¿Cuántos amigos tienes en Facebook?

¿Eres de los que aún confían en enviar curriculums para que te contraten? si la respuesta es afirmativa, te estás perdiendo mil oportunidades que no te puedes permitir. Sin una Marca Personal sólida no llegarás a los puestos de salida para conseguir una entrevista en la que, entonces sí, depende de ti y de tu forma de comunicar tu profesionalidad.
Tu talento está cada vez más en las redes sociales que es uno de los principales elementos de consulta de los reclutadores a la hora de contratar. Allí es donde se valoran tus contenidos y tu capacidad de aportar valor. Si no tienes una Marca Personal que muestre tu potencial en ese ámbito muchos te pasarán por delante… Despierta ya y ponte en marcha. Escribe un blog, muestra tu obra en Instagram, Twitter, Facebook y encuentra contactos de tu sector en Linkedin que te aporten valor y te sirvan para aprender y mostrar lo que vales… Cuentas con un gran escaparate… La batalla ahora se libra en las Redes y entre las mejores marcas. No seas una marca blanca… No te lo puedes permitir.

 

Una vida sin filtros

Yo también sucumbo y, a veces, creo que necesito ponerle a mi vida un filtro de Instagram, ese que intensifica los colores y hace que los rojos sean muy rojos y casi puedas oler los verdes más desgarradores. Y un fondo que se difumine y desenfoque y pueda prestar atención a las caras, a las risas… Llegar a sentir carcajadas… Saborear el instante en que el cielo eterniza su azul alterado e imposible y la profundidad de unos ojos que brillan saturados del amarillo más dorado y perfecto que haya visto jamás. Hasta que me duelan las pupilas de tanto derroche de color…

Levantarme por la mañana y que el zumo de naranja me estalle en la vista. Que mi piel sea satén y todas mis frases sean ingeniosas como en un perfil de Twitter. Y salir al mundo y que las calles sean en blanco y negro y lo único que tenga color sea el rojo de mis labios y mis zapatos de tacón.

Y tomar un café en un bar, donde el camarero me Tuitee con cariño, me pregunte mirándome a los ojos y me pida por favor. Y que yo le de las gracias con un emoticono en la boca, mientras muestro al mundo con una foto la espuma deliciosa de mi café y alguien me diga que me adora por WhatsApp y que hace diez minutos que me espera y no puede vivir sin mí. Sin ataduras, sin riesgos, sin dolor, con una emoción inmensa, pero contenida en una pantalla.

Que al mirar alrededor, las caras que me rodean tengan sus fantasías colgadas en el muro de la vida, como en facebook, y sus locuras de fin de semana me hagan reír.

En el mundo real lo intenso es más difícil de encontrar. Las personas hablan sin escoger las palabras y dan vueltas a las ideas en más de 140 caracteres, se esconden sin buscar un perfil y sus miradas no buscan la cámara. Hace frío y hace viento. Se te entumecen los tobillos y el calor sofocante te hace sudar. Las lágrimas no brillan en el mundo real.

En el 1.0 los momentos vuelan, nunca se inmortalizan ni son eternos. Los trenes pasan y si no te subes a ellos, te queda una oportunidad o no, para continuar lamentándote en el andén o echar a correr tras él… O tal vez esperar a la próxima vez, abrir más los ojos y cerrarle la puerta a las dudas absurdas. Tragarse los #NoPuedos y tatuarse en el pecho los #AhíVoy.

En ese mundo donde a menudo el cielo tiene color de sardina y las caras a veces pasan por los distintos tonos de gris, es mejor no seguir incondicionalmente a nadie porque sí. Mejor hacerse preguntas, muchas preguntas… Cerrar los ojos e intentar recordar, quién eres, dónde estás y qué te mueve. No bajar la guardia, ni esperar demasiado de lo que hay a la vuelta de la esquina. Amar sin esperar más recompensa que el puro vicio de ese sentimiento que todo lo inunda. Gastarse los labios besando y dejarse la suelas persiguiendo alegrías. No cultivar ansiedades por no ser el primero, pero tampoco apelmazarse y quedarse paralizado si fueras el último. Y si al final eres lo eres, pensar que es la mejor forma de saber donde están los baches en el camino, cuando veas tropezar a los que te preceden. En el mundo tangible a veces lo que parece malo es bueno y lo bueno, en ocasiones, en realidad es de plástico, pero no puedes saberlo antes de hincarle el diente. Y entonces, tal vez es demasiado tarde…

En el mundo no virtual hay que patearse las calles una a una sin descanso, no perder las ganas, encadenar sonrisas cuando el sueño te vence y nunca dejar de buscar. No sucumbir a favoritos fáciles ni ReTweets sin alma, no dejarse engatusar por menciones sin sentido y levantarse cada día con el Linkedin puesto por si se reparte fortuna y te toca un poco de magia.

En ese mundo también hay magia. No brilla, no se anuncia, no llega con un eslogan ni con una música pegadiza. Se tiene que cazar al vuelo, dura pocos segundos, no avisa, no tiene un “loop” y rara vez se puede compartir con el mundo. No es tan intensa como un whatsApp en el que alguien, con quien apenas hablas o cruzas una mirada, te abre su alma en canal una noche y te cuenta sus sueños… Pero es la vida real, la auténtica. La que duele y salpica. Tan simple y complicada a la vez, tan insulsa y aterradora, alucinante y corta… Cómica, trágica, aburrida y agobiante, apasionante y monótona… Sin filtros, a palo seco. Vida…

Ignorantes sin fronteras

Nos hace falta una buena dosis de humildad. En este país asediado por los mercados y los especuladores, saqueado por los bancos y venido a menos por la gestión política, la ignorancia va en aumento. Se vende en las esquinas, se derrama por los discursos ante los micrófonos… se regala en las redes sociales.

Todos sabemos de todo y opinamos cual expertos, porque hemos oído que decía no sé quién o nos parece que quizás alguien comentaba… y nos metemos en berenjenales dignos de monumento. Y opinamos sin dejar títere con cabeza, sin preguntar… sin medir… sin pensar…sin contrastar, sin hacer siquiera el ejercicio de recapacitar, sobre el impacto de nuestras palabras y saber a menudo, qué soluciones propondríamos a cambio de nuestras críticas… siempre destructivas… encaminadas a defenestrar, a restar… a dividir… a hacer tertulia fácil de carajillo y sermón de domingo en un pedestal de barro.

Y esa ignorancia nos hace felices, como perritos que agitan la cola y salivan ante el plato de pienso… recordando lo que hemos dicho y pensando que somos grandes… cuando en realidad somos zotes.

Nos gusta opinar sobre los demás y si les duele… sin duda, nuestro regocijo es mayor, más intenso… orgásmico. Debe haber gente a la que solo “le pone” la burla fácil, el insulto, la sentencia facilona… el juicio pretencioso y sin base de conocimiento.

Suerte que hay muchas personas con ganas de edificar. Personas que se preocupan por conocer, que se hacen preguntas, que saben que no se juega con las opiniones ajenas… que buscan verdades y no les sirve quedarse a medias…

Y no son ni grandes expertos, ni eruditos… y tampoco se callan lo que piensan… se limitan a expresarse sin herir, sin clavar daga… sin ahondar en la herida… porque buscan ser mejores y aprender. Sin saberlo son sabios… porque la sabiduría se construye preguntando y escuchando… sin prejuzgar, admitiendo otras formas de pensar… ocupando el espacio de otros y notando sus por qués y sus temores….

Lástima que sus palabras a menudo no se oigan tanto como las que se escriben y pronuncian desde la inconsciencia… las de la ignorancia, que no tiene fronteras.

Subir el listón

Algunos días pienso que el periodismo agoniza. Al menos tal y como lo entendía yo cuando puse mis intenciones en esta profesión tan denostada. La prisa se traga los titulares uno a uno, sin tiempo para que se ajusten, sin lugar a interpretaciones… quizás si a interpretaciones apresuradas y, por tanto, faltas de rigor. Rigor… esa palabra que sonaba tanto en la facultad y que todos llevamos tatuada pero que requiere un esfuerzo a veces demasiado constante.

En pocos segundos las redes sociales, ahora nuestras grandes amigas, trasladan la información, a borbotones, sin mesura, sin límite, sin digestión. El impacto de un par de palabras, tal vez una, es inconmensurable… no conoce lindes ni barreras. Sin embargo sí que nos lleva un periodismo menos elaborado, más sujeto a contrastes, un periodismo de consumición rápida y enormes efectos colaterales. En un espacio así, el rigor enmudece. La realidad palidece y se convierte en rumor. Sí, ya lo sé, las redes sociales se han convertido en un gran instrumento de comunicación y debate, pero hay que saber distinguir entre el grano y la paja. Hay que escoger… poder elegir es una enorme conquista.

Mientras, los periodistas hemos ido con el tiempo bajando el listón. No todos, claro. Hay grandes plumas por encima del bien y del mal, mentes pensantes que nos guían y aportan grandes reflexiones. El resto, sobrevivimos como podemos aceptando no hacer preguntas cuando alguien dice “no hay preguntas” y dando por buenas algunas versiones que suenan descafeinadas.

Abrir un periódico por la mañana es abrir un mundo, abrir una ventana a un paisaje cargado de historias tristes, historias que provocan náusea pero que conviene conocer… historias aburridas y también pequeñas historias que acaban bien si no se hurga más allá de las tres columnas… Así es el periodismo, busca lo extraño, lo inusual, lo bárbaro, lo escandaloso… lo que imagina debemos conocer. 

Para colmo, los periodistas cada vez somos menos. La crisis nos recuerda, como a muchos otros sectores, que no somos de primera necesidad. Somos… accesorios. Aunque continuamos siendo útiles porque en este marasmo de múltiples ideas, hay que seguir informando y hacerlo con ganas, con dedicación y, por favor, con rigor.

Tal vez esta agonía sea parte de la solución. Una prueba dura para pedirnos que seamos más cuidadosos con las palabras, nuestra materia prima. Para que seamos más íntegros con las personas, porque son lo único que importa… para que hagamos más preguntas a los que dirigen nuestro destino, porque ellos tienen las respuestas. Para que la próxima vez que alguien nos diga con sorna “¿periodista, eh?” para reírse de esta profesión de trapecios y cuerdas flojas… le respondamos con ganas “sí, periodista, ahora y siempre”.