La caja de cerillas

La caja de cerillas

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Nos quejamos mucho. Nos pasamos el día concentrándonos en lo que nos molesta, lo que nos preocupa, lo que nos falta, lo que no nos gusta. Repetimos mil, cien mil veces las mismas frases hasta que se convierten en una plegaria, en un credo… Se meten en nuestra cabeza y en la cabeza de los que nos rodean, como un mantra asqueante que nos reafirma en lo que en realidad queremos alejar de nosotros. Cada palabra que decimos nos hace sentir más dolidos y rabiosos, más resentidos con todo y con todos… Cada palabra que sale de nuestra boca en forma de exabrupto o lamento nos acerca a esa realidad que queremos superar. Y a veces, es una realidad inventada, un recorte de lo que es nuestro mundo. Una versión incómoda y desconsiderada de lo que somos. Un compendio de lo que detestamos sin tener en cuenta todo lo hermoso que nos rodea. Acotamos nuestro mundo a cinco, seis frases hasta que nuestra mente se convierte en un cuarto oscuro desde el que no se ve nada de lo que hay fuera. Los sueños llaman a la puerta, pero no la abrimos porque no vemos lo que deseamos, vemos lo que nos asusta, lo que detestamos… Eso reduce nuestras ganas, nuestras capacidades, nos hace pequeños, mínimos… Y nos convertimos en un ser diminuto intentando abrir una puerta gigante para dejar pasar la luz, para dejar salir los lamentos y dejar que entren algunas alegrías. Sin embargo, ese ser pequeño triste, metido en una caja de cerillas por conciencia, con la luz apagada y los pies fríos no consigue abrir. No puede porque él mismo decidió no poder. Se cargó de dolor y angustia y ese peso aturde cada uno de sus pequeños movimientos. Respira un aire viciado y enrarecido, escucha la misma música triste, mira las mismas caras agrias de siempre, algunas transformadas por su mirada desganada, otras salpicadas por su perorata triste y quejumbrosa. No tiene donde agarrarse para conseguir tomar impulso y salir de la habitación oscura de su cabeza. Cada uno de sus pensamientos tristes y acotados a una realidad restringida y limitada a esas cinco frases de agobio le impiden tener la fuerza suficiente para respirar aire puro… Para salir de sí mismo y su mundo reducido de penas y angustias…

El hombrecillo triste que nos habita no lo sabe pero la solución está a tiro de pensamiento, de palabra. Si por un momento consiguiera dejar de repasar la lista de lo que odia y se concentrara en recitar la lista de lo que ama, si pudiera soñar y ampliar su mundo de quejidos y superarlo, si consiguiera encontrar algo hermoso a lo que sujetarse… Tomaría impulso, daría un gran salto y lograría abrir la puerta. Entraría la luz y se daría cuenta de que la caja de cerillas ha sido siempre una gran llanura con hermosas vistas. Que las caras agrias eran de desconcierto y la música triste eran sus propias palabras…

A veces, desayunamos lamentos y cuando llega la noche nos acostamos con ellos. Nos regodeamos en nuestras miserias y faltas. Nos pasamos las horas mirando en negativo de la foto de nuestra vida. Nos convertimos en aquello que odiamos a base de repetirlo. Nos quedamos sujetos a ello, se nos pega en la espalda y nos acompaña, impregna nuestra existencia y no nos deja ver todo lo demás. Tanto quejarnos, acabamos siendo una sombra triste, un murmullo aburrido y aturdidor… Somos lo que decidimos ser. Nuestra vida son las palabras con que la definimos. A veces, es necesario callar y mirar más allá. Salir de ti mismo y contemplarte con otros ojos. Hacer una lista nueva, sin historias tristes que recordar. Con sueños, retos y risas contenidas esperando salir. Una lista de lo que amas para convetirte en lo que amas y abandonar la caja de cerillas.

Algunas excusas para decir ‘te quiero’

Porque a veces necesito decirlo también en voz alta.

Porque el camino es más hermoso e intenso si lo compartimos y la noche no tan oscura si me abrazas.

Por si se te escapa un instante de felicidad y se me enreda en el pelo…

Para cuando te mientan los ojos y creas que estás solo.

Para cuando creas que tienes muchos amigos y descubras que en realidad son pocos y alguno te dé la espalda.

Por si te caes y el viento te envuelve entre las hojas y te arrastra a un abismo.

Por si crees que eres el rey del mundo y tu ego te catapulta a un infierno solitario.

Por si crees que no eres nadie y necesitas que te recuerde que para mí lo eres todo.

Para que se te acostumbre el oído a la música de mis palabras.

Para que a pesar de la costumbre, sepas echarme de menos y te des cuenta de que necesitas que sujete tu sombra cansada.

Por si no me oyes… Por si no me escuchas…

Porque estás revuelto y no recuerdas dónde empiezas ni dónde acabas. Porque te lanzas a veces sin paracaídas y siempre esperas que te haga de red. Por las veces que me miras de reojo cuando estoy sentada.

Para que no te creas que hay en el mundo nadie como tú…

Para que no te creas mejor ni peor que nadie…

Porque de noche seguro que dudas. Porque de día noto que me buscas cuando te busco.

Porque vienen curvas y necesitas que yo sea tu carretera.

Por si tienes vértigo y nadie te da la mano. Por si tiendes tu mano y no encuentras la mía.

Para cuando haga frío y el viento se meta en ese hueco entre tu cuello y tus orejas que a mí me gusta recorrer con las pupilas.

Para cuando te sientas hueco y notes el eco de tu pecho vacío y necesites llamarme con alguna excusa.

Para cuando descubras que no eres eterno y también te equivocas. Para que sepas que no me importa.

Por si me sueñas.

Por si me deseas.

Por si piensas que te sueño y te deseo.

Por si estás imaginando qué siento.

Por puro delirio. Por pura necesidad.

Porque a veces gana el niño que llevas dentro y te encierras en tus muros invisibles.

Porque cierras tus puertas y te conviertes en el ser más hermético del universo. Para poder entrar en tu cueva y encender la luz…

Por si llueve y no lo soportas. Por si bailas bajo la lluvia y necesitas pareja.

Por si no puedes salir de tu encierro y no tienes valor para pedir ayuda.

Para que sepas que adoro cada una de tus muecas.

Por si tienes miedo y te sientes diminuto.

Por si te conviertes en piedra y mis lágrimas te resbalan. Por si ya no me quedan lágrimas que derramar ante tus ojos hambrientos.

Porque el tiempo pasa veloz y la vida se nos agota. Porque todo caduca, excepto mis ganas.

Para que te conmuevas y te derritas.

Para que un día me sueñes y me persigas por las esquinas.

Porque me gusta repetirlo.

Porque necesito repetirlo mil veces. Porque cuando no lo digo, me salen escamas. Se me achica el corazón y el alma se me encoge.

Por el valor que le doy yo a las palabras…

Porque no hace falta buscar excusas… Te quiero.

Lo tengo todo

Lo tengo todo

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Sé que no soy fácil. Nadie que haya topado consigo mismo mil veces y se haya atrevido a mirar en el fondo de su alma lo es. No es fácil pasarse la vida intentado no existir a medias y aguantar las miradas de muchos que se conforman con pasar el rato y poner buena cara en la foto de su historia. Yo no soy de poner caras, mejor me hubiera ido… Soy de miradas intensas y palabras a veces crudas, a veces dulces. De saber dónde y por qué y tener claro con quién. Y eso no se cambia si no es por un cataclismo. El cariño no se vende ni se compra. Sencillamente se da y se gana. Como el respecto y la confianza.

A veces insisto mucho en todo, lo sé. Soy cansina con lo que me importa. Tengo el don de la impertinencia y me obsesiono fácilmente. Soy de salir por las puertas y entrar por las ventanas. De que me propongan una locura y de inmediato no pueda evitar imaginarla como algo posible y pensar en la cara pondrán aquellos que no esperan nada de mí. Me gusta escandalizar y remover conciencias. Soy sencilla, pero nunca básica. Me complico la vida y pienso en exceso para llegar al final a la misma conclusión que si hubiera hecho caso de mi intuición al primer impulso. Puedo acostarme sin pan, pero no sin esperanza. Puedo equivocarme pero necesito creer que soy capaz de pegar lo roto y coser lo arrancado. Mi pegamento son las palabras… Aunque no las tengo todas ni sé mucho de nada. Olisqueo de todo y cuando algo me gusta apuro las migajas. A veces poco es mucho y mucho es nada si no sabes apreciarlo.

Todo me parece curioso. Hay mil historias que contar y mil lugares que no he pisado nunca mas que con mis ganas. Lo imagino todo. Lo apuro todo. Eso me calma… Antes era de quedarme corta. Ahora soy de pasarme de largo. No soportaría que me quedara nada por conocer o probar. Saber que si no llego, no será por mí. Eso apacigua mi conciencia. Saber que lo intenté hasta el final. Mejor quedarse en la puerta de la gloria que no atreverse a iniciar el camino nunca. No soporto la palabra «nunca». Me ha sentir pequeña y frágil, me hace pensar que todo está escrito y yo soy de cambiar el guión cada día. Andando se aprende, soñando también. Se aprende incluso cuando no se quiere aprender…

Soy a veces como una selva, lo admito. Bastante oscura y enmarañada. Aunque no tengo mucho secreto ni misterio. Se me conduce con mimo y se me tiene con sólo dedicarme unos minutos. Si me dan uno, devuelvo cien. No cuento los favores ni mido ni peso sentimientos… Quién me quiere, me gana. Y quién me tiene, sabe que si me cuida lo nuestro apuede ser eterno. 

En el fondo, no busco nada que se toque, pero quiero tocarlo. No busco nada que se vea con los ojos, pero quiero mirarlo, degustarlo, vivirlo… Quiero que exista y que su existencia le de la vuelta a todo. Que me deje del revés y me zarandee las entrañas dormidas. Por si se me ocurre ceder al cansancio y contagiarme de esas caras agrias que a veces me rondan buscando anidar en mis neuronas hiperactivas per agotadas. 

Sé que asusto, a veces. Que me meto en mundos que no son gratos. Que me hago preguntas que molestan y que estar a mi lado es contagiarse con ello y puede resultar doloroso. Algunas verdades nos abren más en canal que las dagas más afiladas. Algunas mentiras ocultan falsas piedades. A menudo subsistimos porque retrasamos el momento de decirnos a la cara lo que ya sabemos pero no queremos admitir. Aunque es sólo subsistencia, no vida…

Sé que mucho de lo que me pregunto no tiene respuesta, pero no me importa… Eso asusta más todavía ¿verdad? que no esté en esto tanto por el resultado como por el propio juego. No me conformo con poco, lo busco todo pero quiero aprender a sentir abundancia con lo mínimo. Y así siempre seré rica e inmensamente afortunada.

Deseo mucho. Sueño sin medida. A veces duele, a veces consuela. En alguna ocasión si me hubiera quedado sin sueños hubiera dejado de existir. Hubiera cambiado de forma. Hay veces en las que se tiene que echar mano de la imaginación para burlar realidades muy sórdidas. Lo importante es ser consciente y distinguir cuando deliras. Saber si te agarras a una cuerda imaginaria para no caer y si los que te acompañan son de fiar. En eso, soy partidaria siempre de pensar que sí, que no van a darme la espalda i que puedo fiarme de las personas aunque luego tenga que curarme heridas. A veces cuando alguien a quien adoras te falla, hay que pasar un tiempo viviendo casi sin recordar. Caminar sin sentir demasiado y subsistir hasta poder poco a poco dejar un rincón a la fantasía. Ser superfluos y acariciar lo básico. Ser básicos y creer que todo es superfluo.

Sé que soy directa, demasiado. Lo sé. Los rodeos sin sentido me aturden. Soy impaciente, aunque no me importa esperar cien años o dar mil vueltas, pero necesito saber qué van a algún lugar y que tienen un por qué. Soy tanto de forma como de contenido. Creo que sin envoltorio no hay caramelo, que sin cómo no hay qué y que a veces hay que empezar por la risa y luego contar la anécdota porque las risas ahuyentan las penas… Que hay que bailar sola y salir a la pista antes de encontrar pareja de baile porque la inercia hace que las cosas pasen y la intención es un arma poderosa. Sé que hay que romper la cáscara sin saber qué te espera en la vida y hay que saltar si realmente crees que hay fondo aunque mil voces digan que no. Y con el tiempo, me he dado cuenta de que llevar la contraria es bueno, saludable, necesario, pero hay que hacerlo con sentido y conciencia porque si no puedes pasar de rebelde a estúpido y de auténtico a superficial.

Tengo la sensación de que a menudo perdemos grandes pedazos de vida buscando unas respuestas que ya sabemos pero que no nos atrevemos a decir en voz alta. Y vemos en los demás todas esas odiosas manías que nosotros también tenemos. Les criticamos para vaciar nuestras frustraciones. Nos engañamos. Siempre esperamos a mañana para cambiar y ser felices. La felicidad asusta y mucho. Hay que cazarla al vuelo y eso requiere maña más que fuerza. Porque no sabemos qué nos hace felices realmente. Porque la respuesta a esa pregunta podría conllevar cambiar de vida. Porque tenemos miedo a encontrar esa felicidad y perderla y no poder soportarlo. Porque ser infeliz es una buena excusa para dejar de hacer muchas cosas.

A veces soy demasiado contundente y me pierde la necesidad de encontrar aquello que me impulse a seguir a pesar de las decepciones. Aquello que me dé el aliento para levantarme a pesar de recibir como todos algunos golpes y creer por momentos que no podré superarlo. La fuerza, la intención, el deseo, la cara de las personas a las que amas que te piden que no abandones, la locura pendiente, la locura que no deseaste cometer. Lo hecho y lo que aún necesitas hacer y todo lo que has aprendido equivocándote y acertando. Cada sacudida, cada esquina, cada carcajada, cada lágrima que cargas a tu espalda. Lo que te ha construído y lo que casi te destruye. Lo que te conmueve y lo que te repugna. Lo justo y lo injusto. Lo que te deja frío y lo que te calienta la sangre. Tú… Todo eso que hace que tomes empuje y no te despeñes por un barranco imaginario. Y cuando cierro los ojos y sé que ya lo tengo. Todos lo tenemos. Todo lo que necesito lo llevo dentro. Es mi equipaje, mis fracasos, mis recuerdos, mis ganas gigantes de todo…  Lástima que no siempre lo veo. Lástima que no siempre lo recuerdo. Suerte que en momentos como éste me doy cuenta de que está ahí y de que lo tengo todo.

A veces pasa…

A veces pasa…

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Voy a decir algo que duele. Que escuece. Que araña. A veces, todo lo que nos pasa es porque nos dejamos. Todo lo que nos sacude es porque permitimos que nos sacuda. No siempre, pero somos lo que permitimos que los demás hagan con nosotros. Nos pisan si queremos. Nos tratan mal si nos dejamos… No nos respetan si no exigimos respeto. Asquea, cierto, aunque a menudo, con algunas personas es así.

Nos pasamos la vida dándoles a los demás permiso para que entren en nuestras vidas, hurguen en nuestras miserias y nos golpeen donde más duele. Nos creemos sus palabras. Escuchamos lo que dicen de nosotros y nos lo tragamos como un dogma, como si lo que ellos ven en nosotros fuera todo lo que podemos ofrecer al mundo. Les abrimos las puerta y cuando entran en nuestras conciencias con malas maneras fingimos que no lo vemos, que no importa, que no pasa nada si no nos tratan como merecemos. Nos creemos que son todopoderosos y que pueden hacer lo que quieran con nosotros. La primera vez casi ni se nota, es imperceptible. Es una palabra fuera de tono, un gesto poco apropiado y desagradable. Admitirlo nos duele y lo dejamos pasar. Hasta que llega otra vez y otra y mil más. Y no te das cuenta y un día te levantas y no existes porque tú has cedido… Porque has dejado que otros lleven el timón de tus emociones y escriban el guión de tu vida.

A menudo esas personas nos importan y mucho. Si no nos importaran, su opinión no nos influiría ni podría dolernos. Sea amor o amistad… Les dejamos, les damos permiso para saquear nuestra dignidad. En nuestra fantasía, aspiramos a que un día se den cuenta de lo que valemos y de lo equivocados que están al no considerarnos. Que despierten y nos traten como merecemos, que vean lo que hemos hecho por ellos y sepan que podrían necesitarnos. Que nos tengan por iguales y no desprecien nuestros sentimientos e ideas… Eso sería lo justo, pero a menudo no es posible. No pueden añorar a alguien a quién no le han concedido el valor real que tiene. Si no se han dado cuenta ya es porque no saben, no son de esas personas que valoran a los demás por lo que son sino porque lo que pueden hacer por ellos. Alguien que te utiliza no está preparado para considerarte. Antes tendría que dejar atrás su corazón de niño egoista y aprender a dar y compartir… Dejar de ver el mundo desde su ombligo y de existir sólo para él mismo. Si no te trata como mereces es porque no te merece… Y lo más curioso e irónico de la situación es que tal vez te necesita y mucho. No para cargar sus malos ratos ni aguantar sus gritos. No para escucharle las penas y buscarle soluciones. No para soportar sus desprecios. Necesita llegar a ti de verdad, no para pedirte que hagas nada por él sino para aprender de ti cómo se ama… Si no sabe querer no te querrá como tú necesitas. Si no se molesta en conocerte, nunca podrá echarte de menos. Saldrás de su vida buscando oxígeno y nunca sabrá lo que pierde. No volverá a ti para decirte que ha sido idiota. No se dará cuenta de que cada vez que te empequeñecía él mismo se convertía en diminuto… No sabrá qué ha pasado y te tildará tal vez de ingrato… Habrá tenido ante sí algo precioso y lo habrá tratado como algo utilitario, como una masa maleable de usar y tirar. No entenderá. No sabrá. No notará la diferencia…

Tú seguirás tu camino mientras intentas recordar que no eres lo que él vio en ti sino lo que no fue capaz de ver. Que no estorbas ni sobras. Que no sólo estás para escuchar y recibir malas caras. Que eres un ser humano entero y mereces ser tratado como tal. Te sacudirás la bruma de encima y decidirás que nunca más permitirás que nadie te trate así de nuevo.

Y puede que de vez en cuando sueñes que viene a ti. Que abres la puerta y su cara llorosa te pide perdón. Que por fin se ha dado cuenta. Que en algún momento llegaste a tocar su alma y algo tuyo se quedó prendido en él al menos el suficiente rato como para aprender a querer un poco…Que se obró el milagro y vulneraste sus defensas… Que hay esperanza y que tu amor le ayudó a ser mejor… Tal vez no pase nunca. Tal vez tú sólo seas un peldaño más de su particular escalera hacia un futuro planificado…

Quizás todo sea una prueba. Nosotros teníamos que aprender a superarnos y saber lo que no queremos. Y ellos, quizás tenían que descubrir cómo se quiere cuando no se es el centro del universo. Duele, pero a veces pasa…

Más palabras para la conciencia

Más palabras para la conciencia

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Siempre he confiado mucho en las palabras. Los que me conocen y sondean, lo saben. Confío en ellas sin fisuras. En su valor, en su capacidad de movilizar conciencias, en su elasticidad… En su poder para remover lo intacto y estático y crear algo nuevo, engendrar vida, darle la vuelta a las situaciones. Siempre he buscado locamente las adecuadas. Como si fueran únicas, como si fueran pócimas maravillosas que obran cambios imposibles. Lo he hecho a veces de forma metódica y obsesiva. Con placer, con un deleite máximo al conocerlas y usarlas, como si utilizara un material tan precioso que pudiera desvanecerse o evaporarse, un material escaso, algo que pudiera romperse o desaparecer. Porque es cierto, se evaporan, se funden si no les das importancia, se mueren si no las escuchas y les concedes un minuto para llegar a ti y salpicar tus entrañas. La palabras perecen.

Siempre he pensado que si era capaz de encontrar la palabra que podía llegar al corazón de cada persona sería capaz de tocar su alma. Hacerle entender lo que necesito explicar, hacer que me escuchara… Hacer que el resto de mis palabras llegaran al umbral de sus necesidades y su voluntad. A menudo, rozando la impertinencia. Aunque tal vez me tocó la presunción, las ganas, las ansias de poder cambiar cosas sólo con palabras, algo tan efímero que se borra, se omite, se encadena al viento y se fuga de nuestros oídos y cabezas. Algo que yo creo sólido pero que no tiene densidad ni peso…

Tal vez, he llegado a pensar… Les di demasiado poder porque precisamente siempre tuve presente el poder que tienen las palabras sobre mí. Porque las vivo, las escucho, las leo, las saboreo, las incorporo a mis pasos… Para mí escribir es vivir y dar una palabra, la palabra justa, es dar una parte de la conciencia, un pedazo de algo intocable pero altamente valioso, un contrato de honestidad, de sinceridad, de belleza incluso… La belleza que tiene lo imaginado, lo soñado… Un lugar donde discutir, charlar… Donde reflexionar e intentar ser mejor cada día.

No todos le dan el mismo valor a las palabras y no tienen por qué. No todo el mundo cuando dice “te quiero” ama con la misma intensidad, no todos están dispuestos a dar lo mismo, a recibir lo mismo, a responder de la misma forma y vivir en consecuencia. Hay muchas clases de amigos, de compañeros, muchas clases de vidas y de personas que se cruzan en la tuya.

Palabras como amistad, confianza, lealtad, fidelidad, valor, miedo, cariño, compromiso, promesa, deseo, sueño, felicidad, perdón… Y millones de palabras más no implican a las personas del mismo modo, no las comprometen igual, no las conmueven igual. Al final, nos damos cuenta de que a pesar de compartir complicidades cada día, interactuar y mezclar nuestras vidas con los demás, nos comunicamos usando códigos distintos. Usamos el mismo material para decirnos lo que queremos, buscamos, sentimos, pensamos, necesitamos… Las palabras… Aunque no todos les damos el mismo valor. Y a veces es muy difícil entrar en cabeza ajena y saber qué pasa por ella, interpretar un mal gesto, una mala respuesta, una mirada extraña… El descubrir si alguien te chilla porque no te respeta o es su forma particular de llamar la atención porque cree que tú no le haces caso… Saber si tus escasos “te quiero” son el resultado de una merma en ese sentimiento o tu necesidad de decirlo poco para que el otro sepa que cuando lo dices es verdadero. ¿Verdadero o falso? Se convierten en dos términos relativos depende de que boca salen, qué puño los escribe. ¡Las palabras son tan poderosas y a al vez tan relativas!

Para ir bien por la vida, lo ideal sería encontrar a aquellos que tienen el mismo grado de apego a las palabras que nosotros. Que las viven igual. Que se comprometen con ellas en el mismo grado. Sentarse a compartir un rato con alguien que te dice “me importas mucho” y saber que le importas como tú necesitas importar, que valora tu vida y que su cariño no sólo dura lo que dura el café… O tener claro que a pesar de que no lo dice mucho, cuando lo dice es de veras…

Sería tan fácil colgarse el grado de apego y valor que le damos a las palabras a la solapa como quien se prende un broche para ir a una cita… Codificarse por números o colores… A más color, más intensidad en cada palabra, más compromiso, más valor… Entrar en un lugar y mirar la solapa y la persona y comprobar que estamos hablando con un individuo con el código correcto. Ir con el color rojo reventón o azul eléctrico en la solapa y esquivar a alguien con un gris marengo o un azul celeste… Ahorrarse el dolor, el choque frontal contra la pared del desánimo, la frustración, la decepción, la cara de idiota cuando descubres que un “te necesito” es sólo un “los martes y los jueves si no me sale nada mejor”…  y un «pero a mí no me pidas lo mismo».

Aunque claro, eso nos ahorraría punzadas en el pecho, pero nos arrebataría la fantasía, la ilusión, el fuego interior… Haría que la búsqueda fuera anodina, rutinaria, falta de magia… Y no nos permitiría aprender, perder, caer, vacilar, descubrir, conocer… Y quién sabe, tal vez vamos por el mundo con un código equivocado, uno que creemos que nos representa porque no hemos conocido otros o es el que nos enseñaron y no tenemos el nuestro propio. Igual necesitamos volver a calibrar las palabras y cambiar el código que llevamos prendido . O tal vez alguien necesita sin saberlo aprender de nosotros a valorar el mundo con otros ojos y tomar prestado nuestro código…

He pensado en ello y lo único que se me ocurre para solucionarlo son más palabras. No doy para más. Me resisto a darme por vencida y perder la confianza en ellas. En ellas y en nuestra capacidad para hacer que todo cambie, cambiar nosotros para modificar lo que hay a nuestro alrededor, hacer que todo sea más fácil al comunicarse… La palabras me mueven, me fascinan y me aturden… Para mí son la medicina contra el desamor, contra la amistad más perversa y egoista y la pena de sentirse vacío, menospreciado, usado hasta las arterias, enroscado en un situación que te deja seco, agotado, asustado… Más palabras, otras palabras… Tal vez menos palabras pero más valientes, más arriesgadas. Las que se nos quedan siempre en la punta de la lengua, las que imaginamos que decimos pero nunca suenan. Las que nos gritan dentro y nos queman suplicando salir. Las que diríamos si fuéramos quién queremos ser si no tuviéramos miedo… Todas ellas juntas… Y más atreverse a mirar a la cara y decir lo que sentimos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que nos preocupa y asusta. Y también preguntar qué hay al otro lado, por si resulta que los desapegados en algún momento somos nosotros… Por si en nuestro afán por mirar las solapas correctas, hemos descuidado la conciencia.