Lo que somos
Somos suspiro y materia que busca otra materia para fusionarse, reconciliarse con el mundo y apaciguar la soledad. Gotas minúsculas de agua de lluvia que se escurren en el cristal, una en busca de la otra, haciendo maniobras extrañas para encontrarse pero que en el último momento cambian de trayectoria. Bailamos como peonzas en un tablero inclinado, condenados a encontrarnos en una esquina, pero siempre dando vueltas, sin que nuestras manos se toquen, con sólo un instante para que nuestros ojos se posen uno en otro y balbuceen una palabra, desconocida aún y por determinar. Dos ramas que salen del mismo tronco y se buscan erguidas hasta encontrar el cielo, que se pierden y retuercen para que sus hojas vean el sol y acaban alejadas, rozándose casi… Buscando la sombra, buscando la brisa.
Somos dos océanos que mezclan sus aguas y bañan el mismo acantilado. Somos las dos rocas que están en su cima y dibujan formas humanas hasta darse la espalda. Dos caminos que llevan al mismo lugar, que sueñan con cruzarse pero que siempre transitan el paralelo. Mirándose de reojo y haciendo muecas.
Somos la mezcla de luz y oscuridad del crepúsculo, el incesante ir y venir de las olas para tocar la orilla… Agua y arena, siempre acariciándose, nunca en contacto permanente.
Somos aire y agua. Sobredosis de oxígeno en las venas que acumula euforia y genera magia. Sol y lluvia, ahora rebotando en la ventana y sacudiendo la tarde.
Somos piel y piel que se atraen y devoran con la vista, casi tan cerca que se respiran, pero eluden el contacto.
Somos fieras que buscan arrumaco, apenas se acercan y sus garras afiladas separan sus ganas de abrazo.
Somos beso, en la distancia. Un sendero de calor imaginario que nos cruza la espalda, la nuca, el pecho y que llega a los labios… Somos tierra y frontera, helecho en la pared desnuda, luna reflejada en el agua.
Somos sueño y vigilia. Vivimos en ese momento en el que los ojos cansados ceden y abandonamos los sentidos a la noche hasta que llega la mañana.
Es tiempo de palabras
Siempre he pensado que el otoño es un momento de sosiego, de calma. Un espacio de tiempo en el que se pone la pausa al desenfreno del verano y se empieza de nuevo. Se caen las hojas ya caducas, se afilan los lápices, el sol se atenúa y la lluvia barre los excesos.
En otoño el aire fresco revitaliza el pensamiento y aviva el seso, calma las ganas de gresca … sacude las molestas perezas. La máquina se pone en marcha, se abre la libreta nueva e inmaculada y se apuntan nuevas ideas, se dibuja una hoja de ruta… se busca un destino.
En otoño se sacan los cubrecamas y se cierran las ventanas. Se recoge uno pronto porque anochece antes, se busca el libro y se empieza a añorar la estufa. Todo en otoño ocupa su sitio habitual, cada bestia vuelve a su jaula. Se recuperan por el camino las mismas caras de siempre pero esta vez se miran con ganas, por desuso. En esta época se recuerda una historia en cada peldaño de la escalera, en cada palmo del camino… en cada arruga que te surca el rostro… Es un momento para pensar en lo que se ha sido y reconstruirse, buscarse de nuevo con una versión mejorada. En otoño se busca la palabra, se da la mano, se cierra el pasado y se camina sin mirar atrás. No se buscan excusas ni espejos que nos recuerden lo que fuimos porque el presente nos arrastra con fuerza. En otoño se sacude el miedo de la falda y el polvo de la risa y se empieza una nueva rutina, pero esta vez con ansia y empeño. Estamos en un mundo falto de ganas, falto de risas…
Es el mejor momento para aspirar aire limpio, llenar los pulmones y enfrentarse a las batallas pendientes. Y ganarlas con palabras y guiños. Porque aún no estamos ateridos por el frío del invierno pero ya no nos hierve la sangre alterada en verano. En otoño todo vuelve a su sitio. Los cansados se sientan donde siempre, los tristes lloran sus amarguras pendientes y los alegres bailan, mientras los inhibidos observan desde sus ventanas. Los acompañados se miran y los solos buscan miradas. Los inteligentes piensan y los listos traman. Los niños se tapan las rodillas llenas de heridas con pantalón largo y los ancianos se cubre la espalda. Los que sueñan buscan sueño y los quejosos buscan drama. Los que odian se consumen y los que aman buscan esperanza. En otoño los valientes tienden la mano y buscan palabras y los cobardes callan. Siempre callan.
Ando buscando, ahora que el otoño se cierne sobre nosotros, algunas palabras. Mi página está en blanco. No quiero perderme en páginas ya escritas ni antiguas batallas.
El otoño es tiempo de propiciar acuerdos. Tiempo de charla. Nunca tiempo de silencios, tiempo de palabras.
Sobre el periodismo y el rigor informativo
Alguien me pedía esta mañana que como periodista fuera, además de rigurosa, crítica. Me decía que es necesario un periodismo que se aleje de la neutralidad y que esté dispuesto a dar solo contenidos de calidad y veraces. Lo de la calidad y la veracidad suena bien,me encandila, lo admito. Lo primero que te explican en la facultad, sin embargo, es que hay que intentar ser objetivo, aunque sea del todo imposible. Todos ponemos una parte de nosotros en lo que hacemos, si no, es que somos autómatas.
Hoy, con ansia sin duda de mejorar el mundo de la comunicación, me reclamaban un periodismo fuerte, valiente, capaz de desechar lo que me permito nombrar como “información basura” o fuentes dudosas… ¿cómo se sabe en este mundo que corre vertiginosamente si las fuentes son dudosas? Se informa sin tiempo, sin espacio para digerir y cada día con menos recursos económicos y humanos.
Esa persona, con buena intención, me pedía un periodismo implacable contra la manipulación y la mentira… pedía que además de escribir una noticia, el periodista, al final se implicara… pero ¿hasta qué punto? ¿quién pone los límites?… la ideología y los valores del redactor, ¿dónde quedan? Un periodista no es un juez ni un verdugo…
Es cierto, lo he dicho en más de una ocasión, el periodismo parece morir ante las más exigentes cifras de audiencia de cada día. Ante su bajo nivel de autoexigencia. Es cierto, los profesionales de la comunicación tienen que hacer un esfuerzo por interpretar la realidad e ir más allá y hacer las preguntas necesarias pero… dejar su neutralidad ¿hasta dónde? ¿dónde se traza la linea? ¿con qué criterio? ¿quién asegura que mi criterio es adecuado? ¿dónde trazo la frontera de mi implicación más allá de temas que universalmente a todos nos repugnan como el terrorismo o la corrupción? ¿qué es un redactor?¿qué hace que mi opinión /criterio sea mejor que el de otro para aplicarlo? ¿no estaría incurriendo en lo mismo de lo que huye? A menudo, tratando de silenciar al dictador, te conviertes en dictador… porque acabas censurando al censor.
Sí, el periodismo actual está desangelado. Se ha convertido en animal de costumbres. El poder habla, la oposición responde. Espectáculo continuo. Y ¿quién juzga esas palabras? ¿No será mejor que las juzgue el pueblo? Y si yo pensara, en algún momento que son falsas pero no pudiera demostrarlo… ¿debería decirlo? ¿no es ese el trabajo de los que están en el juego político? la obligación del periodista es la de contrastar la información y asegurarse que ningún actor de la actualidad se quede sin opinar.
Este papel está reservado a los que hacen opinión y análisis en los medios. Hay muchos y de diferentes ideologías y tendencias. La diversidad está servida. El lector/observador exigente tiene fuentes para escoger. Tiene cada día más espacios de debate y diálogo y más blogueros dispuestos a darle sus opiniones. Es difícil a veces separar el grano de la paja y abrir los ojos y la mente… pero vale la pena confiar en el público siempre. Quizás, como público, deberíamos ser todos mucho más exigentes con los medios que escogemos para informarnos.
Al fin y al cabo, los periodistas usamos palabras, un material precioso capaz de mover montañas y generar agujeros negros… por tanto, tenemos que usarlas con precaución.
Tal vez muchos tengan una idea mítica del periodismo. Es muy vocacional, cierto, pero no es ni romántico ni marcado por el idealismo y ni todo lo libre que debería. En el día a día, salvo entre las grandes plumas, no se paran máquinas. No se hacen caer gobiernos. No se rompen esquemas ni se cambian sistemas. No derrumban imperios.
Es un trabajo de hormiga, de contar historias lo más veraz y dignamente posible para informar. Sospecho que el periodista no tiene que cambiar el mundo, pero la información que transmite sí puede hacerlo. Porque un pueblo informado es pueblo más capacitado para decidir y saber lo que quiere o no cambiar. La información siempre es la que marca la diferencia, nunca su mensajero.
Como periodista continuaré reflexionando sobre el tema, buscando esa frontera que separa la vocación de la implicación personal, la interpretación de la opinión. Seguiré haciéndome preguntas siempre.
Subir el listón
Algunos días pienso que el periodismo agoniza. Al menos tal y como lo entendía yo cuando puse mis intenciones en esta profesión tan denostada. La prisa se traga los titulares uno a uno, sin tiempo para que se ajusten, sin lugar a interpretaciones… quizás si a interpretaciones apresuradas y, por tanto, faltas de rigor. Rigor… esa palabra que sonaba tanto en la facultad y que todos llevamos tatuada pero que requiere un esfuerzo a veces demasiado constante.
En pocos segundos las redes sociales, ahora nuestras grandes amigas, trasladan la información, a borbotones, sin mesura, sin límite, sin digestión. El impacto de un par de palabras, tal vez una, es inconmensurable… no conoce lindes ni barreras. Sin embargo sí que nos lleva un periodismo menos elaborado, más sujeto a contrastes, un periodismo de consumición rápida y enormes efectos colaterales. En un espacio así, el rigor enmudece. La realidad palidece y se convierte en rumor. Sí, ya lo sé, las redes sociales se han convertido en un gran instrumento de comunicación y debate, pero hay que saber distinguir entre el grano y la paja. Hay que escoger… poder elegir es una enorme conquista.
Mientras, los periodistas hemos ido con el tiempo bajando el listón. No todos, claro. Hay grandes plumas por encima del bien y del mal, mentes pensantes que nos guían y aportan grandes reflexiones. El resto, sobrevivimos como podemos aceptando no hacer preguntas cuando alguien dice “no hay preguntas” y dando por buenas algunas versiones que suenan descafeinadas.
Abrir un periódico por la mañana es abrir un mundo, abrir una ventana a un paisaje cargado de historias tristes, historias que provocan náusea pero que conviene conocer… historias aburridas y también pequeñas historias que acaban bien si no se hurga más allá de las tres columnas… Así es el periodismo, busca lo extraño, lo inusual, lo bárbaro, lo escandaloso… lo que imagina debemos conocer.
Para colmo, los periodistas cada vez somos menos. La crisis nos recuerda, como a muchos otros sectores, que no somos de primera necesidad. Somos… accesorios. Aunque continuamos siendo útiles porque en este marasmo de múltiples ideas, hay que seguir informando y hacerlo con ganas, con dedicación y, por favor, con rigor.
Tal vez esta agonía sea parte de la solución. Una prueba dura para pedirnos que seamos más cuidadosos con las palabras, nuestra materia prima. Para que seamos más íntegros con las personas, porque son lo único que importa… para que hagamos más preguntas a los que dirigen nuestro destino, porque ellos tienen las respuestas. Para que la próxima vez que alguien nos diga con sorna “¿periodista, eh?” para reírse de esta profesión de trapecios y cuerdas flojas… le respondamos con ganas “sí, periodista, ahora y siempre”.