¿Te atreves a sentir tus miedos?

¿Te atreves a sentir tus miedos?

compass-2946958_640

Alguien me dijo el otro día que cuando me lee se queda a medias siempre porque no le planteo soluciones y agito por dentro sus problemas, sus pensamientos, sus emociones más contenidas… Es verdad, supongo que a menudo cuando escribo no aporto respuestas ni nada a lo que agarrarse para encontrar el camino.

Llevo unos días pensando por qué. Lo que más me viene ahora a la cabeza son mis dudas, porque realmente, escribo sobre ellas… Porque no sé nada y lo que hago en realidad es poner negro sobre blanco lo que a mí también me agita por dentro. Lo que me zarandea y me ha zarandeado siempre, lo que me araña desde aquel día hace cien años cuando era niña e iba en tren y miré el paisaje que dejaba atrás con la mirada y me pregunté qué sentido tenía todo. Lo veo como si hubiese pasado durante el café de esta mañana. Creo que tenía cuatro años y vi la línea verde que se dibujaba al paso de mis ojos por el cristal y topé la mirada de una mujer joven que me sonreía y en aquel momento me sentí como una figura de una maqueta inmensa. Como una de las piezas minúsculas de un mundo en miniatura en el que yo no sabía cuál era mi destino ni mi función. Como si mi identidad dependiera de la identidad de otros, como si mi lugar en este mundo inventado e imaginario dependiera del lugar que ocuparan los demás o del que me dejaran libre. En ese momento, sentí un miedo terrible a no encontrar ese lugar o a tenerme que conformar con el lugar que dejaban los demás para ocupar… Como sucedía en el cole cuando había que hacer algo por parejas y yo siempre era la que me quedaba sola porque nunca me atrevía pedirle a nadie que se quedara conmigo… Porque no me sentía suficiente o no pensaba que tuviera nada por ofrecer.

Yo también dudo y mucho de cuál es mi camino. O a veces no dudo del camino sino de mí y de mi capacidad para transitar en él. Y lo admito, muchas, muchas veces tengo claro el camino y la solución (va con mi personalidad) pero lo que pasa es que me resisto locamente a aplicarla. Mis vísceras asustadas dicen que no y en mi casa mandan mucho las vísceras. Me resisto yo y se resiste todo mi mundo a soltar ese control imaginario que me hace sentir que manejo los hilos. Hay una parte de mí que tiene tanto miedo a descubrir que no es tan fuerte como se imagina, que es vulnerable y no llegará por más que intente mil cosas y haga mil barbaridades… Hay otra parte de mí que tiene tanto miedo a solucionar sus problemas y descubrir que realmente esos problemas no existían y que el verdadero problema era mi actitud e incapacidad hasta el momento presente de querer ver las cosas de otro modo… De descubrir que todo eran excusas y coartadas inventadas para seguir sufriendo porque es más cómodo que tomar las riendas… Miedo de tener la certeza absoluta de que llevaba años haciéndome trampas y fingiendo querer ser feliz cuando en el fondo me seducía más una sensación mediocre de efervescencia  para no tener que lidiar con la culpa… Esa especie de sombra pegajosa y maloliente que todo lo impregna y te deja seco y lívido.

La verdad es que estamos enganchados a nuestro dolor, somos yonkis de nuestro sufrimiento y de todo lo que nos asusta. Nuestros pensamientos y emociones más recurrentes nos invaden en cuerpo de hormonas y nos acostumbramos a ellas, nos sentimos cómodos con esas sensaciones y huimos de la novedad aunque sea deliciosa, maravillosa, extraordinaria…

Intentamos evitar a toda costa sentir aquello que nos asusta y nos quedamos presos de ello en esa sala de espera en la que estamos pendientes de decidirnos. Y eso de lo que huimos tiene y ha tenido mil caras.  Ha tenido cara de novio que te abandona, de trabajo en el que no te consideran, de sueño que se te resiste, de recuerdo que te asalta cada domingo por la tarde… En el fondo, todo eso es lo mismo. Es el mismo conflicto que encuentra otra rama del árbol con la que taparte el sol para que tengas que trepar hacia tu interior. Todo lo mismo. Todos los conflictos que se presentan ante ti tiene que ver con el hecho de no estar tratándote bien, no estar de tu parte y reconocer tu valor. La vida te pone a prueba una y otra vez y siempre está pidiéndote que te abras y te desatasques por el mismo lado… Que desenquistes lo que ya sabes desde siempre que tienes enquistado en ti y que no sueltas.  Tal vez te pida que dejes algo a lo que te aferras, que saltes al vacío sin red para que aprendas a confiar, que vayas hacia algo o que des un puñetazo en la mesa y digas basta… Puede ser que te pida que hagas mil cosas que nunca te has atrevido a hacer o que dejes de hacer esas cosas que haces de forma desesperada para que encuentres tu silencio. No importa lo que sea, es ese miedo de siempre, ya sabes cuál, no te das cuenta pero todo lo que te rodea te habla de él y te invita a sentirlo y aceptarlo.

Hasta que no aceptamos lo que nos asusta, cada persona con la que nos cruzamos lleva escrito un reproche en la mirada… Todo nos recuerda lo que tenemos pendiente para que decidamos acercarnos a ello y descubramos que no pasa nada, que no hay culpas sino temor a descubrir que no somos perfectos… Y que una vez te acercas a eso, todo se diluye. Hasta entonces la culpa sobrevolará tu vida y te sentirás provisional porque sabrás que tienes a medias eso de reconocerte y amarte. Al final todo lleva a que llegue un día en el que tengas que afrontar y caer a ese vacío en el que no hay nada a lo que agarrarse, para que descubras que vuelas, que te sujetas a ti y que de repente aparece algo que te da aliento… Algo que no parecía existir o que estaba ahí y no podías ver porque eras yonki de tu necesidad de sentirte incapaz y desgraciado.

No importa si te muestras al mundo o te quedas en un rincón, no importa si lo haces desde la calma interior de ser tú y no desde la necesidad de ocultarte o de ser aprobado y aceptado… Todo es lo mismo… Ese desamor que todo lo impregna mientras dudas si mirarte a los ojos.

Es verdad, me quedo a medias, pero creo que es porque esto de vivir en realidad no va de respuestas sino de preguntas… No se trata de resolver sino de disolver ese dolor y dejar espacio para lo nuevo, sea lo que sea. Desde hace un tiempo me he dado cuenta de que el noventa y nuevo por ciento de las veces, sólo es necesario presentarse al examen de la vida para pasarlo con nota… Es lo único que te pide y te pides, que comparezcas, que sientas el frío de creer que no eres para que descubras que ya lo eres todo… Que notes el miedo de imaginar que todo se esfuma para que te des cuenta de que ya lo tienes todo… Que admitas que no sabes para que eso deje de tener importancia… Que te mires y observes lo que piensas y sientes y notes que no hay para tanto… Que digas en voz alta que no te amas, para que inmediatamente te des cuenta de que eso no tiene sentido…

No tengo soluciones porque dar el paso para encontrarlas ya supone que muchos de nuestros miedos salgan por la venta… Porque sentir tu miedo es permitirte soltarlo y empezar a liderar tu vida. ¿Te atreves?

¿Quieres leer un poco de mi último libro? Manual de autoestima para mujeres guerreras… Haz click aquí.

Ahora

Ahora

light-1883424_640

No somos conscientes de hasta qué punto nuestras palabras y nuestros actos pueden ayudar a cambiar otras vidas… Aquello que para ti en este momento no es importante, un pequeño gesto, una palabra, puede suponer para otra persona un empujón necesario para tomar esa decisión pendiente.

La vida se expresa a través de nosotros mientras vamos por la calle pensando que este día tan gris nos molesta o nos estorba, nos cubrimos con nuestro paraguas y maldecimos la lluvia… Y no sabemos que hace un rato, al salir a la calle le hemos sonreído a alguien o hemos dicho algo que ha puesto en marcha un engranaje de piezas diminutas que algún día tendrá sentido pleno. Hay quién llama casualidad al hecho de encontrar una señal o de repente sentir algo que te ayuda a comprender que opción tomar o que te permite reafirmarte en una decisión. Tal vez sea nuestra forma de refutar nuestras propias creencias pero, a menudo, las señales nos llegan y nos invitan a cometer pequeñas locuras, a salir del camino trazado y hacer esas cosas que no hacemos nunca…

He intentado recordar de dónde vienen los grandes cambios en mi vida… Y me doy cuenta de que a pesar de haber dado mil vueltas y llevar tiempo trabajando en mí, el detonante siempre es algo imprevisto, algo inesperado, algo que aparece de repente y cambia el curso de la historia… Algo sobre lo que yo no he tenido nunca el control ni he podido planear. Eso no significa que nada de lo que hagamos sea necesario, al contrario, pero nos recuerda que la vida cambia en un momento y que ahora puede que se esté amasando un gran cambio del que no sabemos nada…

Somos puertas, somos caminos, somos piedras con qué construir fortalezas, somos rayos de luz en una noche oscura, somos palabras escritas en los libros que cuentan historias extrañas que explican que todo es posible, somos cartas que llegan, cartas que se envían… Somos a veces decepciones que invitan a cambiar de rumbo… Nos hacen y hacemos daño, tal vez como parte necesaria de una cadena de sucesos que nos lleva a lugares nuevos e insólitos a los que nunca llegaríamos sin ese dolor y, sobre todo, sin saberlo usar para evolucionar.

Somos recuerdos, somos viento que trae respuestas y olas de mar que llegan ala orilla cargadas de preguntas.

Si estoy aquí, escribiendo esto es porque un día alguien me dijo que ya tenía dentro de mí todo lo necesario para cambiar mi vida y sólo tenía que usarlo… Y si lo llevaba dentro es porque unos años antes, una mañana de domingo en la que estaba rota y agotada de pensar y sentirme culpable me decidí a ir a un lugar donde nunca hubiera ido… Y allí encontré a una persona a la que le conté cómo me sentía y me recomendó un libro. Cuando empecé a leerlo supe que aquello era el principio de mi nueva vida. Escribo porque una tarde cuando tenía apenas cinco años, regresé a casa y me sentí destrozada, sola, perdida, y empecé a juntar palabras una tras otra. Buscaba respuestas pero sólo tenía preguntas… En aquel momento terrible, necesité un salvavidas y me dije a mí misma que algún día escribiría libros para que mi soledad fuera compartida. Siempre hay un día en tu vida al que llegas dando mil vueltas y encuentras algo que te indica el camino… Al mirar atrás te das cuenta de que no era la primera vez que te llegaba ese mensaje, pero sí la primera vez que tu ánimo te hacía capaz de afrontarlo… Las respuestas en el fondo no llegan, están. Vienen y aparecen, pero ya existían… Para verlas hay que estar en ti y sentirte entero… Las llevamos dentro y a veces, una chispa ahí afuera hace que nos pongamos a hurgar en la dirección correcta, a ser capaces de ver dónde creíamos que no había y nos hagamos las preguntas que son realmente necesarias.

A veces, no encontramos las respuestas porque no hacemos las preguntas adecuadas. Porque tenemos miedo de darnos cuenta de que lo que buscamos ya está ahí y no nos decidimos a cogerlo porque en realidad no queremos solucionar nuestros problemas… Nos aferramos al conflicto porque aprendimos a vivir en él y nos asusta ser libres, como si viviéramos en un acuario y siempre soñáramos con regresar al mar, pero llegado el momento nos asustara su inmensidad.

Nos pasamos los días recibiendo mensajes que ignoramos porque nos parecen locuras o barbaridades. Nosotros mismos enviamos mensajes y soluciones a otros sin apenas saberlo como un legado que vamos compartiendo que no para jamás y que no sabemos ver. Imaginamos finales felices que luego en realidad no queremos asumir, porque nos da miedo que todo salga bien, por si eso supone una responsabilidad extra o nos encontramos viviendo una vida tan plena de la que no sería comprensible escapar. A veces, ser felices nos asusta porque estropea nuestros maravillosos planes para seguir sufriendo, porque nos parece que somos tan indignos de ello que si rozamos la felicidad, tendremos a cambio un grave castigo por tanta osadía…

No somos conscientes del poder que tenemos porque nos asusta ese poder. Porque ejercerlo supone saber que nuestro destino se compone a cada instante de nuestros pensamientos y no creemos que vayamos a estar a la altura de ello con nuestra actitud. Porque dejar de preocuparse es como soltar la carga pesada y descubrir que a partir de ahora ya no tendrás excusa para no caminar ligero… Y que serás responsable de tu camino… Y que decidirás tu futuro a cada paso… Y eso para el pez acostumbrado a la pecera diminuta es demasiado grande como para poder abarcarlo con la imaginación… La libertad es un lastre enorme para quién tiene miedo a soltar el verdadero lastre de su dependencia. La felicidad es a veces una mala pasada para el que ya se acostumbró a ser infeliz y se había buscado todas las coartadas para no temer que intentar conseguirla…

No somos conscientes de nuestra innata capacidad para volar… De nuestra inmensa suerte de estar aquí y ahora pensando qué soñar y a dónde dirigirnos… De nuestra fortuna para encontrar el hilo de la cometa que nos marca el camino a lo que buscamos. De todas la veces que hemos vuelto a despertar… De ver en unos ojos una mirada que nos dé el aliento que necesitamos para seguir en este día gris cubierto de paraguas. No sabemos cuántas vidas cambiamos con un gracias, un lo siento, un risa o un rato de escucha ante un café. Nunca llegaremos a saber cuántas veces sin querer hemos roto esperanzas o abierto caminos con alguno de nuestros gestos… Y siempre es para bien, porque  a menudo cuando hemos dicho no, hemos obligado a llamar a otras puertas y explorar otras realidades y cuando hemos dicho sí, hemos dibujado un nuevo camino donde antes sólo había una hoja en blanco. A veces, el que rompe el corazón te  despierta del sueño en el que creías que necesitabas un amor a medias para que sepas que mereces uno entero… 

No lo sabemos, pero nos pasamos la vida haciendo magia y creando nuevas realidades. Por eso, cada pequeño detalle cuenta. Cada momento cuenta. Cada persona cuenta… Todo está en constante transformación. Todo está pendiente de un pensamiento, de una emoción, de una decisión…  La revolución que tienes pendiente en tu vida se está gestando ahora. El milagro que esperas está en la incubadora esperando a que lo elijas. Todo cambia en un instante. Todo es presente. Todo es ahora…

Cosas que aprendí en la cuerda floja

Cosas que aprendí en la cuerda floja

lluvia-rana
Que prestamos poca atención a nuestras emociones
Cuando, en realidad, somos un amasijo de ellas. Lo que sentimos nos guía y remueve. Nos dice si vamos bien o mal, nos dibuja el camino como si fuéramos niños y nos desplazáramos por la vida a base de “frío, frío, caliente, caliente”. Nuestras emociones son la brújula para saber si lo que hacemos nos hace grandes o nos hace pequeños. Si nos lleva la pasión y el entusiasmo o nos vendemos a la rutina y el hastío… Si somos extraordinarios o decidimos ser corrientes y vivir con poco riesgo y mucho control sobre nuestra vida. Si nos soltamos o nos amarramos, si amamos o buscamos sucedáneos…
Que no hay fórmulas magistrales ni pócimas mágicas
A menudo necesitamos aferrarnos a indicaciones que nos dan otras personas. Frases que nos motiven, palabras que despiertan en ellos un subidón de adrenalina que les ayuda a subir sus montañas particulares y que esperamos que nos lleven a la cima a nosotros sin pasar por todos la peldaños de la escalera que ellos ya han subido. Preguntamos a otros para saber qué debemos hacer para poder salir del callejón oscuro en que nos encontramos, pero sólo pueden ayudarnos a hacernos más preguntas porque cada uno tiene sus respuestas. Los mantras que nos repetimos para poder seguir son individuales e intransferibles. Están diseñados con el ADN de lo que soñamos y deseamos, con nuestros miedos y nuestros triunfos… Como la canción que nos hacía dormir cuando éramos niños o la caja de secretos que teníamos escondida bajo la cama.
Que ya tenemos las respuestas que buscamos
Las llevamos dentro. Las sabemos siempre de antemano, pero a veces no queremos verlas o no podemos porque nos falta perspectiva. Porque ponemos el foco en el lado equivocado y hay una parte que nos queda oscura y no visualizamos. A menudo, incluso somos conscientes de que no lo vemos todo, pero no sabemos cómo cambiar esa perspectiva. Damos vueltas en un rincón, en una esquina reducida de una gran extensión de terreno que está ante nosotros y casi no nos atrevemos a explorar. Como si nos pasáramos la vida subiendo y bajando el mismo escalón y quisiéramos llegar al cielo o nuestra vida se limitara al metro cuadrado que nos rodea.
Que a veces nos hace falta que alguien nos ayude a ver lo que pasa desde fuera
Que alguien nos ayude a saber qué evitamos y nos dibuje con ojos realistas pero amables. Que nos haga una composición del paisaje que tenemos ante nosotros y nos diga esas obviedades que no queremos o no podemos oír y que son tan necesarias… Porque a veces estamos ante el mar y sólo vemos la arena y cada vez que miramos al cielo encontramos una nube que nos tapa la luz que necesitamos… Aunque ahí está, siempre.
Que lo importante no son las respuestas, sino las preguntas
A veces creemos que sabemos mucho porque hemos madurado. Porque a base de tanto tropezar, hemos encontrado muchos trucos para sobrevivir y levantarnos. Porque cada día nos conocemos más a nosotros mismos y eso nos permite gestionar mejor nuestras emociones y no traicionarnos… Aunque a menudo, no nos damos cuenta de que no nos hacemos las preguntas adecuadas para pasar al siguiente nivel evolutivo de nuestra vida. Que las eludimos o las pasamos por alto, que debemos replanteárnoslo todo desde el principio porque tal vez nuestros credos están equivocados o ya no nos sirven porque hemos cambiado y no nos representan. A veces, pensamos que estamos en la casilla de salida y en realidad llevamos tiempo en la cárcel y debemos empezar a jugar y apostar por nosotros. ¿Cuál es la ruta? tus valores, tu forma de existir, tus lineas rojas, aquello que quieres ser y lo que no… Lo que nunca dejarías de lado y lo que no te importa perder. La imagen de ti que tienes cuando das rienda suelta a tus pensamientos e imaginas un futuro mejor…
Que el miedo nos cierra los ojos y nos fabrica excusas.
Nos maneja y achica, nos hace pequeños y nos paraliza como estatuas donde las palomas hacen algo más que anidar… Todo lo dicho antes no sirve de nada si no estamos dispuestos a pasar frío y saltar. Porque a veces lo que nos conviene es incómodo y nuestro sueño está al final de una pasarela que se tambalea y se agita con el viento, que tiene cien años y al sujetarse en ella, te araña las manos… Que por el camino hay muchas dificultades pero que son nuestras, escogidas por nosotros y conllevan la esperanza de llegar a la meta… Y que lo que buscamos está fuera de nuestro circuito habitual, pasando por la cuerda floja.
Que al llegar a la meta, todo vuelve a empezar…
Dar las gracias a dos grandes personas que hoy conversaron conmigo Leocadio Martín  y Maite Finch Vuestras maravillosas palabras me han animado a seguir… 
 

La mejor versión de ti mismo

Alguien acaba de pedirme que sea feliz. Y para serlo me aconseja no pensar demasiado, cerrar un poco los ojos, hacerme la tonta… soltarme sin condiciones y dejar la mente quieta. Me aconseja que olvide por un rato lo que me inquieta porque tal vez no todo tenga que ser siempre trascendente, que no todo contenga un significado que vaya a cambiarme la existencia… Sé lo que me pide. Me pide que me mantenga pegada al suelo y note la vida, que si como pan note el pan, que pise el camino, que acumule risa y que me beba el viento cuando sople en mi cara. Quiere que me olvide de lo que me falta y de lo que dejé atrás. Que hoy haga pocos balances y olvide los números rojos. Que me circunscriba a este pedazo de vida que hoy me toca y que mañana se habrá escurrido… que no exista más que esta hora, esta frase, esta palabra… que me note la respiración … que me agarre a cada sensación como si fuera la última, que no me pregunte si está bien o mal… que exista. Que me ate a este pedazo de realidad.

Esta petición me agita aún más. La hiperactividad mental… me subleva… siempre hay demasiadas preguntas pendientes, demasiadas necesidades por satisfacer… demasiado control para buscar una perfección que nos acaba alejando del día a día… Demasiado rato en la nube buscando migajas de eternidad y olvidando lo efímero, lo que se puede tocar y se escapa entre las manos… perdiendo lo humano mientras intentamos arañar un ideal casi divino. Y se nos pasan las miradas, los gestos de los que nos rodean, se nos pasa el invierno y el verano, la noche y el día… se nos pasa y no vuelve.

¿Cómo se puede encontrar el equilibrio y … sin perderse esta función no dejar de pensar en cómo será la siguiente? ¿cómo detenerse a disfrutar del paisaje sin dejar de preguntarme a dónde me lleva la senda que escogí?

Miles de pensamientos me vienen a la cabeza, con tantas ideas… no voy a poder ser feliz… demasiadas ramificaciones en la mente, enciclopedias de emociones… millones de recuerdos por archivar… la noria de mi cabeza no se detiene… da vueltas y sé que las dará siempre… está programada para no cesar nunca, hasta el final.

Y entonces me doy cuenta. La felicidad es este momento… una mirada, una risa tonta, un temblor extraño, una palabra… un sabor, un pellizco… pero también es saber que vas en el camino correcto y persigues tu sueño. Saber que te haces las preguntas y que buscas las respuestas, que lo has imaginado todo, que lo has intentado todo… que solo te has detenido para gozar y no para esconderte y abandonar… que puedes más, que anhelas más… que hay más de lo que ves y más de lo que imaginas. Que la felicidad está en el suelo y en el cielo. Ser feliz es un dar las gracias y un seguir buscando nuevos retos. Consiste en agarrarse a lo que te rodea con una mano y acariciar con la otra un sueño… vivir intensamente y al mismo tiempo imaginar… saber, al final, que no te has dejado un pedazo de vida por apurar y que hasta el último instante has intentado ser la mejor versión de ti mismo…