38 grados

38 grados

girls-895677_640

Ayer me quedé totalmente revuelta. Estaba en una fiesta infantil con niños y niñas de siete años y viví de cerca el acoso escolar. En una forma muy incipiente y rudimentaria, tal vez, pero lo suficientemente clara como para que algunas de los criaturas allí presentes, se pasaran gran parte de la tarde en un rincón intentando no molestar, creyendo que no son suficiente, pensando que no merecían estar bailando con los demás. Todo porque alguien, una niña de siete años, se ha otorgado el poder de decidir  quién puede o no bailar según su criterio. Tú sí, tú no. Tú vales y tú te sientas en el rincón y te callas. Y no se lo hicieron a una sola niña, se lo hicieron a dos o tres. Su forma de divertirse ayer por la tarde no era bailar (aunque según parece, lo deben hacer muy bien ya que imponen sus normas) sino vejar y humillar a otros. El baile es la excusa. Mañana será otra cosa.

El caso es que la situación me pareció tan triste, no sólo porque le amargó la tarde en parte a quién celebraba el cumpleaños que miraba perpleja la situación, sino porque todos se escandalizaban y nadie hacía nada. Y al final, a riesgo de buscarme problemas, no pude más y detuve la fiesta un momento para abordar la situación.  Porque tenía la sensación de que si nadie decía nada en voz alta, les estábamos dando a entender que aquello nos parecía bien, que aceptábamos que los que se creen fuertes hagan sus normas y los demás las acaten. Que nosotros acatamos que haya niñas que no bailan porque otras consideran que no son dignas.  Y no podemos ser partícipes ello, ni como madres y padres ni como sociedad.
Sería como saber que estamos enfermos y no querer curarnos. Cuando nuestros hijos tienen fiebre, les damos una medicina para bajar la temperatura… ¿Por qué cuando no se compartan bien o necesitan una charla escurrimos a veces el bulto? La indiferencia y la tolerancia ante este tipo de actos les van a perjudicar más que los 38 grados que nos afanamos a bajar y que tanto nos alertan.

Tal vez muchos pensarán que es una chiquillada. Aunque el acoso empieza así, con una chiquillada que se tolera. Uno abusa de otro y nadie se atreve a alzar la voz para decir que no está bien, ni a abordar el tema. Todos asienten y el acosador, que es alguien que lo que hace es pedir ayuda a gritos porque en realidad tiene mucho miedo, se siente legitimado para seguir. ¿Por qué pasan estas cosas?

La verdad es que me sentí desbordada. No sabía cómo actuar, no soy experta, pero sentía que debía hacer algo. Como madre, como persona, como parte de una sociedad que no puede seguir aguantando estas situaciones. Si callaba, me convertía en cómplice.

De modo, que les dije que pensaba no estaba bien. No sé si sirvió de nada y tal vez hoy algunos de ellos recuerdan a una madre loca que decía sandeces y no les dejaba escuchar la música. Aunque alguien les tenía que decir que tienen mucha suerte de ser diferentes unos de otros, que deben respetarse y aprender de esa diversidad. Que cada uno baila a su modo, por suerte… Que eso no significa que no puedan bailar porque lo que cuenta es divertirse y compartir. Que hay quien baila y quien acaba cuidando ancianos, operando personas y cambiándoles el corazón enfermo, quien defiende los derechos de las personas en un tribunal, quien escribe noticias, quien ayuda a personas que se quedan sin casa, quien corre maratones y quien habla cuatro o cinco idiomas.

Alguien debía decir que cuando un grupo de tres personas se ríe de otra hasta hacerla sentir ridícula porque no baila bien, tiene un problema grave. De autoestima, de valores, de no saber divertirse si no es humillando a otro, de falta de atención…

Alguien debe decirle a los que se sientan en un rincón que no tienen por qué. Que justamente cuando se sientan se convierten en víctimas, que justo lo que deben hacer es seguir en la pista y bailar más, hasta que sus acosadores se den cuenta de que no les afecta para nada su opinión  y les dejen en paz… Porque sólo les interesan las víctimas, las personas a quienes consideran débiles… Si mostramos nuestra fortaleza, nunca somos víctimas y dejamos de interesarles. Aunque eso, ¿cómo se lo cuentas a una niña de siete años que sólo desea formar parte del grupo y ser aceptada? Tal vez con cariño, poco a poco, con palabras, encontrando una forma de que se suelte y te cuente qué siente y  cómo le afecta.

Comunicarnos es tan importante, para todo. Para evitar gritos, para evitar patadas… Para tender puentes y abrir caminos de ida y vuelta para que nada sea irreversible. Debemos darles herramientas a nuestros hijos para saber cómo actuar y ayudarles a crecer en estas situaciones para que no se sientan desamparados y desesperados. Educarles para sacar de dentro sus propios recursos y valorarse como merecen.

Y a los que acosan. Alguien debe ayudarles a hurgar en sus vidas también para que sean plenas sin tener que amargar a otros. Alguien debe preguntarse por qué pasa lo que pasa y además de paliar los afectos, atajar las causas. Alguien debe ayudarles a construir su puente también, para que vuelvan a disfrutar desde el cariño y el respeto.

Ayer me sentí muy impotente y creó que a pesar de mis intentos fracasé. Lo sucedido removió mi pasado y puso en alerta a la niña triste que se sentaba en un rincón… También pensé que si yo puede superarlo y aquello me hizo fuerte, ellos también podrán… Aunque dado el nivel que está alcanzando el acoso los últimos tiempos, creo que tenemos una obligación como sociedad.

Debemos educar. Desde la escuela y desde casa. En todas partes. Dar un mensaje claro. No se pueden aceptar estos comportamientos nunca. Desde la primera alarma, por pequeña que sea, debemos ser tajantes. Enseñar a respetar y aceptar la diferencia, sea la que sea. Para que se aprenda a vivir como una riqueza y no como un inconveniente. Mostrarles que el mundo es rico cuando más diferencias existen.

Debemos tener el valor de decir que no y plantar cara, aunque cueste y algunos nos miren mal porque crean que “son cosas de niños”. Que dos criaturas se queden fuera de una fiesta, creyendo que no son nada, porque otras dos consideren que no se merecen estar en ella y les echen,  no son cosas de niños, son cosas de tiranos, de dictadores y nosotros somos los vasallos de esos dictadores si no lo atajamos y les decimos que no lo vamos a cosentir.
Si miramos a otro lado, esta espiral sigue. Hasta amargar la vida de criaturas que no se atreven a decir nada por miedo a sufrir aún más. Hasta que es tarde. Hasta que nos ponemos las manos a la cabeza y nos saltan las lágrimas.

Educar es duro y complicado. No creo que haya en la vida tarea más apasionante y difícil. Cada gesto, cada palabra, cada mirada calan en los niños y les envían un mensaje… Aunque casi nada es irreversible. Todo puede compensarse si hay ganas y amor por ofrecer. Podemos pedir ayuda a especialistas y trabajar con sus maestros, tejer complicidades y no temer admitir que muchas veces la situación nos desborda.

Nos preocupamos mucho por 38 grados y no sabemos poner el termómetro a nuestra relación con nuestros hijos. No sabemos notar cuándo decirles lo necesario y qué decirles para que se sientan bien consigo mismos y no acepten regateos ni chantajes a su autoestima. Para que no sean acosados ni acosen. Para que cuando su equilibrio se resienta sean capaces de contárnoslo y busquemos soluciones. Para que nunca se cuestionen si valen la pena, ni escuchen a aquellos que intentan vulnerar su estabilidad… Para que sean ellos mismos y se sientan bien con ellos mismos… Para que bailen sin preocuparse de si gustan o no. Para que bailen porque gozan bailando y derrochando felicidad. Para que nunca duden de que pueden ni se atrevan a cuestionar a otros por la misma razón… Para desterrar la culpa, el resentimiento y el miedo a existir tal como somos.

Aunque, tal vez, lo que hacen nuestros pequeños no es más que emular lo que hacen sus mayores… Por eso, quizás, debemos empezar también por nosotros mismos y ver qué estamos haciendo mal para que nuestros hijos nos copien. Porque los niños nunca hacen lo que les dices que hagan, hacen lo que ven que tú haces… Hagámoslo bien, lo merecen y lo merecemos.
Estamos a 38 grados como sociedad y va en aumento.

Gracias por compartir este camino conmigo y dejarte acompañar por mis palabras.

Aceptarse a uno mismo es una de las tareas más complicadas que he vivido. Por ello, grabé una guía que puedes ver aquí de forma gratuita

Guía práctica para aprender a aceptarte 

Espero que te sea útil.

AMARSE ES UN REGALO PARA TI MISMO, UN FIN Y NO UN MEDIO, UN LUGAR EN EL QUE TE SIENTES COMPLETO Y A SALVO.

Si quieres saber más de autoestima, te invito a leer mi libro.

Manual de autoestima para mujeres guerreras 

Disponible aquí 

amazon llibre merce amazon

Acompaño a personas y organizaciones a a desarrollar su #InteligenciaEmocional con formación, conferencias y #coaching

Escritora y apasionada de las #palabras

Más información sobre mí y sobre mis servicios en www.merceroura.es

Cosas que se escapan a la razón

Cosas que se escapan a la razón

cerveza

Nada está escrito, ni decidido. No hay categorías, ni clases. Hay personas. Las hay que buscan más y las hay que se conforman. ¿Cuál es la diferencia entre ellas? a veces, muy poco, cinco minutos de paciencia… Tal vez  un impulso, un minuto de pensamientos  o una tarde de charla ante un amigo y un café para sacar las lágrimas acumuladas y los pensamientos que queman… Otras veces, lo que nos impide cambiar es una infancia sin guía, una soledad espesa aún pegada al equipaje pendiente de soltar, una sensación de nunca llegar a pesar de pasarse la vida corriendo.

No estamos determinados, ni debemos estar sometidos. Nuestro tiempo es este… La decisión es nuestra.

En muchas ocasiones, nos esforzamos tanto en no admitir y no querer ver, que con la misma energía y determinación podríamos solucionar el problema en lugar de eludirlo. Inventamos excusas continuamente. Tal vez, por las ganas de sacarnos de dentro esa insoportable sensación  de frustración y la necesidad de gritar que conlleva la rabia que se nos adhiere a la garganta y nos ahoga. A veces, somos fríos y racionales. Otras veces,  nos dejamos llevar por la combustión interna que nos devora las vísceras, en lugar de dedicarnos un tiempo a nosotros mismos y a los demás para saber a dónde nos lleva ese piloto automático que todos tenemos dentro y que nunca falla. Escuchamos tan poco a la intuición… Vamos tan deprisa que no tenemos un momento para notarnos las fibras y saber realmente qué queremos… Porque lo que realmente cuenta es lo que queremos, lo que nos hace sentir que encajamos en nuestra vida y le da sentido. Levantarse por la mañana y tener la sensación de estar viviendo la vida de otro es desolador. Y a menudo, lo hacemos porque no nos escuchamos y prescindimos de nuestros deseos. Hasta que un día, al abrir los ojos, estamos huecos y acumulamos en cansancio de cien vidas.

No hay fronteras si no las dibujamos, aunque estamos empeñados en ello porque nos gusta racionalizarlo todo, incluso los sentimientos. Así los escondemos, muchas veces, los tapamos y nos los echamos a la espalda para arrastrarlos. No nos atrevemos a nombrarlos… Sin embargo, hay tantas cosas que se escapan a la razón, cosas que pertenecen al mundo de las emociones. Cosas que no se explican con un sí o un no, que no se encasillan, ni definen, que no se ponen en el curriculum habitualmente, pero marcan la diferencia. Esas cosas son las que se nos escapan si no nos detenemos a sentir, a pensar con esa parte del cerebro que no sólo ejecuta sino que percibe… Cosas que nos ayudan a levantarnos después de caer y que hacen que la persona que surge de este ejercicio sea mejor. Sentir emociones no nos hace irracionales, nos capacita mejor para decidir. No siempre el mejor camino es el recto, a veces hay que dar rodeos para no pisar conciencias, sobre todo, la propia.

No llegamos a la vida con un guión escrito, nuestro personaje puede cambiar ahora. En ese instante, antes de acabar de leer esta linea… No hay muros si no los construimos, pero somos grandes expertos levantándolos de la noche a la mañana… Somos dinamitadores de puentes profesionales. Con dos palabras cerramos puertas, esas que nos costó siglos entreabrir para dejar pasar aire nuevo y vaciar el aire viciado para empezar a trabajar en eso tan complicado que es comunicarse. Y lo más complicado, a veces, es comunicarse con uno mismo. Decirse a uno mismo algunas verdades pendientes y afrontarlas.

Y puesto que, a veces, somos tan racionales que pensamos que todo se encasilla, se etiqueta, se plastifica, se define y se recorta si hace falta, creemos que podemos sellar alianzas en cinco minutos… Que las confianzas se recobran a base de pegamento y las complicidades se gestan con mensajes de whatsApp . Nos falta cultura del café de media tarde, la del juego de miradas, de la charla, de perder un rato que en realidad no se pierde, cultivando las emociones, observando, sintiendo lo que somos y buscando la medida de los demás en sus gestos y palabras. Nos falta recuperar la cultura de la espera y del hambre por conocer, del notar sin asustarse y no ocultarse al sentir… La cultura del sosiego. La de encontrarse con nosotros mismos y sentirse a gusto.

Nos falta darnos cuenta de que somos mundos además de personas. Nos falta descubrir que cada uno de esos mundos tiene su lenguaje y no todos pueden comprenderse en un test o calificarse con una nota. No somos números, ni códigos de barras. Somos como escaleras de caracol con pequeñas aventuras a cada peldaño… Con peldaños de subida y de bajada. Con recodos oscuros y escalones más altos y más bajos, con descansos y sin reposo para tomar aliento…

No hay infografías en nuestros gestos. No mostramos nuestros desvelos al microscopio ni nuestra maravillosa complejidad a primera vista.

Somos los sentidos que despertamos en los demás. Deberíamos fiarnos más del olfato que de la vista, del tacto que de la ropa que nos cubre… Saltar las murallas y meternos en la charca… Dedicar cinco minutos a perdernos en mundos ajenos y regresar cambiados, más vivos, más sabios, más revueltos…

No hay dioses menores, si es que existen dioses. No hay destinos erróneos ni deseos equivocados. Entre unos y otros dista a veces un esfuerzo, un enfoque distinto, un impulso valiente de mostrar lo que somos y descubrir nuestro talento. No hay seres grandes ni pequeños. La talla depende del ánimo, a veces. Hay ganas, hay sueños. Hay necesidad de encontrarse… Hay más o menos fuego con el que hacer que la mecha arda.

Nada es inmutable. Todos podemos, pero no lo sabemos, demasiado a menudo olvidamos de lo que somos capaces. Podemos conseguir lo que queremos si nos convertimos en la persona que deseamos ser. Aunque a veces, para hacerlo, haya que hacer renuncias importantes y esfuerzos titánicos… Podemos conseguirlo. Algunos tienen la recompensa de descubrirlo. Lo leen en un libro o se lo dicen sus padres desde el primer día. A otros, sus padres les dicen lo contrario y pasan media vida para enderezarlo y descubrir que en realidad eran maravillosos. Muchos viajan al interior de sus remordimientos para descubrirlo, aunque nada nos ahorra el trabajo del viaje… Porque lo que en realidad nos diferencia es ese viaje. La forma de afrontarlo y la necesidad de hacerlo.

Deberíamos recuperar la cultura de conversar y perder el tiempo si hace falta en vaguedades, la cultura del ensueño y de la escucha… ¡Se aprende tanto observando! Empecemos por nosotros mismos y perdamos un poco de tiempo viajando a nuestras entrañas. Subiendo y bajando escaleras. Dejando las razones para cuando las emociones estén aireadas y no nos sean desconocidas. Ser nuestros compañeros de viaje más fieles y fiables. Convertirnos en esa persona que queremos ser y descubrir que si ahora no lo somos es porque nos separa un momento, un esfuerzo, un gesto… Un viaje interior donde encontrar a esa persona a la que a veces olvidamos y desconocemos.

Nada está escrito, ni decidido. Lo estamos construyendo ahora  y podemos hacerlo bien y cambiar de rumbo y de destino si el lugar a donde vamos ya no nos entusiasma. Si no nos lleva a nosotros mismos. Vale la pena invertir tiempo en las personas… Vale la pena invertir tiempo en nosotros mismos.

Acabo con un pensamiento maravilloso de mi admirado Rafael Vidac   “Algunos piensan en la persona con la que les gustaría encontrarse. Otros deciden convertirse en ella”.

Ya nunca volverás a estar solo

Ya nunca volverás a estar solo

chica-libre-y-felizUna de las grandes asignaturas de la vida es conocerse a uno mismo y aceptarse. La más complicada, tal vez. La que más tememos y postergamos. Admitir y responsabilizarse de comportamientos que no toleraríamos en otras personas y que en nosotros somos incapaces de ver. Tener la valentía de reconocer errores y no poner excusas sino buscar soluciones… Los valientes luchan sólo consigo mismos, sin más armas que la madurez y el deseo de crecer, y ganan!. Se dan cuenta de que a su lado puede haber muchas personas, pero que esto es algo que deben afrontar en solitario.

Mirarse al espejo y decirse a uno mismo en voz alta «estás solo» es, durísimo. La ventaja que tiene es que una vez has sido capaz de hacerlo y has tenido el valor necesario como para aguantarte la mirada, todo cambia. Ya no estás solo. Ya sabes que puedes contar contigo. Que te importas lo suficiente como para ser capaz de  hacer un ejercicio de tal envergadura y querer seguir adelante. Es el efecto terapéutico de  las palabras… No se me ocurre nada más difícil y al mismo tiempo necesario que ser honesto con uno mismo. Reconocerse las actitudes bárbaras y los desatinos y hacerlo con ojos realistas pero a la vez constructivos, sin culpas, sin reproches, sin condenas ni cargas que arrastrar. De forma efectiva y práctica.

Conocerse a uno mismo te da alas. Todo lo que te libera de peso extra te las da.  Te ayuda a relativizar las estupideces del día a día e ir a lo suculento de la vida. Lo que precisa de esfuerzo doble, de arrodillarse y empezar a construir apoyos y nuevas relaciones, tejer complicidades nuevas, cambiar de maneras y actitudes… Saber qué hacer cuando en plena madrugada, la desesperación te cabalga en el pecho y te invade la cabeza de pensamientos que sólo conducen a un trote más rápido. Conocerse y saber a qué sujetarse hasta que no haga falta nada a lo que sujetarse que no esté ya en ti mismo. Listar tus retos y poner en fila tus logros, reparar daños para ponerse en forma y tomarse un tiempo para lamer heridas y cicatrizar… Recordar que puedes aunque no lo parezca ahora. Volver al espejo y decir en voz alta «no estoy solo, me siento solo… ¿cómo lo soluciono?» ponerse en marcha, trazar un plan que nos haga saber que sabemos cómo salir a flote… Amigos, familia y sueños dejados a medias por interrupciones permitidas y perezas consentidas… Pensar que mañana todo cambia, aunque llegue mañana y no cambie nada. Aprender a esperar cuando no se tiene lo que se desea. Buscar entre los resquicios de las puertas cerradas pequeñas grietas por donde escapar de uno mismo y descubrir que aunque escapes, todo seguirá igual porque antes de salir debes curar por dentro. Debes poder mirar al espejo y decir en voz alta «me tengo a mi mismo» y a partir de ahí construirlo todo de nuevo.  Ser tu más fiel aliado en este batalla. Ilusionarte con los detalles más mínimos. Recrearse en las formas y los olores, recuperar el paladar y encontrarse mirando un haz de luz que entra por la ventana como si fuera un prodigio. Y saber que estás en el camino de volver a ser tú pero sin arrastrar tus lágrimas.

Atreverse a no ver los problemas como algo que está fuera de nosotros sino que tiene las raíces dentro, que generamos muchas veces nosotros. Algo que se gesta entre nuestras paredes cada vez que hacemos algo que nos vacía, nos contradice, algo que va en contra de nuestra forma de ver la vida y topa con nuestros valores… O sencillamente algo que no queremos hacer. Saber que todo pasa y cambia si lo miras de frente y te escuchas. Si cuando llega el caballo que galopa en tu pecho, le percibes y te das cuenta de qué viene a decirte y por qué. Si eres consciente de tus emociones y le encuentras razones a esa ansiedad te pone su enorme mano en el corazón .

A veces todo pasa y cambia sólo con ser capaz de decirlo en voz alta, de pronunciar las palabras y admitir. Saber que una vez dichas, el escenario es otro y nosotros también. Somos otros pero somos nosotros mismos. Más libres. Más capaces. Más de vuelta de todo y con el equipaje más vacío de estupideces y penas… Sin desvelos no hay lecciones, sin conflicto no hay moraleja…

Cuando le pones un nombre a tu dolor, se disipa. Cuando encuentras las palabras para definir lo que sientes, sabes quién eres… Si somos capaces de llamar a nuestras penas por su nombre, las alejamos de nosotros… Llevamos las riendas y sólo las usamos para reconocerlas y comprenderlas, aceptarlas como una parte de nuestra vida y empezar a cambiar… Borrarlas y expulsarlas de nuestras vidas.

chica-espejito

Mirarse al espejo y saber que no estás solo, que no lo vas a estar ya nunca más, porque te quieres, porque te importas, porque valoras lo que has conseguido y lo que sueñas, porque eres una buena compañía para ti mismo. Porque tienes una ruta a seguir y una meta y un camino hasta llegar repleto de sorpresas, algunas buenas y otras no tanto, pero todas necesarias para ir creciendo por dentro y tomando conciencia de cómo eres… Para superar tus límites, para salirte del mapa que trazaste cuando no sabías quién eras y te quedabas corto en expectativas. Para salir de esa habitación con los deberes hechos y unas ganas locas de continuar… Sin quejas ni lamentos, con palabras que crean realidades nuevas.

Mirarte al espejo  y saber que no estás solo porque sabes quién eres... La soledad sólo anida en aquellos que no se conocen. Tú ya nunca volverás a estar solo.

Corramos el riesgo

Corramos el riesgo

acantilado-chico

Corramos el riesgo de quedar atrapados por nuestros deseos, de tener que dar la cara  por nuestros errores y salir al mundo a respirar hondo para volver a empezar.

Vivamos tanto que al acostarnos no recordemos lo que teníamos en la cabeza al levantarnos y casi no nos importe. Que los días nos queden tan cortos como los suspiros… Que este instante sea eterno y todos los recuerdos que llevamos en el equipaje salgan por la ventana.

Corramos el riesgo de pasarnos de largo y caer en plancha. Que nos digan que estamos locos y nos miren de reojo. Seamos los raros, los que dan la nota, los que siempre lo apuran todo y siempre se ríen de ellos mismos.

Crucemos tanto la línea que separa lo razonable de lo deseable que acabemos borrándola y empecemos a guiarnos por nuestros instintos y a vivir para ser felices y dejar algo que valga la pena… Vivamos sin certificados ni tarjetas, sin máquinas expendedoras ni envoltorios que nos recuerden lo que no podemos sentir ni soñar. Vivamos sin precio ni a sueldo de nada ni nadie… Guiémonos por el respeto a los demás y por el respeto que nos debemos a nosotros mismos. No hagamos nada a otros que no soportaríamos, no peleemos por nada que no nos pertenece… Que no nos pertenezca nada que nos ate ni sepulte… Que no nos sepulte nada que no valga la pena recordar… Que todo lo que hagamos tenga poso y hable bien de nosotros.

Bailemos y esculpamos en nuestras caras la sonrisa que merecemos.

Saltemos sin perder comba y caigamos de pie con los ojos serenos… Corramos el riesgo de que nos digan que no cuando ya celebrábamos el sí, que nos echen cuando necesitábamos quedarnos… Que nos despechen cuando nos hayamos enamorado…

Seamos el que cae en el lodo, el que ríe a destiempo, el que hace el ridículo, el que despierta murmullos… Digamos lo que otros no dicen y piensan, hagamos lo que pensamos que debemos hacer… Callemos lo que sepamos que duele porque el mundo ya arrastra muchas llagas. Nunca edifiquemos nuestra felicidad en la desdicha ajena…

Corramos el riesgo de romper muros y bajar de los altares si nos hemos endiosado. Que no queden más títeres que los títeres, ni más secretos de los que sean necesarios para soportar la rutina.

Seamos el que acaba solo aguantando la vela de un barco que naufraga si creemos que ese es nuestro lugar. Que nos tomen el pelo, si hace falta, por defender lo justo y por perdonar lo casi imperdonable. Que sepamos distinguir las batallas innecesarias de las inevitables… Que veamos la viga en el ojo propio sin acomplejarnos ni herirnos. Que sepamos decir basta antes de que ya no tenga remedio. Que los que desean ser mediocres no nos hagan creer que no podemos brillar. Que los que desean resignarse no nos desgasten las ganas.

No tengamos fugas en nuestra coherencia… Seamos tan vulnerables como sea necesario para ver nuestras faltas. Seamos tan elásticos como haga falta para cambiar nuestro rumbo si el camino no nos lleva a nuestros retos o si nos perdemos andando en círculo persiguiendo algo que brilla pero que está vacío por dentro.  Seamos tan imprudentes como nos marquen nuestros corazones ávidos de emociones. Que la pasión nos corrija el camino y la ilusión nos dibuje el contorno. Que la desvergüenza anide en nuestros sesos invadidos por la rutina y la osadía brille en nuestros ojos cansados por el miedo… Que no podamos oír reproches porque escuchemos el silbido de nuestra imprudencia que nos llama y reclama para dibujar nuestro futuro.

Seamos nosotros mismos aunque nadie en el mundo lo entienda. Acariciemos lo extraordinario. Seamos la excepción.

Busquemos lo sencillo, pero compliquémonos la vida deseando la excelencia…

Corramos el riesgo de que se rían de nosotros por lo que pensamos y defendemos. Que nos pongan motes y etiquetas y nos adjetiven sin motivo… Cuánto más nos critiquen los absurdos más cerca estaremos de los grandes.

No olvidemos nunca que nosotros podemos ser grandes… No olvidemos nunca que también podemos ser absurdos.

No seamos nada que no somos, no finjamos nada que no sintamos… No desistamos de ver el mundo como nosotros lo vemos. Cabemos todos, que se aparten un poco los que no entienden de sueños y nos dejen paso…

Que nos sentemos a contemplar como gira el mundo sin bajarnos nunca de él. Que nunca dejemos de agarrarnos a la esperanza por si cae el cielo o el viento nos arrastra más allá del andén… Que siempre nos quede otro tren por si se nos escapa éste… Que sepamos subirnos a él a tiempo para apurar cada oportunidad.

Corramos el riesgo no ser perfectos para poder explorar el placer de ser humanos y reconocerlo.

Consigamos la paz que buscamos sin dejar de luchar por lo que deseamos, encontremos la quietud sin dejar de movernos.

No hay amor tan grande…

No hay amor tan grande…

ÁRBOL CORAZÓN

El verdadero amor es el que ama lo que eres y quiere para ti lo que tú quieres. El que hace que te quieras a ti mismo. El amor más intenso no es aquel que durante su ausencia te deja frío, sino el que te permite sentir aún su calor cuando no está presente. No es un amor sometido sino independiente. No es un amor absorbente sino elástico.

No dura siempre, sencillamente parece que te haya acompañado toda tu vida…

No hay amor tan grande como el que propicia tus sueños y tus pasiones…

El amor sincero te deja escoger y sentir. No busca resultados sino encuentros. No se mide por meses sino por momentos.

El amor grande no idealiza, realiza. No te deja con hambre sino con sueño. No contamina tu vida, la comparte. No acelera tus pasos sino tu pulso. No rinde cuentas, cuenta ilusiones y dibuja sueños.

No hay amor tan grande como el que te acaricia el alma… Como el que se ilusiona con lo que te ilusionas.

El mejor amor es el que te permite cultivar tu soledad. El que te deja rincones perdidos y ventanas que abrir para que pase el aire y no pierdas el ritmo. El mejor amor es el que inspira a subir las montañas más altas sin reparar en el esfuerzo.

El amor sano no cierra, abre. No esconde, muestra. No ata, libera. No responde, pregunta.

No dice siempre que sí.

No dice siempre que no.

No espera que bailes si no quieres baile, no espera que te reces, si tú no rezas.

No hay amor tan grande como el que suelta las correas que llevabas atadas…

El amor sano no se encoge, se expande. No se contiene, se derrama. El amor más sano es el que te mejora y te potencia. El que nunca te mira esperando que calles, el que nunca te mira esperando que desaparezcas.

No hay amor tan grande como el que comparte tus rarezas… El que encuentra belleza en tu rostro cansado y te desea. El que te recuerda quién eres cuando tú no lo recuerdas.

No hay amor tan grande como el que no es ciego porque se da cuenta de tus errores, pero los comprende y respeta… No hay amor tan grande como el que te conoce las flaquezas y te ayuda a superarlas, sin reprenderte por ellas. El que no busca en ti lo que no tienes, el que no espera que llegues donde no llega. El que no desea que vivas una vida que no quieres y que él no es capaz de sobrellevar.

El amor puro es el que no pide, da. No reclama, siente… No reprocha, transpira. No grita, habla, explica, dialoga… El amor puro consiente no ser tu amor primero, ni el segundo, ni el más grande.

No hay amor tan grande como el que no termina, tan sólo se transforma…

El amor más fuerte es el que cede. El que si hace falta, se aparta. El que se apasiona, pero no hostiga. El que abraza, pero no atenaza.

El amor más fuerte es el que más se adapta sin perder su forma, el que más se dilata sin perder su esencia… El que sabe a dónde va, pero permite que otros le muestren parte del camino o le inviten a detenerse y notar la vida.

No hay amor tan grande como el que te mueve y conmueve, como el que haces que brilles …

El amor más sereno sosiega, acaricia, redime.

El amor más profundo envuelve pero afloja. Cobija, refugia, ampara. Nunca te suelta si caes, nunca te sujeta si necesitas marcharte. Si quieres cielo, te da cielo. Si quieres baile, va contigo y baila. Si persigues un sueño lo alienta, si tienes miedo lo apacigua y calma.

No hay amor tan grande como el que crece contigo.

No hay amor tan grande como el que te hace grande…