Hallelujah

Hallelujah

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Todos tenemos talento, absolutamente todos. Lo que pasa es que hay talentos más visibles que otros, que te permiten mostrarte ante los demás y llevarte una ovación. Y luego hay talentos ocultos, de esos que sólo se exponen ante el mundo en momentos complicados o que requieren unas circunstancias poco habituales para mostrar su esplendor… 

Nadie aplaude al que mantiene la calma cuando todos se ponen nerviosos, al que toma las decisiones difíciles, al que sabe escuchar a otros, al que aplica una necesaria disciplina… Y sin embargo, su trabajo es vital. Hay personas que son un bálsamo para los que les rodean, que lo impregnan todo de una sensación de paz y te hacen sentir tranquilo. Otras, sin embargo, saben encontrar palabras para animarte y motivarte cuando te falla la esperanza. Esos son talentos que no reciben méritos pero que ayudan a otras personas a cambiar sus vidas y sentirse capaces. Está el médico que abre tu pecho y remienda tu corazón para que siga funcionando y el que es capaz de decirte que dejes las pastillas y te vayas de viaje para encontrarte a ti mismo… El amigo que te recomienda libros y al autor que escribe versos. Hay quién tiene talento para cantar y con su voz te sacude el alma y quién te tararea una canción al oído con una voz no demasiado maravillosa, porque su don no es el de la música, sino el de paciencia infinita y la capacidad de amar… Hay quién construye palacios y quién teje la bufanda que te abriga cuando hace frío. Quién pilota un avión y quién lo sabe todo de las mariposas y conseguirá que no se extingan… 

A veces, salva más vidas la sonrisa de la recepcionista que el cirujano e imparte más justicia el mendigo que la jueza.

Todos tenemos un papel en esta función grandiosa y ninguno es pequeño, ninguno es baladí. Nada es azar, nada es en balde ni se pierde si sabemos escuchar a nuestra intuición. Lo que pasa es que a veces sepultamos nuestros dones bajo una cara amarga, una sensación de injusticia o un miedo atroz a mostrarnos tal y como somos…

Hay millones de formas de vivir y todas aportan, todas cuentan, todas son necesarias para que esto siga girando… No sabe más el que más aparenta sino el que más siente y se deja tocar por esa magia…

Hay tantas formas de brillar como personas con ganas de compartir y sentir… Lo que pasa es que buscamos la gloria que se nos olvida la vida, que dejamos de lado cómo vibramos cuando somos lo que realmente somos. Salimos al mundo buscando que nos reconozca, que nos haga protagonistas de algo grande porque nuestra vida se nos queda corta y necesitamos encontrar ahí afuera el amor que no nos damos… Y nunca llega. Y lo que llega, nos araña. Necesitamos gritar ante todos que valemos la pena o escondernos tras un muro para que no sepan todo lo que guardamos… Porque a veces, nos asusta más brillar que apagarnos, nos da más miedo ganar que perder… Tal vez porque perdemos bien, lo hemos hecho siempre, sin darnos cuenta de que la victoria es estar y ser, nada más.

Buscamos aplauso cuando en realidad queremos abrazo…

Buscamos ovación, cuando suplicamos beso.  

Buscamos éxito y fama porque es lo que más se parece ser dignos de amor. 

Nos subimos a la cima y no vemos la vista porque no queremos mirar, porque en realidad huimos del valle del que venimos… Porque ni el lugar más alejado del mundo nos separa de nosotros mismos… Porque cuánto más reniegas de lo que eres, más te ves reflejado en todas partes.

Queremos destacar pero no creemos, no confiamos en nosotros mismos, no nos sentimos merecedores de nuestros sueños y cada paso que damos nos alejamos más de ellos.

Queremos ser envidiables, adorados, admirables y nos sentimos diminutos cuando queremos imitar a otros y no conseguimos brillar. Mientras, pasamos por alto todo nuestro valor, toda nuestra esencia, todo lo que nos hace distintos… No encontramos nuestro talento porque no nos conocemos y esperamos ser otros.

No recordamos que hay algo más importante que encontrar nuestro talento, encontrar algo que te haga sentir bien, que te permita apasionarte y sentirte vivo… Curiosamente, muchas veces coincide con eso que desde simepre has pensado que haces bien, para lo que tienes una habilidad natural y lo que sin duda has decicado miles de horas. Dicen que hacen falta unas diez mil para conseguir hacer algo con destreza. Sin duda, una cantidad de tiempo que sólo invertimos en algo que nos maravilla, que nos fascina, que no hacen sentir vivos…

Y la verdad, creo que poco importa si somos el o la mejor haciéndolo, porque el mundo necesita tanto números dos como números uno porque nadie es mejor que nadie… A veces, el que domina la técnica no pone el alma y el que pone el alma, no afina.

Hay muchas formas de aportar al mundo y algunas son poco convencionales. Al final, el genio es alguien que decidió apostar por si mismo cuando el resto apostaba por mirar la televisión o esperar a que otros le sacaran del apuro. Es el loco que dijo sí, cuando todos dijeron no y que se puso el traje cuando otros se reían…

Todos tenemos talento pero no todos los talentos llenan estadios, algunos los dibujan, otros los imaginan y los construyen. Hay quién baila y quién después de ver bailar es capaz de perdonar al mundo y gracias a ese perdón arregla un reloj que dará la hora para despertar al que sonreirá y preparará un delicioso café a un hombre que hoy conducirá más feliz y parará a tiempo y salvará la vida de un niño que en unos años descubrirá un remedio para una enfermedad terrible o que escribirá un libro que inspirará a muchas personas a hacer grandes cosas como construir escuelas donde no hay escuelas, firmar tratados de paz, poner parches en los calcetines de sus nietos o dos jóvenes a tocar Hallelujah a dos violines en una estación del metro de una gran ciudad… Yo  les oí tocarla una tarde de invierno y me sentí capaz de todo… Mil gracias al gran Leonard Cohen esté donde esté y los que me trajeron su música de forma improvisada para que yo me sintiera volar.

Podemos hacer tanta magia casi sin darnos cuenta… La hemos hecho siempre, pero no lo vemos porque esperamos el aplauso para valorar nuestro trabajo y sentirnos valorados, aceptados, respetados por los demás y paliar así nuestra falta de amor por nosotros mismos… Aunque en realidad los grandes milagros se hacen en silencio… Olvidamos lo afortunados que somos y los muchos obstáculos que sin darnos cuenta hemos superado para estar aquí… Desde el primer momento, en nuestra concepción… Lo conseguimos nosotros entre millones y fue por algo… No éramos lo más fuertes, tal vez fuimos los que tenían más ganas de vivir, los que más confiaron en llegar a la meta, los que ese día brillaron más… Los que tenían una misión por llevar a cabo y un gran don que compartir…

Todos tenemos talento, tú también.  Lo que pasa es que si no lo usamos y lo ponemos al servicio de otros, se consume, se destiñe, se vuelve opaco y pierde intensidad… Es como una luz que mantener encendida a base de darle oxígeno, como un indicador de tu actitud y tu forma de enfrentar la vida… Si no honras y cuidas tu luz se siempre se apaga. Y se queda ahí, esperando a que vuelvas a prenderla y la lleves contigo… 

El poder de la empatía

El poder de la empatía

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Cultiva tu empatía, practica la humildad
Ser una persona empática te abre camino. Supone un plus en muchos aspectos de tu vida. La empatía es una gran aliada, una gran inversión en el buen profesional que quieres ser y la persona extraordinaria que llevas dentro y aspiras a mostrar. La mejor forma de “venderse” es evidenciar ante los demás que sientes como ellos sienten y que te importan. Y sobre todo, hacerlo de forma honesta y humilde.
No cortes el ritmo, deja fluir…
Escucha. Escuchando se aprende y  se hace grande tu intuición. Aprendemos y maduramos a golpes y también observando con ojos hambrientos. Todo tiene un tiempo y un ritmo, no cortes ese ritmo que fluye en una conversación… Dedícale un tiempo.
Dí que sí
Asiente cuando te hablen, que se den cuenta de que escuchas de forma activa e interiorizas lo que dicen. Que te llega, que te salpica tu dolor y su emoción, que eres humano y que te conmueven sus sentimientos.  Que quede claro que estás a su lado y que no es para quedar bien durante esos cinco minutos en los que tomas un café … Las personas no son un café.
Muchas personas no escuchan cuando les hablas, están ocupados mentalmente pensando qué van a decir y buscan el momento para interrumpirte, porque les interesa más quedar por encima de los demás que obtener información que les podría ser muy útil para conectar con esa otra persona y compartir un momento de cercanía. No pueden callar y esperar, quieren aparentar y marcar su territorio, dominar, dejar claro que ellos también tienen mucho que decir. Cuando, precisamente, si alguien te está contando lo que le afecta y necesita hablar, detestará que hables tú y lleves la conversación a tu terreno. Le dolerá que destaques más tú en ese momento justo, que cuando le toca a él exponerse y, tal vez brillar en su exposición, le quites el puesto.
Una de las cosas que más angustian y fastidian en un diálogo es estar contando algo y ver que la otra persona calcula tus exhalaciones de aire para encontrar un hueco y poder hablar. Constatar que tiene el cuerpo hacia delante, en posición de ataque y preparado para contarte algo cuando aún no has acabado con tu explicación. Que incluso, en medio de tu disertación emotiva, es capaz de citar algo poco trascendente o distraerse con el paisaje que le rodea.
No siempre eres el protagonista de todas las historias
Hay personas que lo protagonizan todo, incluso las tragedias ajenas. Llegan hacer sentir culpables a los demás cuando está hundidos porque lo que les cuentan les afecta o distrae de sus obligaciones o planes. Personas de esas que te vienen a ver al hospital porque estás enfermo y en lugar de preguntarte cómo te sientes, darte ánimo y ayudarte a sobrellevar el mal momento, se dedican a decirte cómo les has fastidiado la tarde por tener que venir y las peripecias que han tenido que superar para hacerlo. Personas que cuando otro es el foco de atención del grupo, aunque sea por una mala noticia, no saben encajar en su lugar y buscan desempeñar un papel más destacado hasta ponerse en evidencia, incluso. No puedes ser siempre el protagonista de todo ni es positivo para ti porque puedes sobrecargar a los demás. No protagonices los momentos estelares de otros, ni les usurpes su escenas…
Deja que te cuente su historia y se recree…
Que no pase el tiempo ni te importen los minutos. No hay medida para la compasión y la emoción, no hay reloj ante su dolor o ante su felicidad o su alegría si te cuenta que algo hermoso le sucede.
Recuerda que no eres el centro del universo. Si te cuenta su historia porque se siente mal, no busca que tú le cuentes la tuya, no al menos de buenas a primeras, y si no es para ayudarle sacando una moraleja que pueda echarle una mano. Para explicarle cómo superaste tú una situación similar. A veces, alguien nos cuenta cómo se siente y nos habla de lo que le pasa y parece que se establezca una competición a ver cuál de los dos está más hundido o fastidiado.  Cómo si pudiéramos calcular el dolor con un barómetro y decidir quién es el ganador. Si su historia es alegre, siéntete bien por él. Siempre he pensado que alegrarse de lo bueno que les pasa a los demás es muy saludable y que la dicha es contagiosa.
Da importancia a sus palabras y sus gestos.
Fíjate en sus palabras y el énfasis que pone en ellas, cómo las dice, por qué usa esas y no otras. Piensa cómo te sentirías tú en su lugar y lo que necesitarías, piensa qué esperarías tú de otra persona si te encontraras en su encrucijada.
Controla tu lenguaje no verbal, que note que le importas…
Mírale a los ojos y descubre qué te dicen. Mira con respeto, a rachas, no vayas a agobiarle o parecer inquisidor. No mires otras cosas, haz que note que te importa. Observa sus manos, su postura, ponte a su lado emocionalmente y deja que tu cuerpo transmita que lo estás de verdad, que vas en serio.
Toma la distancia adecuada, que no es otra que la que merece la situación. Pasa a una distancia  más íntima si es necesario, sin invadir su espacio si notas que se aleja. Tal vez, no os conozcáis demasiado pero si la persona que tienes delante se abre ante ti, debes responder con apertura mental, que se note que la comunicación fluye. No te cierres, no te cruces de brazos y pongas una barrera entre vosotros.
A veces, nuestro lenguaje no verbal no transmite lo que sentimos porque nos ponemos corazas para disimular nuestras emociones. Otras, sencillamente no transmite empatía porque no sabemos usarla. Algunas personas, cuando intentan escuchar el relato de otras sobre cómo se sienten, no saben cómo responder a las emociones y se ponen a bromear y a esquivar la profundidad del tema porque ahondar en los sentimientos les pone nerviosos. Eso es terrible para el que habla porque no sólo deja claro que no le importan sus sentimientos sino que además no le entiende y le parecen una estupidez.
Dale esperanza y no relativices.
Dale esperanza. No hace falta un “todo saldrá bien” porque hay situaciones en las que es muy obvio que no saldrá bien y, aunque toda situación tiene una moraleja y un aprendizaje, en un primer momento, si la realidad es muy dura, un comentario de este tipo puede parecer una frivolidad. No siempre se puede relativizar todo, hay muchas situaciones en la vida que requieren callar y abrazar, susurrar un “me tienes aquí contigo” y compartir un rato. Además,  hay muchas formas de esperanzar a alguien, sencillamente con un abrazo, un afectuoso golpe en la espalda, una mirada de cariño, un “estoy aquí pase lo que pase” le hará ver que no está solo, que alguien pensará con él soluciones si el problema empeora, que alguien le escuchará…
Sé oportuno…
El sentido de la oportunidad es casi un don, una consecuencia de cultivar tu intuición. Requiere un esfuerzo para concentrarse en vivir el momento presente, sin escuchar todas esas voces interiores que nos recuerdan que llegamos tarde, que tenemos prisa, que estamos cansados… Y requiere también saber encontrar el punto justo para actuar y las palabras adecuadas. Para ello hay que dejar de escucharse a uno mismo y sincronizarse con los demás.
No le hagas sentir culpable de nada. Todos somos responsables de nuestras acciones pero no deben ser una cruz que nos señale para siempre, sino una experiencia más que nos ayude a crecer. La palabra «culpable»  y la sensación que lleva adherida son una losa, una mancha pegada que no se borra. No digas «te lo dije» porque con ello lo único que haces es quitarte de encima esa responsabilidad tú, para que quede claro que eres más sabio y ya tenías claro qué iba a pasar. Deja las reflexiones para un momento más oportuno… Tal vez más tarde sea el momento de ayudarle a ver que es responsable en parte de lo que sucede y  que (ahí está la buena noticia) por tanto, eso hace que tenga la llave de la solución y pueda salir de esta situación con nuevas herramientas para evolucionar como persona. Los responsables  dirigen su vida y solucionan los conflictos, los culpables arrastran una culpa imaginaria como si fuera una sentencia inapelable.
Usa tus palabras, no las de otros…
Las palabras curan, son terapéuticas. No uses frases hechas y vacías. Busca las tuyas. Dosifica tus palabras como si hablaras con cuentagotas. Que no sobre ninguna, pero que no falte. Da importancia a la forma de decirlas, cuida el volumen. No fuerces el tono, acaricia cuando hables, susurra si hace falta, acompáñale con la mirada y la sonrisa. Sé firme si hace falta, siente, pero no en la tentación de regodearse en la tragedia.
Sé tú mismo, que te reconozca en lo que dices, que note que eres sincero y honesto, que sepa que no actúas… No actúes. Ponte en su lugar e imagina qué desearías tú si fueras él. Ponerte en su lugar no te hace pequeño, te hace grande… Recuerda que no se trata de fingir, sino de sacar de dentro esa parte que hace que el resto del mundo te importe.
Si todo esto te cuesta un esfuerzo inconmensurable, no lo hagas, se notaría que lo haces de forma mecánica y generaría justo en efecto contrario. Y si puedes, reflexiona por qué te cuesta tanto, ¿es porque miras a los demás desde abajo, pones corazas por timidez y te cuesta abrirte o hacerles un hueco o porque les miras desde arriba y no te parece que merezcan la pena sus pequeñas miserias?
Recuerda que una palabra amable cambia a veces el curso de una historia, no subestimes su poder. La capacidad de sentir lo que otros sienten no te deja en un segundo plano, te hace poderoso y te da infinitas posibilidades de crecer. Cuando aprendemos a servir a los demás, en un plano de igualdad, es cuando realmente somos grandes…

Un sucedáneo de felicidad

Un sucedáneo de felicidad

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Está cansado y furioso, aunque no sabe por qué o prefiere no recordarlo. Siempre mira los anuncios de complementos vitamínicos, por si dicen algo que tomar para poder cambiar su vida. Ha probado mil y con ninguno consiguió el efecto esperado. No hay magia en las cápsulas, tan sólo esperanza perdida. Y a él de eso le sobra, es experto en invenciones y en esperanzas. Está convencido de que la suerte le ronda. Es una cuestión de estadística. Un día cambia todo y te quedas con la boca abierta. Está convencido de que ese día se acerca.

Se ilusiona fácilmente. Siempre ha detestado esa tendencia a creer que todo irá bien incluso después de cien mil patadas en el estómago, pero no puede evitarlo. No quiere, le gusta. Luego, la realidad le devora las tripas, le sacude la dignidad y el zarandea la conciencia… Cuando no pasa lo que creía que tenía que pasar el alma se le cuartea, se le cae a pedazos y rueda por los peldaños de su autoestima hasta tocar fondo, pero ¡qué caray! Mientras crea realidades alternativas lo pasa en grande, está vivo, es sumamente feliz. Sueña despierto, sueña mucho y muy despierto. Imagina, imagina cada día más… Y se le va la cabeza y todo empieza a girar y casi nota que los pies se le elevan del suelo. No es cierto, son las ganas, el deseo… Un entusiasmo que no le cabe en el pecho. Parece que durante un rato inhale oxígeno puro, vida pura… Esencia de alguna substancia altamente dopante que le lleva a pensar que su vida dará un giro, que todo está a punto de dar el vuelco que espera. Se transforma, acelera el paso y sería capaz de ir a la oficina y tragarse todas las caras agrias de un bocado. Les diría lo que piensa, lo que busca, les diría incluso lo que sueña y esperaría a contemplar sus reacciones de asco y de mofa sin miedo. Sería capaz de mirarles a los ojos fijamente y soplar para ver cómo se esfuman. Son humo, en realidad…

Cuando imagina, vive más que cuando vive. Cuando sueña está más despierto que cuando lucha por estar despierto.

Ahora que lo piensa, ahora que cierra los ojos se da cuenta de que guarda rabia porque nunca toca lo que sueña, porque dura poco, porque sabe que no es real. Tal vez debería dejar de chutarse esas fantasías y pisar el frío suelo. Poner cara de melón demasiado maduro, como su compañero José, que parece que vive pero sólo es a medias. Que fabrica problemas para estar ocupado y no sentirse solo. Que cierra puertas para luego abrirlas y creerse hábil… Que busca sólo sueños asequibles para no dejar de muscular sus emociones y no reventar de dicha… José, viviendo en una burbuja y a medio gas. Lo suficiente como para acariciar una vida casi plena y no demasiado como para no desconcertarse y partirse en dos si luego no sucede lo que anhela que suceda. O como Laura, que nunca espera nada de nada. Desconfía y casi araña si te acercas. Laura, preciosa al extremo e ignorante de tanta belleza. Con el ego hinchado para contrarrestar una autoestima subterránea, hundida por un amante que le arrancó los pétalos y la despojó de todos los rincones donde guardaba locuras pendientes y deseos por conseguir. Si Laura le escuchara, si supiera que no necesita construir muros ni inventar dragones. Si se contemplara con sus ojos engulliría el mundo entero al mover sus caderas y pestañear. Es diosa pero se cree esclava.

Tal vez él podría vestirse de gris y guardar las formas. Vaciarse de historias absurdas y contener sus ganas de desbordarse e inundar todo lo que colinda sus paredes. Dejar de suplicar que algo nuevo suceda, que pase lo que tenga que pasar y que pase pronto porque teme que se le agoten las hormonas que chutan sus ganas locas de seguir. Porque se siente tan quieto que le asusta que le trepe la hiedra y le salgan raíces.

Quizás podría quedarse sentado y teclear un rato ante el ordenador, sin que sus pies bailaran solos y su cabeza saltara las paredes de la oficina, bordeara los más altos edificios, surcara mares y se hundiera en la tierra. Sin que pudiera imaginar una, dos, tres, mil, un millón de vidas paralelas que le llevan a despegar y salir por la ventana y vibrar sin moverse, sin dejar de mirar la pantalla, sin emitir sonido y con el ruido de la máquina de café de fondo y la impresora pidiendo papel como un niño reclama a su madre.

Quizás pero no… No podrá. Se quedará callado y regresará de golpe a su puesto sin haberlo dejado nunca. Cerrará los ojos para fijar en su mente la última imagen del sueño, un sucedáneo de felicidad completa que colma sus necesidades un rato. Un efecto placebo maravilloso.

Es tan placentero el sueño y el propio deseo como la felicidad que le aguarda. Tal vez, ser feliz sea este intento desesperado, este deseo gigante, esta noria continua en su cabeza en la que todo pasa sin que pase. Tal vez esto ya sea la estela de esa felicidad que casi toca, que huele, que saborea sin poderla coger y tomar. ¡Qué suerte! Piensa, tan cerca ya… Como un cometa.

Lo único que le molesta es ser tan feliz y que sea sólo en su cabeza. Y no compartirlo, no contarlo, no poder llevar a nadie a ese otro lugar donde es libre. Tal vez mañana toque su sueño. Sí, seguro, mañana todo dará la vuelta y la felicidad será completa.

Cada día piensa que mañana empieza su nueva vida. Un día de estos, será cierto. Tocará la luna… Las estadísticas están de su parte. Las ganas están de su parte…

Métete en mi vida

Métete en mi vida

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Métete en mis asuntos. Aunque… Luego no digas que no te he avisado. No pongo el freno, casi nunca. La mayoría de veces salgo volando y en pleno vuelo, me doy cuenta de que tengo las alas en casa. Y aún así no me estrello nunca, porque vuelo de oído y recuerdo. Porque con el paso del tiempo ha aprendido a calibrar las azoteas y esquivar las antenas… Porque soy de pluma y viento. Mi substancia cambia de forma y estado y cuando toco suelo, soy vapor.

Y cuando camino tampoco es fácil seguir mi paso, mis pies oyen la música y se deslizan sin pausa mientras mi cabeza sueña y busca. Tengo mucha prisa siempre para no perderme nada, poner los cinco sentidos… Siempre he tenido la sensación que hay algún lugar que debo ver y no encuentro, alguna persona que debo conocer y no veo. Busco su nombre, que está escrito en la cima de una montaña que debo pisar y no piso, para contemplar un valle, al que debo llegar rodando y no llego. Si paro, en otra dimensión hay una yo que alcanza la meta y colma sus sueños… Y pierdo la partida. Si bajo la guardia, las esquinas de mis ojos se pierden el crepúsculo o la suave caída de una hoja, que podría inspirar el más hermoso de los versos y sacudir la más tremenda de las conciencias. Detener una batalla, componer un vals… Avivar un fuego que se apaga. Todo es una cadena de acontecimientos sucesivos que nacen y mueren en un devenir constante, que no se explican unos sin otros, donde todo no tiene ni principio ni fin. Si callo, si me entretengo, la cadena se rompe, la historia se detiene… El milagro se funde y la esperanza sigue vagando hasta encontrar una nueva mente que ponga en marcha el engranaje y todo vuelva a empezar… Aunque ya es distinto, ya no lleva escrito el mismo destino. Nuestra historia cambia a cada instante que escogemos un camino…

Métete en mis asuntos. Ven, vamos… Pero no tendrás tiempo de cerrar puertas ni lamerte heridas. Lo mío es arrasar noches y buscar ventanas por donde colarnos en la vida que deseamos. Dibujar una escalera y subir por ella sin mediar instante. Trepar hasta el árbol más alto y buscar el horizonte más lejano, tragar tierra y no parar más que para acariciar la hierba cuando no recordemos como huele. Cuando no nos notemos las orejas porque están heladas y nos besemos con la nariz como los esquimales.

Acércate… Atravesaremos este otoño ocre y no pararemos hasta que el sol de verano nos queme la nuca.

Métete en mi vida pero no me vengas con miedos. Si se te encogen las entrañas en la cumbre y el vértigo te puebla las sienes, te acercas a mi hombro y buscas mi mano. Así aguantarás la sacudida. Y no me digas que no puedes, que tienes frío o que estás cansado. Por si te oye un pájaro y para el pleno vuelo, tal vez detengas una revolución necesaria o cambies el curso de los días.

No te asustes, ven. Sigue el hilo y algún día encontraremos la madeja… Tanto ir de acá para allá, asaltar fortalezas, y hacer tambalear imperios, necesito abrazos. Busco morada y besos. Busco reposo para mis ojos y calor para mis madrugadas. Alguien que me oiga el rezo y me cubra con la manta cuando me llegue el sueño. Alguien que se meta en mi vida y sepa que muchas veces tendrá que acariciar mi sombra. Prometo amor inmenso y desenfreno. Prometo risa y riesgo. Prometo cansancio y lluvia… Mucha lluvia, a veces helada… A menudo, en pleno vuelo, me doy cuenta de que no llevo el paraguas.

 

Amanece

Escribo cada semana, en ocasiones varias veces… Y no conozco vuestras caras, ni vuestras vidas. A veces, intuyo algunos de vuestros sueños y quebraderos de cabeza, comparto vuestras angustias y os transmito muchas de las mías a través de mis palabras. A veces, las palabras son lo único que me queda para sacar de dentro lo que arde y corroe. Como si fuera arrancando pequeñas espinas clavadas y suturando heridas.

A menudo, siento que tengo que soltar ese lastre que quema dentro, dejarlo marchar para que se aleje un poco de mí y mi pecho quede quieto un rato para encontrar un poco de silencio y oírme la voz y saber que existo más allá de la desidia de mis penas, que a veces todo lo inundan… Aún siendo medio ficticias y creadas por un corazón asustadizo y agotado de librar batallas consigo mismo. Y durante un rato, me siento en calma. Me noto el cuerpo, me reconcilio con mi esencia, me ilusiono… Hasta que mi cabeza, siempre revuelta y acelerada, vuelve a meterme dentro cada una de esas palabras y vuelvo a rebosar de ansia, de necesidad de compartir mis ideas locas, mis pensamientos confusos, mis deseos, mis pequeñas manías absurdas… Nuestros pensamientos a menudo obran en nuestra contra, son nuestros más crueles enemigos, ejercen la más cruda de las tiranías contra su propia naturaleza… Nos invaden de quejas y nos niegan sosiego.

Os cuento mis reflexiones. Compongo una realidad paralela con pedazos de vida, algunos míos, otros prestados, pero todos ciertos, vividos, intensos. Os explico lo que busco, lo que siento, casi casi desnudo mi alma… Nunca del todo, quizás… Nunca hasta quedar tan expuesta que las miradas pudieran arañarme… Aunque bajando mucho la guardia, mostrando más las cicatrices que las heridas, los sueños que los desengaños, las miradas que las pupilas… Enseñando más a la mujer que a la niña, a la loca que a la cuerda… A la que esconde, que busca, la que sobrevive de emociones y es capaz de dar la vuelta a cualquier situación.

A veces os busco y estoy cansada, descompuesta, desencajada, revuelta. A veces estoy tan desdibujada que solo me noto a medida que escribo y veo como el dolor se escapa por la ventana. A veces, no mentiré, siquiera os escribo a vosotros, me escribo a mi misma. Tengo tantas verdades que decirme a la cara, tantas cosas de las que no me doy cuenta hasta que les pongo nombre, hasta que las digo en voz alta…

Otras veces, le escribo a aquellos que no me escuchan, entes sin cara o con cara difusa, personas sin oídos a las que tomaría de la mano y les mostraría las paredes desnudas de mi conciencia, de mi casa, de mi pecho y les pediría que entraran en mi historia para que por fin oyeran mis súplicas. Y les diría que la indiferencia es el peor de los venenos…

No las he visto, pero puedo imaginar vuestras miradas y vuestras muecas y quiero que lo que cuento sea compartido… Que alguna de mis palabras os sirva para liberar también vuestras angustias, para solapar vuestras risas con mis risas y vaciar desaires y lágrimas contenidas. Ser la puerta que se abre de un dique lleno que necesita soltar materia… Liberar miseria…

Y le escribo al mundo, también. Tal vez, sólo a mi mundo, para que no se rompa. Para que se puedan pegar sus trozos esparcidos vayan a parar a donde vayan a parar una vez estalle…

Espero que mis palabras sean el pegamento. Que sean como esas migas que todos dejamos para no perdernos, que sirvan para sujetarnos y saber que una vez han salido de nuestras cabezas, el miedo afloja y amanece.

Gracias