Alcanzar la luna

Alcanzar la luna

luna-media

Escuchamos poco. Pensamos demasiado y mal. Damos vueltas como un hámster desesperado que no para nunca, intentando alcanzar algo que no existe o que no nos hemos planteado si vale la pena, sin más objetivo que el de no detenerse, amarrado a su noria sin decidir bajar. Tal vez porque demasiadas veces no sabemos qué queremos… Tal vez porque demasiadas veces nos aterra la ilusión de parar,  sentir y darnos cuenta de lo absurdo que es lo que hacemos.

A veces, cometemos el error de pensar que los demás sienten como nosotros sentimos… Y otras, cometemos el error de dejar que nos dicten cómo y qué debemos sentir. Vivimos pendientes de lo que nos sugieren las imágenes que vemos en una pantalla en milésimas de segundo, construimos mundos con eslóganes prestados para vendernos perfume cuyo aroma ni siquiera importa.

Queremos cambiar el mundo, sin antes empezar por nosotros mismos. Sin saber aún qué ofrecer, o peor aún, pensando que no podemos ofrecer nada.

Queremos cambiar sin hacer el esfuerzo de movernos ni un milímetro. Queremos un cambio exprés, sin concesiones ni sacrificios.

Lo queremos todo y lo queremos ya.

Nos asusta perder. Nos asusta aún más ganar. Nos aterra el compromiso de seguir.

Nos molesta esperar y cambiar de idea, no porque pensemos que sea la mejor idea que jamás hemos tenido, sino por dejar de tener la razón y admitir el error. Porque a veces, nos importa más tener la razón que conservar al amigo o al compañero… O al menos, reaccionamos de tal forma que lo parece. Y cuando nos damos cuenta es tarde. Rompemos relaciones porque se nos inflama el ego para compensar la pérdida de inteligencia emocional que sufrimos cuando queremos imponernos por la fuerza… A veces, actuamos como las bestias, pero sin su coherencia y naturalidad.

Llegamos tarde a las pruebas que nos pone la vida y repetimos la lección, porque no la llevamos aprendida.

Y a pesar de darnos cuenta, volvemos a repetir porque nos gusta lo fácil, aunque sea aburrido, y rutinario, aunque nos llene de asco mientras nos vacía de entusiasmo. Aunque sea la noria de ese hámster, ahora más cansado, de la que nunca puedes apearte. Preferimos un amor a medias que una pasión que nos desborde las expectativas… Aceptamos un trabajo que no nos hace felices porque es seguro, porque ya no nos supone esfuerzo… Y lo hacemos cada día de las misma forma, sin cambiar nada, con los mismos gestos, las mismas bromas, las mismas palabras.

Lo nuevo, lo que rompe y cambia esquemas, nos asusta. Nos provoca ansiedad. La incertidumbre nos asfixia hasta el punto de quedarnos con un dictador conocido antes de seguir a un sabio y tener que levantarnos más temprano y caminar un rato.

Consumimos  rápido sin mirar el qué. Somos poco exigentes a veces con lo que nos llevamos a la boca y al alma. Nos quedamos mirando cualquier cosa que se mueva, aunque nos atomice y, sin embargo, desdeñamos todo lo que se lee o requiere un pequeño esfuerzo. Hemos dejado de lado los libros y la música… Los hemos substituido por ruido y juegos virtuales donde vivir vidas que no nos atrevemos a emprender en el mundo real.

Pagamos caro y, a veces, hacemos pagar caro a otros pensar distinto, vestir distinto, tener otros credos y osamos decir a algunos a quién está bien amar y a quién no…  Nos asusta la diferencia y la rareza. Aunque luego, adoramos hasta mitificar a algunas personas convertidas en iconos, que tuvieron el valor de vivir sus diferencias y abrazar sus rarezas.

No nos gusta que los demás discrepen y nos asusta discrepar por si no caemos bien y suscitamos mofa…

Aunque, hay esperanza.

Porque lo que nos asusta nos motiva a crecer.

Porque lo que nos frena nos da la fuerza para movernos.

Porque lo que nos rompe nos da la capacidad para seguir enteros. Para cosernos y remendarnos y levantarnos cada día con ganas de más.

Porque el esfuerzo que invertimos en escondernos es el mismo que podríamos usar para dar la cara…

Porque lo mismo que usamos para alienarnos nos acerca. Porque hemos suprimido fronteras con un click y transformado venenos en antídotos.

Lo hemos demostrado mil veces antes. Somos flexibles y capaces. Cuando nos dejamos llevar por la intuición y la magia, saltamos al vacío, llegamos a la luna y construimos puentes sólidos. Flotamos con el pensamiento y somos capaces de entender y apreciar aquello que tal vez no conocemos. La piedad nos vence. Nos gana la emoción. Nos cambian las personas a las que amamos y la sensación de que nos quedan muchas por amar y conocer.

Cuando algo nos importa, insistimos hasta quedar exhaustos y no poder más. Y a veces, cuando algo nos toca el alma, los pensamientos callan, y entonces nos escuchamos y conseguimos conocernos. Podemos  incluso oír a otros y saber de sus sueños y sus miedos. Y descubrimos que tenemos los mismos temores y que escondemos los mismos fantasmas.

Justo en ese momento, cuando nos damos cuenta de que lo que nos mueve es más importante que lo que nos impulsa a pararnos… Cuando sabemos que lo que nos zarandea y asusta es mejor que lo que nos paraliza… Que lo que nos da miedo es justo hacia lo que debemos acercarnos… Justo en ese momento se pone en marcha algo dentro de nosotros que ya es imparable y nos acerca a nuestros retos.

Porque la misma energía que usamos para destruir se puede usar para crear, para transformar, para cambiar lo que nos rodea…  Y el primer paso somos nosotros. No nos damos cuenta, pero el tiempo y la energía que perdemos huyendo de nosotros mismos en la noria, nos servirían para conocernos y alcanzar la luna.

Quiérete mucho

Quiérete mucho

nina-bolso

¿Qué le respondes a una niña de siete años que te pregunta como se consiguen los sueños? cómo se llega a ser lo que deseas ser en la vida, cómo puede llegar a ser feliz cuando sea mayor…

Y notas que tienes tantas cosas que decirle y tantas que por más que se las digas no servirán de mucho porque tiene que experimentarlas… Entonces, rebuscas en tu experiencia y vas a lo básico para encontrar una frase que le sirva de guía, como una plegaria interior que repetirse cuando la vida se ponga del revés y se sienta asustada…

Quieres que se ahorre muchos de los problemas a los que tú has tenido que enfrentarte pero, al mismo tiempo, te das cuenta de que no sería sano ahorrarle etapas.

La verdad es que leo cada semana muchos artículos destinados a conseguir el éxito y ser feliz. Para seguir, para luchar, para alcanzar nuestras metas… Yo he puesto mis ideas en orden más de una vez y he escrito y compartido alguno. La mayoría de los que leo son muy interesantes, muy prácticos y ayudan a motivarte para conseguir ser tú mismo en esta selva  en la que se hace difícil mirar al cielo porque los árboles nos lo recortan.

He leído buenos libros también sobre el tema…

La fórmula para el éxito es al final una mezcla maravillosa entre la actitud, el esfuerzo y el talento. Sobre todo, de los dos primeros. El talento sin trabajo y sin un buen enfoque y unos objetivos fijados no sirve de mucho. Siempre he pensado que casi prefiero a alguien sin tantas aptitudes, tal vez más mediocre, que sea trabajador y esté motivado, que a un genio vago y sin estímulo. Claro que, si alguien está motivado, ya no es mediocre. Las personas con la actitud necesaria para conseguir sus sueños desbordan pasión y tienen ese brillo en los ojos que les aleja de la mediocridad. Además, yo siempre he creído que nuestros sueños nos capacitan para conseguirlos. Que imaginar que lo hacemos y visualizarlo, nos hace más hábiles y nos prepara para saber cómo. Cuando alguien que está invadido por sus sueños y se pone manos a la obra (vamos que sueña pero pisa el suelo porque es realista) lo recrea tantas veces que se convierte en maestro de sus ilusiones y se prepara para asumir sus retos. Es un poco como esos pilotos que antes de surcar el cielo, vuelan por simulador. Cuantas más veces sueñas, cuantos más simulacros vividos a rajatabla y con entusiasmo, más diestro eres a la hora de volar. El truco está en darse cuenta de cuando deben acabar los simulacros y lanzarse a surcar las nubes, para no convertir en simulador en excusa y retrasar en momento de salir a mar abierto y lanzarse.

El otro día, hablando con mi hija sobre el futuro, me di cuenta… La verdad es que no es tan difícil. De hecho, todo se basa en algo muy sencillo y, a la vez, complicado. Amarse a uno mismo. Respetarse y quererse tal y como uno es.  Nada más. El resto, que también es importante, va supeditado a esto y viene rodado si te quieres y te aceptas. Porque cuando te quieres, crees en ti y en tus posibilidades y eres capaz de crear tu futuro.

Si te quieres, si te respetas, ves a los demás como aliados y no como enemigos. Empatizas con ellos porque no son una amenaza y, puesto que te sientes bien contigo mismo, eres capaz de ayudarles y quererles como merecen. Sumas siempre, nunca divides. Abrazas, no apuñalas. Estás dónde se te reclama y pones tu mejor sonrisa porque la sientes.

El que se ama no finge, vive. Busca el lado positivo. Sabe enfocar lo hermoso y desechar lo tóxico que no le ayuda a construir.

Si te sientes bien contigo mismo, no temes los retos y mimas los detalles. Buscas la excelencia y la superación.

Si te quieres, no mendigas cariño ni buscas migajas de amor. Sólo aceptas una amor entero y valioso. No te vendes, no te rebajas, no te achicas.

Cuando te valoras como debes y mereces, no te escondes ante las dificultades. Plantas cara a tus miedos y vences a tus fantasmas porque sabes que puedes…  No te castigas ni te maltratas hablando mal de ti mismo ni buscas defectos en los demás para mitigar el dolor de no ser cómo quieres ser.

Si te aceptas, te conoces. Si te conoces, sabes que puedes mejorar e ir a más. Te subes el listón porque esperas mantener esa confianza en tus posibilidades. Te reinventas. Te creces. Te buscas los defectos desde el cariño, sin acritud, para convertirlos en virtudes…

Si te quieres, quieres a otros con intensidad. No te arrugas ante las dificultades del día a día. No juegas a mentir ni tratas a otros como nunca desearías que te trataran a ti. No criticas, no intoxicas.

Los que se quieren de forma sincera no guardan rencores ni rabia, perdonan y ponen por delante de todo sus valores.

El problema es que en el mundo hay muchas personas que no se quieren. Muchas porque han sido educadas para no aceptarse ni amarse, porque desde que eran criaturas han oído que no valen o no sirven, que molestan… Grandes mentiras dichas por otras personas que tampoco se quieren y que vuelcan sobre otros su dolor y frustración por no ser como quieren… Porque no se respetan a sí mismos. Tal vez ellos en su día también fueron objeto de vejaciones y palabras terribles… Las palabras son tan importantes, por eso a mí me costó mucho encontrar las que decirle a mi hija…

El resultado es que esas personas, sin querer ni saber, forman parte de una cadena terrible que desde hace siglos se van diciendo unas a otras que no son válidas hasta que alguien se atreva a romperla y salir de ese círculo.

¿Y si en lugar de decirles que son inútiles, les decimos que son maravillosos? ¿Y si conseguimos que se rompa la cadena de tristeza y desidia?

Las personas obedecen a nuestras expectativas, por tanto, las palabras que usamos con ellas y el modo en que las tratamos motivarán una u otra respuesta. Serán lo que escojamos que sean para nosotros. Según lo que esperemos de ellas, les daremos una oportunidad o las enterraremos en el fondo de nuestra conciencia.

¿Imagináis que siente un niño al que nunca le han acariciado ni dicho nada hermoso cuando alguien lo hace? Cuando se siente amado, respetado, cuando otro ser humano le reconoce como ser humano y le trata con el cariño que merece… Hay tantas personas que no se sienten amadas… Que al final, no saben amarse ni amar a otros.

¿Y si rompemos la cadena? No podemos ir a ver a todas la personas del mundo que no saben que son maravillosas y piensan que son inútiles, que no valen, que estorban  y tender la mano, aunque podemos empezar por nosotros mismos, por respetarnos y no hacer nada que nos malbarate ni haga apagar nuestro brillo… Usar las palabras adecuadas para motivarnos y recordarnos que vamos a poder.

Y a la gente que nos rodea, mirarla con cariño, pensar que tal vez no sabe cómo o tiene miedo. Entender sus defectos como los nuestros. Hablarles con las palabras que deseamos escuchar para nosotros mismos… Una sonrisa, un gesto de condescendencia, de segunda oportunidad, una mirada cómplice, una mano tendida…

Hay mucho trabajo aún para disolver envidias, rencores, resentimiento y llanto acumulado, pero el primer paso en este camino es amarnos y amar.  En todas sus formas, con toda su fuerza… Desde dentro, hacia  fuera, en círculo… Hacia uno mismo y, hacia los demás.

Porque si no lo hacemos, no solo nos quedaremos con un simulacro de nuestros sueños, seremos nosotros mismos un simulacro de seres humanos y tendremos un simulacro de vida.

Por eso,  al final, miré a mi hija a los ojos, y le dije algo que creía que le sería útil para acompañarla siempre.

Quiérete mucho y no olvides nunca que eres maravillosa.