con el alma desnuda y empezar… Decidir que se ha acabado toda prórroga para evitar la madurez, cualquier moratoria para no tomar las riendas y postergar la felicidad. Te toca, ahora. Asume, decide.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo y una pizca de sal. Un diente de león con un deseo por pedir y un caracol que escapa de la lluvia buscando un manto verde donde descansar.

A esa niña…

A esa niña…

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Visitó con la memoria a la niña que aún habitaba en ella. Tenía seis años. La encontró llorando en el patio de la escuela, en un rincón. Tenía las rodillas con rozaduras y la mirada perdida hacia el grupo de niños que reía y saltaba. Estaba rota, pero altiva, parecía un figurita diminuta pegada al suelo. La niña le dedicó unos segundos con las pupilas y entonces recordó que hubo un tiempo en el que ella no reía, no hablaba, se encerraba en un caparazón y se ponía en una esquina. Le hubiera hecho gracia la situación, si no fuera porque la cara de dolor de la niña le recordó que aquello de aislarse y sentirse distinta era duro. Los ojos de aquella niña, mucho más bonita de lo que recordaba y hubiera imaginado jamás, se clavaron a los suyos. Quiso acercarse y llenarla de besos. Decirle que aquel dolor intenso e insoportable cesaría, que era absurdo… Que ninguna de las grandes calamidades que esperaba entonces iba a sucederle. Que a cambio vendrían otras, algunas con moraleja facilona y otras a las que le costaría encontrarle el sentido. Quería decirle que el pegamento que la tenía paralizada en ese rincón y que es tan eficaz se llama miedo y que iba a tener que desprenderse de él para poder desterrar los rincones de su vida y protagonizarla. Le diría que no se preocupe, que no está destinada a los rincones, que algún día, a pesar de que ahora no hablaba mucho, la gente la iba escuchar porque sabría usar las palabras y que éstas iban a convertirse en su principal apoyo en el mundo. Que conseguiría cosas que no imaginaría nunca, que ahora creería imposibles, mágicas. La miraría a los ojos y le diría “piensa que puedes” y le pediría que no se dejara arañar más por las miradas ajenas, que en el fondo, estaban aún más asustadas que la suya.

Le diría que era hermosa, que no se preocupara por ser distinta y sentirse distinta porque algún día daría las gracias por esa diferencia. Que las rarezas son a menudo talentos ocultos y las caídas oportunidades. Que apreciara su cabello brillante y color poco común de sus ojos… Que iban a quererla mucho y que iba a amar sin tregua. La cogería de las manos y le diría que no estaba sola, que era lista y que va a saber cómo darle la vuelta al vacío que ahora sentía para sobrevolar situaciones como esta. Que iba a reír y a mezclarse con la gente, que esto era sólo un ensayo de lo que había en el mundo, que nada de lo que ahora le pasara era definitivo… Que la vida es corta, cortísima y que en dos días se iba a encontrar con unas alas enormes que no sabría utilizar. Y que las usaría a duras penas para seguir adelante y tropezar. Y tropezando aprendería a volar. Que atarse al miedo es una excusa para los que no se atreven a ser libres y que ella, no iba a ser de los que renuncian a su libertad.

La abrazaría y le diría que iban a estar siempre juntas, pero que ella iba a ignorarlo durante mucho tiempo. Hasta que una tarde, haciendo repaso de su vida, vuelva aquí, en este preciso instante y vea a una niña que llora. Y necesite decirle que se quiera, que se respete, que no se preocupe porque con un paso tras otro lo conseguirá… ¡Todo! Entonces sabrá que no puede contarle nada, por más que lo necesite o desee… Tan sólo tenderle la mano y secar sus lágrimas… Porque se dará cuenta de que aquel dolor sin sentido es lo que la hizo superarse y brillar. El dolor la obligará a dejar el rincón…

Y que eso tiene que descubrirlo sola.

Alma gigante

Alma gigante

Navego en la arena caliente y me encojo en un caparazón demasiado blando para cobijarme. Escojo mal mis lealtades… Oigo que me silban un par de cuerdos para llamarme loca, mientras yo me busco en los espejos y me encuentro en las lagunas que tengo en la memoria. Ahora me veo distinta, más remota. Como una araña que trepa por la pared y mira al mundo desde lo más alto. Descubriendo que todo es minúsculo y relativo. Como una diosa diminuta en un mundo de hombres gigantes. Sin ganas de aparentar y dibujarme una sonrisa forzada en la boca. Si no me deseáis, no me toquéis. No pido limosna de cariño con objeción de conciencia. No busco caricias faltas de deseo, ni besos a oscuras. Merezco la luna. No voy a tolerar menos. Incluso voy a pedir más…

caparazon

Soy una niña que mete los dedos en los agujeros de las sillas viejas y que se calma la sed de historias observando a la gente en los ascensores. Todos tienen sabor amargo en la boca y disimulan el pánico encogiéndose de hombros.

Me miran algunos que no se encuentran a ellos mismos con cara de congoja y se creen que no tengo consciencia de mi forma y mi esencia. Me sonríen sin ganas, lo noto, y me dan pena. Y yo lamento volver a excusarme por habitar mi substancia, por ser tan mental como corpórea, por pertenecer sólo a unos pocos y seguir protegiendo a la niña que reside en mis lagunas. No volveré a detestar mi naturaleza efímera. Se dónde empiezo y dónde acabo, pero aún no he descubierto hasta dónde puedo llegar. El dolor y el tiempo me han hecho infinita, cíclica, rotunda. Soy más que este cuerpo que habito. Mi yo enorme ya no se detiene en las costuras, se expande, se derrite y circula calle abajo en busca de más fantasía.

Soy un pájaro incómodo que sueña, la boca de un pez pegada al cristal de un acuario, un gato que camina sobre una muralla estrecha. No caigo, no tengáis miedo, y si pasa, sobreviviré. Me escurro entre unas manos enormes y sueño que un día mi pecho estará en calma.

Hay quien se cree que por las noches aúllo, mientras yo, pliegue sobre pliegue, me convierto en una mujer de bolsillo y les miro sin piedad y sin abrir la boca les recuerdo que no existo. Para ellos no existo… Eso alivia. Sé que cada vez que me obvian pierden una de mis ironías más finas, una de mis risas salvajes.

Anhelo un alma gigante. No deseo volver a decir en voz alta que me perdono, mientras me busco, ni quedar afónica de nuevo persiguiéndome el eco.

La niña callada está delirante y juega otra vez a meter los dedos en los agujeros de las sillas viejas. Se disculpa de nuevo, revienta de excusas por existir sin darse cuenta de que debería callar. Es una niña diminuta. Tiene los ojos salpicados de verde y destellos rojos en el cabello castaño. Es casi guapa, casi feliz… Está casi rota, pero se aguanta asida a la vida porque ella misma es el pegamento. Es fuerte y elástica. No lo sabe aún pero los próximos años tendrá que cambiar mil veces de forma. Tiene miedo, pero le dará la vuelta hasta convertirlo en escudo… Y eso la ayudará a vencer, pero la aislará del mundo. Hasta que un día, estará sola. Tremendamente sola. Sola a rabiar. Y tendrá que salir y hacerse enorme. Saldrá de la crisálida y su tamaño aumentará hasta invadir su mundo. ¡Pobre niña triste e ingenua! Ignora todos los pasos que le quedan hasta que pueda vencerse a si misma. La tengo perdida en mi cabeza mientras aplasto la cara en el cristal de este acuario repleto de peces que resbalan al tocarse.

Tus manos pequeñas

Tus manos pequeñas

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Me gusta verte bailar. Verte girar mientras tu pelo corta el aire y tu risa lo impregna todo. Me gusta tener memoria de pez cuando me enfado contigo. Ponerme el disfraz de bruja malvada sólo por un instante y casi sin darme cuenta estar buscando tus facciones dulces y suplicando coincidir con tus ojos. Sé que no puedo vulnerarte y que tu dolor será mi dolor para siempre. Sé que empiezo dónde tú acabas y que jamás tendré cerca nada tan perfecto como tú. Que podrías respirarme y sería feliz buceando en tus entrañas. Lo noto.
Eres mi risa. Mis ganas. Mis sueños. Surcas con tu cara de niña mis temores más eternos. Eres la mayor de mis razones. Mi gran atino, mi fuerza.
Busco el contacto con tus pupilas y noto como mis brazos te arrullan, te imaginan cuando no te tienen. Necesito tenerte, vivo de tus miradas juguetonas y tus manos pequeñas. Adoro notar que estás cerca, respirar a tu lado y saber que estás satisfecha. Adoro tu olor y tu tacto suave. Vivo pendiente de tus risas. Tan sólo anhelo que me sobrevivas y sueño con encontrarte las cosquillas…
Adoro acariciarte, notar tu presencia tibia y traviesa en mí, recordar que me invadiste, me surcaste, me superaste. Busco como una loba agarrarte fuerte para que no te me escapes, controlarte sin tregua… y al mismo tiempo te quiero libre, te quiero ver correr feliz y alocada, pero siempre cerca.
Eres mi aliento. Mi mar y mi cielo. Eres mi aventura más complicada y maravillosa. Eres mi todo. La explicación a lo inexplicable. El motivo. La esencia. El hilo que muchas veces me sujeta desde el cielo para que no caiga cuando soy una marioneta cansada. Eres la meta y el camino. El principio y el fin.
Quererte es el más grande de los dones y el que genera en mí más ansiedades. Vivir es ver mi cara en tu cara, volver a ser niña y olvidar el mundo. Saber que mi mundo son tus zapatitos, tus historias inventadas y tus lágrimas fáciles. Que no hay más voz que tu voz, ni vida que tu vida. Estoy atada a tus latidos, conectada a tu ser, ávida de darte alegrías y consolarte las penas… deseosa de pertenecerte, feliz por quererte más allá de lo que abarca la comprensión humana.
Tu perfección me hace un poco perfecta. Tu humanidad, más humana, tu vitalidad me hace sentir más viva. Tu existencia da sentido a mi existencia.
Gracias eternas por haberme escogido para nacer.