Política con mayúsculas

No todo vale. Ya no. Ese momento pasó.

No todo sirve. Ya no compramos a peso, ni al mayor, buscamos calidad. No nos conformamos con las sobras. Los pequeños gestos ahora importan. Los detalles lo son todo.

Exigimos que nos escuchen, que se tatúen en la piel lo que pedimos, que lo tengan presente siempre… Que sea su mantra desde que se levantan hasta que se acuestan. Que carguen con ello hasta que lo consigan… Que noten en el pecho la presión que nosotros sentimos… Que empaticen con nosotros y lleven parte de nuestra carga, que se mezclen. Somos arrieros. Somos lo mismo, estamos hechos de su misma materia… Aunque a veces lo olviden…

Sabemos que no todos ustedes son iguales, pero si no se nos acercan, cuesta distinguirlos… los tópicos son terroríficos, no caigamos en poner etiquetas… Veámonos las caras, de cerca.

Queremos que cuando acabe el día nos hagan sentir más cerca de nuestros anhelos y que se sientan orgullosos de sus logros. Estamos cansados de las lecciones de ética improvisada. De la dialéctica vacía y los reproches. De los trucos de escapismo, de las frases repetidas de las pancartas.

Queremos que pisen mucha calle y se mezclen con nosotros, que nos respiren y enjuguen nuestras lágrimas y oigan nuestras penas y pequeñas glorias y que lo hagan sin cámaras, ni micrófonos… Que se acerquen a nuestro mundo sin buscar contrapartida, que nos toquen sin guantes porque no somos carne, somos sueños y responsabilidades. Somos nuestros miedos y nuestras risas. Tenemos rostro y nos agarramos a ustedes para no caer al vacío, para seguir en pie para sujetar a nuestros hijos y darles pan.

Queremos que se ensucien en nuestras aceras y compartan nuestros autobuses. Que noten el frío de las pocas certezas que ustedes nos deparan y que hagan nuestras colas. Que se pellizquen para saber que también son humanos… Que les duela. Queremos que cuando no encuentren remedio, empiecen de nuevo para buscar otro camino. Queremos que sientan como sentimos nosotros esa punzada de incertidumbre al pensar en mañana… y verles la piel de gallina, los ojos cansados, los pies hinchados y ver como se aflojan el nudo de la corbata. Saber que les duele y que les aprieta. Que les preocupa.

No nos conformamos con un “tal vez”, un “quizás” o un “a finales del segundo semestre del año que viene” porque tenemos miedo hoy y lo arrastramos desde hace eternidades. Nos gusta el “ahora” y el “ya” y el “basta”… Y tenemos prisa porque el tiempo se nos escapa. Muchos ya no estarán cuando ustedes encuentren soluciones y se lo debemos. Se acaba el plazo. Se acaba el nuestro y el suyo… porque ustedes también son ahora vulnerables, también caducan… El baile de las sillas ha empezado para ustedes igual que para nosotros.

Ha cambiado todo. El juego se renueva. Ya no hay ni reyes, ni reinas, ni caballos… Todo son peones… Hay que cambiar de mirada, de ojos, ponerse las botas de pisar fango y atravesar el lodo que todo lo inunda. Ahora ya nada es seguro ni perpetuo.

Pónganse las pilas. Trabajan para nosotros. Somos sus jefes. Seremos implacables. Les estaremos vigilando. Sin apartar la vista. Con el ojo puesto en cada gesto y palabra. Fiscalizando su tarea. No vamos a pasar ni una. Lo queremos todo de ustedes. Lo merecemos todo… Y ustedes nos lo deben. Los que no estén dispuestos a darlo todo, que se apeen en esta estación. Este tren no para. 

Se acabó la fiesta… Ahora va en serio. Hagan política, con mayúsculas.

Política en blanco y negro

El domingo, algunos votamos. Saturados de campaña, de sonrisas tibias y enlatadas, algunas más o menos reales, otras estilo rigor mortis… uno tiene ganas de pensar que la sonrisa que escoge es la más sincera… pero en el fuero interno, ese espacio interior dónde todos nos hablamos cara a cara y no nos ocultamos nada, sabemos que no. Que el candidato/a estaba pensando que le molestaba la americana cuando le fotografiaron, que llevaba tarde o que el pueblo a donde iba a hacer el siguiente mitin es de mala muerte.

Votamos habiendo oído una larga lista de promesas y reproches. Frases repetidas hasta perder la cadencia… argumentos embutidos en preguntas improvisadas… La política es en blanco y negro. Atía la masa, el instinto primitivo… siembra radicalidades o queda en nada, no llega. Es un anuncio de perfume, no vende aroma… vende chica, vende glamour, vende humo… vende sueño. Vende imposibles. 

El contrincante siempre es malvado. No hay matices. Siempre se busca un héroe, alguien que queremos pensar que es normal… pero que, por favor, no se nos parezca. La política es el arte de llevarse la contraria, de no ponerse nunca de acuerdo aunque se proponga lo mismo… la técnica más depurada de sacarse las entrañas sin ensuciarse las manos… de vaciar palabras hasta que pierdan significado… de no cargar nunca con la responsabilidad de nada o a ser posible, cárgasela a otro.

El domingo, votamos. Compraremos la mejor oferta en un mar de rebajas, nos asiremos al salvavidas para no naufragar… pero se nos quedará la cara de idiota porque jamás estaremos satisfechos con la papeleta que pondremos en la urna… nunca estaremos seguros…

Saldremos del colegio electoral pensando que nuestra elección tal vez no cambie nada… que nuestro rey midas lo convertirá todo en deuda, que las promesas no podrán cumplirse… que la democracia que tenemos es aún chica y está en la edad del pavo…

A pesar de todo, votaremos. Porque algunos están metidos en este negocio porque creen en él, porque a veces se encuentran amapolas en un prado de cardos y porque hay que dar oportunidad a las palabras.

Votaremos para que los derechos no se conviertan en privilegios y porque podemos decidir aún quien nos conduce hasta el precipicio…

Suena a farsa, cierto, pero es lo que nos queda. Lo que nos separa de la nada… en un mundo que camina hacia atrás, las urnas nos alejan del pasado. Y porque es el único día en que nos preguntan y la respuesta no sólo cuenta, sino que es para nota…

¿Cobran demasiado nuestros políticos?

Así en genérico y con la que se nos cae cada día en las espaldas, la respuesta que nos pide el cuerpo y la inteligencia es un sí rotundo, enorme. Nos pilla la pregunta con los bolsillos caídos y vacíos y unas ganas locas de decirles a muchos de ellos a la cara lo que pensamos. El desprestigio de la clase política nos desborda como sociedad y hace falta ponerle remedio inmediato si queremos evolucionar.

Sin embargo, vale la pena pensar en ello, darle vueltas, buscar la excepción. No todos los políticos son iguales ni tienen el mismo ámbito de decisión, ni la misma responsabilidad. Por tanto, tomar la decisión de si su sueldo es excesivo o no, no puede hacerse sin matices.

Llevo años oyendo aquello que dicen muchos de ellos de “en una empresa privada, por mi puesto de responsabilidad, cobraría el triple”. Cierto, certísimo. El problema es que en una empresa privada, a lo mejor usted no ostentaba ese cargo porque no tiene preparación, ni aptitud, ni actitud… ni nadie le debería un favor. En esos lugares, señor, a uno le piden que trabaje y no que caliente la silla.

De algunas fuentes reputadas y sabias mentes, me llega otra versión. “Un político tiene que estar muy bien pagado, aún más que ahora, porque es alguien que deja su carrera para dedicarse al ejercicio público. Si está mal pagado sólo accederán a la política los que tengan grandes rentas y fortunas, cómo sucedía antaño, y la élite económica copará esos puestos… ¿crees que pensará en satisfacer al pueblo? Si se paga bien, los buenos profesionales aparcaran sus carreras para hacer política”. Sí suena bien, pero ¿nos parece poco 3.000 o 4.000 euros al mes? ¿es un sueldo que no permite dejar una carrera de brillante abogado, médico, arquitecto o economista por un tiempo para dedicarse al bien común? ¿Dónde queda la satisfacción por cambiar nuestro mundo?

Y teniendo en cuenta que muchos partidos no postulan a este tipo de profesionales para los primeros puestos de la lista, para algunos que en el mundo real no los han visto juntos, el salario no está mal…

Un conocido me dijo “los políticos tienen que cobrar mucho porque cuando dejan el cargo se les acaba el chollo, además así no corres el riesgo que echen mano a la caja”. Supongo que esta tesis, ya nos damos cuenta que hace aguas. No tiene sentido desde un punto de vista ético, porque sería como sobornarles para que no nos hagan trampas y no se gasten nuestro dinero. Hace aguas porque han echado mano de la caja incluso algunos con una vida regalada, sin temor a nada, sin vergüenza ninguna, sin tener en cuenta el riesgo.

Puede que nuestros representantes públicos electos a veces olviden por qué están sentados en sus tronos, que trabajan para nosotros, pero es que los votantes para eso, y más, tenemos memoria de pez.

Tal vez lo que realmente nos insulta es que la mayoría de personas no cobren un salario digno y sepan que nunca van a cobrarlo. Caemos en la trampa de quejarnos por sus sueldos, como cuando nos indignamos con los funcionarios porque sus condiciones laborales nos parecen mejores… y jugamos según sus normas… y acabamos pidiendo que se terminen con sus privilegios cuando lo que tenemos que pedir es dignidad en el trabajo para todo el resto.

¿Cobran demasiado nuestros políticos? Tal vez sí. Algunos, sin duda, por la responsabilidad que tienen, su nula preparación, su margen de decisión y, sobre todo, por las pocas ganas que le ponen. Escandaliza, asquea. Otros, tal vez no, tal vez cobren poco.

A pesar de ello, no nos engañemos, lo que hay que pedirles es que trabajen, que den el máximo, que sean profesionales, que se esfuercen, que sean eficaces. Que recuerden que nuestras vidas y las de los nuestros están en sus manos.

Que sólo lleguen a las listas los válidos, los preparados, los que tienen ganas de cambiar y mejorar nuestras vidas (y las suyas también). El día que no haya un solo inepto/a sentado en un escaño, lo pagaremos con ganas porque nuestras vidas serán mejores. Y las reglas del juego serán dignas para todos.

La crisis contada a mi hija

Si le tuviera que contar a mi hija qué es la crisis, le explicaría que es un día eterno sin pan, ni música, sin juego, sin sorpresas. Como un enorme dolor de tripa sin moraleja ni sentido, porque las chuches se las zamparon otros. Una de esas noches en vela largas y pesadas que hemos compartido juntas, con fiebre y delirios absurdos, esperando que llegue el amanecer y el termómetro de tregua. Un parque sin columpios donde siempre llueve y nunca hay otros niños con quien jugar.

Le diría que es un cuento donde las princesas ñoñas y empalagosas no son cándidas, ni hermosas, ni esperan dormidas un beso. Son señoras con tacón alto que huyen de los fotógrafos, que ponen cara de pocos amigos y toman el sol en las cubiertas de los yates. Y los príncipes no son valientes, ni gallardos porque tampoco nadie se lo pide nunca, por si se agobian. Son señores con cara triste y verbo poco ágil.

Le diría que esta crisis es una escuela vacía, una vacuna, un día de verano sin playa, sin sol. Le contaría que hay personas que tienen que hacer cola para que alguien les de algo para comer y les deje un lugar donde dormir.

Le diría que en esta crisis, hay quien hace trampas cuando juega pero no pasa nada porque cuando se dan cuenta nunca le castigan al rincón de pensar. Las normas no son iguales para todos.

Si tuviera que explicarle a mi hija qué es la crisis, le diría que hay un montón de personas, que se llaman políticos, que están buscando la manera de solucionarla y que nunca se ponen de acuerdo. Y que a menudo parece que no les importa, porque para ellos la crisis no es tan dura como para el resto, porque tienen un cargo y un buen sueldo.

Le explicaría que la crisis se llevaría por delante a todas las crueles madrastras, a los monstruos y a los malvados de los cuentos. Y a los buenos también, de hecho, a los buenos, se los llevaría primero. Le hablaría de cansancio, de agotamiento… no le contaría lo de los mercados ni lo de la prima, claro, porque los niños aplican la lógica a rajatabla y nunca lo entendería… porque no tiene sentido. Le diría, eso sí, que es como descubrir que a partir de hoy Tom siempre ganará a Jerry en sus peleas y que Plankton descubrirá la fórmula secreta de la Cangreburger sin que Bob Esponja pueda evitarlo.

Le explicaría que esta crisis empezaba a despuntar cuando ella vino al mundo. Que es uno de los momentos más complicados que hemos vivido y que tengo suerte de ver su cara cada mañana para contrarrestar tanto asco y angustia. Que ha cambiado muchas de las cosas que yo conocía y tenía por sagradas e inamovibles, que ha derribado torres y ha puesto, eso sí, algunas cosas en su sitio.

Y también le diría que no se asustara, que lo superaremos, que en la vida real, pase lo que pase, hay que continuar en pie. Y que los verdaderos héroes, si existen, tienen tanto miedo como nosotros.

Los «pecados» de una democracia dormida

Nos hemos montado una sociedad que indemniza a alguien por dejar su cargo, de forma forzada, después de que se demuestre que utilizó dinero público para fines particulares. Sorprende… ¿o ya no? La justicia es cada vez más un concepto de libro.

Tenemos una familia Real salpicada por los cuatro costados por presuntas corrupciones, presupuestos suntuosos en época de vacas flaquísimas, y cacerías de elefantes poco honrosas. Hace gracia… ¿o da pena?

Gozamos de una clase política acomodada, apalancada en la silla, poco exigente consigo misma, altanera… poco eficaz, endogámica y atiborrada de chulería. Una estirpe complacida con el hecho de que, hasta ahora, nosotros también hemos sido poco respondones… demócratas de marca blanca, con poco estímulo y pocas ganas de ejercer. Algunos políticos, digo algunos, no todos, nos han salido comodones, maleducados, mentirosos, desmemoriados… pésimos gestores… pero callamos. Sí, de vez en cuando, de forma legítima, nos manifestamos y les llamanos chorizos a todos, sin distinguir, y con ello cubrimos mucho nuestro derecho a pataleta… pero… ¿de verdad creemos que eso cambia algo? Sí, genera opinión y nos da fuerza, quizá… pero luego llegan las elecciones y nos quedamos en casa. El único día en el que se les obliga a escucharnos y tenemos una pequeña parcela de poder… dejamos las urnas a medias…ridículo, ¿no? Como no asistir a una culminación democrática… como fallar el día del examen final… y pasa lo que pasa, nos ignoran.

Tenemos multitud de entidades, institutos, fundaciones, organismos subvencionados que nos saquean las arterias de dinero público. Entes duplicados hasta la saciedad que se demuestran estériles, yermos, inútiles… capitaneados por viejas glorias…

Contamos con cementerios de ladrillo de faraónica desmesura, muertos de asco… donde se entierra nuestro dinero… ese que ahora nos hace falta para alimentarnos, pagar nuestros impuestos de país rico y levantar la cabeza al caminar por la calle.

Da asco… ¿o ya no?

Y nos encogemos como sardinas enlatadas cuando notamos como si fuera una punzada el dedo que nos señala desde Europa, que nos pide más sacrificio y carnaza. Nos pide exprimir más, rebañar hasta llegar al hueso, dejar la piel … para asegurar la continuidad de esa casta que todo lo inunda.

Duele… eso duele ¿verdad? Pero… cuando esto termine… tampoco pasará nada.

Nos hace falta una cura de ética y de Democracia, un par de gritos, un buen meneo y una bronca de órdago para volver a nuestro sitio. Para que no se nos olvide exigir y no parar, involucrarnos y dejar de criticar sin conocer… y ejercer de demócratas… recuperar el trabajo colectivo que supone mantener en pie eso denostado que se llama Democracia y que está dormida.

Si no aprovechamos esta crisis para hacer limpieza y borrar la desidia, la ineficacia, la estupidez, la corrupción… es que tal vez las merecemos.

Si no la usamos para dar el vuelco y buscar la honradez, la eficacia, la superación… es que tal vez… no los deseamos con la intensidad suficiente.

Al menos, que tragar tanta ignominia sirva para algo. Que esta historia dolorosa tenga moraleja.