Un número finito de amaneceres

Un número finito de amaneceres

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Dice  el gran gurú del optimismo, Emilio Duró, que la mejor forma de vencer el miedo es recordar que vas a morir. Una versión cruda y sin adornos de aquello que nos han dicho siempre de “todo es relativo”. Una frase contundente que ayuda a darse cuenta de que lo que hoy nos parece un drama se queda pequeño ante la posibilidad de que nosotros o las personas a las que queremos abandonen la vida. La verdad es que caducamos, que nos agotamos, que disponemos de una cantidad determinada de horas que pasan y que, a menudo, lo olvidamos. Nos gusta vivirlo como una amenaza de la que huimos y no como una oportunidad de recordar que debemos apurar cada instante y notar cada experiencia como algo único y tal vez irrepetible.

Saber que moriremos hace que asumir pequeños riesgos parezca necesario, básico, asequible incluso… Que no atreverse a ser como deseas parezca locura e irresponsabilidad. Justo todo lo contrario para lo que nos han educado siempre en una sociedad que pretende mantenernos ordenados y cautivos de nuestros miedos. Que no quiere que pensemos por si decidimos cambiarla… Que da de comer a nuestros fantasmas para que engorden y así tenernos asustados, amordazarnos y atarnos a una vida que no nos satisface. Que nos distrae contando calorías para que no contemos las horas perdidas sin ser nosotros mismos y escoger nuestra propia vida…

Y decimos que sí porque nos asusta imaginar que decidimos ver más allá de lo que nos comprime y caminar por la cuerda floja.

Es un sistema que prefiere tener soldados a tener mediadores o filósofos, alumnos rezagados a maestros humildes y sabios, burócratas grises a exploradores hambrientos… Que prefiere jefes a líderes, pesimistas a soñadores…Un mundo fabricado más para consumir que para vivir, para malgastar, para amontonar lamentos y quejas en lugar de atesorar risas y pequeñas locuras que nos mantengan vivos.

Aunque estamos hechos para buscar la felicidad y recorrer la vida. Aunque, a pesar de los momentos duros, algo en nosotros nos ayuda a encontrar la forma de pensar que algo bueno está por llegar. Hemos nacido para desear ser mejores cada día y, cuando nos lo negamos, nos sentimos incompletos y amargados.

Quién sueña siempre tiene algo a lo que agarrarse. Un motivo para seguir y ser capaz de darle a vuelta a su vida. Cuántas veces no hacemos algo por nosotros pero nunca se lo negaríamos a nuestros hijos… Porque ellos son lo mejor de nosotros, un parte de nuestro ser que consideramos que merece más y por la que lo daríamos todo.

Y sin embargo, andamos tan cansados de llevar la carga de no atrevernos a crecer como soñamos que no les ofrecemos, en muchas ocasiones, nuestra mejor versión…   Ni a ellos ni a nosotros mismos.

Nos despertamos por la mañana con prisas, discutimos, chillamos, nos enfadamos por una tostada a medias o por un cuarto desordenado… Nuestra forma de vivir sin encontrar lo que nos llena hace acabemos diciendo a gritos lo que podríamos decir a besos, a susurros… Porque llevamos dentro tanta ira, tanta rabia, tanta ansiedad que necesitamos liberarlas… Aunque si tenemos presente, sin angustia y sin dolor, que tenemos un número finito de mañanas, de tostadas y de habitaciones desordenadas, la forma de abordar el problema cambia.

De repente, todo adquiere un color distinto, sobre todo cuando no tenemos ni idea cuánto tiempo vamos a vivir…

Maldecir la lluvia no tiene sentido si sabes que tal vez es la última lluvia que notas sobre tu pelo y tu cara…

Es curioso como la sensación de ser finito te da fuerza, te concede casi poderes para poder hacer algunas cosas que crees que te están vetadas. Una sensación poderosa que, vaya paradoja, te hace sentir ilimitado, infinito, enorme… Te reviste de un halo de coraje y te das cuenta de que vas a poder enfrentarte a todo e intentar alcanzar lo que antes creías que se te escapaba.

Eso nos pasa porque normalmente transitamos por la vida sin notarla. Sin percibir todo su potencial. Nos arrastramos y la arrastramos sin darnos cuenta de su precioso valor. Preferimos perderla a cachos mientras nos negamos lo que nos conmueve y nos hace felices a enfrentarnos a nuestras batallas pendientes.  Cuando acumulamos muchas de ellas, la carga que llevamos es tan pesada que nos es imposible alzar la vista y contemplar lo que hay más allá del muro que construimos cada día.

Y la verdad es que tenemos un número finito y limitado de amaneceres, de noches, de sueños, de besos, de caricias, de palabras… Un baúl que se acaba de tardes de tormenta, de vestidos blancos, de bailes y puestas de sol, de patos de goma en la bañera, de cafés y de charlas, de libros, de errores necesarios… Se nos acaban rápido las primeras veces y los paseos junto a la playa… Las carreras apresuradas para no perder el tren… El rato perdido en el tren parece un mundo de posibilidades por descubrir cuando sabes que se termina…

El monstruo más terrible se hace pequeño, si sabes que es el último obstáculo que te separa de tu sueño cuando el tiempo que tienes para conseguirlo se consume.

Es justo cuando nos damos cuenta de que somos finitos que luchamos por lo que queremos y eso nos hace inabarcables, enormes, eternos.

Nuestras pasiones nos definen. Nuestros retos nos hacen aumentar de tamaño. Nuestras dudas nos hacen elásticos. Nuestras debilidades nos hacen fuertes… Nuestros miedos nos dibujan oportunidades…

No hay nada que nos asuste que no nos ayude a crecer… Vencer nuestros miedos, aunque sea con el cruel y sabio truco de recordar que vamos a morir, nos hace trascender, perdurar, nos ayuda a vivir intensamente.

¡Qué lástima tener que recurrir a trucos para engancharnos a la vida que merecemos!

Mil gracias

Mil gracias

La casa del libro

La casa del libro

Alguien me preguntó el miércoles cuál era mi sueño.  La verdad es que tengo muchos, pero uno de ellos era lo que estaba viviendo en ese momento, presentar mi libro con todas aquellas personas que estaban allí conmigo, compartiendo y sintiendo.
Allí conocí a tantas personas con las que había compartido momentos antes en las redes que lamento no haber podido dedicarles más tiempo a cada una como se merecen por todo el cariño que me demostraron.  Personas que me contaron un pedacito de su vida, vidas complicadas pero valientes, personas que luchan sin tregua y que se dejan llevar por lo que les emociona… Personas que se van descubriendo cada día y que no temen sentirse vulnerables…
Ser vulnerable es maravilloso. Te hace crecer. Y ser capaz de levantarte y decir que te sientes vulnerable y que tienes miedo es ser grande, enorme, dar un salto y plantarse de repente en la antesala de tu éxito personal. Y no me refiero a ese éxito efímero de caras guapas y sensaciones prefabricadas, hablo del éxito que supone conocerse, aceptarse, superarse, quererse y compartir. Escoger compañeros de viaje maravillosos…
Ayer lo vi claro. Tengo compañeros de viaje maravillosos. A lo mejor me acompañen dos días o dos eternidades, eso da igual porque lo que compartimos no nos lo quita nadie. La clave es compartir, hablar, soltarse, decir quién eres y expresar qué sueñas. Eso crea una especie de magia colectiva que nos arrastra y nos hace mejores, una energía que se contagia y traspasa las paredes…
Yo me sentí así el pasado miércoles, arropada, emocionada, querida… Solté mis amarras y derribé los muros que me separan del  mundo. Y no fue por mí, fue por la gente que me acompañaba…
Somos la gente de la cual nos rodeamos. Somos el cariño que les damos y el que recibimos. Somos nuestros sueños, nuestros retos, nuestros deseos…. Nos cambian, nos dibujan, nos ayudan a experimentar y nos ponen en el camino que necesitamos recorrer.
Somos la pasión que le ponemos a lo que hacemos. Somos la forma en que vencemos cada uno de los miedos que nos atan los pies y no nos dejan avanzar. Somos los recuerdos que nos hacen reír y especialmente los que sacamos a pasear de vez en cuando y aún nos hacen soltar lágrimas…
Somos las veces que nos atrevemos a pesar de que algunos nos miren mal.
Somos nuestros errores porque nos han hecho conocer el mundo y nos han dado el valor y saltar.
Somos todas y cada una de las veces que hemos dado las gracias…
Y debo dar muchas, un millón. Por el privilegio de que te escuchen y el privilegio de escuchar y aprender.
Por lo que supone que alguien venga a verte y abrazarte….
Por las risas y los comentarios.
Por el amor compartido a las palabras…
Gracias, con toda el alma. Por estar y por ser.
Si somos la gente de la que nos rodeamos… Yo el pasado miércoles tuve la suerte de ser extraordinaria.
 
Un abrazo FOTO FACEBOOK 2

La casa del libro

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Por fin mañana nos conocemos…

Por fin mañana nos conocemos…

Por fin mañana es el día… Todas la mujeres que habitan en mí están emocionadas. La que se deja llevar siempre, la que controla, la que quiere bailar y teme hacer el ridículo… La que fotografía puestas de sol y la que pierde trenes y maldice sin pensar. La madre, la amiga, la compañera y la que a veces se castiga porque no se cree suficiente para este mundo en el que vale más parecer que imaginar. La soñadora, la que se queda callada y la que se pasa de imprudente… Todas ellas, altamente imperfectas, deliciosamente revueltas y emocionadas hablarán de este libro… Una locura que empezó hace tiempo, como un blog y que se hizo grande, no por lo que cuenta sino por las personas que lo siguen cada día.
Las personas son lo más importante siempre. Y las palabras, mis adoradas palabras, está a su servicio.
Me encantaría que estuvierais todos, para veros las caras y notaros las miradas.
Para que supierais que cada vez que escribo hago un ejercicio de desnudez que luego me ruboriza y me deja perpleja, que soy este material maleable y elástico… Esta fibra en exceso permeable que se deja traspasar por las emociones y acaba rendida, exhausta y satisfecha cada vez que siente y nota la vida…
Mañana nos acercamos más y nos conocemos. Compartimos una charla y reímos. Nos damos cuenta de que en realidad todos somos lo mismo, aunque nuestras diferencias nos hacen locamente maravillosos.
Y miramos a nuestros miedos a la cara, nos acercamos a ellos y les ponemos un nombre…
Mañana estamos juntos. Estoy segura de que la que sale ganando al veros soy yo… Menuda suerte haber coincidido y que leíais mis palabras.
Cada día amo más la imprudencia de mis palabras…
Gracias…
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Quiérete mucho

Quiérete mucho

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¿Qué le respondes a una niña de siete años que te pregunta como se consiguen los sueños? cómo se llega a ser lo que deseas ser en la vida, cómo puede llegar a ser feliz cuando sea mayor…

Y notas que tienes tantas cosas que decirle y tantas que por más que se las digas no servirán de mucho porque tiene que experimentarlas… Entonces, rebuscas en tu experiencia y vas a lo básico para encontrar una frase que le sirva de guía, como una plegaria interior que repetirse cuando la vida se ponga del revés y se sienta asustada…

Quieres que se ahorre muchos de los problemas a los que tú has tenido que enfrentarte pero, al mismo tiempo, te das cuenta de que no sería sano ahorrarle etapas.

La verdad es que leo cada semana muchos artículos destinados a conseguir el éxito y ser feliz. Para seguir, para luchar, para alcanzar nuestras metas… Yo he puesto mis ideas en orden más de una vez y he escrito y compartido alguno. La mayoría de los que leo son muy interesantes, muy prácticos y ayudan a motivarte para conseguir ser tú mismo en esta selva  en la que se hace difícil mirar al cielo porque los árboles nos lo recortan.

He leído buenos libros también sobre el tema…

La fórmula para el éxito es al final una mezcla maravillosa entre la actitud, el esfuerzo y el talento. Sobre todo, de los dos primeros. El talento sin trabajo y sin un buen enfoque y unos objetivos fijados no sirve de mucho. Siempre he pensado que casi prefiero a alguien sin tantas aptitudes, tal vez más mediocre, que sea trabajador y esté motivado, que a un genio vago y sin estímulo. Claro que, si alguien está motivado, ya no es mediocre. Las personas con la actitud necesaria para conseguir sus sueños desbordan pasión y tienen ese brillo en los ojos que les aleja de la mediocridad. Además, yo siempre he creído que nuestros sueños nos capacitan para conseguirlos. Que imaginar que lo hacemos y visualizarlo, nos hace más hábiles y nos prepara para saber cómo. Cuando alguien que está invadido por sus sueños y se pone manos a la obra (vamos que sueña pero pisa el suelo porque es realista) lo recrea tantas veces que se convierte en maestro de sus ilusiones y se prepara para asumir sus retos. Es un poco como esos pilotos que antes de surcar el cielo, vuelan por simulador. Cuantas más veces sueñas, cuantos más simulacros vividos a rajatabla y con entusiasmo, más diestro eres a la hora de volar. El truco está en darse cuenta de cuando deben acabar los simulacros y lanzarse a surcar las nubes, para no convertir en simulador en excusa y retrasar en momento de salir a mar abierto y lanzarse.

El otro día, hablando con mi hija sobre el futuro, me di cuenta… La verdad es que no es tan difícil. De hecho, todo se basa en algo muy sencillo y, a la vez, complicado. Amarse a uno mismo. Respetarse y quererse tal y como uno es.  Nada más. El resto, que también es importante, va supeditado a esto y viene rodado si te quieres y te aceptas. Porque cuando te quieres, crees en ti y en tus posibilidades y eres capaz de crear tu futuro.

Si te quieres, si te respetas, ves a los demás como aliados y no como enemigos. Empatizas con ellos porque no son una amenaza y, puesto que te sientes bien contigo mismo, eres capaz de ayudarles y quererles como merecen. Sumas siempre, nunca divides. Abrazas, no apuñalas. Estás dónde se te reclama y pones tu mejor sonrisa porque la sientes.

El que se ama no finge, vive. Busca el lado positivo. Sabe enfocar lo hermoso y desechar lo tóxico que no le ayuda a construir.

Si te sientes bien contigo mismo, no temes los retos y mimas los detalles. Buscas la excelencia y la superación.

Si te quieres, no mendigas cariño ni buscas migajas de amor. Sólo aceptas una amor entero y valioso. No te vendes, no te rebajas, no te achicas.

Cuando te valoras como debes y mereces, no te escondes ante las dificultades. Plantas cara a tus miedos y vences a tus fantasmas porque sabes que puedes…  No te castigas ni te maltratas hablando mal de ti mismo ni buscas defectos en los demás para mitigar el dolor de no ser cómo quieres ser.

Si te aceptas, te conoces. Si te conoces, sabes que puedes mejorar e ir a más. Te subes el listón porque esperas mantener esa confianza en tus posibilidades. Te reinventas. Te creces. Te buscas los defectos desde el cariño, sin acritud, para convertirlos en virtudes…

Si te quieres, quieres a otros con intensidad. No te arrugas ante las dificultades del día a día. No juegas a mentir ni tratas a otros como nunca desearías que te trataran a ti. No criticas, no intoxicas.

Los que se quieren de forma sincera no guardan rencores ni rabia, perdonan y ponen por delante de todo sus valores.

El problema es que en el mundo hay muchas personas que no se quieren. Muchas porque han sido educadas para no aceptarse ni amarse, porque desde que eran criaturas han oído que no valen o no sirven, que molestan… Grandes mentiras dichas por otras personas que tampoco se quieren y que vuelcan sobre otros su dolor y frustración por no ser como quieren… Porque no se respetan a sí mismos. Tal vez ellos en su día también fueron objeto de vejaciones y palabras terribles… Las palabras son tan importantes, por eso a mí me costó mucho encontrar las que decirle a mi hija…

El resultado es que esas personas, sin querer ni saber, forman parte de una cadena terrible que desde hace siglos se van diciendo unas a otras que no son válidas hasta que alguien se atreva a romperla y salir de ese círculo.

¿Y si en lugar de decirles que son inútiles, les decimos que son maravillosos? ¿Y si conseguimos que se rompa la cadena de tristeza y desidia?

Las personas obedecen a nuestras expectativas, por tanto, las palabras que usamos con ellas y el modo en que las tratamos motivarán una u otra respuesta. Serán lo que escojamos que sean para nosotros. Según lo que esperemos de ellas, les daremos una oportunidad o las enterraremos en el fondo de nuestra conciencia.

¿Imagináis que siente un niño al que nunca le han acariciado ni dicho nada hermoso cuando alguien lo hace? Cuando se siente amado, respetado, cuando otro ser humano le reconoce como ser humano y le trata con el cariño que merece… Hay tantas personas que no se sienten amadas… Que al final, no saben amarse ni amar a otros.

¿Y si rompemos la cadena? No podemos ir a ver a todas la personas del mundo que no saben que son maravillosas y piensan que son inútiles, que no valen, que estorban  y tender la mano, aunque podemos empezar por nosotros mismos, por respetarnos y no hacer nada que nos malbarate ni haga apagar nuestro brillo… Usar las palabras adecuadas para motivarnos y recordarnos que vamos a poder.

Y a la gente que nos rodea, mirarla con cariño, pensar que tal vez no sabe cómo o tiene miedo. Entender sus defectos como los nuestros. Hablarles con las palabras que deseamos escuchar para nosotros mismos… Una sonrisa, un gesto de condescendencia, de segunda oportunidad, una mirada cómplice, una mano tendida…

Hay mucho trabajo aún para disolver envidias, rencores, resentimiento y llanto acumulado, pero el primer paso en este camino es amarnos y amar.  En todas sus formas, con toda su fuerza… Desde dentro, hacia  fuera, en círculo… Hacia uno mismo y, hacia los demás.

Porque si no lo hacemos, no solo nos quedaremos con un simulacro de nuestros sueños, seremos nosotros mismos un simulacro de seres humanos y tendremos un simulacro de vida.

Por eso,  al final, miré a mi hija a los ojos, y le dije algo que creía que le sería útil para acompañarla siempre.

Quiérete mucho y no olvides nunca que eres maravillosa.

 

El arte de entusiasmar

El arte de entusiasmar

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Siempre ha pensado que la educación es aquello que hace que al final no importe de dónde vienes, sino a dónde vas. La forma más inteligente de justicia social, la que permite que todos tengamos las mismas oportunidades, pase lo que pase, y salgamos de la casilla que salgamos en este juego que es la vida. Por ello creo que como sociedad estamos fallando por estar perdiendo el tiempo y no invertir más en educación. No hablo sólo de dinero, hablo de ideas, de esfuerzos, de proyectos. Hablo de invertir en grandes cambios que propicien mejores resultados, no sólo académicos, también sociales. Y hacerlo a todos los niveles y para todas la edades. Concebir la educación como algo que nos acompaña toda la vida, como una forma más de crecimiento personal que nos permite, además, afrontar el reto de estar en una sociedad cambiante y flexible. Hagamos que ese cambio sea una oportunidad de mejora, no cerremos los ojos a la necesidad de dar un vuelco a la formación para hacerla más adecuada y más humana. Creo en una sociedad en la que se deben tener más en cuenta los méritos, pero para llegar a ella, hace falta primero crear una sociedad justa y llena de oportunidades para todos.

La vida es una escuela constante y debemos irnos preparando para el reto que se nos viene encima a cualquier edad. Debemos aprender siempre… Y no sólo aprender conocimiento sino aprender a aprender, aprender a tener ganas de aprender, aprender a querer ser mejores y despertar a nuevas experiencias. Aprender a pensar y llevar la contraria si hace falta… A asumir riesgos necesarios para calibrar nuestros logros. Aprender a creer en nosotros mismos y en nuestras capacidades… Aprender a hacernos cada vez más preguntas que nos ayuden a evolucionar, a mejorar nuestro entorno. Acabar con la rutina y la resignación, estimularse cada día y darse cuenta de que nunca es tarde. Aprender cómo generar nuevos empleos de calidad para los que no lo tienen y darle la vuelta a las cifras hasta que estén a nuestro favor. Todos salimos ganando.

No hablo sólo de los resultados de informes a nivel internacional (que quizá deberíamos replantearnos) ni de invertir más dinero, tal vez no haga falta, pero sí invertir mejor y dar más herramientas a los formadores para poder evolucionar. No sólo eso, darle la vuelta, zarandearlo todo y cambiar el modelo, empezar de nuevo si hace falta. Buscar la forma de crecer como sociedad, educar como sociedad. No me refiero a tutelar ni a controlar, me refiero a crear las condiciones para que nadie necesite más allá de lo necesario esa tutela y pueda desarrollar sus proyectos de futuro.

Educar es el arte de entusiasmar

Formar a otras personas es algo apasionante, una responsabilidad enorme. El buen maestro entusiasma e ilusiona. Comparte la emoción que siente por lo que conoce y debe encontrar la mejor manera de compartirlo. Por ello, si el maestro está cansado, aburrido o no tiene interés por lo que cuenta porque la falta de recursos le ha agotado el ingenio, nunca será capaz de transmitir conocimiento. El maestro debe motivar y estimular. Contagiar entusiasmo y hacerle ver al alumno que puede y que a donde no llegue, él o ella le contará cómo. Por eso, quién más debe invertir en aprender es el maestro y necesita todo el apoyo para ello. Se debe formar siempre con cursos que le capaciten para motivar, para negociar, para ayudar al alumno a darse cuenta de que tiene talento y saber cómo descubrirlo. Cursos que le ayuden a dar nuevos enfoques a nuevos planteamientos. El docente no sólo da respuestas, invita a hacerse nuevas preguntas… Tal vez, no llegan más lejos los que más saben, llegan más lejos los que lo demuestran y se arriesgan a fallar.

Educar es también enseñar a quererse a uno mismo.

Esta es la asignatura más importante de la vida para todos. Quererse y conocerse. Y eso, claro, no es sólo trabajo de maestros, es un trabajo de las familias que deben ser cómplices, y de la sociedad en general. Todos debemos participar en ello. Individualmente y como padres, madres, amigos, familiares, hermanos, como profesores y desde los medios de comunicación, desde las aulas hasta a las cocinas de cada casa. Todos tenemos un trabajo que hacer para fomentar el desarrollo personal y la autoestima de los más jóvenes. Estoy convencida de que en una sociedad sana donde las personas tuviéremos un índice de autoestima elevado (no hablo de ego, ni de complejo de superioridad) se evitarían grandes atrocidades. Los que no se respetan a sí mismos nunca respetan a los demás.

El maestro siempre es el que más aprende

Todos somos maestros y transmitimos valores cada día. Los formadores de las escuelas también lo hacen cuando imparten conocimientos. Por ello deben de estar más valorados por todos y tener oportunidades para crecer y tiempo para poder hacer las cosas sin precipitarse. Preparar sus clases buscando la mejor forma de atraer e interesar y tener métodos para que sus alumnos desmotivados cambien de actitud. Creo que educar es más guiar que corregir. Es dejar margen para el error y enseñar a sobrellevarlo para aprender de él. Deberíamos, entre todos, educar para aceptar el fracaso y exprimirlo, para aprender de nuestras emociones y exponerlas, no ocultarlas. Educar para aprender y levantarse tras la caída. Educar para vivir en armonía y no sólo para buscar un empleo y hundirse en la rutina y la apatía de la seguridad. Educar para depender de nosotros mismos y saber que toda la vida tendremos que continuar aprendiendo…

Educar es crear oportunidades, enseñar a verlas y encontrarlas, enseñar a fabricarlas.

Cada uno de nosotros es una persona feliz en potencia. Cada alumno debe saber encontrar qué le hace feliz, sea lo que sea. Entre todos tenemos que decirle que puede y que debe, que se lo merece…

Iré aún más lejos. Si les educamos sólo para que tengan conocimientos académicos o dominen algunos idiomas, algo muy necesario, cuando lleven su curriculum a una empresa, no tendrán nada a su favor que les diferencie de los demás, seguirán en una larga fila de aspirantes sin destacar. Por eso, hay que educar en el respeto a la diferencia y potenciarla, para que cada uno sepa lo que le hace auténtico y extraordinario. Para que nadie se sienta excluido. Cada vez, más empresas distinguen a los que se presentan con un curriculum que refleja inteligencia emocional y los separa de aquellos que como los robots  repiten conocimientos. Se buscan líderes y personas que siempre estén en proceso de aprendizaje, se busca el poso que esos conocimientos aprehendidos ha dejado en ellos y sus ganas de experimentar y conocer.

Los reclutadores piden experiencia pero también ganas de crear, imaginación, superación personal… En el panorama actual,  la única forma sana de que las empresas sean más competitivos es a través de la gestión del talento y la motivación.

Piden líderes atrevidos que rompan las normas establecidas si es necesario. No sólo importan las aptitudes, cada vez más se valoran las actitudes y factores como la resilencia, la empatía, la capacidad de comunicar y crear, la asertividad, la capacidad  de innovar y de apasionarse en cada proyecto… Y ¿por qué no nuestros valores y nuestro sentido de la ética? Vamos hacia un mercado laboral de proyectos, a trabajar por ellos y no por horas y por cifras. Vamos hacia la sociedad el talento y tenemos que estar preparados.

Ya no basta el arte de ejecutar a la perfección, sino de generar nuevas maneras, asumir nuevos retos. Eso es lo que se paga, el ingenio, asumir el riesgo en cualquier disciplina, sea humanística o técnica. Eso se aprende desde el primer momento, a base de conocerse y aceptarse, a base de fracasar y perder miedos, a base de enterrar tabús, prejuicios y perezas. Ese es el empleo de calidad al que debemos aspirar. Empleo de calidad y profesionales convencidos y satisfechos con sus vidas porque se sienten realizados. Ese es el gran reto que tenemos y que estamos obviando lamentablemente, aunque hay esperanza porque creo que cada vez hay más personas que se dan cuenta y lo aplican desde su ámbito.

Seamos egoístas, invirtamos en educación

Hay maravillosos maestros y maravillosos alumnos. Y la mejor noticia es que serlo sólo depende de nosotros. Como sociedad tenemos una asignatura pendiente, invertir en presente y futuro, educar y dar las mismas oportunidades a todos. No sólo para evitar una injusticia, sino porque con ello invertimos en nosotros mismos. Ahora mismo, entre los niños y niñas que habitan las clases, hay grandes médicos, investigadores, escritores, emprendedores, periodistas, programadores, juristas, artistas en todas las disciplinas… Lo son en potencia. ¿Vamos a perder todo ese talento? ¿nos lo podemos permitir como sociedad? Ellos y todos los que tal vez no lleguen a la cima o no sean conocidos en sus profesiones pero estén satisfechos con lo que hacen y cada día mejoren la vida de los que les rodean con sus acciones lo merecen. Seamos egoístas, no perdamos ese potencial que nos puede cambiar la vida y darle calidad por no ser capaces de ver más allá de de los libros y los esquemas anticuados. Y sobre todo, no dejemos que nadie pierda la oportunidad de una vida plena y feliz porque no somos capaces de construir nuestro futuro sin prejuicios…

Porque al contrario de lo que decía el refrán, la letra no entra con sangre, entra con esfuerzo, con respeto y con motivación.