Sobre el periodismo y el rigor informativo

Alguien me pedía esta mañana que como periodista fuera, además de rigurosa, crítica. Me decía que es necesario un periodismo que se aleje de la neutralidad y que esté dispuesto a dar solo contenidos de calidad y veraces. Lo de la calidad y la veracidad suena bien,me encandila, lo admito. Lo primero que te explican en la facultad, sin embargo, es que hay que intentar ser objetivo, aunque sea del todo imposible. Todos ponemos una parte de nosotros en lo que hacemos, si no, es que somos autómatas.

Hoy, con ansia sin duda de mejorar el mundo de la comunicación, me reclamaban un periodismo fuerte, valiente, capaz de desechar lo que me permito nombrar como “información basura” o fuentes dudosas… ¿cómo se sabe en este mundo que corre vertiginosamente si las fuentes son dudosas? Se informa sin tiempo, sin espacio para digerir y cada día con menos recursos económicos y humanos.

Esa persona, con buena intención, me pedía un periodismo implacable contra la manipulación y la mentira… pedía que además de escribir una noticia, el periodista, al final se implicara… pero ¿hasta qué punto? ¿quién pone los límites?… la ideología y los valores del redactor, ¿dónde quedan? Un periodista no es un juez ni un verdugo…

Es cierto, lo he dicho en más de una ocasión, el periodismo parece morir ante las más exigentes cifras de audiencia de cada día. Ante su bajo nivel de autoexigencia. Es cierto, los profesionales de la comunicación tienen que hacer un esfuerzo por interpretar la realidad e ir más allá y hacer las preguntas necesarias pero… dejar su neutralidad ¿hasta dónde? ¿dónde se traza la linea? ¿con qué criterio? ¿quién asegura que mi criterio es adecuado? ¿dónde trazo la frontera de mi implicación más allá de temas que universalmente a todos nos repugnan como el terrorismo o la corrupción? ¿qué es un redactor?¿qué hace que mi opinión /criterio sea mejor que el de otro para aplicarlo? ¿no estaría incurriendo en lo mismo de lo que huye? A menudo, tratando de silenciar al dictador, te conviertes en dictador… porque acabas censurando al censor.

Sí, el periodismo actual está desangelado. Se ha convertido en animal de costumbres. El poder habla, la oposición responde. Espectáculo continuo. Y ¿quién juzga esas palabras? ¿No será mejor que las juzgue el pueblo? Y si yo pensara, en algún momento que son falsas pero no pudiera demostrarlo… ¿debería decirlo? ¿no es ese el trabajo de los que están en el juego político? la obligación del periodista es la de contrastar la información y asegurarse que ningún actor de la actualidad se quede sin opinar.

Este papel está reservado a los que hacen opinión y análisis en los medios. Hay muchos y de diferentes ideologías y tendencias. La diversidad está servida. El lector/observador exigente tiene fuentes para escoger. Tiene cada día más espacios de debate y diálogo y más blogueros dispuestos a darle sus opiniones. Es difícil a veces separar el grano de la paja y abrir los ojos y la mente… pero vale la pena confiar en el público siempre. Quizás, como público, deberíamos ser todos mucho más exigentes con los medios que escogemos para informarnos.

Al fin y al cabo, los periodistas usamos palabras, un material precioso capaz de mover montañas y generar agujeros negros… por tanto, tenemos que usarlas con precaución.

Tal vez muchos tengan una idea mítica del periodismo. Es muy vocacional, cierto, pero no es ni romántico ni marcado por el idealismo y ni todo lo libre que debería. En el día a día, salvo entre las grandes plumas, no se paran máquinas. No se hacen caer gobiernos. No se rompen esquemas ni se cambian sistemas. No derrumban imperios.

Es un trabajo de hormiga, de contar historias lo más veraz y dignamente posible para informar. Sospecho que el periodista no tiene que cambiar el mundo, pero la información que transmite sí puede hacerlo. Porque un pueblo informado es pueblo más capacitado para decidir y saber lo que quiere o no cambiar. La información siempre es la que marca la diferencia, nunca su mensajero.

Como periodista continuaré reflexionando sobre el tema, buscando esa frontera que separa la vocación de la implicación personal, la interpretación de la opinión. Seguiré haciéndome preguntas siempre.

Subir el listón

Algunos días pienso que el periodismo agoniza. Al menos tal y como lo entendía yo cuando puse mis intenciones en esta profesión tan denostada. La prisa se traga los titulares uno a uno, sin tiempo para que se ajusten, sin lugar a interpretaciones… quizás si a interpretaciones apresuradas y, por tanto, faltas de rigor. Rigor… esa palabra que sonaba tanto en la facultad y que todos llevamos tatuada pero que requiere un esfuerzo a veces demasiado constante.

En pocos segundos las redes sociales, ahora nuestras grandes amigas, trasladan la información, a borbotones, sin mesura, sin límite, sin digestión. El impacto de un par de palabras, tal vez una, es inconmensurable… no conoce lindes ni barreras. Sin embargo sí que nos lleva un periodismo menos elaborado, más sujeto a contrastes, un periodismo de consumición rápida y enormes efectos colaterales. En un espacio así, el rigor enmudece. La realidad palidece y se convierte en rumor. Sí, ya lo sé, las redes sociales se han convertido en un gran instrumento de comunicación y debate, pero hay que saber distinguir entre el grano y la paja. Hay que escoger… poder elegir es una enorme conquista.

Mientras, los periodistas hemos ido con el tiempo bajando el listón. No todos, claro. Hay grandes plumas por encima del bien y del mal, mentes pensantes que nos guían y aportan grandes reflexiones. El resto, sobrevivimos como podemos aceptando no hacer preguntas cuando alguien dice “no hay preguntas” y dando por buenas algunas versiones que suenan descafeinadas.

Abrir un periódico por la mañana es abrir un mundo, abrir una ventana a un paisaje cargado de historias tristes, historias que provocan náusea pero que conviene conocer… historias aburridas y también pequeñas historias que acaban bien si no se hurga más allá de las tres columnas… Así es el periodismo, busca lo extraño, lo inusual, lo bárbaro, lo escandaloso… lo que imagina debemos conocer. 

Para colmo, los periodistas cada vez somos menos. La crisis nos recuerda, como a muchos otros sectores, que no somos de primera necesidad. Somos… accesorios. Aunque continuamos siendo útiles porque en este marasmo de múltiples ideas, hay que seguir informando y hacerlo con ganas, con dedicación y, por favor, con rigor.

Tal vez esta agonía sea parte de la solución. Una prueba dura para pedirnos que seamos más cuidadosos con las palabras, nuestra materia prima. Para que seamos más íntegros con las personas, porque son lo único que importa… para que hagamos más preguntas a los que dirigen nuestro destino, porque ellos tienen las respuestas. Para que la próxima vez que alguien nos diga con sorna “¿periodista, eh?” para reírse de esta profesión de trapecios y cuerdas flojas… le respondamos con ganas “sí, periodista, ahora y siempre”.

Silenciar al mensajero

El oficio de periodista se ha puesto casi imposible. Siempre fue deporte de riesgo, ya no por ir de corresponsal de guerra donde muchos compañeros se han dejado la vida, si no por el día a día en las redacciones. Los periodistas siempre hemos estado sometidos a algo, sujetos a una llamada incómoda de algún político de turno que, mande o no mande, quiere hacer una demostración de poder enviando a un pobre plumilla al banquillo. El poder mal gestionado y mal entendido es como el vino peleón, emborracha sólo con olerlo. Y nosotros somos una presa fácil y minúscula. Las mentes poco lúcidas siempre han pensado que silenciando al mensajero se acaba haciendo callar a todo un pueblo. ¡Qué gran tentación!

Siempre hemos andado en terreno minado de intereses, de preguntas incómodas, de respuestas inadecuadas… a veces una entrevista es una lotería y matar al mensajero es la mejor forma de sofocar la pataleta de niño chico y querer quedar como un señor.

Ahora, sin embargo, ya no basta con calzarse las botas de hundirse en el fango, ahora el ataque a la profesión es sistémico. La socorrida crisis se está convirtiendo en una coartada perfecta para desahuciar a los mensajeros, a los testigos de todo aquello incómodo. Pasa en todos los sectores, es cierto, por desgracia, la situación de las arcas públicas y las no públicas está devorando todo lo que hasta hace unos días era sagrado. Cierto, quizás mucho de lo sagrado o intocable jamás debió serlo. Habíamos cebado muchas vacas absurdas hasta convertirlas en sagradas y ahora, hay hambre y vamos a comérnoslas. A pesar de todo, no nos engañemos. No todo es prescindible, no todo es tocable, hay lineas rojas y a menudo se cruzan. Se cruzan en la educación, en la sanidad y han empezado a cruzarse en los medios. Mientras tanto, otras vacas siguen echando mano de lo público sin temor a sufrir escasez.

La crisis va a ser la comadrona de todo lo bárbaro y va a sacar a flote actitudes intolerantes y obtusas. Todo empezó con “no se admiten preguntas” y acabará con que ya no quede nadie para hacerlas.

Y lo más divertido de todo, si es que en este escenario que compartimos todos hay espacio para la risa colectiva en el ámbito laboral, es que las preguntas nunca han sido el problema.

Todo buen periodista lo sabe. Y también lo sabe el entrevistado inteligente. No hay preguntas inconvenientes, solo lo son las respuestas.

Si el juego de matar al mensajero siempre ha estado en el adn de muchos aspirantes a cacique, en todos aquellos que esconden demasiado mal sus miserias, ahora han encontrado la excusa perfecta para evitar que uno tras otro lleguen más mensajeros. Van a chapar cuantos más medios mejor. Van a dejarnos sin voz, sin conocer opiniones distintas… y no parece que vaya a pasar nada. El pánico lo paraliza todo.

Se nos vende cada día que vamos a tener que prescindir cada vez más de todo lo que nos hace la vida fácil. Nos dicen en tono reprimenda que nos hemos acostumbrado a lujos que ahora no tienen cabida en la nueva sociedad. Y permanecemos callados. Por si acaso, por si en algún momento decidimos volver a opinar y reivindicar nuestras posiciones, van a encargarse de que no nos queden altavoces.

Los periodistas no somos perfectos. Nuestro trabajo es esclavo de nuestra humanidad y vivencia personal. A veces nos hemos vendido y traicionado a nosotros mismos de forma bastante degradante, cierto. Sin embargo, sigo convencida de que el mundo sin nuestro trabajo es más injusto, más pequeño, más oscuro.

Vamos  hacia una sociedad de silencios.