Cuando hablar y cuando callar

No me gustan los prejuicios. Ni los clichés. Ni todo aquello que ya se supone que tiene que ser de una forma concreta. Me molesta mucho la gente que va por la vida dando lecciones de ética, los amargados que esperan agazapados a que te equivoques para saltarte a la yugular… Esperando que tu desgracia sea su gloria…

No soporto que algunos se crean en posesión de la verdad absoluta, por muy maltrechos que estén en la vida, por mucho que les cueste arrastrar su peso… Por pesada que sea su cruz.

No me gusta la gente que se victimiza, se regodea en ese sentimiento y se queda sin hacer nada. Adoro a la gente que se ríe de sí misma, que se como a bocados la vida y siempre piensa en el siguiente paso. Gente que se levanta cuando cae y piensa cómo superarse.

Me provocan desazón, angustia y bastante asco aquellos que se creen con la razón siempre y no admiten opiniones contrarias. Me da lástima que no se admitan matices y que muchos se esfuercen cada día más en generar un mundo de contrastes, de blancos y negros, de buenos y malos, de extremos. 

No me gustan los que gritan, aunque alguna vez el grito sea necesario… nunca es la única respuesta. Se puede luchar por mejorar el mundo desde cualquier rincón, bajo el sol o a cubierto de una lluvia densa. Como criado o como señor, sin que ninguna de estas dos realidades se superen entre sí. Se puede cambiar el mundo en un despacho, con un libro, con una pancarta o con un tweet. Se puede cambiar el mundo empezando por ser mejor con nuestro limitado entorno y respetar las miradas y las palabras. No hacen falta grandes actos. Se puede cambiar el mundo pensando cómo cambiarlo… Hacer la revolución desde un pequeño cuarto oscuro. En la cima o en el valle.

No me gusta la gente que juzga sin conocer, aunque admiro profundamente a aquellos que se guían por la intuición.

No me gusta la gente que otorga porque calla verdades aunque a veces sean básicos los silencios…

No me gusta la gente que dice “no me gusta” por eso ahora, me callo.

La solución a la cultura de lo efímero : obsolescencia política programada

Leía hace unos días en La Contra de La Vanguardia, espacio que me reserva siempre grandes momentos de lectura, que los electrodomésticos y aparatos electrónicos está programados para morir.

Las lavadoras, las bombillas, las neveras… alguien hace un tiempo me dijo que incluso lo estaban los zapatos que llevamos, que empezaban a degradarse a los dos años. Esa es la forma de obligarnos a renovar, a comprar, a consumir… un círculo vicioso de gasto en el que todo debe caducar para asegurar el futuro de las marcas. Cierto que se le añaden otras consideraciones como los materiales biodegradables y ecológicos, en parte necesarios pero que también sirven para justificar la cultura de lo efímero, lo caduco.

Decía el entrevistado, Benito Muros, que le debemos la cultura de lo efímero a la Revolución Industrial. Todo lo que caduca y rápido está de moda. Desde hace años que se valora lo “fresco”; la juventud, la premura, lo que se consume de pie y sin paladeo. Todo lo que provoca estrés y va en contra de detenerse a pensar y valorar cómo nos afecta emocionalmente. Tenemos que generar necesidades de consumo para estar ocupados y vivir de prisa, con mecha corta y gran explosión. Ya no se valora lo duradero, lo reflexivo, lo maduro.

En esta sociedad más angustiada por llegar a la meta que por vivir la carrera, vivimos un recambio constante de ídolos, de metas, de búsquedas… de temas de debate… porque lo queremos todo y queremos ya a toda costa. Sólo hay que mirar los titulares de la prensa para darse cuenta. Un día vamos a muerte con un tema y, dos respiros después, apenas le reservamos un pequeño espacio de negro sobre blanco.

Y ante eso, la crisis nos ha dado una patada en la cara. Nos ha dicho que no mandanos en nada, que la meta está tan lejana que si no miramos por dónde pisamos caeremos en una zanja. Nos ha dejado claro que los jóvenes son igual de vulnerables que los viejos, que los ricos pueden ser pobres mañana… que los esquemas cambian… A nivel laboral, la crisis nos dice ahora que la producción no son mil personas en una fábrica sino treinta ante un ordenador en su casa. Que no se valora la cantidad si no la calidad. Que habrá que aferrarse a valores eternos y rebuscar en el baúl de las virtudes olvidadas porque la cultura de lo efímero nos lleva a la inexistencia. Recuperar las formas… 

Que si vivimos como si fuéramos un número y consideramos así a los demás, un día, nosotros también lo seremos.

Lo único que no es efímero ahora es la clase política. Está casta endogámica transversal entre todos los colores e ideologías se perpetua siempre. Si le sigues la pista a cualquiera que haya gobernado nuestras vidas ni que sea en una pequeña parcela de poder, le hallarás sentado en otra silla mullida o sentando cátedra desde otra tarima. Ellos, todos, inventaron la cultura de lo efímero, la obsolescencia programada para mantenernos ocupados, abúlicos, cansados, consumiendo cartuchos de vida uno tras otro… comprando sin cesar para mitigar vacíos.

Tal vez porque la casta política, en general, sí debería poder programarse para desaparecer. Para pasar ocho años en el poder y, un día venturoso, levantarse, mirarse al espejo y darse cuenta de que vuelven a ser personas comunes. De esas que saludan sin buscar votos, opinan con matices sin obedecer a doctrinas y admiten errores.

¡Qué bien nos iría si la obsolescencia programada fuera para ellos y no para nosotros y todo lo que nos rodea! Una excelente forma de acabar con lo corrupto.

Se busca líder

El líder es alguien que escucha. No le asustan las ideas nuevas, es más, está dispuesto a abrir su mente a nuevos enfoques para encontrar otras soluciones que le puedan pasar por alto. El líder es alguien que sabe que si las cosas se hacen cada día de la misma forma es imposible ser creativo y alcanzar retos. El líder no grita porque no le hace falta. No causa temor, infunde respeto.

El líder se rodea de personas más inteligentes que él porque sabe que eso suma esfuerzo y talento. Sabe que debe adaptarse como un camaleón. Que hay momentos para integrarse en el paisaje y momentos para sobresalir. Es alguien con ideas claras y métodos claros pero dispuesto a hacer concesiones. Sabe sus límites pero está dispuesto a superarlos.

El líder es cauto y racionaliza pero al mismo tiempo valora las emociones y cómo sus actos afectan a las personas.

El líder sabe cuando hablar y cuando callar y siempre da la cara, aunque sea para recibir incomprensión o quejas.

El líder es sencillo, pero brilla.

El líder está dispuesto a tomar decisiones arriesgadas que no gusten… si las cree justas, incluso a riesgo de perder votos o prebendas. Sabe que quizá su liderazgo será valorado por la historia, no por sus contemporáneos.

El líder también tiene miedo, a veces mucho, pero se lo traga. Sabe cómo canalizarlo, como transformarlo en trabajo, en esfuerzo. Su miedo no es el de un cordero que espera manso su turno en el matadero, es el de una madre cinco minutos antes de dar a luz, cuando la ilusión y las ganas vencen al dolor y la incertidumbre.

Un líder usa las palabras, nunca se las come. No se cree mejor que nadie pero se respeta a sí mismo.

Se equivoca y lo admite. Fracasa y se levanta. Sabe que puede, piensa que puede. El líder no es ni duro ni blando, es resistente pero flexible.

El líder tranquiliza, actúa de bálsamo, hace de guía.

Se busca líder.

Razón : un pueblo demócrata y desesperado.

Abstenerse aspirantes con ánimo de lucro.

El fin de la ineptocracia

 

La crisis no se soluciona con unas tijeras, seamos serios. Hace falta usarlas, cierto, pero sin cometer una sangría y llegar al hueso.

La austeridad y racionalización del gasto público no pasan por cerrar quirófanos o reducir aulas, pasan por la eficiencia de la gestión de quien administra. Junto con la información de los recortes en todos los ámbitos de nuestra vida diaria, subidas de impuestos y tarifas nos llegan cada día noticias de gastos irracionales. Que si el cuadro del político de turno, que si las dietas abusivas, los sueldos rotundos del directores de fundaciones inútiles … sí, son casi nada ante esta crisis que todo lo engulle… pero son la punta de un iceberg de incompetencia enorme. Incompetencia de quienes gestionaron mal y de los que no generaron mecanismos para que cuando el listillo de turno eche mano de la caja, ésta se le trague un dedo… hemos sido y somos paganos y encima, nos comen las vísceras los corruptos … pero no pasa nada. Da la sensación de que nos cambian las normas a media partida y no pasa nada.

No podemos tolerarlo. No podemos levantarnos cada día con las ganas recortadas y sacar fuerzas para seguir mientras sabemos que con nuestro dinero, el de todos, se mantienen fundaciones estériles sin finalidad alguna más que colocar viejas glorias, mausoleos vacíos esperando aviones que nunca aterrizan en sus pistas y trenes que apenas tienen viajeros… es insostenible y, a estas alturas, desgarrador. Cientos de miles de euros de dinero público enterrados en cemento sin alma mientras algunos dejan atrás sus vidas y hogares porque no pueden pagarlos. Mientras el dinero de todos pasa a manos de la banca y mantiene a cuatro privilegiados que pasaron por la gestión pública dejando tras de sí un rastro de ineptitud y mediocridad que asquea. Me asquea a mí y debería asquearles a ellos mientras miran como en sus cuentas bancarias siguen entrando sueldos a cargo del Estado o gracias a él cobran de una gran empresa donde han ido a morir… cementerios de elefantes mediocres que seguimos pagando todos. No pasa nada.

Es intolerable que las administraciones se dupliquen y con las competencias cedidas a otros otras administraciones territoriales continúen dotadas de presupuesto, y personal. Una duplicidad innecesaria y abusiva siempre y casi inmoral ahora. Si dos organismos hacen la misma tarea, es que uno de los dos sobra. No diré cuál, casi ni me importa. Y no pasa nada y el error nunca se corrige.

Leo sobre la futura Ley de Transparencia y espero que funcione, suplico que funcione. Alguien tiene que empezar a pedir responsabilidades a los gestores públicos que trabajan mal porque en sus manos hay vidas.

Por desgracia, ninguna ley será retroactiva. Lo pasado, está pasado, cubierto de polvo y si hiede demasiado, ya saldrá a la luz o no. Al menos, que a partir de ahora, los listillos sepan que si se van a acercar a la caja para meter mano, se les quedará atrapada. Y los vividores que se acercan a la política buscando una silla donde relajarse y mirar la vida pasar… que sepan que se les pueden exigir responsabilidades.

Tanta mediocridad y nepotismo tenían que pasar factura… habrá que empezar a usar las tijeras empezando por los que están arriba.

Pongamos fin a la ineptocracia en la que hemos estado viviendo.

 

 

 

 

Nunca subestimes a una rata

Ahora ya poco importa, pero debemos saber que la crisis se inventó en un despacho lujoso, con buenas vistas. La crearon tres mentes brillantes y poderosas cuyos nombres no sabemos ni sabremos nunca. No salen en los periódicos, no tienen cuenta en twitter ni forman parte de ningún gobierno. Fueron tres hombres con corbata y móvil caro.El que llevaba la voz cantante dijo : “Tenemos que controlar el mundo, se nos escapa de las manos, es demasiado libre. Tenemos que crear miedo.” 

El primero de los hombres poderosos propuso crear un virus letal. El de la voz cantante le miró con un destello de asco en el gesto y dijo que aquello ya lo habían intentado antes y no funcionaba porque siempre encontraban la manera de sobrevivir, “son como ratas, recuerda”.El segundo propuso impulsar una nueva religión a través de las redes sociales y captar adeptos que propaguen el mensaje de pánico hasta generalizarlo. No servirá” dijo el más poderoso, “el hombre se ha convertido en un dios y ya no le teme. Lo que hay que hacer es generar una crisis económica.” Los dos primeros hombres poderosos se asustaron, una muestra inequívoca de que la propuesta era buena. Uno de los dos le advirtió de que una crisis económica es incontrolable y que nunca podrían llegar a saber de sus consecuencias hasta que todo hubiera terminado.

Después de horas, la propuesta de la crisis se dio por acertada. Se aflojaron las corbatas y empezaron a tomar medidas. Al final de la reunión, cuando el hombre de la voz cantante apagaba la luz al salir, “vamos a entrar en recesión pronto, hay que ser precavidos” comentó mientras sonreía con sarcasmo, el primero le preguntó :¿No crees que sobresestimas el miedo? 

Amigo, le contestó el hombre más poderoso, cuando alguien tiene miedo se aferra a lo básico para sobrevivir y acepta que le des sólo migajas para salvar a los suyos. Un hombre asustado es un hombre sin sueños, sin destino, sin más motivación que su supervivencia, sin ilusión. El miedo lo mata todo, aniquila las ideas. No permite crear ni moverse. Paraliza la vida. Créeme, amigo, sin embago, una rata inmunda con sueños es capaz de todo, de crear un imperio, de cambiar el mundo. No subestimes a una rata motivada, nunca. Una rata que se levanta cada día a las seis de la mañana con una idea fija en la cabeza … Una rata capaz de todo por su sueño, que desea con todas sus fuerzas encontrar la manera de conseguirlo, de tocarlo. Es un rata letal. Nos devoraría con su talento. Nada es tan creativo como la ilusión. Sé de lo que hablo. Lo sé porque yo un día hace mucho fui rata. “