Las personas que me inspiran

Las personas que me inspiran

mujer-flores

No conozco a nadie que sea extraordinario que no haya vivido un conflicto importante. Nadie que sea único que no haya tenido que librar una batalla dantesca con sus propios demonios… La excelencia surge siempre de ponernos a prueba y dar un paso más. Aunque no resolvamos ese conflicto, aunque no ganemos, sencillamente por el hecho de afrontar ya creces. Es un poco como pasar a un nivel superior donde te cruzas con personas que saben más y tu cabeza se despeja de todo aquello que te ofusca para que puedas concentrarte en lo que te hace evolucionar. Surge de vivir intensamente y llegar a ese punto en que debes ser mucho tú mismo para soportar la presión, cuando ya no te avergüenzas de nada… Nace del no poder más y gritar, de decidir explotar explotar de una vez y seguir tus ideas y sensaciones pase lo que pase.

Nunca he encontrado en el camino a nadie maravilloso que no llevara algunas espinas clavadas, ni la marca de unos dientes en la conciencia o la espalda. Nunca he visto a nadie que valga la pena que no tenga cicatrices … Los arañazos son dolorosos pero te despojan de capas de piel cubiertas de miedo…

No sé de nadie que haya crecido sin tener que serpentear, arrastrarse, mutar de forma o cambiar de estado. Los que acaban descubriendo que saben volar es porque un día estuvieron al borde del precipicio y no tuvieron más remedio que saltar confiando en desplegar unas alas que jamás habían tenido la certeza de que estaban en su espalda… Aunque las habían soñado y casi notado mil veces. El mero hecho de encontrar en ti esa confianza para saltar ya te transforma.

Las personas más sólidas que he conocido llevan a sus espaldas los miedos más terribles. Y todas han aprendido a tenerlos a raya y sacarles partido. Los han superado, aunque los lleven un poco prendidos en la espalda y, de vez en cuando, al bajar un poco la guardia, sus temores más rotundos les enseñan los dientes y les mordisquean la nuca para que recuerden que siguen ahí… Y esas personas hacen lo mismo, miran a sus miedos y los identifican, para tomar una posición de poder ante ellos. Al final, no se trata de no tener miedo, sino de manejarlo.

La personas más grandes que he conocido han aprendido a reírse cuando el asco sube por su garganta y a atisbar un hilo de esperanza que casi no se ve, suplicando encontrar la madeja para sobrevivir.  Se han remendado por dentro mil veces y han encontrado alguna razón para levantarse después de una noche eterna de lágrimas. La más importante, reírse de ellos mismos y llevarle la contraria a la adversidad.

Las personas que me han inspirado son fuertes y  al mismo tiempo tiernas. Han salido de su mundo para verlo desde otra perspectiva. Han convertido el dolor en algo hermoso, hay conocido su punzada y han sabido mantenerla a distancia sin esconderse… Conocen hasta donde llegar en cada momento y saben ir superando esos límites. De tanto intentar, subir y bajar, adaptarse y cambiar, son elásticas. Siempre se recomponen. Se pegan, se empastan, se cosen. Encuentran la forma de buscar alicientes de manera constante… Encuentran un tiempo para todo y viven.

Las mejores personas que he conocido aman siempre. Aman lo que pisan y miran, lo que tocan, lo que les hace reír y, a menudo, también lo que les ha hecho llorar. Aman todas y cada una de sus sensaciones, incluso las punzadas de dolor, para aprender de cada instante… Aman a otros y se aman sí mismas. Aman intensamente, porque saben que nunca se quedarán vacías por amar.

Siempre ponen sus propias normas. Viven según su código. No se obsesionan por las palabras que dicen de ellos personas que no responden a sus valores. No esperan aplauso, ni se rinden ante el abucheo. No aceptan regateos ni caben en los esquemas de otros, no esperan ninguna señal para actuar porque saben que sería una excusa para permanecer inmóviles.

Han aprendido a perder desde la infancia. No lo han tenido fácil. Han convertido el perdonar en hábito y el fracaso en una victoria. Siempre aprenden, a veces de otros, cada día de sus titubeos.

Caminan por la cuerda floja y soportan perder el equilibrio. Aguantan la incertidumbre de arriesgarse a caer todos los días. Pueden hacerlo porque no confían en la cuerda sino en sí mismos.

Tienen sueños a puñados. Algunos nos harían reír por simples y entrañables. Otros nos causarían vértigo porque parecen imposibles. Y han descubierto que pueden superar sus sueños, porque no se atan a nada que les haga perder un minuto de felicidad. Sus metas les ayudan a arrastrarse cuando están cansados, pero no están asidos a ellas. Nada les ata a nada, más que su confianza en ellos mismos, en saber que encontrarán la forma de seguir. Porque saben que los sueños no son hipotecas y son capaces de cambiar de rumbo si hace falta en un momento…

Las personas que me inspiran se dejan llevar por sus pasiones. Se envuelven en ellas pero saben controlarlas, como si se sumergieran en el mar y nunca dejarán de nadar para que el agua no les cubra.

Las personas más increíbles con las que he topado abrazan la soledad, pero adoran la buena compañía. Han encontrado un lugar, en uno de los rincones de su ser, donde siempre hay calma.  Un lugar desde el que se puede contemplar el delicioso baile de la lluvia y decidir si salir a mojarse o acurrucarse tras el cristal. Y a menudo, se mojan… Porque saben que la única manera de llegar a la meta es lleno de barro.

Viviendo en alma ajena…

Viviendo en alma ajena…

ROSA BLANCA
Sabes amiga, has perdido demasiadas noches imaginando si pensaba en ti o te soñaba. Has vivido sin notar que vivías con la mirada perdida en el paso de las horas esperando un mensaje o una llamada…
Atada a una idea, a un sueño, a una angustia que te comprimía la garganta. Sujeta a la necesidad constante de estar perfecta para que surja el milagro, para superar un listón absurdo, para llegar a una meta efímera… Para poder soportar habitar un cuerpo que a veces crees que no te pertenece.
Te has encogido por dentro como una hoja seca, te ha quedado el alma hidrofilizada… Te has contenido tanto porque no te sentías cómoda en ningún sitio, que ahora que te das cuenta de que ya no lo soportas no sabes encontrar la puerta para salir de tu destierro voluntario.
Quemaste tus sueños y los reemplazaste por otros, más asequibles, casi prestados, más adecuados para alguien como tú, que se creía pequeño y frágil. Que se sentía cobarde y sin brillo… Que se moría por ser otra cada mañana al despertarse y acababa topando con la mujer del espejo a la que no sabía amar.
Y ahora, cuando te echas a volar y descubres que eres fuerte y puedes con todo, revisas tus metas y te parecen diminutas. Y miras a esa mujer y quieres abrazarla.
Has vivido en alma ajena. Esperando señales absurdas para pensar en ellas durante mil horas y darles la vuelta cien veces hasta que perdían el sentido, hasta que te arañaban las entrañas y hacían jirones tus momentos dulces.
Has aceptado que te colgaran etiquetas y te llamaran por otros nombres que no son el tuyo. Has aceptado un amor a medias y has dicho sí a quedar colgada de una cuerda imaginaria para ser migaja cuando en realidad eres el banquete.
Amiga, has vendido tus ojos enormes a precio de pequeñas canicas y tu sonrisa deliciosa por una tarde de besos presurosos. Te dieron rocío por lluvia y abrigo por promesa de amor. Te pidieron el mundo y a cambio te regalaron un vacío enorme que se alojó entre tu pecho y tu espalda y ahí sigue sin calmar cuando hace viento y estás cansada.
Caminaste por la cuerda floja porque pensabas que te seguirían y a medio camino descubriste que te habías quedado sola… Aullaste a la luna llena, como una loba parda, esperando una respuesta que nunca llegaba.
Soltaste el paraguas y desnudaste tu alma y luego te diste cuenta de que otros estaban bajo techo y con la ropa puesta. Compraste un cuento chino y lo quisiste transformar en una esperanza.
Tragaste promesas que no eran promesas, pero se parecían tanto y sonaban tan bien que necesitabas quedártelas y abrazarlas.
Trazaste un mapa y llevaste el equipaje más pesado y luego descubriste que estabas sola.
Te volviste loca por una camisa blanca…
Lloraste tanto que se te cayeron todas las hojas y se te cerraron todas la ventanas.
La hiedra se enredó en tus pies y creíste que estabas atrapada en ese mar de angustia esperando un beso falso y una risa congelada. Una de esas risas que se usan para no sellar las promesas con palabras, no aguantar la mirada ni reconocer la cobardía.
Amiga, te has cansado de esperar a que te vean maravillosa. Y ahora te das cuenta de que eres demasiado grande para meterte en una caja… Que pisas con demasiada fuerza para transitar un camino de barro…
Que vuelas demasiado alto como para que te preocupen las nubes y las miradas que buscan socavar tu esencia.
Que te sobra calor como para rechazar abrazos vacíos y noches amargas… Que no necesitas guardar ninguna ausencia ni esperar a nada que no lleve a nada.
Sin embargo, cuando la tarde es fría, recuerdas. Los pensamientos no pueden atarse, ni amarrarse y las emociones maravillosas y desbocadas son a veces nuestras enemigas más bárbaras y crueles.
Entonces, imaginas, hueles, recuerdas, saboreas y luego rechazas medio loca.
Ya no lo necesitas, pero crees que sería maravilloso tenerlo, sentirlo, notarlo…
Y esa mujer que eres ahora te coge por los hombros y te dice que ya basta… Que te sobran fuerzas para hermosear tu vida, que te sobran alegrías para bailarla… Que te sobran sueños a tu medida para llenarla y que tú misma fabricas tus días…Que el príncipe azul que esperabas eres tú…
Ya no te escondes porque no lo necesitas y porque no cabes ya en tus viejos refugios de lágrimas y quejas.
Tus ojos enormes valen un reino entero con sus ríos y sus montañas. Tu sonrisa deliciosa es carísima para los que quieran ahogarla.
Ya no habrá más hojas secas, ni ventanas cerradas, ni hiedra que te sujete los pies cuando quieras avanzar.
Callará la loba parda que aullaba desesperada a una luna ausente.
No habrás más noches buscando excusas para seguir encadenada a un amor de porexpan.
Nunca más vivirás de sombras, ni de sobras.
En tu mundo ya no caben los besos falsos ni las risas congeladas.

Cómo cambiar tu mundo en cinco minutos

Cómo cambiar tu mundo en cinco minutos

nina-lavanda-reves

Descubrir quién eres y qué quieres, aunque duela. Ahora, sin esperar más.

Hacerte una cabaña con las astillas que llevas clavadas en las arrugas de tu conciencia.

Inventarte una palabra nueva que te sirva de palanca para levantarte cuando te pesa tanto el cuerpo que los párpados se pegan a tus pies.

Coserte el alma a los pies para que te siga cuando el cansancio susurre en tus oídos algunos versos desesperados.

Jurarte amor eterno para cuando las ranas hayan usurpado la identidad a todos los príncipes azules y soñados y descubras que puedes apoyarte en ti.

Tropezar mil veces, pero con piedras distintas para que al menos encuentres la moraleja y el sentido a tus fracasos.

Pasar mil noches en vela escribiendo poemas de amor para un amante inventado, para que surja, para que exista, para que tus palabras atraviesen las paredes y lleguen a un lugar donde alguien espera tener quién le escriba. Y si no aparece, escríbete a ti…

Vestir como la persona que sueñas ser sin esperar a serlo, para que salga de dentro, para que se acostumbre a pasear en tu mundo. Para que tu yo más verdadero salga de la cáscara y se dé cuenta de que merece la pena el esfuerzo.

Tentar la suerte y atreverte a decir eso que callas. A ver qué pasa, a ver qué sucede, a ver si la rutina se escapa por el sumidero y no vuelve.

Buscar la lluvia y mojarse. Que el pelo se te pegue a la cara y la ropa al cuerpo. Soltar el paraguas y chapotear en tu vida hasta quedar agotado.

Reírse aunque no haga gracia. Como ensayo general para una risa verdadera y mágica… Reírse aún cuando nadie se ríe y notas que algunos odian tu risa porque no tienen la suya propia.

Ser feliz con lo puesto. Ahora… Apretar a tus neuronas hasta ver el lado amable de las garras que te sujetan la garganta… Descubrir que tal vez son imaginarias y llevas tiempo amarrado a fantasma que no existe por un temor estúpido.

Amar tus torpezas y besar tus debilidades… Airear tus defectos y ver que en realidad son mapas que seguir hasta encontrar tesoros ocultos.

Perder el tren y llegar tarde a la rutina. Vencer la inercia y empezar a moverse hacia otro lado, para llevar la contraria… Para hacer gimnasia con tu impertinencia  y conseguir que no se te olvide que puedes decir que no, cuando no quieres algo y que puedes tener sueños inabarcables, aunque tu cuerpo sea muy pequeño.

Saber que amas y no ocultarlo, aunque no te corresponda más que el viento. Guardar esos besos y abrazos imaginarios hasta encontrar a quién los merezca. No malbaratarlos con amores mediocres ni amantes menores… Reconocer lo auténtico, lo sublime… Y entonces destapar el tarro de caricias dormidas que buscan piel y roce sin cordura ni sensatez. Para que no te quede un pedazo de cariño por dar a quién realmente sabe bucear en tus miserias sin salir corriendo.

Encontrar un recuerdo hermoso. O dos. Atraparlos para tenerlos a mano, para cuando el sol se atenúe y todas las puertas de la compresión estén cerradas…

Imaginarte tomando café en una plaza, en algún lugar del mundo, mientras la gente pasa y sonríe… Mientras tú sonríes por dentro con ansia y sabes que no vas a parar hasta viajar a ese momento.

Hacer en línea recta lo que siempre haces con rodeos… Buscarle las curvas a los atajos que siempre tomas para no encontrarte con tus demonios ni recordar tus miedos.

Borrar de tu lista el número de teléfono de aquellas personas que  no te respetan.

Demoler todos tus escondites y soltar todos los amarres a ese pasado pegajoso donde habitan tus culpas y tus complejos.

Ser ferozmente ambicioso con tus sueños y estar dispuesto a dejarte la piel por acariciarlos…

Huir de todo aquello que suene a excusa, que huela a rancio, que parezca gastado y te ayude a quedarte en la burbuja. Romper la burbuja y notar el frío y saber que estás vivo. Alejarte de los decorados y pisar la vida real.

Fabricarte una manta inmensa e imaginaria. Para el frío, para el sueño, para el desamor y las noches eternas. Para compartirla y dejarla guardada si crees que corres el riesgo de esconderte en ella y podrías perderte algo hermoso.

Desafiar las leyes de la gravedad y volar, con el pensamiento, con las ganas de salir del círculo vicioso, con la emoción de saber que pase lo que pase sabrás encontrarte los pies para seguir caminando…

Dejar de pensar qué piensan los demás, dejar de meternos en sus cabezas para adivinar como nos ven desde su mirada distorsionada…

Dejar de convivir con ese enemigo que llevas dentro y que es tan cruel contigo mismo. Quererte sin tregua ni prejuicio… Mirarte con ojos tiernos…

Encontrar un hueco para detenerse a pensar… En una muralla cercana, en una calle estrecha, en un rincón perdido, en una cima solitaria o en ese zona de tu cerebro donde habitan las emociones y todo se decide a golpe de sensación.

Cambiar de camino ahora, sin esperar a llegar a casa para dibujar un nuevo itinerario, sin saber qué esconden sus esquinas, sin mirar a los lados esperando al aprobación de nadie.

Decir algo que hace mucho que callas y ya no soportas mantener guardado porque te quema.

Hacer lo que no harías nunca, pero deseas desesperadamente.

Dibujar una ventana a tu nueva vida en una pared blanca y saltar por ella a ti mismo… A ver quién te recibe.

 

Amor a ráfagas

Amor a ráfagas

LLUVIA PAREJA
A veces estamos tan desesperados por recibir amor que aceptamos sucedáneos. Bajamos el listón y fingimos que lo que nos dan es lo que queremos, que nos basta con poco, que no necesitamos más. Y por dentro, nos desvanecemos a cada minuto que pasa. Miramos al suelo en lugar de levantar la vista porque tememos encontrarnos con alguna mirada que nos cale y se dé cuenta de que estamos viviendo un amor a medias, porque soportamos a duras penas arrastrarlo pero somos incapaces de decirlo en voz alta.
Nos han educado para huir de la soledad, para avergonzarnos de estar solos, como si tuviéramos que demostrar ante los demás que estamos siempre con alguien, que alguien nos ama… Que somos dignos de amor.
Y la amenaza de una soledad rotunda nos obliga a veces (o eso creemos) a aceptar situaciones que nos vacían tanto por dentro que notamos el hueco… Estamos tan solos a veces estando acompañados… Ese es el peor tipo de soledad, la que lleva lastre, te hace sentir cóncavo y aislado. No porque tengas a tu lado a alguien que no te llena, si no porque has bajado tanto tus expectativas que no te reconoces, porque has acotado tanto tus sueños que parecen los de otros, porque son los de otros y no llevan tu nombre ni huelen como huelen tus sueños…
Nos han educado para pensar que si nadie nos ama no valemos nada… Y para evitar ese horror, dejamos que nos amen a medias, que nos amen a ratos, a ráfagas, con prisas… Como si tuviéramos que exhibirnos para ser dignos, como si recibir besos vacíos e inacabados nos hiciera mejores… Como si fuéramos pedazos de carne a la venta.
Nos castigamos y modificamos para atraer a otros. Somos un cebo, una sombra de nosotros mismos esperando que alguien nos dedique una mirada dulce… Cuando en realidad, la única mirada dulce que nos hace falta para empezar a salir de ese dolor autoimpuesto es la nuestra…
Buscamos migas de amor porque tal vez no creemos merecer más y por eso encontramos amores huecos. Amores sin raíces pero con grandes hojas, amores que vuelan pero que nunca caminan a nuestro lado, amores que deslumbran tanto que no nos dejan ver que en realidad llevan un disfraz. Eso no es amor, es un parche, una forma de salir corriendo esperando encontrar un lugar donde sosegarse y descubrirse a uno mismo.
Y el amor es más que eso. Sin más dependencia que la pura necesidad de amar a esa persona y saber que nota tu amor y que ese amor la hace feliz. Amar nunca es limitarse, ni comprimirse, ni rebajarse… Es expandirse, aumentar de tamaño y llegar a pensar que puedes flotar.
No es arrastrarse, es notar que vuelas aunque sea por dentro, ante el sonido de una voz sinuosa o el tacto dulce de una mano tibia.
Amar no es llorar, es reír. No es decir ni que sí ni que no, es escuchar y poderse explicar.
Se ama con palabras y con silencios… Se ama con besos y con miradas.
No es ir detrás ni delante, es estar a su lado.
Se ama con el pensamiento…
El amor no doblega, ni achica, ni regaña, ni encierra, ni mantiene pegado al teléfono esperando una llamada o un emoticono artificial.
El amor acorta distancias.
El amor no te amarra, te suelta. No te pregunta qué haces, te pregunta qué sueñas… No te encuentra, te busca… No te habita, te ronda.
Se ama sin riendas, ni ataduras… Se ama de oído y casi sin normas.
Se empieza a amar amándonos sin peros ni culpas.
El amor es, a veces, un silencio y otras un grito, pero siempre, hay un momento en el que estalla…
Y no caben en ese amor todas las formas de amar pequeñas, reducidas, estancadas… Todas esas formas de amar que no curan, que no calman, que desesperan….  Que atan, que amargan, que caducan en dos días, que se adulteran…
El amor siempre es el antídoto, no la enfermedad… Es la causa, no la consecuencia. Es la fuerza necesaria para seguir andando, no es el camino… No es la pócima mágica que hará que nos amemos a nosotros mismos, sino el bálsamo que llegará a nosotros cuando hayamos aprendido a amarnos…
El amor es demasiado grande como para encerrarlo, enjaularlo, someterlo y vivirlo por etapas a tropiezos. No acepta parches ni remiendos. No tolera verdades a medias ni cambios de baraja.
El amor no se entiende, se vive. No se descifra, se surca. No es una batalla, es una fiesta. No es la solución, es la ilusión que te da energía para encontrarla…
El amor no es el remedio para la soledad, todo lo contrario… Es la soledad bien aprendida que nos educa para saber reconocer el amor de verdad cuando llega. Porque  cuando aprendes a estar solo contigo mismo, es cuando dejas de correr el riesgo de estar mal acompañado…

Si crees que no lo mereces, al final, será cierto

Si crees que no lo mereces, al final, será cierto

hombre-colgado
Hace un tiempo que le doy vueltas…  Siempre he pensado que todas las personas merecemos lo máximo, que debemos hacer lo imposible para estar bien y que nuestro día a día sea feliz.  Creo firmemente que tenemos que luchar para que nuestros días sean del todo nuestros, propios, maravillosos… Que están llenos de lo que nos hace vibrar y nos llena de vida…
Sin embargo hay situaciones en la vida en las que te pasan cosas que te doblegan y dejan hecho hatillo, algunas de ellas duran sólo un momento, otras se repiten cada día en una especie de rutina dolorosa que nos deja exhaustos y atormentados.
Nuestro cuerpo no está preparado para esta ansiedad continua, ese dolor sin tregua que nos va lacerando por dentro hasta que nos sentimos distintos, pequeños, reducidos…Y puesto que nos sentimos pequeños, acabamos siéndolo.
Tragamos esa amargura día a día, como si fuera una medicina necesaria, como si nos pusiéramos un antifaz para no ver esperando no sentir. Nos abonamos a la tesis de que sufrir es normal, que no importa… Porque nos han educado para sentirnos mal por vivir, por disfrutar, como si cuando nos sentimos bien y soñamos con más, un castigo terrible fuera a enviarnos un rayo que nos parta en dos… Nos han hecho creer que debemos sentirnos culpables por no sentirnos culpables por algo… Y vamos por la vida buscando razones para apenarnos y, como la vida ya nos trae algunas por sí sola, a las que nos vienen dadas se añaden las que hemos atraído mientras nos sentíamos mal por existir, por desear tener una vida plena.
Lo que me lleva a darme cuenta de algo, que es a lo que le doy vueltas.  Al final, si vives una situación muy dolorosa que podrías evitar tomando decisiones y no lo haces… Es duro pero acabas mereciéndotela. Lo digo con cariño y pienso que no es irreversible. Creo que todos merecemos lo mejor, pero también pienso que cuando aceptas cosas que rebajan tu dignidad porque el esfuerzo por cambiarlas te da pereza o miedo o te supone cambiar demasiado, acabas tan reducido, tan vacío, tan agotado, que consigues merecerlas.
Tu cuerpo cambia para merecerlas…
Tu alma cambia para merecerlas…
Tu sustancia cambia para merecerlas…
Se te cambia la cara, el gesto, se te amarga el día a día. Te transformas. Igual que tus sueños más maravillosos te transforman y cambian, igual que tus metas y tu lucha por conseguirlas te hacen grande, inmenso… Tus pesadillas entran en ti y hacen un agujero en tus entrañas, se te instalan en ellas y empiezas a obedecer sus leyes.
Pienso que tus sueños te hacen más capaz de conseguirlos… Y en consecuencia, tu resignación también obra en ti los cambios necesarios para que vivas con ella. Te reduce la capacidad de darte cuenta de lo mucho que vales y a lo que puedes aspirar, para que te adaptes… Y luego te recubre de ignorancia para que puedas soportalo…
Somos también lo que aceptamos. Lo que tragamos. Cuando nos encerramos en un reducto oscuro, nos encogemos. Cuando decidimos que vamos a salir al mundo a mostrarnos, nos expandimos, nos dilatamos, nos convertimos en seres enormes y sin medida.
Cuando aceptamos dolor a cambio de nuestra sonrisa nos convertimos en seres opacos y tristes. Cuando no nos conformamos y luchamos por lo que realmente merecemos, brillamos con fuerza… Cuando agradecemos lo que tenemos y hemos conseguido volamos. Cuando maldecimos lo hermoso que hay en nosotros y no vemos nuestro talento vamos a ras de suelo.
Nos acostumbramos a todo, incluso al dolor. Nos acomodamos a él y nos deformamos física y emocionalmente para soportarlo. A veces, fingimos que no lo sentimos, pero siempre está si no decidimos apartarnos de él cuando podemos.
Un día dije que si soñamos algo es porque lo merecemos. Ahora pienso, es duro la verdad, que cuando dejamos de soñarlo y creemos que no lo merecemos, algo en nosotros capta el mensaje y nos hace diminutos como seres humanos… Algo hace que bajemos escalones en nuestra evolución personal y acabamos creyendo que no merecemos nada… O peor aún, que merecemos sufrir.
Si de pequeños nos hubieran metido en una caja, hubiéramos crecido dentro de ella, nos hubiéramos adaptado a su forma, a sus huecos, nos hubiéramos transformado por dentro para permanecer en ella…  Seríamos dignos de la caja cuando, en realidad, somos enormes, y podríamos crecer hasta superar nuestros límites.
Cada vez que nos resignamos, menguamos. No es que nos convirtamos en seres inferiores, eso nunca, es que perdemos el brillo, perdemos el hilo que nos une a esa parte maravillosa que tenemos y que nos ayudaría a salir de la caja… Nos olvidamos de nosotros mismos y perdemos el mapa para encontrar el camino de vuelta.
Cada vez que decidimos que no merecemos más, nuestro cuerpo se adapta a ello. Nuestra neuronas se adaptan a la nueva situación, nuestras emociones nos punzan el pecho y nos encogemos.
Cada vez que nos decimos que no, que nos vetamos, que nos limitamos, cortamos el camino, levantamos un muro, derribamos un puente, nos aislamos de nosotros mismos…
Cada vez que pensamos que no lo merecemos nos convertimos en una versión básica de nosotros mismos . Un nuevo yo que no lo merece porque no lo entiende, porque no lo sueña, porque no lo busca… Como ser humano sigue siendo maravilloso, pero ya no lo sabe ni se acuerda  porque sus pensamientos han modelado su vida y ya no recuerda quién era ni para qué vivía.
Cada vez que crees que no lo mereces estás más cerca de no merecerlo…
Aunque el remedio es no bajar el listón, recordar quién eres, sentirte entero pase lo que pase, creer que eres digno y decirte cada día a ti mismo que vales mucho y mereces lo mejor… Esas palabras irán abriendo camino de nuevo para que vuelvas a tu estado natural y brilles como realmente mereces.
No le abras la puerta a tus pesadillas, porque siempre deciden entrar y quedarse. Porque anidan en ti y les crecen las alas enseguida antes de que te des cuenta de que están y dominan tus pensamientos.
Y no bajes peldaños en tu escalera personal de ascenso a ti mismo, a ese tú que sabe que no puede escatimar en sueños y alegrías y no está dispuesto a ceder su vida…
Cada pensamiento que creas, genera un nuevo camino y lo condiciona… Si no nos apartamos del dolor, acabamos convirtiéndonos en lo que detestamos.
Al final, somos lo que toleramos, lo que consentimos, lo que aguantamos. Estamos creando nuestra vida a cada momento partir de lo que estamos dispuestos a aceptar, sea maravilloso o terrible. Si lo crees, al final, se hará realidad.
Ya decía Henry Ford que «tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto»… Cuando creemos, creamos.
 

Un número finito de amaneceres

Un número finito de amaneceres

amanecer

Dice  el gran gurú del optimismo, Emilio Duró, que la mejor forma de vencer el miedo es recordar que vas a morir. Una versión cruda y sin adornos de aquello que nos han dicho siempre de “todo es relativo”. Una frase contundente que ayuda a darse cuenta de que lo que hoy nos parece un drama se queda pequeño ante la posibilidad de que nosotros o las personas a las que queremos abandonen la vida. La verdad es que caducamos, que nos agotamos, que disponemos de una cantidad determinada de horas que pasan y que, a menudo, lo olvidamos. Nos gusta vivirlo como una amenaza de la que huimos y no como una oportunidad de recordar que debemos apurar cada instante y notar cada experiencia como algo único y tal vez irrepetible.

Saber que moriremos hace que asumir pequeños riesgos parezca necesario, básico, asequible incluso… Que no atreverse a ser como deseas parezca locura e irresponsabilidad. Justo todo lo contrario para lo que nos han educado siempre en una sociedad que pretende mantenernos ordenados y cautivos de nuestros miedos. Que no quiere que pensemos por si decidimos cambiarla… Que da de comer a nuestros fantasmas para que engorden y así tenernos asustados, amordazarnos y atarnos a una vida que no nos satisface. Que nos distrae contando calorías para que no contemos las horas perdidas sin ser nosotros mismos y escoger nuestra propia vida…

Y decimos que sí porque nos asusta imaginar que decidimos ver más allá de lo que nos comprime y caminar por la cuerda floja.

Es un sistema que prefiere tener soldados a tener mediadores o filósofos, alumnos rezagados a maestros humildes y sabios, burócratas grises a exploradores hambrientos… Que prefiere jefes a líderes, pesimistas a soñadores…Un mundo fabricado más para consumir que para vivir, para malgastar, para amontonar lamentos y quejas en lugar de atesorar risas y pequeñas locuras que nos mantengan vivos.

Aunque estamos hechos para buscar la felicidad y recorrer la vida. Aunque, a pesar de los momentos duros, algo en nosotros nos ayuda a encontrar la forma de pensar que algo bueno está por llegar. Hemos nacido para desear ser mejores cada día y, cuando nos lo negamos, nos sentimos incompletos y amargados.

Quién sueña siempre tiene algo a lo que agarrarse. Un motivo para seguir y ser capaz de darle a vuelta a su vida. Cuántas veces no hacemos algo por nosotros pero nunca se lo negaríamos a nuestros hijos… Porque ellos son lo mejor de nosotros, un parte de nuestro ser que consideramos que merece más y por la que lo daríamos todo.

Y sin embargo, andamos tan cansados de llevar la carga de no atrevernos a crecer como soñamos que no les ofrecemos, en muchas ocasiones, nuestra mejor versión…   Ni a ellos ni a nosotros mismos.

Nos despertamos por la mañana con prisas, discutimos, chillamos, nos enfadamos por una tostada a medias o por un cuarto desordenado… Nuestra forma de vivir sin encontrar lo que nos llena hace acabemos diciendo a gritos lo que podríamos decir a besos, a susurros… Porque llevamos dentro tanta ira, tanta rabia, tanta ansiedad que necesitamos liberarlas… Aunque si tenemos presente, sin angustia y sin dolor, que tenemos un número finito de mañanas, de tostadas y de habitaciones desordenadas, la forma de abordar el problema cambia.

De repente, todo adquiere un color distinto, sobre todo cuando no tenemos ni idea cuánto tiempo vamos a vivir…

Maldecir la lluvia no tiene sentido si sabes que tal vez es la última lluvia que notas sobre tu pelo y tu cara…

Es curioso como la sensación de ser finito te da fuerza, te concede casi poderes para poder hacer algunas cosas que crees que te están vetadas. Una sensación poderosa que, vaya paradoja, te hace sentir ilimitado, infinito, enorme… Te reviste de un halo de coraje y te das cuenta de que vas a poder enfrentarte a todo e intentar alcanzar lo que antes creías que se te escapaba.

Eso nos pasa porque normalmente transitamos por la vida sin notarla. Sin percibir todo su potencial. Nos arrastramos y la arrastramos sin darnos cuenta de su precioso valor. Preferimos perderla a cachos mientras nos negamos lo que nos conmueve y nos hace felices a enfrentarnos a nuestras batallas pendientes.  Cuando acumulamos muchas de ellas, la carga que llevamos es tan pesada que nos es imposible alzar la vista y contemplar lo que hay más allá del muro que construimos cada día.

Y la verdad es que tenemos un número finito y limitado de amaneceres, de noches, de sueños, de besos, de caricias, de palabras… Un baúl que se acaba de tardes de tormenta, de vestidos blancos, de bailes y puestas de sol, de patos de goma en la bañera, de cafés y de charlas, de libros, de errores necesarios… Se nos acaban rápido las primeras veces y los paseos junto a la playa… Las carreras apresuradas para no perder el tren… El rato perdido en el tren parece un mundo de posibilidades por descubrir cuando sabes que se termina…

El monstruo más terrible se hace pequeño, si sabes que es el último obstáculo que te separa de tu sueño cuando el tiempo que tienes para conseguirlo se consume.

Es justo cuando nos damos cuenta de que somos finitos que luchamos por lo que queremos y eso nos hace inabarcables, enormes, eternos.

Nuestras pasiones nos definen. Nuestros retos nos hacen aumentar de tamaño. Nuestras dudas nos hacen elásticos. Nuestras debilidades nos hacen fuertes… Nuestros miedos nos dibujan oportunidades…

No hay nada que nos asuste que no nos ayude a crecer… Vencer nuestros miedos, aunque sea con el cruel y sabio truco de recordar que vamos a morir, nos hace trascender, perdurar, nos ayuda a vivir intensamente.

¡Qué lástima tener que recurrir a trucos para engancharnos a la vida que merecemos!