Algunas pasiones huecas

Algunas pasiones huecas

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Algunos mares son charcos. Algunos afectos son necesidades. Algunos abrazos son soledades concentradas que toman cuerpo y se agarran. Algunos amigos son titiriteros. Algunos desesperados son títeres sin cabeza. A menudo, algunos amores son trampas y algunas farsas acaban en la realidad más pura. A veces, hay historias que parecen fugaces  y están destinadas a ser eternas. Algunas eternidades son impulsos.

Los ojos nos engañan. Nos dejamos engañar porque no soportamos algunas realidades. Porque confiamos en que nuestra ignorancia sea un alivio para las heridas, porque queremos apaciguar nuestras inquietudes. Porque preferimos desconocer a afrontar.

A veces no es juego, es vida. A veces, no es vida es subsistencia.

No es amor, es deseo. No es deseo, es calor. No es cariño, es aburrimiento…

Algunas verdades son recortes de periódicos. Algunas súplicas acaban siendo consignas. Hay algunas consignas que se quedan en nada. Algunos grandes gestos son sólo fotografías. Muchas zancadillas son estímulos y algunas manos tendidas son garfios. Hay pececillos que son pirañas…

Algunas bestias pardas tienen también un lado amable. Algunos refugios son jaulas. A veces, las montañas son cúmulos de pensamientos negros. Y algunos héroes son villanos con capa. A menudo, el que calla es porque escucha y el que habla no dice nada.

A veces un beso es oro… Y el oro es pura chatarra.

No es miedo a veces, es ignorancia. No es menosprecio, es envidia. No es risa, es sarcasmo, es amargura. A veces, no es una pérdida sino una concesión necesaria. No es azar sino empeño. No es suerte sino esfuerzo. A menudo, algunas cosas no son lo que parecen. Tienes que darles la vuelta. Vulnerar los límites. Derribar los muros que han construido tus sentidos. Dejarte llevar por lo que percibe tu instinto.

En ocasiones no es belleza, es sólo perfecta y fría simetría. No es misterio, es distancia. No es atracción, es tedio.

Algunas ideas absurdas brillan. Algunas locuras son sensatas. Algunas obviedades engañan. A veces, las mentiras arañan la superficie y encuentran verdades ocultas. Por desgracia, muchos sueños caducan si no se intentan. Algunos recuerdos mueren si no se reavivan.

Algunos “te quiero” son rutina. Algunos pequeños gestos de cariño esconden grandes pasiones. Algunas pasiones están huecas. Muchas pasiones huecas cansan.

A menudo no es impedimento, ni dificultad sino excusa. No es cansancio, es pereza. No es fracaso ni error, es oportunidad. No es obstáculo, es reto. No es final, es principio.

No es torpeza, es desgana. No es destreza, es ilusión. A veces no es silencio, es cobardía. No es rebeldía, es juventud. No es maldad, es miedo. No es valentía, es inconsciencia. No es fidelidad, es seguidismo ciego. No es sólo dolor, es rabia… A veces no es rareza, es diferencia, originalidad, criterio.

Algunas sentencias absolutas están vacías. Algunos dogmas son casi adivinanzas. Algunas lealtades nacen rotas. Muchas carcajadas son amargas. Las lágrimas a veces son gozo, la lluvia es vida y el remedio mata. El amor también se viste de indiferencia, el odio de compasión y la alegría de calma.

Más palabras para la conciencia

Más palabras para la conciencia

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Siempre he confiado mucho en las palabras. Los que me conocen y sondean, lo saben. Confío en ellas sin fisuras. En su valor, en su capacidad de movilizar conciencias, en su elasticidad… En su poder para remover lo intacto y estático y crear algo nuevo, engendrar vida, darle la vuelta a las situaciones. Siempre he buscado locamente las adecuadas. Como si fueran únicas, como si fueran pócimas maravillosas que obran cambios imposibles. Lo he hecho a veces de forma metódica y obsesiva. Con placer, con un deleite máximo al conocerlas y usarlas, como si utilizara un material tan precioso que pudiera desvanecerse o evaporarse, un material escaso, algo que pudiera romperse o desaparecer. Porque es cierto, se evaporan, se funden si no les das importancia, se mueren si no las escuchas y les concedes un minuto para llegar a ti y salpicar tus entrañas. La palabras perecen.

Siempre he pensado que si era capaz de encontrar la palabra que podía llegar al corazón de cada persona sería capaz de tocar su alma. Hacerle entender lo que necesito explicar, hacer que me escuchara… Hacer que el resto de mis palabras llegaran al umbral de sus necesidades y su voluntad. A menudo, rozando la impertinencia. Aunque tal vez me tocó la presunción, las ganas, las ansias de poder cambiar cosas sólo con palabras, algo tan efímero que se borra, se omite, se encadena al viento y se fuga de nuestros oídos y cabezas. Algo que yo creo sólido pero que no tiene densidad ni peso…

Tal vez, he llegado a pensar… Les di demasiado poder porque precisamente siempre tuve presente el poder que tienen las palabras sobre mí. Porque las vivo, las escucho, las leo, las saboreo, las incorporo a mis pasos… Para mí escribir es vivir y dar una palabra, la palabra justa, es dar una parte de la conciencia, un pedazo de algo intocable pero altamente valioso, un contrato de honestidad, de sinceridad, de belleza incluso… La belleza que tiene lo imaginado, lo soñado… Un lugar donde discutir, charlar… Donde reflexionar e intentar ser mejor cada día.

No todos le dan el mismo valor a las palabras y no tienen por qué. No todo el mundo cuando dice “te quiero” ama con la misma intensidad, no todos están dispuestos a dar lo mismo, a recibir lo mismo, a responder de la misma forma y vivir en consecuencia. Hay muchas clases de amigos, de compañeros, muchas clases de vidas y de personas que se cruzan en la tuya.

Palabras como amistad, confianza, lealtad, fidelidad, valor, miedo, cariño, compromiso, promesa, deseo, sueño, felicidad, perdón… Y millones de palabras más no implican a las personas del mismo modo, no las comprometen igual, no las conmueven igual. Al final, nos damos cuenta de que a pesar de compartir complicidades cada día, interactuar y mezclar nuestras vidas con los demás, nos comunicamos usando códigos distintos. Usamos el mismo material para decirnos lo que queremos, buscamos, sentimos, pensamos, necesitamos… Las palabras… Aunque no todos les damos el mismo valor. Y a veces es muy difícil entrar en cabeza ajena y saber qué pasa por ella, interpretar un mal gesto, una mala respuesta, una mirada extraña… El descubrir si alguien te chilla porque no te respeta o es su forma particular de llamar la atención porque cree que tú no le haces caso… Saber si tus escasos “te quiero” son el resultado de una merma en ese sentimiento o tu necesidad de decirlo poco para que el otro sepa que cuando lo dices es verdadero. ¿Verdadero o falso? Se convierten en dos términos relativos depende de que boca salen, qué puño los escribe. ¡Las palabras son tan poderosas y a al vez tan relativas!

Para ir bien por la vida, lo ideal sería encontrar a aquellos que tienen el mismo grado de apego a las palabras que nosotros. Que las viven igual. Que se comprometen con ellas en el mismo grado. Sentarse a compartir un rato con alguien que te dice “me importas mucho” y saber que le importas como tú necesitas importar, que valora tu vida y que su cariño no sólo dura lo que dura el café… O tener claro que a pesar de que no lo dice mucho, cuando lo dice es de veras…

Sería tan fácil colgarse el grado de apego y valor que le damos a las palabras a la solapa como quien se prende un broche para ir a una cita… Codificarse por números o colores… A más color, más intensidad en cada palabra, más compromiso, más valor… Entrar en un lugar y mirar la solapa y la persona y comprobar que estamos hablando con un individuo con el código correcto. Ir con el color rojo reventón o azul eléctrico en la solapa y esquivar a alguien con un gris marengo o un azul celeste… Ahorrarse el dolor, el choque frontal contra la pared del desánimo, la frustración, la decepción, la cara de idiota cuando descubres que un “te necesito” es sólo un “los martes y los jueves si no me sale nada mejor”…  y un «pero a mí no me pidas lo mismo».

Aunque claro, eso nos ahorraría punzadas en el pecho, pero nos arrebataría la fantasía, la ilusión, el fuego interior… Haría que la búsqueda fuera anodina, rutinaria, falta de magia… Y no nos permitiría aprender, perder, caer, vacilar, descubrir, conocer… Y quién sabe, tal vez vamos por el mundo con un código equivocado, uno que creemos que nos representa porque no hemos conocido otros o es el que nos enseñaron y no tenemos el nuestro propio. Igual necesitamos volver a calibrar las palabras y cambiar el código que llevamos prendido . O tal vez alguien necesita sin saberlo aprender de nosotros a valorar el mundo con otros ojos y tomar prestado nuestro código…

He pensado en ello y lo único que se me ocurre para solucionarlo son más palabras. No doy para más. Me resisto a darme por vencida y perder la confianza en ellas. En ellas y en nuestra capacidad para hacer que todo cambie, cambiar nosotros para modificar lo que hay a nuestro alrededor, hacer que todo sea más fácil al comunicarse… La palabras me mueven, me fascinan y me aturden… Para mí son la medicina contra el desamor, contra la amistad más perversa y egoista y la pena de sentirse vacío, menospreciado, usado hasta las arterias, enroscado en un situación que te deja seco, agotado, asustado… Más palabras, otras palabras… Tal vez menos palabras pero más valientes, más arriesgadas. Las que se nos quedan siempre en la punta de la lengua, las que imaginamos que decimos pero nunca suenan. Las que nos gritan dentro y nos queman suplicando salir. Las que diríamos si fuéramos quién queremos ser si no tuviéramos miedo… Todas ellas juntas… Y más atreverse a mirar a la cara y decir lo que sentimos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que nos preocupa y asusta. Y también preguntar qué hay al otro lado, por si resulta que los desapegados en algún momento somos nosotros… Por si en nuestro afán por mirar las solapas correctas, hemos descuidado la conciencia.

¿Recuerdas?

Vuelves a ser una niña.

Silvestre, ilusionada, rebelde… Sin más dueño que la risa ni más patria que ese rincón donde te escondes a soñar.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo, una pizca de sal… El aroma contenido en el armario de todas las pastillas de jabón de rosa que impregna la ropa. Olor a tarde húmeda de otoño y a sueño. El calor que cabe en la almohada de una siesta y el sabor robado de un caramelo de café. El mar encerrado en una concha. Las puntillas rotas y deshilachadas de la falda de tanto correr por el campo y pisar la hierba… De recoger flores y caracoles que escapan tras la lluvia, encontrar cantos de río de formas extrañas y soplar dientes de león esperando que tus deseos se hagan realidad.

Los pequeños tesoros en tu casa, escondidos y preciados. La magia de las pequeñas cosas. Lo inesperado, lo brillante… Lo que siempre estaba allí y tenía que perdurar. Lo que nunca hubieras sospechado que iba a desaparecer…

¿Recuerdas? Todo era eterno y parecía inmortal. Todo estaba detenido el tiempo y era asequible y cálido.

Y ahora… Todo se mezcla, todo vuelve… Comprimido en un instante, esperando en una esquina a que decidas ser capaz de mirar al pasado, de encarar el futuro sabiendo quién eres y por qué apuestas, qué arriesgas, qué cedes, qué dejas atrás. La escuela de tus tropiezos queda descubierta, cada arañazo en las rodillas es un peldaño nuevo hacia algo más grade y rotundo. Cada paso es una espina menos clavada en alguna de tus recónditas entrañas… Una pluma más en tus alas nuevas e inexpertas que ansían volar y no saben cómo. Tu piel nueva es a veces más amarga, más áspera… Aunque cuando imagina roce es suave y perfecta, se vuelve tersa y perfumada… Porque busca caricia, quiere acurrucarse y erizarse, añora emoción y sentimiento. Porque ya no se asusta cuando siente.

Ahora es uno de esos momentos en que te detienes y cuentas las migas de pan que has dejado tras de ti, miras si los pájaros ávidos y ajenos a tu rumbo se las han llevado, si fue el viento… Si dejaste poco de ti en casa palmo del camino o arrasaste con todo. Si quedaste a deber abrazos y agradecimientos que ahora ya no puedes dar porque sus destinatarios marcharon para no volver.

¿Has sido el caracol que ha cargado siempre con su casa y su carga? ¿has sido el león que devora? ¿La sirena orgullosa y descastada? ¿Has sido erizo que se asusta? ¿dónde has acumulado tus faltas? ¿dónde han recaído tus iras? ¿dónde han muerto tus sueños? ¿dónde han nacido tus miedos? 

Cada vez que has pisado ¿qué perseguías? Cada vez que has llorado ¿qué deseabas? ¿qué maldecías? Cada vez que caías, ¿por qué te levantabas? Cada vez que huías… ¿qué querías no volver a encontrar?

Ahora que sabes que siempre acabas tropezando de nuevo con cualquier cosa de la que huyas…

Que si no cumples tus sueños, se convierten en pesadillas…

Que cuando no escuchas a tu alma, tu cuerpo enferma y grita para que te detengas…

Que a veces, lo roto por el uso es más hermoso que aquello que nunca llegas a tocar…

Todos los caminos que has tomado te llevan a sentirte insatisfecha porque no has llegado al final… Porque todo lo que callas es lo que necesitas gritar. Todos las miradas que esquivas llevan tu mirada reflejada y una verdad latente que te persigue…

Todos los besos que repeles son los que más necesitas recibir…

Todas las palabras que no deseas escuchar son las que te darán la llave que abre la puerta hacia ti misma, esa que no abres porque te da miedo enfrentar.

Todas las disculpas que no has pedido laten dentro de ti como un tambor que no calma ni cesa…

Lo que te destruye, te recompone. Lo que te seduce, te ata. Lo que buscas es de lo que más huyes.

No te engañes, sin noche no hay día… Sin verdad, aunque sea cruda, no hay evolución.

Aquellos sueños que dejas atrás conducen a ti. Todos tus miedos han compuesto a pedazos tu esencia, tu fotografía actual… Tus facciones rotas y tus ojos escarchados por el tiempo y la falta de ironía… Tu dolor ha sido tu escuela. Tu tristeza alimentó tu felicidad. 

Lo que te hace llorar… Al final, te conducirá a la risa.

Lo que te asusta, te hará brillar. Sólo tienes que acercarte, con el alma desnuda y empezar… Decidir que se ha acabado toda prórroga para evitar la madurez, cualquier moratoria para no tomar las riendas y postergar la felicidad. Te toca, ahora. Asume, decide.

¿Recuerdas?

Un ramo de brezo y una pizca de sal. Un diente de león con un deseo por pedir y un caracol que escapa de la lluvia buscando un manto verde donde descansar.

Métete en mi vida

Métete en mi vida

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Métete en mis asuntos. Aunque… Luego no digas que no te he avisado. No pongo el freno, casi nunca. La mayoría de veces salgo volando y en pleno vuelo, me doy cuenta de que tengo las alas en casa. Y aún así no me estrello nunca, porque vuelo de oído y recuerdo. Porque con el paso del tiempo ha aprendido a calibrar las azoteas y esquivar las antenas… Porque soy de pluma y viento. Mi substancia cambia de forma y estado y cuando toco suelo, soy vapor.

Y cuando camino tampoco es fácil seguir mi paso, mis pies oyen la música y se deslizan sin pausa mientras mi cabeza sueña y busca. Tengo mucha prisa siempre para no perderme nada, poner los cinco sentidos… Siempre he tenido la sensación que hay algún lugar que debo ver y no encuentro, alguna persona que debo conocer y no veo. Busco su nombre, que está escrito en la cima de una montaña que debo pisar y no piso, para contemplar un valle, al que debo llegar rodando y no llego. Si paro, en otra dimensión hay una yo que alcanza la meta y colma sus sueños… Y pierdo la partida. Si bajo la guardia, las esquinas de mis ojos se pierden el crepúsculo o la suave caída de una hoja, que podría inspirar el más hermoso de los versos y sacudir la más tremenda de las conciencias. Detener una batalla, componer un vals… Avivar un fuego que se apaga. Todo es una cadena de acontecimientos sucesivos que nacen y mueren en un devenir constante, que no se explican unos sin otros, donde todo no tiene ni principio ni fin. Si callo, si me entretengo, la cadena se rompe, la historia se detiene… El milagro se funde y la esperanza sigue vagando hasta encontrar una nueva mente que ponga en marcha el engranaje y todo vuelva a empezar… Aunque ya es distinto, ya no lleva escrito el mismo destino. Nuestra historia cambia a cada instante que escogemos un camino…

Métete en mis asuntos. Ven, vamos… Pero no tendrás tiempo de cerrar puertas ni lamerte heridas. Lo mío es arrasar noches y buscar ventanas por donde colarnos en la vida que deseamos. Dibujar una escalera y subir por ella sin mediar instante. Trepar hasta el árbol más alto y buscar el horizonte más lejano, tragar tierra y no parar más que para acariciar la hierba cuando no recordemos como huele. Cuando no nos notemos las orejas porque están heladas y nos besemos con la nariz como los esquimales.

Acércate… Atravesaremos este otoño ocre y no pararemos hasta que el sol de verano nos queme la nuca.

Métete en mi vida pero no me vengas con miedos. Si se te encogen las entrañas en la cumbre y el vértigo te puebla las sienes, te acercas a mi hombro y buscas mi mano. Así aguantarás la sacudida. Y no me digas que no puedes, que tienes frío o que estás cansado. Por si te oye un pájaro y para el pleno vuelo, tal vez detengas una revolución necesaria o cambies el curso de los días.

No te asustes, ven. Sigue el hilo y algún día encontraremos la madeja… Tanto ir de acá para allá, asaltar fortalezas, y hacer tambalear imperios, necesito abrazos. Busco morada y besos. Busco reposo para mis ojos y calor para mis madrugadas. Alguien que me oiga el rezo y me cubra con la manta cuando me llegue el sueño. Alguien que se meta en mi vida y sepa que muchas veces tendrá que acariciar mi sombra. Prometo amor inmenso y desenfreno. Prometo risa y riesgo. Prometo cansancio y lluvia… Mucha lluvia, a veces helada… A menudo, en pleno vuelo, me doy cuenta de que no llevo el paraguas.

 

Volver…

Ha vuelto. Y viene con ganas de risa.

Lleva puesta la misma falda que el día en que se fue y el alma le dio la vuelta. Soñó con volver, pero sabía que no podía hasta haber dejado de lado todo lo que le sobraba.

Ha vuelto y parece hambrienta, ya no enfadada, ni peleona. Sus días de batallas absurdas han terminado. Ahora lucha con ella misma y siempre gana. Gana al cansancio, a las penas atraídas por los momentos bajos. Gana incluso a las caras agrias que no soportan que los demás sobrevuelen el tedio y se levanten al alba para empezar a caminar.

Ha vuelto y quiere quedarse. Sus ojos buscan incansables reencontrar aquellos antiguos lugares donde sus pupilas tristes descansaron para volver a mirarlos ahora y ver de qué color son realmente. Ahora que la tierra no se tambalea a sus pies y sus tobillos son firmes. Ahora que imagina imposibles y los ve razonables. Ahora que consume sueños y consigue no caer cuando no se cumplen… De momento.

Ha vuelto. Y ya no es de mármol transparente. Es de piel suave y caliente. Se ha quitado mil capas por el camino y sólo le queda la esencia. Ha descubierto que tiene una capacidad inmensa para permanecer despierta mientras dura la fiesta y dormir sin cerrar los ojos mientras dura la tormenta.

Ha aprendido a amar la tormenta. Ha paseado bajo la lluvia y ha echado raíces en la tierra más yerma que ha encontrado.

Ha jugado a perder para ganar. Ha vaciado su bolsa de viaje y se ha arrancado los galones para quedar sin pasado, para empezar otra vez a dar vueltas en la noria. Ha soñado que no existía nada y lo ha recuperado todo a base de imaginar que podía. Y ha podido. Ha descubierto que es poderosa.

Ha vuelto. Y ya no necesita ponerse la careta de fiera. No le hace falta porque cuando se la quitó hace poco descubrió que su rostro no era ya el de niña perdida. Ya no tenía la cabeza gacha y ese gesto temeroso que invitaba a los desalmados a clavar las uñas en su piel pálida y despojar su inocencia. No quiere causar espanto para que los que dedican sus vidas a causar malestar ajeno la dejen en paz. Ya no le afecta lo que le digan, no necesita protegerse más que con su mirada satisfecha, sus palabras ágiles y acertadas y su ironía fina. Sus zarpazos desafortunados siquiera la rozan. Los mira de lejos y le parecen gatos en un tejado intentando arañar las nubes sin saber la razón.

Ha vuelto y su cabello es más largo y sus tacones más altos.

Ahora se busca y le gusta lo que ve. Lo quiere todo, pero sabrá aceptar una pequeña porción hasta encontrar la manera de conseguir el resto. No le importa lo que cueste, no le importa lo que tarde, sólo piensa en la recompensa. Acaricia su sueño. Lo nota. Ha empezado a disfrutarlo antes de tenerlo. Ha aprendido a soñar con todos los sentidos. Vivir su deseo. A tocar el cielo con las ganas. A besar de recuerdo…

Sabe que todo es posible. Esperará cuanto haga falta y la luz del día la pillará bailando y con la mirada sedienta.

Antes tenía miedo. Ahora tiene miedo. La diferencia es que ahora no teme a ese miedo y sale a la calle para buscarlo y mirarle a la cara. Y antes, buscaba un rincón.

Ha vuelto. Y ya no se esconde.